miércoles, 25 de septiembre de 2013

6º año: "El ahogado más hermoso del mundo"

El ahogado mÁs hermoso del mundo

         Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

         Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
         No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
         Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
         No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
         —Tiene cara de llamarse Esteban.
         Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
         —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
         Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
         Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
         Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.



6º año LA NARRATIVA LATINOAMERICANA DEL SIGLO XX

LA NARRATIVA LATINOAMERICANA DEL SIGLO XX


EL REGIONALISMO

   Las primeras décadas del siglo XX comenzaron para Latinoamérica con el auge del regionalismo, cuya vigencia se considera extendida hasta aproximadamente hasta 1940.
   La novela regionalista presenta personajes unidos a la tierra que habitan: el campesino, el indígena, por ejemplo. Los temas suelen ser problemas sociales, como el conflicto entre civilización y barbarie, la denuncia de la opresión económica, la protesta contra la situación extrema de los trabajadores. Una de las presencias más fuertes y avasallantes es la de la Naturaleza, que llega a ser más importante a veces que el hombre mismo. No hablamos aquí de la visión romántica de la naturaleza, que la presentaba bajo una óptica tranquila, armoniosa e idealizada, sino de una visión realista, que la ve cargada de posibilidades de destrucción. 
   Dentro del Regionalismo encontramos diversas modalidades narrativas. Las principales son las NOVELAS DE LA TIERRA  (que plantean la anulación del hombre bajo el peso de la naturaleza), NOVELAS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA y NOVELAS INDIGENISTAS (sobre la problemática real del indígena, sus problemas de inserción social, la lucha por la tierra, los múltiples despojamientos de que es objeto y también sus conflictos interiores y el rescate de sus mitos).

LA NUEVA NARRATIVA

   Poco a poco la narrativa regionalista va dejando paso a una forma nueva, con conciencia de ser artística. Refleja un proceso de desintegración de la realidad, que ya no es previsible y ordenada. Los ámbitos en que se ubicarán las obras son generalmente urbanos, a diferencia del Regionalismo, que tendía a mirar casi siempre hacia el mundo rural. Hay una importante presencia de elementos fantásticos, explicados o no, y una apertura a nuevos temas, ligada a un afán de experimentación que es propio de la literatura del siglo XX. Los personajes se complejizan y enriquecen interiormente, mientras que los narradores se van alejando de la omnisciencia para fundirse con el protagonista o dividirse en varios puntos de vista.
   El hecho de que estos cambios se comiencen a producir hacia 1940 no es casual; varios acontecimientos pueden contribuir a explicarlo. Al producirse la Segunda Guerra Mundial se interrumpió la llegada de material europeo a nuestro continente, con lo cual se obligó al intelectual latinoamericano a producir lo que le faltaba. Por otra parte, el fin de la Guerra Civil Española hace que vengan a instalarse aquí muchos intelectuales y artistas valiosos. También se fundan editoriales y revistas, se abren museos y bibliotecas, y se aprecia un crecimiento en el “mercado” de lectores: cada vez se alcanza un mayor nivel de alfabetización, mientras que la población se concentra en las ciudades, lo que facilita su acceso a los textos literarios.
  
EL “BOOM” DE LA NARRATIVA LATINOAMERICANA

   Se conoce con este nombre el momento de mayor auge de la narrativa de nuestro continente. Es una denominación que deriva del marketing norteamericano, indicativa del alza brusca de las ventas de un determinado producto.
   En los años sesenta la atención del mundo se concentró en Cuba y, por extensión, también en el resto de América Latina. La revolución cubana y las expectativas que ésta despertó crearon un mercado propicio, interesado en nuestra historia e identidad. Se trata de un fenómeno a la vez literario y comercial. Literario, porque aparecen obras y autores de indiscutible calidad, pero también comercial, porque las editoriales comienzan a presionar a los escritores para aumentar su productividad. Aparece el escritor “profesional”, que puede vivir de su trabajo, y al que a menudo se le hacen reportajes en revistas, indagando sobre su obra y también sobre su vida privada. Este momento de auge se considera en general terminado hacia 1972, año en que se produce la crisis de las democracias y el inicio de un período de dictaduras militares en muchos de nuestros países. 
   Entre los autores más importantes de este momento podemos citar a Julio Cortázar (argentino), Carlos Fuentes (mexicano), Gabriel García Márquez (colombiano), Mario Vargas Llosa (peruano), José Donoso (chileno), Juan Rulfo (mexicano), Juan Carlos Onetti (uruguayo) y Augusto Roa Bastos (paraguayo).
    Un tema de frecuente discusión entre ellos, nunca resuelto del todo, es el de la posición que debería adoptar el intelectual (especialmente el escritor) frente a la realidad política. Para Mario Benedetti, por ejemplo, el deber fundamental es incrementar la conciencia revolucionaria latinoamericana y quien no lo hace es cómplice y “sostenedor de los privilegios y la corrupción del sistema capitalista burgués”. Vargas Llosa y Jorge Luis Borges, en cambio, sostienen que la literatura funciona como algo autónomo, independiente de su contexto económico, político o social. Una postura distinta y singular es la de Cortázar: “la novela revolucionaria no es solamente la que tiene contenido revolucionario, sino la que busca revolucionar la novela misma”.
  
CONCEPTO DE REALISMO MÁGICO

   Se ha dicho que en nuestra literatura conviven una cosmovisión realista y otra fantástica, como parte de un conjunto de opuestos que constituyen la narrativa latinoamericana.
   El realismo mágico recibe influencias de las literaturas de vanguardia, especialmente del surrealismo, que cuestiona el concepto tradicional de realidad. Se caracteriza por la combinación de lo realista y lo fantástico, la transformación de lo real en irreal, la deformación de los conceptos de tiempo y espacio. Lo maravilloso americano surge de una inesperada alteración de la realidad, que permite observar las cosas desde ángulos insospechados.
   Alejo Carpentier: “Europa busca lo maravilloso. América lo tiene”. "Aquí (en América) lo insólito es cotidiano, siempre fue cotidiano".
   García Márquez: “La América Latina es así. Totalmente fantástica, aún en la vida corriente. Es el continente de la imaginación extravagante, del delirio, de la soledad quimérica y alucinante. Mis personajes son verdaderos en la medida en que reflejan esta realidad fantástica”. “Vivimos en un continente donde la vida cotidiana está hecha de realidades y mitos, y nosotros nacemos y vivimos en un mundo de realidades fantásticas”.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: SU OBRA

   “Las novelas son como los sueños. Como los sueños, están construidas con fragmentos de la realidad, pero que terminan por construir una realidad, nueva y distinta. Así es que son mis novelas. Son experiencias elaboradas y personajes armados con pedazos de unos y otros, de seres que uno ha conocido. Lo mismo los hechos y los ambientes” (Gabriel García Márquez)
    Crea un mundo narrativo en el que fácilmente pasamos de lo real a lo fantástico, donde la violencia es el contexto permanente en el que se desarrollan las frustradas y solitarias vidas de sus personajes. Su obra ha sido vista por algunos críticos como una metáfora de la condición humana; otros destacan como elemento fundamental el intento de explorar la situación latinoamericana. Refleja de modo espontáneo sus orígenes y las obsesiones colectivas. Capta las inquietudes culturales americanas, fascinado por los espectros del pasado. Se ha dicho que el ser periodista en Colombia, Venezuela, Europa y los Estados Unidos fue para él un saludable ejercicio diario y una preocupación por el arte narrativo. Allí se disciplinó y aprendió a combinar la objetividad del reportero con los hallazgos imaginativos del creador. Este escritor reúne lo mejor de la novela del siglo XIX (equilibrio entre la biografía individual del personaje y la crónica social de su época)  y de la novela contemporánea (la voluntad de elaborar el monólogo interior y de explorar el universo de los sueños).
EL ESTILO
   Se destaca su extrema concisión, quizá herencia de su labor como periodista o influencia de los narradores norteamericanos. Jamás descuida el lenguaje: el giro breve, la sola enunciación de las cosas aludidas, la exactitud, la sobriedad descriptiva, la ausencia de adornos, configuran su pureza de estilo así como su lenguaje limpio y preciso. “Yo sigo pensando que el problema de la literatura es un problema de comunicación con el lector, y creo que la forma sencilla y sobria no solo es la más eficaz sino la más difícil”.
UNIDAD
   La mayoría de sus obras presenta personajes que se repiten, aparecen y reaparecen: situaciones similares, ámbitos iguales, la misma lluvia, el mismo calor. Hay numerosos elementos recurrentes que son como un puente entre una novela y otra. Esto le da al conjunto un aire de “saga”, de unidad.
EL ESPACIO
   Siempre nos remite al trópico. El calor y la lluvia son recurrentes. El calor, húmedo y viscoso o sofocante y reseco, ocupa en sus cuentos el sitio de un elemento omnipresente. Hay un “desencantamiento consciente del trópico”. Privado de sus exuberancias vegetales y riquezas cromáticas, el mundo tropical revela una aridez, una pobreza, una trivialidad incolora, polvorienta e insoportable.
   Salvo excepciones, sus obras se ubican en Macondo o en “el pueblo” innominado. Macondo es un lugar de intenso calor, cenagoso,  lleno de historias fantásticas, magia, leyendas. Sus habitantes viven en la soledad y el aburrimiento, alimentando viejos odios. Parece detenido en el tiempo. “El pueblo” parece más real que Macondo. Los pobladores, frustrados y solitarios, viven dominados por el rencor, la desconfianza, las murmuraciones, en un agobiante clima de opresión.
LOS PERSONAJES
   Tienen todos como característica común la soledad, que llevan hasta la muerte. Son pobres y viven en condiciones sociales difíciles. Lo nuevo está en la forma de evocar, sin retoques, una terrible miseria. García Márquez pretende entender el por qué del destino de sus pequeños personajes pueblerinos, encontrar la clave que explique sus vidas. Por lo general, sus personajes femeninos son fuertes, sólidos, más adaptados a la realidad que los hombres. En cambio, sus personajes varones son soñadores, propensos a la ilusión vana, débiles y caprichosos, aunque a veces sean capaces de un acto de grandeza. Encuentran en las figuras femeninas refugio y consuelo, estableciéndose un vínculo de dependencia afectiva.
LA VIOLENCIA
   Aparece siempre y de diferentes formas, como reflejo de la que ha vivido y vive Colombia. Se da en relación con la opresión política, y aparece integrado a la vida de los personajes, sin que ellos lo adviertan. Pocas veces aparecen escenas de violencia desatada: por lo general es una presencia agazapada. Los relatos transcurren en las treguas, donde la violencia surge como cicatriz del pasado.