LA LECCIÓN Eugene Ionesco
PERSONAJES
EL PROFESOR , 50 a 60 años.
LA JOVEN ALUMNA, 18 años.
LA SIRVIENTA , 45 a 50 años.
El gabinete de trabajo, que sirve también de comedor, del
viejo profesor. A la izquierda de la escena una puerta que da a las escaleras
del edificio; en el fondo, a la derecha de la escena, otra puerta que lleva a
un pasillo del departamento. En el fondo, un poco a la izquierda, una ventana,
no muy grande, con cortinas sencillas; en el borde exterior de la ventana
macetas de flores vulgares. Se ven, a lo lejos, casas bajas con tejados rojos:
la pequeña ciudad. El cielo es de un color azul grisáceo. A la derecha, un
aparador rústico. La mesa sirve también como escritorio; se halla en medio de
la habitación. Tres sillas alrededor de la mesa, otras dos a ambos lados de la
ventana, el papel de las paredes claro y algunos anaqueles con libros. Al
levantarse el telón, el escenario está vacío y sigue así durante bastante
tiempo. Luego se oye la campanilla de la puerta de entrada. Se oye la:
Voz DE LA SIRVIENTA (entre bastidores). — Sí. Inmediatamente.
En seguida aparecen en escena LA SIRVIENTA, que ha bajado
corriendo las escaleras. Es robusta; de 45 a 50 años, coloradota y lleva toca
de campesina. Entra como un vendaval, hace que la puerta golpee tras ella, se
enjuga las manos en el delantal mientras se oye sonar por segunda vez la
campanilla.
LA SIRVIENTA. — Paciencia, ya voy. (Abre la puerta. Aparece la
JOVEN ALUMNA, de 18 años. Delantal blanco, pequeño cuello blanco, carpeta bajo
el brazo.) Buenos días, señorita.
LA ALUMNA. — Buenos días, señora. ¿El profesor está en casa?
LA SIRVIENTA. — ¿Es para la lección?
LA ALUMNA. — Sí, señora.
LA SIRVIENTA. — Le espera. Siéntese un momento mientras voy a
avisarle.
LA ALUMNA. — Gracias, señora.
Se sienta junto a la mesa, de cara al público; a su izquierda
queda la puerta de entrada; ella da la espalda a la otra puerta, por la que
siempre, apresuradamente, sale LA SIRVIENTA, quien llama:
LA SIRVIENTA. — Señor, haga el favor de bajar. Ha llegado su
alumna.
VOZ DEL PROFESOR (un poco alfeñicada). — Gracias. Ya bajo...
dentro de dos minutos.
La SIRVIENTA sale; la ALUMNA, con las piernas
recogidas y la carpeta en las rodillas, espera graciosamente; lanza una o dos
miradas a la habitación, los muebles y también al techo; después saca de la
carpeta un cuaderno, que ojea, y se detiene más tiempo en una página, tanto
para repasar la lección como para lanzar una última ojeada a sus deberes.
Parece una muchacha cortés, bien educada, pero muy vivaz, alegre y dinámica.
Tiene una sonrisa fresca en los labios. Durante el drama que se va a
representar disminuirá progresivamente el ritmo vivo de sus movimientos, irá
abandonando su apostura, dejará de mostrarse alegre y sonriente para ponerse
cada vez más triste y taciturna. Muy animada al principio, se mostrará
cada vez más fatigada y soñolienta. Hacia el final del drama su rostro deberá
expresar claramente un abatimiento nervioso, su manera de hablar lo dejará ver,
su lengua se hará pastosa, las palabras acudirán con dificultad a su memoria y
saldrán de su boca también con dificultad; parecerá vagamente paralizada, con
un comienzo de afasia. Voluntariamente al principio, hasta parecer casi
agresiva, se hará cada vez mes pasiva, hasta no ser más que un objeto blando e
inerte, al parecer inanimado, entre las manos del profesor, hasta el punto de
que cuando éste llegue a hacer el gesto final, la ALUMNA no reaccionará;
insensibilizada, carecerá ya de reflejos; sólo sus ojos, en un rostro inmóvil,
expresarán un asombro y un terror indecibles. El paso de un comportamiento al
otro se deberá hacer, por supuesto, insensiblemente. El PROFESOR entra.
Es un viejecito de barbita blanca. Lleva binóculos, y viste birrete negro,
larga blusa negra de maestro de escuela, pantalones y zapatos negros, cuello
postizo blanco y corbata negra. Excesivamente cortés, muy tímido, con la voz
amortiguada por la timidez, muy correcto, muy profesor. Se frota constantemente
las manos; de vez en cuando tiene un brillo lúbrico en los ojos, rápidamente
reprimido. Durante el transcurso del drama, su timidez desaparecerá
progresivamente, insensiblemente; los fulgores lúbricos de sus ojos terminarán
convirtiéndose en una llama devoradora, ininterrumpida. De aspecto más que
inofensivo al comienzo de la acción, el PROFESOR se mostrará cada vez
más seguro de sí mismo, nervioso, agresivo, dominante, hasta hacer lo que
quiere con su alumna, convertida entre sus manos en una pobre cosa.
Evidentemente la voz del PROFESOR deberá transformarse también, de débil y
alfeñicada, en una voz cada vez más fuerte y, al final, extremadamente potente,
retumbante, sonora como un clarín, en tanto que la voz de la ALUMNA se
hará casi inaudible, de muy clara y bien timbrada que habrá sido al comienzo
del drama. En las primeras escenas el PROFESOR tartamudeará, muy ligeramente,
quizás.
EL PROFESOR. — Buenos días, señorita... ¿Usted es... usted es,
verdad, la nueva alumna?
LA ALUMNA (se vuelve vivamente, con mucha desenvoltura, como
muchacha mundana; luego se levanta, avanza hacia el PROFESOR y le tiende
la mano). — Sí, señor. Buenos días, señor. Como ve, he venido a la hora. No he
querido retrasarme.
EL PROFESOR . — Está bien, señorita. Gracias, pero no tenía que
apresurarse. No sé cómo disculparme por haberla hecho esperar... Terminaba
justamente... de... Me disculpo... Usted me perdonará...
LA ALUMNA . — No es necesario, señor. Nada malo hay en ello,
señor.
EL PROFESOR — Mis excusas... ¿Le ha costado encontrar la casa?
LA ALUMNA — De ningún modo. Además he preguntado. Aquí le
conocen todos.
EL PROFESOR — Hace ya treinta años que vivo en esta ciudad.
Usted no lleva en ella mucho tiempo. ¿Qué le parece?
LA ALUMNA — No me desagrada ni mucho menos. Es una ciudad linda,
agradable, con un hermoso parque, un colegio, un obispo, buenas tiendas,
calles, avenidas...
EL PROFESOR — Así es, señorita. Sin embargo, preferiría
vivir en otra parte: en París, o por lo menos en Burdeos.
LA ALUMNA — ¿Le gusta Burdeos?
EL PROFESOR — No lo sé. No lo conozco.
LA ALUMNA — ¿Pero conoce París?
EL PROFESOR — Tampoco, señorita, pero, si usted me permite,
¿podría decirme si París es la capital de... la señorita?
LA ALUMNA (busca durante un instante y luego contesta, feliz por
saberlo) — París es la capital... de Francia...
EL PROFESOR — Así es, señorita. ¡Bravo, muy bien,
perfecto! Le felicito. Usted conoce su geografía nacional al dedillo. Sus
capitales.
LA ALUMNA — ¡Oh!, no las conozco todas todavía, señor; no es
tan fácil, me cuesta aprenderlas.
EL PROFESOR — Oh, ya las aprenderá... Valor, señorita... Hay que
tener paciencia... poco a poco... Verá usted cómo las aprenderá... Hoy
hace buen tiempo... o más bien no tan bueno. .. Oh, sí, a pesar de todo... En
fin, no hace un tiempo demasiado malo, y eso es lo principal... No llueve, ni
nieva.
LA ALUMNA — Eso sería sorprendente, pues estamos en verano.
EL PROFESOR — Discúlpeme, señorita, yo iba a decírselo...
pero usted sabe que se puede esperar todo.
LA ALUMNA — Evidentemente, señor.
EL PROFESOR — En este mundo, señorita, no podemos estar
seguros de nada.
LA ALUMNA — La nieve cae en el invierno. El invierno es una
de las cuatro estaciones. Las otras tres son... son... la pri...
EL PROFESOR — ¿Sí?
LA ALUMNA —...mavera, y luego el verano... y... y...
EL PROFESOR — Comienza como otomana, señorita.
LA ALUMNA — ¡Ah, sí, el otoño!
EL PROFESOR — Eso es, señorita. Muy bien contestado,
perfecto. Estoy convencido de que usted será una buena alumna. Progresará. Es
inteligente, me parece instruida y tiene buena memoria.
LA ALUMNA — Conozco mis estaciones, ¿verdad, señor?
EL PROFESOR — Claro que sí, señorita... o casi. Pero ya
llegará. De todos modos, ya está bien. Usted llegará a conocer todas sus
estaciones con los ojos cerrados, como yo.
LA ALUMNA — Es difícil.
EL PROFESOR — ¡Oh, no! Basta con un pequeño esfuerzo y buena
voluntad, señorita. Ya verá. Eso llegará, esté segura.
LA ALUMNA — ¡Cómo lo desearía, señor! ¡Estoy tan sedienta de
instrucción! También mis padres desean que profundice mis conocimientos.
Quieren que me especialice. Creen que una simple cultura general, aunque sea
sólida, no basta en nuestra época.
EL PROFESOR — Sus padres, señorita, tienen completa razón.
Usted debe llevar adelante sus estudios. Le pido que me disculpe por decírselo,
pero eso es necesario. La vida contemporánea se ha hecho muy compleja.
LA ALUMNA — Y muy complicada. Mis padres son bastante ricos,
en eso tengo suerte. Podrán ayudarme a trabajar, a hacer estudios muy
superiores.
EL PROFESOR — Y usted podría presentarse...
LA ALUMNA — Lo más pronto posible, en el primer concurso de
doctorado. Se realiza, dentro de tres semanas.
EL PROFESOR — ¿Ha hecho ya su bachillerato, si me permite la
pregunta?
LA ALUMNA — Sí, señor, soy bachiller en ciencias y bachiller
en letras.
EL PROFESOR ¡Oh! Está usted muy adelantada, incluso demasiado
adelantada para su edad. ¿Y en qué quiere doctorarse: en ciencias materiales o
filosofía normal?
LA ALUMNA — Mis padres desearían, si usted cree que eso es
posible en tan poco tiempo, que obtenga el doctorado total.
EL PROFESOR — ¿El doctorado total?... Es usted muy valiente,
señorita, y le felicito sinceramente. Procuraremos, señorita, hacer todo lo que
podamos. Por otra parte, usted sabe ya mucho, a pesar de ser tan joven.
LA ALUMNA — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR — Entonces, si usted me lo permite, y le ruego
que me disculpe, le diré que hay que ponerse a trabajar. Apenas tenemos
tiempo que perder.
LA ALUMNA — Al contrario, señor, yo también lo deseo. E
incluso se lo ruego.
EL PROFESOR — Entonces, ¿puedo rogarle que se siente?...
Ahí... ¿Me permite, señorita, si no ve en ello inconveniente, que me siente
frente a usted?
LA ALUMNA — Por supuesto, señor. Se lo ruego.
EL PROFESOR — Muchas gracias, señorita. (Se sientan a la
mesa, el uno frente al otro, de perfil a la sala.)Ya está. ¿Tiene sus libros,
sus cuadernos?
LA ALUMNA (sacando cuadernos y libros de su carpeta) — Sí, señor.
Por supuesto, tengo aquí todo lo necesario.
EL PROFESOR — Muy bien, señorita. Perfecto. Entonces, si eso
no le molesta, ¿podemos comenzar?
LA ALUMNA — Sí, señor, estoy a su disposición.
EL PROFESOR — ¿A mi disposición? (Fulgor en los ojos
rápidamente extinguido y un gesto que reprime.)Oh, señorita, soy yo quien está
a su disposición. No soy sino su servidor.
LA ALUMNA — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR — Si usted quiere... entonces... nosotros...
nosotros... yo... yo comenzaré haciendo un examen sumario de sus conocimientos
pasados y presentes, a fin de despejar el camino futuro... Bueno. ¿Cómo va su
percepción de la pluralidad?
LA ALUMNA — Es bastante vaga... confusa.
EL PROFESOR — Bueno. Vamos a ver eso. (Se frota las manos. Entra
la SIRVIENTA, lo que parece irritar al PROFESOR; se dirige al aparador y
busca, algo, demorándose.)
EL PROFESOR — Veamos, señorita. ¿Quiere que hagamos un poco
de aritmética, si no tiene inconveniente?
LA ALUMNA — Sí por cierto, señor. En verdad, no deseo otra
cosa.
EL PROFESOR — Es una ciencia bastante nueva, una ciencia
moderna;hablando propiamente, es más bien un método que una ciencia... Es
también una terapéutica. (A la SIRVIENTA) María, ¿no ha terminado aún?
LA SIRVIENTA — Sí, señor. Ya he encontrado el plato y me voy.
EL PROFESOR — Dése prisa. Vaya a su cocina, por favor.
LA SIRVIENTA — Sí, señor. Ya voy. (Falsa salida de la SIRVIENTA)
LA SIRVIENTA — Discúlpeme, señor, pero tenga cuidado. Le
recomiendo la calma.
EL PROFESOR — Es usted ridícula, María. No se preocupe.
LA SIRVIENTA — Siempre se dice eso.
EL PROFESOR — No admito sus insinuaciones. Sé perfectamente cómo
deboconducirme. Soy bastante viejo para eso.
LA SIRVIENTA — Precisamente, señor. Haría mejor si no
comenzase por la aritmética con la señorita. La aritmética fatiga, enerva.
EL PROFESOR — Más a mi edad. ¿Pero quién la mete en lo que
no le importa? Este es asunto mío. Y lo conozco. Su lugar no está aquí.
LA SIRVIENTA — Está bien, señor. No dirá que no le he advertido.
EL PROFESOR — María, no necesito sus consejos.
LA SIRVIENTA — Hágase la voluntad del señor. (Sale)
EL PROFESOR — Perdóneme, señorita, por esta estúpida
interrupción...Disculpe a esa mujer. Teme constantemente que me fatigue. Vela
por mi salud.
LA ALUMNA — ¡Oh, todo está disculpado, señor! Eso prueba que le es
leal y
que le estima. Las buenas sirvientas son raras.
EL PROFESOR — Pero exagera. Su temor es estúpido. Volvamos a
nuestras matemáticas.
LA ALUMNA — Le sigo, señor.
EL PROFESOR (ingenioso) — Pero sin levantarse de la silla.
LA ALUMNA (que aprecia el chiste) — Como usted, señor.
EL PROFESOR — Bueno. Aritmeticemos un poco.
LA ALUMNA — Con mucho gusto, señor.
EL PROFESOR — ¿No le molesta decirme...?
LA ALUMNA — De ningún modo, señor, continúe.
EL PROFESOR — ¿Cuántos son uno y uno?
LA ALUMNA — Uno y uno son dos.
EL PROFESOR (admirado por la sabiduría de la alumna) — ¡Oh, muy
bien!Me parece muy adelantada en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado
total, señorita.
LA ALUMNA — Lo celebro, tanto más porque es usted quien lo dice.
EL PROFESOR — Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
LA ALUMNA — Tres.
EL PROFESOR — ¿Tres y uno?
LA ALUMNA — Cuatro.
EL PROFESOR — ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA — Cinco.
EL PROFESOR — ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA — Seis.
EL PROFESOR — ¿Seis y uno?
LA ALUMNA — Siete.
EL PROFESOR — ¿Siete y uno?
LA ALUMNA — Ocho.
EL PROFESOR — ¿Siete y uno?
LA ALUMNA — Ocho... bis.
EL PROFESOR — Muy buena respuesta. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA — Ocho... triplicado.
EL PROFESOR — Perfecto. Excelente. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA — Ocho... cuadruplicado. Y a veces nueve.
EL PROFESOR — ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted
exquisita! Le felicito calurosamente, señorita. No merece la pena de continuar.
En loque respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame
solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres.
LA ALUMNA — ¿Cuatro menos tres?... ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR — Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA — Eso da... ¿siete?
EL PROFESOR —'Perdóneme si me veo obligado a contradecirle. Cuatro
menos tres no dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero
cuatro menos tres no son siete... Ahora no se trata de sumar, sino de restar.
LA ALUMNA (se esfuerza por comprender) — Sí... sí...
EL PROFESOR — Cuatro menos tres son: ¿Cuánto?... ¿Cuánto?
LA ALUMNA — ¿Cuatro?
EL PROFESOR — No, señorita, no es eso.
LA ALUMNA — Entonces, tres.
EL PROFESOR — Tampoco, señorita... Perdóneme, pero debo decírselo:
no es ésa la respuesta... Discúlpeme.
LA ALUMNA — Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro
menos tres? ¿No son diez?
EL PROFESOR — No, ciertamente, no lo son, señorita. Pero
además no se trata de adivinar, sino de razonar. Procuremos deducirlo juntos. ¿Quiere
usted contar?
LA ALUMNA — Sí, señor. Uno... dos... tres...
EL PROFESOR — ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuántos sabe usted
contar?
LA ALUMNA — Puedo contar... hasta el infinito.
EL PROFESOR — Eso es imposible, señorita.
LA ALUMNA — Entonces, digamos hasta dieciséis.
EL PROFESOR — ¡Eso basta. Hay que saber limitarse. Cuente, pues,
por favor, se lo ruego.
LA ALUMNA — Uno... dos... y después de dos, vienen tres...
cuatro...
EL PROFESOR — Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o
el cuatro?
LA ALUMNA — ¿Es?... ¿El tres o el cuatro? ¿Cuál es mayor? ¿El
mayor detres o cuatro? ¿En qué sentido el mayor?
EL PROFESOR — Hay números más pequeños y números más grandes. En
los números más grandes hay más unidades que en los pequeños...
LA ALUMNA — ¿Que en los números pequeños?
EL PROFESOR — A menos que los pequeños tengan unidades menores. Si
son muy pequeñas, es posible que haya más unidades en los números pequeños que
.en los grandes... si se trata de otras unidades.
LA ALUMNA — En ese caso, ¿los números pequeños pueden ser
mayores que los grandes?
EL PROFESOR — Dejemos eso. Nos llevaría mucho más lejos. Sepa
únicamente que no sólo hay números. Hay también dimensiones, sumas,grupos,
montones, montones de cosas tales como las ciruelas, los coches,las ocas, los
pepinos, etcétera. Supongamos simplemente para facilitar nuestro trabajo que no
tenemos más que números iguales: los mayores serán los que tengan más unidades,
iguales.
LA ALUMNA — ¿El que tenga más será el más grande? ¡Ah,
comprendo,señor! Usted identifica la calidad con la cantidad.
EL PROFESOR — Eso es demasiado teórico, señorita, demasiado
teórico. No tiene por qué preocuparse de ello. Tomemos nuestro ejemplo y
razonemos sobre ese caso concreto. Dejemos para más tarde las conclusiones
generales. Tenemos el número cuatro y el número tres, cada uno de ellos con un
número igual de unidades. ¿Qué número será mayor, el número más pequeño o el
número más grande?
LA ALUMNA — Discúlpeme, señor. ¿Qué entiende usted por el número
mayor? ¿El menos pequeño que el otro?
EL PROFESOR — Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha comprendido muy
bien.
LA ALUMNA — Entonces, es el cuatro.
EL PROFESOR — ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
LA ALUMNA — Menor..., no, mayor.
EL PROFESOR — Excelente respuesta. ¿Cuántas unidades hay
entre tres y cuatro? ¿O entre cuatro y tres, si usted prefiere?
LA ALUMNA — No hay unidades, señor, entre tres y cuatro. El
cuatro viene inmediatamente después del tres, ¡pero no hay nada absolutamente
entre el tres y el cuatro!
EL PROFESOR — Me he explicado mal. La culpa es mía, sin
duda. No he sido bastante claro.
LA ALUMNA — No, señor, la culpa es mía.
EL PROFESOR — Escuche. He aquí tres fósforos. Y aquí otro más, en
total cuatro. Ahora observe bien; usted tiene cuatro, yo retiro uno, ¿cuántos
le quedan? (No se ven los fósforos ni ninguno de los objetos de que habla. El
PROFESOR se levantará de la mesa y escribirá en una pizarra inexistente con una
tiza inexistente, etcétera)
LA ALUMNA — Cinco. Si tres y uno hacen cuatro, cuatro
y uno hacen cinco.
EL PROFESOR — No es eso, no es eso en modo alguno. Usted
tiende siempre a sumar. Pero también hay que restar. No sólo es necesario
integrar,también hay que desintegrar. Eso es la vida. Eso es la filosofía. Eso
es la ciencia. Eso son el progreso y la civilización.
LA ALUMNA — Sí, señor.
EL PROFESOR — Volvamos a nuestros fósforos. Tengo cuatro de
ellos.Como usted ve, son cuatro. Quito uno, y ya sólo quedan...
LA ALUMNA — No sé cuántos, señor.
EL PROFESOR — Vamos, reflexione. Admito que no es fácil, pero
usted es lo bastante culta para que pueda hacer el esfuerzo intelectual
necesario y llegue a comprender. ¿Entonces?
LA ALUMNA — No llego a comprenderlo, señor. No lo sé, señor.
EL PROFESOR — Tomemos ejemplos más sencillos. Si usted tuviese dos
narices y yo le arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
LA ALUMNA — Ninguna.
EL PROFESOR — ¿Cómo ninguna?
LA ALUMNA — Sí, precisamente porque usted no me ha arrancado
ninguna es por lo que tengo una ahora. Si usted me la hubiese arrancado, ya no
la tendría.
EL PROFESOR — No ha comprendido mi ejemplo. Suponga que no
tiene más que una oreja.
LA ALUMNA — Sí. ¿Y después?
EL PROFESOR — Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendrá entonces?
LA ALUMNA — Dos.
EL PROFESOR — Está bien. Y si le agrego otra más, ¿cuántas
tendrá?
LA ALUMNA — Tres orejas.
EL PROFESOR — Le quito una. ¿Cuántas orejas le quedan?
LA ALUMNA — Dos.
EL PROFESOR — Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le
quedan?
LA ALUMNA. — Dos.
EL PROFESOR — No. Usted tiene dos, yo le quito una, le como
una,¿cuántas le quedan?
LA ALUMNA — Dos.
EL PROFESOR — Le como una... una...
LA ALUMNA — Dos.
EL PROFESOR — Una.
LA ALUMNA — Dos.
EL PROFESOR — ¡Una!
LA ALUMNA — ¡Dos!
EL PROFESOR — ¡Una!
LA ALUMNA — ¡Dos!
EL PROFESOR — ¡Una!
LA ALUMNA — ¡Dos!
EL PROFESOR — ¡Una!
LA ALUMNA — ¡Dos!
EL PROFESOR — ¡Una!
LA ALUMNA — ¡Dos!
EL PROFESOR — No, no. No es eso. El ejemplo no es... no es
convincente. Escúcheme.
LA ALUMNA — Le escucho, señor.
EL PROFESOR — Usted tiene... usted tiene... usted tiene...
LA ALUMNA — ¡Diez dedos!
EL PROFESOR — Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene,
pues, diezdedos.
LA ALUMNA — Sí, señor.
EL PROFESOR — ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA — Diez, señor.
EL PROFESOR — ¡No es así!
LA ALUMNA — Sí, señor.
EL PROFESOR — ¡Le digo que no!
LA ALUMNA — Usted acaba de decirme que tengo diez.
EL PROFESOR — ¡Le he dicho también, inmediatamente después,
que tenía usted cinco!
LA ALUMNA — ¡Pero no tengo cinco, tengo diez!
EL PROFESOR — Procedamos de otra manera... Limitémonos a los
números de uno a cinco para la sustracción... Preste atención, señorita y va
averlo. Voy a hacer que comprenda. (El PROFESOR
se pone a escribir en una pizarra negra imaginaria. La
acerca a la ALUMNA, que se vuelve para mirarla.)
Vea, señorita. (Hace como que dibuja en la pizarra un palito yque
escribe debajo la cifra 1; luego dos palitos, bajo los que escribe la cifra 2;
luego tres palitos, bajo los que escribe la cifra 3; y por fin cuatro palitos, bajo
los que escribe la cifra 4) ¿Ve usted, señorita?
LA ALUMNA — Sí, señor.
EL PROFESOR — Son palitos, señorita, palitos. Aquí hay un
palito, aquí dos palitos, aquí tres palitos, y luego cuatro palitos, cinco
palitos. Un palito,dos palitos, tres palitos, cuatro palitos, cinco palitos son
números. Cuandose cuenta los palitos cada palito es una unidad, señorita...
¿Qué acabo de decir?
LA ALUMNA — "Una unidad, señorita. ¿Qué acabo de
decir?".
EL PROFESOR — ¡O cifras! ¡O números! Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, son elementos de la numeración, señorita.
LA ALUMNA (vacilando) — Sí, señor. Elementos, cifras, que son
palitos,unidades y números.
EL PROFESOR — Al mismo tiempo... Es decir que, en definitiva, toda
la aritmética está en eso.
LA ALUMNA — Sí, señor. Bien, señor. Gracias, señor.
EL PROFESOR — Entonces, cuente, por favor, valiéndose de esos
elementos.... Sume y reste
LA ALUMNA (como para, imprimirlo en su, memoria) — ¿Los palitos
son cifras y los números unidades?
EL PROFESOR — Hum... Pase. ¿Y entonces?
LA ALUMNA — Se puede restar dos unidades de tres unidades, ¿pero
se puede restar dos dos de tres tres? ¿Y dos cifras de cuatro números? ¿Ytres
números de una unidad?
EL PROFESOR — No, señorita.
LA ALUMNA — ¿Por qué, señor?
EL PROFESOR — Porque no, señorita.
LA ALUMNA — ¿Y por qué no si los unos son los otros?
EL PROFESOR — Es así, señorita. Eso no se explica. Eso se
comprende mediante un razonamiento matemático interior. Se lo tiene o no se
lotiene.
LA ALUMNA — ¡Tanto peor!
EL PROFESOR — Escúcheme, señorita: si no llega a comprender
pro-fundamente estos principios, estos arquetipos aritméticos, nunca llegará a
realizar correctamente un trabajo de politécnico. Y todavía menos se podrá
hacer cargo de un curso en la Escuela politécnica... ni en la maternal
superior. Reconozco que no es fácil, que se trata de algo muy,muy abstracto,
evidentemente, ¿pero cómo podría usted llegar, antes de haber conocido bien los
elementos esenciales, a calcular mentalmente cuántos son —y esto es lo más fácil
para un ingeniero corriente— cuántos son, por ejemplo, tres mil setecientos
cincuenta y cinco millones novecientos noventa y ocho mil doscientos cincuenta
y uno, multiplicados por cinco mil ciento sesenta y dos millones trescientos
tres mil quinientos ocho?
LA ALUMNA (muy rápidamente) — Son diecinueve trillones trescientos
noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos
diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho.
EL PROFESOR (asombrado) — No. Creo que no es así. Son diecinueve
trillones trescientos noventa mil billones dos mil ochocientos cuarenta y
cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y cuatro mil
quinientos nueve.
LA ALUMNA — No, quinientos ocho.
EL PROFESOR (cada vez más asombrado, calcula mentalmente) — Sí...
tiene usted razón... el resultado es... (Farfulla ininteligiblemente.)
Trillones, billones, millones, millares... (Claramente.) ... ciento sesenta y
cuatro mil quinientos ocho. (Estupefacto.) ¿Pero cómo lo sabe usted si no conoce
los principios del razonamiento aritmético?
LA ALUMNA — Es sencillo. Como no puedo confiar en mi
razonamiento, me he aprendido de memoria todos los resultados posibles de todas
las multiplicaciones posibles.
EL PROFESOR — Es extraordinario... Sin embargo, me permitirá
que le confiese que eso no me satisface, señorita, y no le felicito. En
matemáticas, y en la aritmética muy especialmente, lo que cuenta —pues en
aritmética hay que contar siempre— lo que cuenta es, sobre todo, la
comprensión. Usted debía haber obtenido ese resultado, lo mismo que cualquier
otro, mediante un razonamiento matemático inductivo y deductivo al mismo
tiempo. Las matemáticas son enemigas encarnizadas de la memoria, excelente por
lo demás, pero nefasta aritméticamente hablando... Por lo tanto, no estoy
satisfecho... eso no marcha, de ningún modo.
LA ALUMNA(desconsolada) — No, señor.
EL PROFESOR — Dejemos eso por el momento. Pasemos a otro
género deejercicios.
LA ALUMNA — Sí, señor.
LA SIRVIENTA (entrando) — ¡Hum, hum, señor...!
EL PROFESOR (que no oye) — Es lástima, señorita, que esté
tan poco adelantada en matemáticas especiales.
EL PROFESOR (con autoridad) — ¡Silencio! ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA — Perdón, señor. (Lentamente, la ALUMNA vuelve a poner
las manos en la mesa)
EL PROFESOR — ¡Silencio! (Se levanta, se pasea por la
habitación, con las manos a la espalda; de vez en cuando se detiene en el
centro de la habitación o junto a la ALUMNA y apoya sus palabras con un
gesto de la ano; perora, sin exagerar; la ALUMNA le sigue con la mirada y a
veces encuentra cierta dificultad para hacerlo, pues debe volver mucho la
cabeza; una o dos veces, no más, se vuelve por completo.) Así pues,señorita, el
español es la lengua madre de la que han nacido todas las lenguas
neo-españolas; el español, el latín, el italiano, nuestro francés, el
portugués, el rumano, el sardo o sardanápalo, el español y el neo-español,y
también, en algunos de sus aspectos, el turco mismo, que sin embargo se acerca
más al griego, lo que es enteramente lógico, pues Turquía es vecina de Grecia y
Grecia está más cerca de Turquía que usted y yo. Esto no essino una ilustración
más de una ley lingüistica muy importante, según lacual la geografía y la
filología son hermanas gemelas... Puede tomar nota, señorita.
LA ALUMNA (con voz apagada) — Sí, señor.
EL PROFESOR — Lo que distingue a las lenguas neo-españolas entre
sí y a sus idiomas de los otros grupos lingüísticos, tales como el grupo de las
lenguas austríacas y neo-austríacas o habsbúrgicas, así como de los grupos esperantista,
helvético, monegasco, suizo, andorrano, vasco, y pelota, como asimismo de los
grupos de las lenguas diplomática y técnica,lo que las distingue, digo, es su
llamativa semejanza que hace difícil distinguirlas a las unas de las otras. Me
refiero a las lenguas neo-españolas entre sí, a las que se llega a distinguir,
no obstante, gracias a sus caracteres distintivos, pruebas absolutamente
indiscutibles del extraordinario parecido que hace indiscutible su comunidad de
origen, y que, al mismo tiempo, las diferencia profundamente, mediante el
mantenimiento de los rasgos distintivos de que acabo de hablar.
LA ALUMNA — ¡Oooh! ¡Sííí, señor!
EL PROFESOR — Pero no nos demoremos en las generalidades...
LA ALUMNA (lamentándolo, desilusionada) — ¡Oh, señor!
EL PROFESOR — Eso parece interesarle. Tanto mejor, tanto
mejor.
LA ALUMNA — ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR — No se preocupe, señorita. Volveremos a ello
luego... a menos que no lo hagamos. ¿Quién podría decirlo?
LA ALUMNA (encantada, a, pesar de todo) — ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR — Todo idioma, señorita, sépalo y recuérdelo
hasta la hora de su muerte...
LA ALUMNA — ¡Oh, sí, señor, hasta la hora de mi muerte!... Sí,
señor.
EL PROFESOR — Y éste es también un principio fundamental,
todo idioma no es, en resumidas cuentas, sino un lenguaje, lo que implica
necesariamente que se compone de sonidos o...
LA ALUMNA — Fonemas.
EL PROFESOR — Iba a decírselo. Por lo tanto, no ostente sus
conocimientos. Escuche, más bien.
LA ALUMNA — Bien, señor. Sí, señor.
EL PROFESOR — Los sonidos, señorita, deben ser cogidos al
vuelo por las alas para que no caigan en oídos sordos. En consecuencia, cuando
usted se decide a articular, se recomienda que, en la medida de lo posible,
levante muy alto el cuello y el mentón y se ponga de puntillas. Así, vea...
LA ALUMNA — Sí, señor.
EL PROFESOR — Cállese. Quédese sentada y no interrumpa... Y
que emita los sonidos muy agudamente y con toda la fuerza de sus pulmones
asociada a la de sus cuerdas vocales. Así, observe: "Mariposa",
"Eureka","Trafalgar", "papi, papá". De esta
manera, los sonidos, llenos con un aire cálido más ligero que el aire
circundante, revolotearán, revolotearán sin correr el peligro de caer en los
oídos sordos, que son los verdaderos abismos, las tumbas de las sonoridades. Si
usted emite muchos sonidos a una velocidad acelerada, esos sonidos se agarrarán
los unos a los otros automáticamente, formando así sílabas, palabras, en rigor
frases, es decir,agrupaciones más o menos importantes, reuniones puramente
irracionales de sonidos, desprovistos de todo sentido, pero precisamente por
eso capaces de mantenerse sin peligro en una altura elevada en el aire.
Solas,caen las palabras cargadas de significado, pesadas a causa de sus
sentidos,y terminan siempre sucumbiendo, desmoronándose...
LA ALUMNA —... en los oídos sordos.
EL PROFESOR — Así es, pero no interrumpa. Y en la peor
confusión. O estallando como globos. Así pues, señorita... (La ALUMNA parece
sufrir de pronto.) ¿Qué le pasa?
LA ALUMNA — Me duelen las muelas, señor.
EL PROFESOR — Eso no tiene importancia. No vamos a
detenernos por tan poco. Continuemos...
LA ALUMNA(que parece sufrir cada vez más) — Sí, señor.
EL PROFESOR — Llamo de paso su atención sobre las
consonantes que cambian de naturaleza en las conjunciones. Las / se convierten
en ese caso en v, las d en t, las g en k j viceversa, como en los ejemplos que
le señalo:"tres horas, los niños, el gallo con vino, la edad nueva, he
aquí la noche".
LA ALUMNA — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Continuemos.
LA ALUMNA — Sí.
EL PROFESOR — Resumamos: para aprender a pronunciar hacen
falo en sardanápali, ni en rumano, ni en neo-español, ni siquiera en oriental:
boca, bocacalle, embocar, siguen siendo la misma palabra, invariablemente con
la misma raíz, el mismo sufijo, el mismo prefijo, en todas las lenguas
enumeradas. Y lo mismo sucede con todas las palabras.
LA ALUMNA — ¿En todas las lenguas esas palabras quieren
decir lo mismo? Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Absolutamente. Por lo demás, es una noción más
bien que una palabra. De todas maneras, usted tiene siempre el mismo
significado, la misma composición, la misma estructura sonora no sólo para esa
palabra, sino para todas las palabras concebibles, en todos los idiomas.Pues
una misma idea se expresa mediante una sola y misma palabra, y sus sinónimos,
en todos los países. Deje, por lo tanto, sus muelas.
LA ALUMNA — Me duelen las muelas. ¡Sí, sí y sí!
EL PROFESOR — Bien, continuemos. Le digo que continuemos...
¿Cómo dice usted, por ejemplo, en español: las rosas de mi abuela son tan
amarillas como mi abuelo que era asiático?
LA ALUMNA — Me duelen, me duelen, me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Continuemos, continuemos. ¡Dígalo de todos
modos!
LA ALUMNA — ¿En español?
EL PROFESOR — En español.
LA ALUMNA — ¿Que diga en español: Las rosas de mi abuela son . . ?
EL PROFESOR — Tan amarillas como mi abuelo, que era
asiático.
LA ALUMNA — Pues bien, en español se dirá, según creo: las rosas
de mi...¿cómo se dice abuela en español?
EL PROFESOR — ¿En español? Abuela.
LA ALUMNA — Las rosas de mi abuela son tan... amarillas... ¿En
español se dice amarillas?
EL PROFESOR — Sí, evidentemente.
LA ALUMNA — Son tan amarillas como mi abuelo cuando se
enojaba.
EL PROFESOR — No... Que era a...
LA ALUMNA —... siático... Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Eso es.
LA ALUMNA — Me duelen...
EL PROFESOR —...las muelas. Tanto peor. ¡Continuemos! Ahora
traduzca la misma frase al español, y luego al neo-español.
LA ALUMNA — En español será: las rosas de mi abuela son tan
amarillas como mi abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR — No. Está mal.
LA ALUMNA — Y en neo-español: las rosas de mi abuela son tan
amarillas como mi abuelo, que era asiático.
EL PROFESOR — Está mal. Está mal. Está mal. Ha
invertido usted las cosas.Ha tomado el español por neo-español, y el
neo-español por español... No,es todo lo contrario.
LA ALUMNA — Me duelen las muelas. Usted me embrolla.
EL PROFESOR — Es usted quien me embrolla. Esté atenta y tome
nota. Yo le diré la frase en español, luego en neo-español y por fin en latín.
Usted la repetirá después de mí. Atención, pues las semejanzas son grandes. Son
semejanzas idénticas. Escuche y sígame bien.
LA ALUMNA — Me duelen...
EL PROFESOR — ...las muelas...
LA ALUMNA — Continuemos... ¡Ah!
EL PROFESOR —...en español: las rosas de mi abuela son tan
amarillas como mi abuelo, que era asiático; en latín: las rosas de mi abuela
son tan amarillas como mi abuelo, que era asiático. ¿Advierte usted
lasdiferencias? Traduzca eso... al rumano.
LA ALUMNA — Las... ¿Cómo se dice rosas en rumano?
EL PROFESOR — "Rosas".
LA ALUMNA — ¿No es "rosas"? ¡Ah, cómo me duelen las
muelas!
EL PROFESOR — Pero no, no, puesto que "rosas" es
la traducción oriental de la palabra francesa "rosas", en español
"rosas". ¿Comprende? En sardanápali "rosas".
LA ALUMNA — Discúlpeme, señor, pero... ¡Oh, cómo me duelen
las muelas!... No advierto la diferencia.
EL PROFESOR — ¡Sin embargo, es muy sencillo! ¡Muy sencillo!
Con la condición de poseer una experiencia, una experiencia técnica y una
práctica de esas lenguas diversas, tan diversas aunque no presentan sino
características enteramente idénticas. Voy a tratar de darle una clave...
LA ALUMNA — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Lo que diferencia a esos idiomas no son las
palabras, que son absolutamente las mismas, ni la estructura de la frase, que
es igual en todo, ni la entonación, que no ofrece diferencias, ni el ritmo del
lenguaje...Lo que las diferencia... ¿Me escucha usted?
LA ALUMNA — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — ¿Me escucha usted, señorita? ¡Ah, nos vamos a
enojar!
LA ALUMNA — ¡Me fastidia usted, señor! ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR — ¡En nombre de un perro de lanas! ¡Escúcheme!
LA ALUMNA — Pues bien... sí... sí... continúe.
EL PROFESOR — Lo que las diferencia a unas de otras, por una
parte, y de la española, con una
e muda, su madre, por otra parte... es...
LA ALUMNA (haciendo muecas) — ¿Qué es?
EL PROFESOR — Es una cosa inefable. Una cosa inefable que
sólo se llega a advertir al cabo de mucho tiempo, con mucha dificultad y tras
una larga experiencia.
LA ALUMNA — ¡Ah!
EL PROFESOR — Sí, señorita. No le puedo dar regla alguna.
Hay que tener olfato, nada más. Pero para tenerlo hay que estudiar, estudiar y
estudiar.
LA ALUMNA — Las muelas.
EL PROFESOR — De todos modos, hay algunos casos concretos en
los que las palabras cambian de un idioma a otro..., pero no podemos basar
nuestro saber en eso, pues esos casos son, por decirlo así, excepcionales.
LA ALUMNA — ¿Ah, sí?... ¡Oh, señor, cómo me duelen las muelas!
EL PROFESOR — ¡No interrumpa! ¡No me enoje! Si no, no
responderé ya de mí. Decía, pues... ¡Ah, sí!, me refería a los casos
excepcionales, llamados de distinción fácil..., o de distinción cómoda..., como
usted prefiera...Repito, como usted prefiera, pues compruebo que no me
escucha..
LA ALUMNA — Me duelen las muelas.
EL PROFESOR — Digo que, en ciertas expresiones de uso
corriente, ciertas palabras difieren totalmente de un idioma a otro, de modo
que la lengua empleada es, en ese caso, sencillamente más fácil de identificar.
Le citaré un ejemplo: la expresión neo-española célebre en Madrid: "Mi
patria es la neo-España" se convierte en italiano en: "Mi patria
es...
LA ALUMNA — La neo-España".
EL PROFESOR — No. "Mi patria es Italia." Dígame,
entonces, por simple deducción, ¿cómo dirá Italia en francés?
LA ALUMNA — ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR — Es, no obstante, muy sencillo: para la palabra
Italia tenemos en francés la palabra Francia, que es su traducción exacta. Mi
patria es Francia. Y Francia en Oriental se dice Oriente. Mi patria es el
Oriente. Y Oriente en portugués se dice Portugal. La expresión oriental:Mi
patria es el Oriente se traduce, por lo tanto, de esta manera en portugués: ¡Mi
patria es Portugal! Y así consecutivamente.
LA ALUMNA — ¡Así es! ¡Así es! Me duelen...
EL PROFESOR — ¡Las muelas! ¡Las muelas! ¡Las muelas!... ¡Se
las voy a arrancar! Otro ejemplo más. La palabra capital, la capital reviste,
según el idioma que se hable, un sentido diferente. Es decir que si un español
dice:"Vivo en la capital", la palabra capital no querrá decir de modo
alguno lo mismo que cuando un portugués dice también: "Yo vivo en la
capital". Y con mayor razón cuando lo dice un francés, un neo-español, un
rumano,un latino, un sardanápali... Tan luego como oye usted decir,
señorita...¡Señorita, estoy hablando para usted! ¡Mierda, entonces!... Tan
luego como oye decir: "Vivo en la capital", sabrá usted inmediata y
fácilmente si se trata de español, neo-español, de francés, de oriental, de
rumano o de latín, pues basta con adivinar cuál es la metrópoli en la que
piensa quien pronuncia la frase... en el momento mismo en que la pronuncia...
Peroéstos son, pocos más o menos, los únicos ejemplos concretos que
puedocitarle...
LA ALUMNA — ¡Oh, mis muelas!
EL PROFESOR — ¡Silencio! ¡O le rompo el cráneo!
LA ALUMNA — ¡Intente hacerlo! ¡Calavera!
El PROFESOR la ase del puño y se lo retuerce.
LA ALUMNA (gritando) — ¡Ay!
EL PROFESOR — ¡Entonces, quédese tranquila! ¡Ni una palabra!
LA ALUMNA (lloriqueando) — Las muelas...
EL PROFESOR — Lo más..., ¿cómo diré?..., lo más
paradójico... sí... ésa es la palabra, lo más paradójico es que muchas personas
que carecen por completo de instrucción, hablan esos diferentes idiomas... ¿Me
oye? ¿Qué he dicho?
LA ALUMNA —... hablan esos diferentes idiomas. ¿Qué he dicho?
EL PROFESOR — ¡Ah! Le he dicho que para aprender a
distinguir todos esos idiomas diferentes no hay nada mejor que la práctica...
Procedamos por orden. Voy a 'tratar de enseñarle todas las traducciones de mi
cuchillo.
LA ALUMNA — Como usted quiera... Después de todo...
EL PROFESOR (llama a la SIRVIENTA) — ¡María! ¡María!... No
viene...¡María! ¡María! ¿Cómo es eso, María? (Abre la puerta de la derecha.
Sale. La ALUMNA queda sola durante unos instantes, con la mirada perdida en el
vacío y como embrutecida)
EL PROFESOR (con voz chillona, afuera) —- ¡María! ¿Qué significa
esto?¿Por qué no viene? ¡Cuando yo la llamo, tiene que venir! (Entra, seguido
por MARÍA ) Soy yo quien manda, ¿me oye? (Señala a la ALUMNA) ¡No comprende
nada ésa! ¡No comprende!
LA SIRVIENTA — No se ponga en ese estado, señor. ¡Tenga
cuidado! Eso lo llevará lejos, lo llevará lejos de todo eso.
EL PROFESOR — Sabré detenerme a tiempo.
LA SIRVIENTA — Eso se dice siempre, pero desearía verlo.
LA ALUMNA — ¡Me duelen las muelas!
LA SIRVIENTA — Ya lo ve, eso comienza. ¡Es el síntoma!
EL PROFESOR — ¿Qué síntoma? Explíquese. ¿Qué quiere decir?
LA ALUMNA (con voz débil) — Sí, ¿qué quiere decir usted? Me duelen
las muelas.
LA SIRVIENTA — ¡El síntoma final! ¡El gran síntoma!
EL PROFESOR — ¡Tonterías! ¡Tonterías! ¡Tonterías! (LA
SIRVIENTA va a salir.) No se vaya así. La he llamado para que me traiga los
cuchillos español, neo-español, portugués, francés, oriental, rumano,
sardanápali, latino y español.
LA SIRVIENTA (severa) — No cuente conmigo. (Se va)
EL PROFESOR (hace gestos, quiere protestar, se contiene, un poco
desamparado. De pronto recuerda).
— ¡Ah! (Se dirige rápidamente al cajón y saca de él un gran
cuchillo invisible, o real, según el gusto del director de escena, y lo blande
jubiloso.) He aquí uno, señorita, he aquí un cuchillo. Es lástima que no haya
más que éste, pero trataremos de utilizarlo para todas las lenguas. Bastará con
que usted pronuncie la palabra cuchillo en todos los idiomas, mirando al
objeto, muy de cerca,fijamente, e imaginándose que es el idioma que usted dice.
LA ALUMNA — ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR (casi cantando, melopea) — Entonces: diga cu,
como cu; chi, como chi; y llo, como llo. Y mire, mire, fíjese bien.
LA ALUMNA — ¿Qué es eso? ¿Francés, italiano, español?
EL PROFESOR — Eso no tiene ya importancia. Eso no le
importa. Diga: cu.
LA ALUMNA — Cu.
EL PROFESOR — Chi... Mire.
LA ALUMNA — Chi.
EL PROFESOR — Llo. Mire. (Blande el cuchillo ante los
ojos de LA ALUMNA)
LA ALUMNA — Lio.
EL PROFESOR — ¡Siga mirando!
LA ALUMNA — ¡Ah, no! ¡Vayase a paseo! ¡Estoy harta! Además
me duelen las muelas, me duelen los pies, me duele la cabeza.
EL PROFESOR (nervioso) — Cuchillo... Mire... Cuchillo...
Mire...Cuchillo... Mire...
LA ALUMNA — También me hace usted daño en los oídos. ¡Tiene una
voz!¡Oh, qué voz estridente!
EL PROFESOR — Diga: cuchillo, cu... chi... llo.
LA ALUMNA — ¡No! Me duelen los oídos, me duele en todas partes.
EL PROFESOR — ¡Voy a arrancarte las orejas, y así no te
dolerán los oídos,querida!
LA ALUMNA — ¡Ay! Es usted quien me hace daño...
EL PROFESOR — Vamos, mire y repita rápidamente: cu...
LA ALUMNA — Si usted tiene el... cu... cuchillo... (Durante
un instante lúcida e irónica.) es neo-español.
EL PROFESOR — Si se quiere, sí, neo-español. Pero
apresurémonos, pues notenemos tiempo... Además, ¿a qué viene esa pregunta
insidiosa?¿Cómo se permite usted...?
La ALUMNA está cada vez más fatigada, llorosa, desesperada,
al mismo tiempo extasiada y exasperada.
LA ALUMNA — ¡Ay!
EL PROFESOR — Repita, mire. (Imita al cuchillo.) Cuchillo...
cuchillo...cuchillo...
LA ALUMNA — ¡Ay, me duele... la cabeza!.... (Se pasa la
mano, como en una, caricia, por las partes del cuerpo que nombra.) Los ojos.
EL PROFESOR (imitando al cuchillo) — Cuchillo... cuchillo...
Los dos se han puesto en pie; él sigue blandiendo su
cuchillo invisible,casi fuera de sí, mientras da, vueltas alrededor de ella en
una especie de danza salvaje, pero no se debe exagerar y el profesor apenas
esbozará los pasos de danza. La ALUMNA,en pie frente al público, se
dirige,caminando hacia atrás, a la ventana, enfermiza, lánguida, embrujada.
EL PROFESOR — Repita, repita: cuchillo... cuchillo...
cuchillo…
LA ALUMNA — Me duele... la garganta, cu... ¡ay!... los hombros...
los senos... cuchillo...
EL PROFESOR — Cuchillo... cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA — Las caderas... cuchillo... los muslos... cu...
EL PROFESOR — Pronuncie bien: cuchillo... cuchillo.
LA ALUMNA — Cuchillo... la garganta...
EL PROFESOR — Cuchillo... cuchillo...
LA ALUMNA — Cuchillo..., los hombros..., los brazos, los senos,
las caderas… cuchillo... cuchillo...
EL PROFESOR — Eso es… Ahora pronuncia usted bien.
LA ALUMNA — Cuchillo... mis senos... mi vientre...
EL PROFESOR (cambiando de voz) — ¡Atención!... No rompa mis
baldosas...El cuchillo mata...
LA ALUMNA (con voz débil) — Sí, sí... el cuchillo mata.
EL PROFESOR (mata a LA ALUMNA de una cuchillada muy espectacular)
— ¡Ah! ¡Toma!
Ella grita también “¡Ah!” y luego cae, en una actitud
impúdica, en una silla que, como por casualidad, se encuentra junto a la
ventana. Gritan“¡Ah!” al mismo tiempo el asesino y la víctima. Después de la
primera cuchillada LA ALUMNA se deja caer en la silla, con las piernas muy
separadas pendiendo a ambos lados de la silla; EL PROFESOR está en píe
frente a ella, dando la espalda al público; después de la primera cuchillada,
asesta a LA ALUMNA muerta una segunda, de abajo arriba, a continuación de lo
cual EL
PROFESOR experimenta un sobresalto muy visible de todo su
cuerpo.
EL PROFESOR (sin aliento, farfullando) — ¡Arrastrada!... Bien
hecho... Eso me hace bien... ¡Ay, ay, qué cansado estoy!... Me cuesta
respirar... ¡Ah!
Respira con dificultad; cae en una silla que por suerte
está, a su alcance; se enjuga la frente y murmura palabras incomprensibles; su
respiración se normaliza... Se levanta, mira el cuchillo que tiene en la mano,
contempla a la muchacha y luego, como si despertase.
EL PROFESOR (presa del pánico) — ¿Qué he hecho? ¿Qué me va a
suceder ahora? ¿Qué va a pasar? ¡Ah la, la! ¡Qué desgracia! ¡Señorita,
señorita, levántese! (Se agita, conservando en la mano el cuchillo invisible
con el que no sabe qué hacer.) Vamos, señorita, la lección ha terminado...
Puede usted irse..., pagará en otra ocasión... ¡Ay, está muerta..., muerta! Ha
sido con mi cuchillo... Está muerta... Es terrible.
(Llama a la SIRVIENTA)¡María! ¡María! ¡Venga, mi querida María!
¡Ay, ay! (La puerta de la derecha, se entreabre y aparece MARÍA) No... No
venga. Me he equivocado. No la necesito, María... ya no la necesito... ¿Me
oye?
MARÍA se acerca, severa, sin decir palabra, y ve el cadáver.
EL PROFESOR (con voz cada vez menos segura) — No la
necesito, María.
LA SIRVIENTA (sarcástica) — Entonces, ¿está usted satisfecho
de su alumna? ¿Ha aprovechado bien su lección?
EL PROFESOR (oculta el cuchillo a su espalda) — Sí, la lección ha
terminado..., pero ella..., ella sigue ahí... no quiere irse.
LA SIRVIENTA (muy dura) — ¡En efecto!
EL PROFESOR (temblando) — No he sido yo... No he sido yo...
María... No...Se lo aseguro… No he sido yo, mi pequeña María...
LA SIRVIENTA — ¿Quién ha sido, entonces? ¿Quién ha sido?
¿Yo?
EL PROFESOR — No lo sé..., quizás...
LA SIRVIENTA — ¿O el gato?
EL PROFESOR — Es posible... No sé.
LA SIRVIENTA — ¡Ésta es la cuadragésima vez! ¡Y todos los
días lo mismo! Y se quedará sin alumnas, lo que estará bien.
EL PROFESOR (irritado) — ¡Yo no tengo la culpa! ¡Ella no quería
aprender!¡Era desobediente! ¡Era una mala alumna! ¡No quería!
LA SIRVIENTA — ¡Mentiroso!
EL PROFESOR se acerca disimuladamente a la SIRVIENTA, con el
cuchillo a la espalda.
EL PROFESOR — ¡Eso no le importa a usted! (Trata de
asestarle una cuchillada formidable, pero la
SIRVIENTA le ase el puño al vuelo y se lo retuerce. El PROFESOR
deja caer a tierra su arma.) ¡Perdón!
LA SIRVIENTA (abofetea dos veces seguidas al PROFESOR, con ruido y
fuerza, y el PROFESOR
cae al suelo de espaldas y lloriquea). ¡Asesino!
¡Cochino!¡Asqueroso! ¿Quería hacerme eso a mí? ¡Yo no soy una de sus alumnas!
(Lo levanta asiéndolo por el cuello, recoge el birrete, que le pone en la
cabeza, mientras él, que teme que lo abofeteen, se protege con el codo como los
niños.) ¡Ponga ese cuchillo en su lugar! ¡Vamos! (El PROFESOR va a dejarlo en
el cajón del escritorio y vuelve.) Y, sin embargo, yo le advertí hace un
momento: la aritmética lleva a la filología y la filología al crimen...
EL PROFESOR — Usted dijo: "a lo peor".
LA SIRVIENTA — Es lo mismo.
EL PROFESOR — Yo entendí mal. Creía que "Peor" era
una ciudad y que usted quería decir que la filología llevaba a la ciudad de
Peor.
LA SIRVIENTA — ¡Mentiroso! ¡Viejo zorro! Un sabio como usted no
entiende mal el sentido de las palabras. No me va a engañar.
EL PROFESOR (solloza) — No la he matado intencionadamente.
LA SIRVIENTA — ¿Al menos lo lamenta?
EL PROFESOR — ¡Oh, sí, María, se lo juro!
LA SIRVIENTA — ¡Me da usted compasión! Es usted una buena persona,
a pesar de todo. Trataré de arreglar eso. Pero no vuelva a las andadas. Puede
producirle una enfermedad del corazón.
EL PROFESOR — Sí, María. ¿Qué se va a hacer, entonces?
LA SIRVIENTA — Se la va a enterrar... al mismo tiempo que a
las otras treinta y nueve... Serán necesarios cuarenta ataúdes... Se llamará al
servicio de pompas fúnebres y a mi enamorado, el cura Augusto. Se encargarán
coronas...
EL PROFESOR — ¡Oh, María, muchas gracias!
LA SIRVIENTA — Al grano. Ni siquiera vale la pena llamar a
Augusto, pues usted mismo es un poco cura a sus horas, si ha de creerse el
rumor público.
EL PROFESOR — De todos modos, que no sean muy caras las
coronas. Ella no ha pagado su lección.
LA SIRVIENTA — No se preocupe... Por lo menos cúbrala con su
delantal. Así está indecente. Además se la van a llevar.
EL PROFESOR — Sí, María, sí. (La cubre.) Hay el peligro de
que nos detengan... Imagínese, con cuarenta ataúdes... La gente se asombrará.
¿Ysi nos preguntan qué contienen?
LA SIRVIENTA — No se preocupe tanto. Diremos que están vacíos. Por
lo demás, la gente no preguntará nada, pues ya está habituada.
EL PROFESOR — Sin embargo...
LA SIRVIENTA (saca un brazalete con tina insignia, quizá la
svástica nazi) — Tome. Si tiene miedo, póngase esto y nada tendrá que
temer. (Le coloca el brazalete.) Se trata de política.
EL PROFESOR — Gracias, mi pequeña María. Así, estoy
tranquilo. Es usted una buena muchacha, María, muy fiel.
LA SIRVIENTA — ¡Vaya! Manos a la obra, señor. ¿Está listo?
EL PROFESOR — Sí, mi pequeña María. (La SIRVIENTA y el
PROFESOR toman el cuerpo de la muchacha, uno por los hombros y el otro
por las piernas, y se dirigen hacia la puerta de la derecha.) ¡Cuidado, no le
haga daño! Salen. La escena queda vacía durante unos instantes. Se oye llamar a
la puerta de la izquierda.
Voz DE LA SIRVIENTA . — ¡Voy en seguida!
Aparece como al comienzo de la obra y se dirige a la puerta.
Vuelve a sonar la campanilla.
LA SIRVIENTA (aparte) — ¡Ésa tiene mucha prisa! (En voz alta.)
¡Paciencia! (Va a la puerta de la izquierda y la abre.) Buenos días, señorita.
¿Es usted la nueva alumna? ¿Viene para la lección? El profesor la espera. Voy a
anunciarle su llegada. ¡Bajará inmediatamente! ¡Pase, pase, señorita!
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