sábado, 14 de marzo de 2015

CERP: Literatura Uruguaya, 1: Programa y bibliografía de la Unidad 1

LITERATURA URUGUAYA, 1
Programa del curso:
1) Petrona Rosende: información sobre su vida y obra; análisis de “Elegía”, “La Cotorra y los Patos” y “A los que hacéis versos por todo”
2) Bartolomé Hidalgo: la poesía gauchesca; concepto de diálogos y cielitos, inflexiones rurales en su lenguaje. Análisis de “Nuevo diálogo patriótico…”
3) Isidoro de María: las crónicas como forma privilegiada de la prosa uruguaya del siglo XIX. Análisis de dos de ellas.
4) Juan Zorrilla de San Martín: el Romanticismo en el Río de la Plata. Análisis de “Tabaré”.
5) Eduardo Acevedo Díaz: el realismo y naturalismo en nuestras letras, concepto de novela histórica y análisis de “El combate de la tapera”.
6) Literatura uruguaya en la frontera intercultural: Conde de Lautréamont, análisis de “Los cantos de Maldoror”.
7) Generación del 900, Modernismo y Modernidad.
a. Rodó: “Ariel”
b. Quiroga: “El hijo”
c. Mª Eugenia Vaz Ferreira: “Barcarola de un escéptico”, entre otros poemas.
d. F. Sánchez: “Barranca abajo”.

6º año: VOLTAIRE: "CÁNDIDO" CAP. 1 e información de época.

Voltaire: CÁNDIDO    
Capítulo I: De cómo Cándido fue criado en un hermoso castillo y de cómo fue arrojado de allí
Vivía en Westfalia, en el castillo del señor barón de Thunder-ten-tronckh, un mancebo a quien la naturaleza había dotado de la índole más apacible. Su fisonomía anunciaba su alma; tenía juicio bastante recto y espíritu muy simple; por eso, creo, lo llamaban Cándido1. Los antiguos criados de la casa sospechaban que era hijo de la hermana del señor barón y de un bondadoso y honrado hidalgo de la vecindad, con quien jamás consintió en casarse la doncella porque él no podía probar arriba de setenta y un cuarteles2, debido a que la injuria de los tiempos había acabado con el resto de su árbol genealógico.
Era el señor barón uno de los caballeros más poderosos de Westfalia, pues su castillo tenía puerta y ventanas; en la sala principal hasta había una colgadura. Los perros del corral componían una jauría cuando era menester; sus palafreneros eran sus picadores, y el vicario de la aldea, su primer capellán; todos lo trataban de "monseñor", todos se echaban a reír cuando decía algún chiste.
La señora baronesa, que pesaba unas trescientas cincuenta libras, se había granjeado por ello gran consideración, y recibía las visitas con tal dignidad que la hacía aún más respetable. Su hija Cunegunda, doncella de diecisiete años, era rubicunda, fresca, rolliza, apetitosa. El hijo del barón era en todo digno de su padre. El preceptor Pangloss era el oráculo de la casa, y el pequeño Cándido escuchaba sus lecciones con la docilidad propia de su edad y su carácter.
Pangloss enseñaba metafísico-teólogo-cosmólogo-nigología. Probaba admirablemente que no hay efecto sin causa, y que, en el mejor de los mundos posibles, el castillo de monseñor el barón era el más hermoso de los castillos, y que la señora baronesa era la mejor de las baronesas posibles.
Demostrado está, decía Pangloss, que no pueden ser las cosas de otro modo, porque habiéndose hecho todo con un fin, éste no puede menos de ser el mejor de los fines. Nótese que las narices se hicieron para llevar anteojos; por eso nos ponemos anteojos; las piernas notoriamente para las calzas, y usamos calzas; las piedras para ser talladas y hacer castillos; por eso su señoría tiene un hermoso castillo: el barón principal de la provincia ha de estar mejor aposentado que ninguno; y como los marranos nacieron para que se los coman, todo el año comemos tocino: en consecuencia, los que afirmaron que todo está bien, han dicho una tontería; debieron decir que nada puede estar mejor.
Cándido escuchaba atentamente y creía inocentemente, porque la señorita Cunegunda le parecía muy hermosa, aunque nunca se había atrevido a decírselo. Deducía que después de la felicidad de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla cada día; y el cuarto, oír al maestro Pangloss, el filósofo más ilustre de la provincia, y, por consiguiente, de todo el orbe.
Cunegunda, paseándose un día por los alrededores del castillo, vio entre las matas, en un tallar que llamaban el parque, al doctor Pangloss que daba una lección de física experimental a la doncella de su madre, morenita muy graciosa y muy dócil. Como la señorita Cunegunda tenía gran disposición para las ciencias, observó sin pestañear las reiteradas experiencias de que era testigo; vio con claridad la razón suficiente del doctor, sus efectos y sus causas, y regresó agitada, pensativa, deseosa de aprender, figurándose que bien podría ser ella la razón suficiente de Cándido, quien podría también ser la suya.
Encontró a Cándido de vuelta al castillo, y enrojeció; Cándido también enrojeció. Lo saludó Cunegunda con voz trémula, y contestó Cándido sin saber lo que decía. Al día siguiente, después de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió; ella le tomó inocentemente la mano y el joven besó inocentemente la mano de la señorita con singular vivacidad, sensibilidad y gracia; sus bocas se encontraron, sus ojos se inflamaron, sus rodillas temblaron, sus manos se extraviaron. En esto estaban cuando acertó a pasar junto al biombo el señor barón de Thunder-ten-tronckh, y reparando en tal causa y tal efecto, echó a Cándido del castillo a patadas en el trasero. Cunegunda se desvaneció; cuando volvió en sí, la señora baronesa le dio de bofetadas; y todo fue consternación en el más hermoso y agradable de los castillos posibles.

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EL SIGLO DE LAS LUCES (Prof. Mariela Rodríguez, Literatura)

El siglo XVIII también es conocido como la Ilustración, el Siglo de las Luces o el Siglo Filosófico. Se busca el saber en distintas disciplinas (ciencias naturales, historia, derecho, etc.) utilizando como instrumento la razón, con base en hechos reales, concretos. Veamos algunas de sus principales características.

OPTIMISMO

Se cree en el progreso indefinido de la humanidad. El intelectual era visto como el conductor espiritual de los pueblos.

LA ENCICLOPEDIA

El “Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios” (o Enciclopedia) fue una obra del siglo XVIII que intentó abarcar todos los aspectos del saber humano de la época. El plan y la dirección general estaban en manos de Diderot, y en ella colaboraron los más grandes pensadores del siglo, entre ellos Voltaire. Sus objetivos eran transmitir conocimientos y a la vez cambiar la manera habitual de pensar de las personas. Tuvo gran influencia en la Revolución Francesa.

CRÍTICAS A LA RELIGIÓN

Muchos autores atacan la irracionalidad de los dogmas religiosos, la supuesta ignorancia que favorecen, la sumisión ante las injusticias que pregonan, la hipocresía de los sacerdotes, el negocio en que muchos han convertido su misión, la sujeción a autoridades arbitrarias, el engaño de los rituales y especialmente las guerras sangrientas que han desencadenado.

Una postura frecuente es el “Deísmo”, que implica la creencia en un dios a través de un culto íntimo, sin rituales ni intermediarios.

CONCEPCIÓN POLÍTICA, SOCIAL Y ECONÓMICA

El siglo XVIII hace de la libertad una ideología. Toma como ejemplo el régimen parlamentario de Inglaterra y su respeto a los derechos de los ciudadanos. Proponen el “despotismo ilustrado”, una monarquía gobernada por la Razón y los filósofos, y un Derecho natural, un orden social justo y armónico en el que hay que apoyarse para redactar las leyes

La prosperidad del Estado no se basa en la cantidad de metales preciosos que posea (tesis mercantilista) sino en el trabajo de sus habitantes, el relativo a la naturaleza (agricultura, ganadería, pesca, minería) y no tanto al comercio. Que el Estado no intervenga. La postura es “dejad hacer, dejad pasar; el mundo camina solo”. Esta es una libertad que resulta de fundamental importancia para la burguesía enriquecida del siglo XVIII.

VIDA SOCIAL

Se centraba en París. La nobleza de la corte se ve reemplazada por la burguesía ascendente, productiva. Los centros de reunión son salones, cafés y clubes. Los salones, generalmente recepciones en casa de alguna dama distinguida, son sitios donde reina la conversación brillante, el juego de ingenio, la galantería, el refinamiento.

LA LITERATURA DEL SIGLO VXIII

En POESÍA hay influencia de algunos prerrománticos ingleses, con un culto de la pasión acompañado del deseo de unión con la naturaleza, algo de poesía didáctica (con intención de enseñanza), y satírica (de crítica humorística). Suele ser artificial y fría, con temas morales, filosóficos y aun científicos. En PROSA se desarrollan las ideas (en ensayos y discursos), la prosa científica (en la Enciclopedia) y polémica (en el periodismo). De los novelas destacamos la filosófica (como “Cándido”), la epistolar (en base a cartas ficticias) y confesional (armada en base a supuestos diarios íntimos). En TEATRO es importante la tragedia y también hay un gran progreso de las comedias que buscan la expresión de ideas más o menos osadas, a veces prohibidas por la autoridad.




VOLTAIRE (1694- 1778) cultivó todos los géneros literarios. Inventó el cuento filosófico y en su obra hay poesías de temas variados, poemas épicos y dramáticos, ensayos, obras históricas y filosóficas, panfletos y una vasta correspondencia de la que se conservan unas diez mil cartas. Sus tragedias y poemas no perduraron en el tiempo, quizá por ser demasiado apegados a un concepto rígido del arte o porque la suya era una literatura comprometida, al servicio de una idea.



5º año: Prólogo y Episodio 1 de "Edipo Rey". Información general.

EDIPO REY     PRÓLOGO

(Ante el palacio de Edipo se presenta el Sacerdote y un Coro mudo de ancianos)

EDIPO: Mis hijos, generación nacida de aquel antiguo Cadmo, ¿por qué en mi presencia os sentáis en los altares con ramos de suplicantes? La ciudad está al tiempo inundada de perfumes, de cantos de peanes, de lamentos; no quiero oír por otros mensajeros que vosotros qué significa esto; por eso estoy aquí yo, a quien todos llaman el glorioso Edipo. Mas ea, anciano, explícate, pues por tu edad debes hablar antes que estos: ¿por qué estáis aquí? ¿Por miedo o a implorar? ¡Habla, sabiendo que yo quiero ayudaros en todo, porque sería insensible si no me apiadara de una súplica cual esta!
SACERDOTE: Pues bien, Edipo, rey de mi patria, ves de qué edades tan dispares somos los que estamos sentados en tus altares: unos no tienen fuerza para un largo vuelo; otros somos sacerdotes ya torpes por la edad –yo lo soy de Zeus- ; estos otros so n los mejores de los jóvenes y la restante multitud está sentada a las plazas con sus ramos de suplicantes, tanto junto a ambos templos de la diosa Palas como junto al altar de Apolo a orillas del Ismeno, altar de cenizas augurales. Que la ciudad, como tú mismo ves, sufre el embate de un fuerte temporal y no puede levantar su cabeza del fondo de sus olas de sangre. Perece en los frutos abortados de la tierra, perece en los partos sin hijos de las mujeres; y además, el dios que lleva el fuego, la peste odiosa, azota impetuoso a la ciudad y el negro Hades atesora lamentos y gemidos. No es por creerte igual a los dioses por lo que yo y estos jóvenes estamos sentados junto a los altares, pero sí el primero de los hombres en los azares de la vida y en la conciliación de los seres celestiales, pues que viniste a la ciudad de Tebas y nos libraste del tributo que pagábamos a la dura cantora, y esto sin habernos oído nada más que los otros ni haber sido instruido en el secreto, sino que con la ayuda de un dios dice y cree que ha enderezado nuestra vida. Pues bien, también ahora, ¡oh, Edipo, glorioso más que nadie a los ojos de todos!, todos los suplicantes te imploramos que nos encuentres una ayuda, ya sea que hayas oído una voz enviada por alguno de los dioses, ya que algo sepas por noticia de los hombres. Yo sé que los consejos de los hombres expertos obtienen mejor éxito. Ea, ¿oh, el mejor de los mortales!, haz erguirse de nuevo a esta ciudad; cuídate de tu fama: porque esta tierra te llama ahora su libertador por tu celo de antaño; y haz que jamás nos acordemos de tu reinado como de un tiempo en que nos pusimos de pie y luego caímos: ¡pon en pie a esta ciudad dejándola segura! En aquella ocasión nos diste la salud con un agüero favorable: ¡sé igual ahora con nosotros! Que si ahora has de reinar de esta tierra de la que ahora eres señor , más bello es serlo estando poblada que desierta pues nada es ni una ciudad desierta ni una nave sin los hombres que la ocupan.
EDIPO: ¡Oh, hijos doloridos! Me es conocido y no desconocido aquello que buscáis; porque bien sé que sufrís todos y, sufriendo, no hay ninguno que sufra igual que yo. Vuestro dolor os llega a cada uno de por sí y a nadie más; pero mi alma llora por la ciudad, por mí y por ti a la vez. Por ello, no me habéis despertado de mi sueño; estad seguros de que he vertido muchas lágrimas y he recorrido muchos caminos en mi mente. Y el único remedio que he encontrado  después de mirar mucho, ese le he puesto: he enviado a Creonte, mi cuñado, al templo de Apolo Pítico, a que inquiera qué he de hacer o decir para salvar a esta ciudad. Al calcular el tiempo transcurrido, estoy inquieto por lo que pueda hacer, pues tarda más  del tiempo
 necesario, fuera de toda previsión. Mas cuando llegue seré yo un hombre vil si no hago todo cuanto revele el dios.
SACERDOTE: En momento oportuno lo dijiste, pues estos me señalan a Creonte que llega.
EDIPO: ¡Señor Apolo, si viniera con una noticia salvadora al igual que sus ojos resplandecen! 
SACERDOTE: A lo que se ve, viene con buenas nuevas; en otro caso no vendría así, con una corona de laurel.
EDIPO : Lo hemos de saber pronto; está a distancia para poder oír. Cuñado, hijo de Meneceo, ¿qué respuesta del dios vienes trayendo?
CREONTE: Buena; pues hasta las desdichas, si tienen un buen fin, se trocan en venturas.
EDIPO: ¿Mas cuál es la respuesta? Pues por lo que hasta ahora has dicho no estoy ni confiado ni con miedo.
CREONTE: Si deseas oírla estando éstos delante, estoy dispuesto a hablar; e igual si quieres entrar dentro.
EDIPO: Habla ante todos: pues es por ellos más que por mí mismo por quiénes tengo el duelo. 
CREONTE: Voy a decir lo que escuché del dios. El rey Febo nos ha ordenado claramente expulsar del país a la impureza que, según dice, ha arraigado en él y a no dejarla que prospere incurable
EDIPO: ¿Con qué rito? ¿Nuestra desgracia, en qué consiste?
CREONTE: Desterrando al culpable o vengando la muerte con la muerte, porque esta sangre es la que leva el temporal a la ciudad.
EDIPO: ¿Y a la muerte de qué hombre se refiere?
CREONTE: Era en tiempos, señor, Layo el rey de esta tierra, antes de gobernar tú esta ciudad.
EDIPO: Lo sé de oídas; porque jamás le he visto.
CREONTE: Ahora nos manda castigar a los culpables de su muerte.
EDIPO: ¿Y dónde están? ¿Dónde se encontrará esta oscura huella de una antigua culpa?
CREONTE: Dijo que aquí. Lo que se busca es posible encontrarlo: en cambio, aquello de que nadie se preocupa nos pasa inadvertido.
EDIPO: ¿Fue en el palacio o fue en el campo en donde Layo halló la muerte? ¿O fue en tierra extranjera?
CREONTE: Marcho a visitar Delfos, según dijo, y ya no volvió a casa una vez que partió.
EDIPO: ¿Y no lo vio algún caminante, alguien que, de enterarnos de ello, nos hubiera ayudado?
CREONTE: Han muerto, salvo uno, que huyó lleno de miedo y, fuera de una cosa, nada pudo decir a ciencia cierta de lo que vio.
EDIPO: ¿Qué cosa? Pues una sola cosa podría ser el camino para enterarnos de otras muchas si halláramos un breve comienzo de esperanza.
CREONTE: Dijo que unos bandidos, saliéndole al encuentro, lo mataron, no un hombre solo, sino una multitud.
EDIPO: ¿Y cómo el bandolero, si no se tramó algo desde aquí con ayuda de dinero, habría llegado a tanta audacia?
CREONTE: En esto se pensó; pero después que murió Layo, no hubo, en nuestro infortunio, nadie para salir en su defensa.
EDIPO: ¿Y cuál fue ese infortunio que estorbó, cuando el trono cayó de esta manera, que ello se descubriera?
CREONTE: La esfinge, la cantora de enigmas, nos forzaba a cuidarnos de lo más inmediato, dejando lo dudoso.
EDIPO: Voy a aclararlo todo desde el comienzo mismo. Febo con toda la razón, tú con razón os cuidasteis del muerto; y, como es justo, me hallaréis como aliado, defendiendo esta tierra y al dios al mismo tiempo. No es en defensa de amigos alejados, sino en la de mí mismo, como esta mancha he de limpiar. Quienquiera fuese el que a Layo dio muerte, podría quererme dar la muerte con su mano culpable. Ayudándole a él, a mí mismo me ayudo. Ea, de prisa, hijos, levantaos recogiendo esos ramos suplicantes. Que alguien reúna aquí al pueblo de Tebas, porque ningún recurso he de dejar: o seremos dichosos con la ayuda del dios, o caeremos.
SACERDOTE: Hijos míos, levantémonos, porque vinimos aquí en busca de las cosas que Edipo nos promete.  Y Febo, que ha enviado esta respuesta de su oráculo, venga cual salvador y acabe con la peste.  
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EDIPO REY     Episodio 1

EDIPO.- Suplicas. Y de lo que suplicas podrías obtener remedio y alivio en tus desgracias, si quisieras acoger mis palabras cuando las oigas y prestar servicio en esta enfermedad. Y yo diré lo que sigue, como quien no tiene nada que ver con este relato ni con este hecho. Porque yo mismo no podría seguir por mucho tiempo la pista sin tener ni un rastro. Pero, como ahora he venido a ser un ciudadano entre ciudadanos, les diré a todos ustedes, cadmeos, lo siguiente: aquel de ustedes que sepa por obra de quién murió Layo, el hijo de Lábdaco, le ordeno que me lo revele todo y, si siente temor, que aleje la acusación que pesa contra sí mismo, ya que ninguna otra pena sufrirá y saldrá sano y salvo del país. Si alguien, a su vez, conoce que el autor es otro de otra tierra, que no calle. Yo le concederé la recompensa a la que se añadirá mi gratitud. Si, por el contrario, callan y alguno temiendo por un amigo o por sí mismo trata de rechazar esta orden, lo que haré con ellos deben escucharme. Prohíbo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono, alguien acoja y dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe con él en súplicas o sacrificios a los dioses y que le permita las abluciones. Mando que todos lo expulsen, sabiendo que es una impureza para nosotros, según me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la clase de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido solemnemente que, el que a escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en compañía de otros, desventurado, consuma su miserable vida de mala manera. E impreco para que, si llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento de ello, padezca yo lo que acabo de desear para éstos. Y a ustedes les encargo que cumplan todas estas cosas por mí mismo, por el dios y por este país tan consumido en medio de esterilidad y desamparo de los dioses. Pues, aunque la acción que llevamos a cabo no hubiese sido promovida por un dios, no sería natural que ustedes la dejaran sin expiación, sino que deberían hacer averiguaciones por haber perecido un hombre excelente y, a la vez, rey. Ahora, cuando yo soy el que me encuentro con el poder que antes tuvo aquél, en posesión del lecho y de la mujer fecundada, igualmente, por los dos, y hubiéramos tenido en común el nacimiento de hijos comunes, si su descendencia no se hubiera malogrado -pero la adversidad se lanzó contra su cabeza-, por todo esto yo, como si mi padre fuera, lo defenderé y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor del asesinato para provecho del hijo de Lábdaco, descendiente de Polidoro y de su antepasado Cadmo, y del antiguo Agenor. Y pido, para los que no hagan esto, que los dioses no les hagan brotar ni cosecha alguna de la tierra ni hijos de las mujeres, sino que perezcan a causa de la desgracia en que se encuentran y aún peor que ésta. Y a ustedes, los demás Cadmeos, a quienes esto les parezca bien, que la Justicia como aliada y todos los demás dioses los asistan con buenos consejos. 
CORIFEO.- Tal como me has cogido inmerso en tu maldición, te hablaré, oh rey. Yo ni lo maté ni puedo señalar a quién lo hizo. En esta búsqueda, era propio del que nos la ha enviado, de Febo, decir quién lo ha hecho. 
EDIPO.- Con razón hablas. Pero ningún hombre podría obligar a los dioses a algo que no Sófocles, Edipo Rey quieran. 
CORIFEO.- En segundo lugar, después de eso, te podría decir lo que yo creo. 
EDIPO.- También, si hay un tercer lugar, no dejes de decirlo. 
CORO.- Sé que, más que ningún otro, el noble Tiresias ve lo mismo que el soberano Febo, y de él se podría tener un conocimiento muy exacto, si se le inquiriera, señor. 
EDIPO.- No lo he echado en descuido sin llevarlo a la práctica; pues, al decírmelo Creonte, he enviado dos mensajeros. Me extraña que no esté presente desde hace rato. 
CORIFEO.- Entonces los demás rumores son ineficaces y pasados. 
EDIPO.- ¿Cuáles son? Pues atiendo a toda clase de rumor. 
CORIFEO.- Se dijo que murió a manos de unos caminantes. 
EDIPO.- También yo lo oí. Pero nadie conoce al que lo vio. 
CORIFEO.- Si tiene un poco de miedo, no aguardará después de oír tus maldiciones. 
EDIPO.- El que no tiene temor ante los hechos tampoco tiene miedo a la palabra.  
CORIFEO.- Pero ahí está el que lo dejará al descubierto. Éstos traen ya aquí al sagrado adivino, al único de los mortales en quien la verdad es innata. 
EDIPO.- ¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser enseñado y lo que es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! Aunque no ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra ciudad. A ti te reconocemos como único defensor y salvador de ella, señor. Porque Febo, si es que no lo has oído a los mensajeros, contestó a nuestros embajadores que la única liberación de esta plaga nos llegaría si, después de averiguarlo correctamente, dábamos muerte a los asesinos de Layo o les hacíamos salir desterrados del país. Tú, sin rehusar ni el sonido de las aves ni ningún otro medio de adivinación, sálvate a ti mismo y a la ciudad y sálvame a mí, y líbranos de toda impureza originada por el muerto. Estamos en tus manos. Que un hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más bella de las tareas. 
TIRESIAS.- ¡Ay, ay! ¡Qué terrible es tener clarividencia cuando no aprovecha al que la tiene! Yo lo sabía bien, pero lo he olvidado, de lo contrario no hubiera venido aquí. 
EDIPO.- ¿Qué pasa? ¡Qué abatido te has presentado! 
TIRESIAS.- Déjame ir a casa. Más fácilmente soportaremos tú lo tuyo y yo lo mío si me haces caso. 
EDIPO.- No hablas con justicia ni con benevolencia para la ciudad que te alimentó, si la privas de tu augurio. 
TIRESIAS.- Porque veo que tus palabras no son oportunas para ti. ¡No vaya a ser que a mí me pase lo mismo...! 
EDIPO.- No te des la vuelta, ¡por los dioses!, si sabes algo, ya que te lo pedimos todos los que estamos aquí como suplicantes. 
TIRESIAS.- Todos han perdido el juicio. Yo nunca revelaré mis desgracias, por no decir las tuyas. 
EDIPO.- ¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no hablarás, sino que piensas traicionarnos y destruir a la ciudad? 
TIRESIAS.- Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí. 
EDIPO.- ¡Oh el más malvado de los malvados, pues tú llegarías a irritar, incluso, a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te vas a mostrar así de duro e inflexible? 
TIRESIAS.- Me has reprochado mi obstinación, y no ves la que igualmente hay en ti, y me censuras. 
EDIPO.- ¿Quién no se irritaría al oír razones de esta clase con las que tú estás perjudicando a nuestra ciudad? 
TIRESIAS.- Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con el silencio. 
EDIPO.- Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está por llegar. 
TIRESIAS.- No puedo hablar más. Ante esto, si quieres irrítate de la manera más violenta. 
EDIPO.- Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir, según estoy de encolerizado. Has de saber que parece que tú has ayudado a maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte con tus manos. Y si tuvieras vista, diría que, incluso, este acto hubiera sido obra de ti solo. 
TIRESIAS.- ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra. 
EDIPO.- ¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar a ella? 
TIRESIAS.- Ya lo he hecho. Pues tengo la verdad como fuerza. 
EDIPO.- ¿Por quién has sido enseñado? Pues, desde luego, de tu arte no procede. 
TIRESIAS.- Por ti, porque me impulsaste a hablar en contra de mi voluntad. 
EDIPO.- ¿Qué palabras? Dilo, de nuevo, para que aprenda mejor. 
TIRESIAS.- ¿No has escuchado antes? ¿O es que tratas de que hable? 
EDIPO.- No como para decir que me es comprensible. Dilo de nuevo. 
TIRESIAS.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando. 
EDIPO.- No dirás impunemente dos veces estos insultos. 
TIRESIAS.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más? 
EDIPO.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho. 
TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás. 
EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto? 
TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad. 
EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista. 
TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto. 
EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca. 
TIRESIAS.- No quiere el destino que tú caigas por mi causa, pues para ello se basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo. 
EDIPO.- ¿Esta invención es de Creonte o tuya? 
TIRESIAS.- Creonte no es ningún dolor para ti, sino tú mismo. 
EDIPO.- ¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier otro saber en una vida llena de encontrados intereses! ¡Cuánta envidia acecha en ustedes, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un don -sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el principio, desea expulsarme deslizándose a escondidas, tras sobornar a semejante hechicero, maquinador y charlatán engañoso, que sólo ve en las ganancias y es ciego en su arte! Porque, ¡ea!, dime, ¿en qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Cómo es que no dijiste alguna palabra que liberara a estos ciudadanos cuando estaba aquí la perra cantora? Y, ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera cualquier persona que se presentara, sino que requería arte adivinatoria que tú no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar consiguiéndolo por mi habilidad, y no por haberlo aprendido de los pájaros. A mí es a quien tú intentas echar, creyendo que estarás más cerca del trono de Creonte. Me parece que tú y el que ha urdido esto tendrán que lograr la purificación entre lamentos. Y si no te hubieses hecho valer por ser un anciano, hubieras conocido con sufrimientos qué tipo de sabiduría tienes. 
CORIFEO.- Nos parece adivinar que las palabras de éste y las tuyas, Edipo, han sido dichas a impulsos de la cólera. Pero no debemos ocuparnos en tales cosas, sino en cómo resolveremos los oráculos del dios de la mejor manera. 
TIRESIAS.- Aunque seas el rey, se me debe dar la misma oportunidad de replicarte, al menos con palabras semejantes. También yo tengo derecho a ello, ya que no vivo sometido a ti sino a Loxias, de modo que no podré ser inscrito como seguidor de Creonte, jefe de un partido. Y puesto que me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los que están en la tierra, y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que ahora ves claramente, entonces estarás en la oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus gritos!, ¡qué Citerón no los recogerá cuando te des perfecta cuenta del infausto matrimonio en el que tomaste puerto en tu propia casa después de conseguir una feliz navegación! Y no adviertes la cantidad de otros males que te igualarán a tus hijos. Después de esto, ultraja a Creonte y a mi palabra. Pues ningún mortal será aniquilado nunca de peor forma que tú. 
EDIPO.- ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¡Maldito seas! ¿No te irás cuanto antes? ¿No te irás de esta casa, volviendo por donde has venido? 
TIRESIAS.- No hubiera venido yo, si tú no me hubieras llamado. 
EDIPO.- No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso, difícilmente te hubiera hecho venir a mi palacio. 
Tiresias.- Yo soy tal cual te parezco, necio, pero para los padres que te engendraron era juicioso. 
EDIPO.- ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal me dio el ser? 
TIRESIAS.- Este día te engendrará y te destruirá. 
EDIPO.- ¡De qué modo enigmático y oscuro lo dices todo! 
TIRESIAS.- ¿Acaso no eres tú el más hábil por naturaleza para interpretarlo? 
EDIP0.- Échame en cara, precisamente, aquello en lo que me encuentras grande. 
TIRESIAS.- Esa fortuna, sin embargo, te hizo perecer. 
EDIPO.- Pero si salvo a esta ciudad, no me preocupa. 
TIRESIAS.- En ese caso me voy. Tú, niño, condúceme. 
EDIPO.- Que te lleve, sí, porque aquí, presente, eres un molesto obstáculo; y, una vez fuera, puede ser que no atormentes más. 
TIRESIAS.- Me voy, porque ya he dicho aquello para lo que vine, no porque tema tu rostro. Nunca me podrás perder. Y te digo: ese hombre que, desde hace rato, buscas con amenazas y con proclamas a causa del asesinato de Layo, está aquí. Se dice que es extranjero establecido aquí, pero después saldrá a la luz que es tebano por su linaje y no se complacerá de tal suerte. Ciego, cuando antes tenía vista, y pobre, en lugar de rico, se trasladará a tierra extraña tanteando el camino con un bastón. Será manifiesto que él mismo es, a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de la mujer de la que nació y de la misma raza, así como asesino de su padre. Entra y reflexiona sobre esto. Y si me coges en mentira, di que yo ya no tengo razón en el arte adivinatorio.  










INFORMACIÓN GENERAL DE TRAGEDIA GRIEGA   (Prof. M Rodríguez)

PERÍODO CLÁSICO GRIEGO

Se conoce como clasicismo griego al período comprendido entre los siglos V y IV a.c., época de florecimiento de las artes, de consolidación de la democracia, de desarrollo de la filosofía y la historia. Es el momento en que surgen nombres tan importantes para la civilización occidental como Sócrates, Esquilo, Sófocles, Platón, Aristóteles y Eurípides. El centro cultural durante esos dos siglos fue Atenas. El alto número de extranjeros testimonia que los pueblos helénicos concebían a Atenas como una verdadera capital de su mundo cultural.
Los atenienses tuvieron desde el siglo V hasta la conquista de Grecia por Roma un estado democrático, el primero que registra la historia. Dicho sistema es similar al que existe hoy, pero se participaba de modo directo, no eligiendo representantes, y además la ciudadanía estaba reservada para unos pocos hombres libres (los esclavos no votaban), privándose de todos los derechos a los extranjeros residentes y a las mujeres. Este sistema de gobierno se basa en la elevada educación política, el gusto por la vida pública de sus ciudadanos y su disponibilidad del tiempo (por la existencia de esclavos y la simplicidad de la vida ateniense). La distribución de la riqueza  no tendía a crear hondas diferencias sociales. Todos los ciudadanos atenienses gozaban de la igualdad y tenían los mismos derechos políticos, pero los más ricos soportaban mayores impuestos y más obligaciones militares.
La característica más sobresaliente de la vida ateniense fue su sobriedad, la falta de lujos y comodidades. La plaza pública, o “ágora”, era el sitio más frecuentado de la ciudad, por negocios, reuniones políticas o sociales. Se decía que las condiciones que hacen feliz a un hombre son, en este orden, salud, belleza, riqueza y amistad.
Sus viviendas eran modestas, de materiales ligeros, techo de tejas, de color blanco, en general sin ventanas hacia el frente y dividida en el “androceo” (parte de la casa destinada a los varones) y el “gineceo”, para las mujeres. El vestido consistía en dos prendas, una túnica y un manto, generalmente de lana. Las damas usaban a veces prendas teñidas, pero lo usual es que fueran blancos. En sus casas andaban descalzos, y cuando salían se ponían unas sandalias atadas con correas. Los banquetes mostraban también la sencillez de sus costumbres: los invitados generalmente se reclinaban en literas, y comían en mesas individuales. Terminada la comida, se discutían cuestiones intelectuales entre los presentes, mientras se bebía vino mezclado con agua. A veces la reunión se animaba con la entrada de recitadores, juglares, músicos, etc.
La situación de la mujer variaba de acuerdo a las ciudades, pero en general carecía de instrucción y su matrimonio era acordado por sus parientes. Sus ocupaciones eran las tareas domésticas y el control del trabajo de las esclavas. Desde el punto de vista legal dependía del padre, y después del marido.
En cuanto a la educación, los varones la iniciaban a los siete años, cuando pasaban a educarse bajo la dirección de un preceptor que era a menudo un esclavo culto. Las lecciones le eran dadas en establecimientos privados especiales donde aprendía a leer y escribir, y también aritmética, gramática y dibujo, así como educación física. Luego estudiaba a los poetas griegos, recibía enseñanza musical, coral y danza. A los 18 años debía servir durante dos años en el ejército, donde aparte de instrucción militar estudiaba filosofía, retórica y ciencia. Se tendía, pues, a la formación integral del individuo, atendiendo por igual a lo físico, lo espiritual y lo intelectual.


   ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA TRAGEDIA

La tragedia nació del ditirambo, canto y danza ritual  en honor a  Dionisos, dios de la vegetación. El mito dice que Semele, hija de los reyes de Tebas, es seducida por Zeus y concibe a Dionisos. Hera, al saberlo, toma la apariencia de la nodriza de la muchacha y le sugiere que ruegue a su amante que se muestre tal como se mostraba a su esposa en el Olimpo. Zeus, que había prometido concederle lo que ella pidiera, cumple, y Semele cae fulminada por el rayo divino. Zeus rescata al feto del cuerpo de su madre, lo cose a su muslo, y allí tiene lugar el final de la gestación. Por eso Dionisos significa “el nacido dos veces”. Tras muchas aventuras, el niño se salva de las iras de Hera disfrazado de cabrito y al cuidado de las ninfas. Del mito se desprende que el dios muere y renace, como la vegetación a la que representa.
El ditirambo es el canto coral ligado a Dionisos. Estaba a cargo de unos cincuenta integrantes que cantaban y bailaban entusiastamente en círculos, disfrazados de machos cabríos para recrear parte del mito. Los integrantes del coro frecuentemente bebían vino para sentirse poseídos por el dios. Había al principio un preludio que desarrollaba un tema, seguido por el coro, que le respondía.
La tragedia propiamente dicha nació alrededor del siglo IV, con Tespis, un autor de ditirambos que modificó la forma tradicional para crear algo nuevo, la introducción de un actor (año 534 a.c.). Añadió a la tragedia un recitador que no formaba parte del coro, y que respondía a las preguntas de aquel, por lo cual se le llamó “hipocrités”, que significa “el que responde”. De ahí el sentido de “hipócrita” como el que finge (un actor es quien finge ser otro). De este modo nació el diálogo, aunque de forma elemental. Según la tradición, Tespis representaba sobre carretas, en las fiestas en honor a Dionisos, y él mismo era a la vez autor, actor y empresario. Obtuvo el primer premio en un concurso trágico que tal vez el primero de Atenas, y fue mejorando los medios técnicos para producir la ficción dramática.
Poco a poco la acción dramática se fue complicando, exigiendo más personajes, hasta que Esquilo introdujo el segundo actor (deuteragonista) y Sófocles el tercero (tritagonista). Podía haber un cuarto, de ser necesario. En cuanto al coro, Esquilo lo redujo a doce integrantes, que Sófocles llevó luego a quince. Este último comenzó a utilizar telones pintados para representar el lugar en que se ubica la acción.
Aristóteles define la tragedia como la “representación de una acción memorable y perfecta, de magnitud competente, recitando cada una de las partes por sí separadamente, realizada por medio de personajes que actúan y que no por modo de narración, sino moviendo a compasión y temor, dispone a la moderación de las pasiones.”
La tragedia es imitación de la realidad, pero solo de acciones importantes, dignas de ser recordadas. Su desarrollo debe transformar al espectador, mejorarlo, haciéndole sentir una mezcla de compasión y temor por la suerte desgraciada del héroe. De este modo canaliza su piedad y su miedo hacia el personaje, sintiendo una liberación interior, una purificación espiritual. Esta transformación es conocida como “catharsis”, y acerca al hombre al ideal de sophrosine, esto es, de equilibrio, armonía y sabiduría.
La comedia es una obra dramática derivada de cantos campesinos, con un humor a menudo exagerado y grotesco, que busca divertir al espectador abundando en el tema de los vicios y debilidades humanas.
Otra forma dramática era el drama satírico, una tragedia más próxima a la primitiva, que conservó el papel de los sátiros (hombres disfrazados de cabras), la risa mezclada al llanto, y las ocurrencias subidas de tono. Era más breve que la tragedia, y tenía sólo dos actores, con un mayor uso del humor y desenlace siempre feliz.

LOS CONCURSOS DRAMÁTICOS

Las representaciones dramáticas tenían lugar en Atenas tres veces al año, en las fiestas en honor a Dionisos. Las “Dionisíacas Urbanas”, que se celebraban en primavera, eran las más importantes, y a ellas acudía gente de diversas ciudades. La fiesta duraba seis días, y se iniciaba con un anuncio de las obras y autores que se presentaban, una procesión llevando la estatua del dios Dionisos, un concurso de ditirambos y, como principal atracción, un concurso de tragedias. Los espectáculos teatrales ocupaban los últimos tres días: por la mañana se representaba una tetralogía trágica (tres tragedias y un drama satírico) y una o dos comedias después del mediodía. Los concursos eran organizados por el Estado, quien designaba al ciudadano rico que corría con los gastos de las representaciones y a los diez jueces, representantes de los diez demos de la ciudad, que elegirían al ganador. Los autores que presentaban obras eran tres, y en primera mitad del siglo V hubo también un concurso de actores. Los nombres de los poetas ganadores pasaban a formar parte de las “Didascalias”, listas de vencedores talladas en la piedra. Los premios, por lo demás, eran de carácter simbólico, como una corona de yedra.

EL TEATRO Y LAS REPRESENTACIONES

El sitio en que están los espectadores de la obra originalmente pudo ser una plaza pública o un espacio libre en las cercanías del templo de Dionisos. Más tarde se construyeron teatros de madera, y luego de piedra, sobre la falda de una colina para aprovechar la pendiente natural del terreno. El edificio teatral conservó la forma circular, derivada del ditirambo, donde la muchedumbre formaba un círculo alrededor de los bailarines. Esta edificación también se utilizaba para danzas y asambleas, con capacidad para miles de espectadores. No en vano Platón llegó a hablar de una verdadera “teatrocracia” en Atenas, ya que era un evento de notable aceptación popular.
En cuanto a su estructura, el lugar de los espectadores está dividido en gradas, sectores y pasillos. Entre éste y la escena había un espacio circular destinado al coro: la “orkestra”, con un altar a Dionisos llamado “ara” en medio. El escenario se elevaba un poco del suelo, y allí hacían su papel los actores. Tras él, una cabaña de madera o “skené” servía de vestuario. La escenografía era escasa, simples telones pintados, y tres puertas daban acceso a los actores: una al fondo (si venían del palacio) y dos a los costados (si venían del campo o de la ciudad). Dos pasajes laterales a los costados del escenario permitían el acceso y la retirada del coro: se habla de Párodos y Éxodo.
La tragedia griega posee partes dramáticas, a cargo de los actores, y partes líricas, a cargo del coro, las cuales eran cantadas, con acompañamiento musical. También la danza se integraba a la representación, como una mímica que pretendía traducir los sentimientos del alma. El medio expresivo por excelencia eran las manos, se hablaba de “danzar con las manos”. El coro hacía su entrada en filas, seguidos por un ejecutante de flauta. Durante los estásimos el coro se movía de izquierda a derecha al cantar la “estrofa”, de derecha a izquierda en la “antistrofa”, y se quedaba quieto durante el “épodo”. Los integrantes del coro, o “coreutas” son personas respetables, de carácter grave, con movimientos solemnes y majestuosos, que van comentando la obra y los personajes. Uno de ellos se destaca y habla con los actores; es el “Corifeo”.
Los actores llevaban túnicas y mantos de colores fuertes, con bordados. La túnica tenía mangas largas (lo que no era habitual) y llegaba a cubrir los pies del actor. La cintura estaba marcada muy arriba, para dar a las figuras mayor dimensión de altura y un aspecto de majestuosidad. Para esto también se usaban unos zapatos altos, los “coturnos”, con plataformas de hasta 20 cm. Los personajes secundarios no usaban estos zapatos ni las ricas vestiduras, por lo cual los protagonistas se distinguían a primera vista. Todos los actores llevaban el rostro cubierto por una máscara que traducía de manera simple el carácter de un personaje, su sexo, su condición y edad.
El público, concurría desde tempranas horas. Las mujeres podían ir a las representaciones, aunque se duda que pudieran ir a ver comedias, de tono más vulgar y grosero. El precio de la entrada era bajísimo, y era en ocasiones abonado por el mismo Estado, para ayudar a los ciudadanos más pobres a concurrir a las funciones.  

EL HÉROE TRÁGICO

No es un hombre común, es alguien que, al enfrentar a los dioses, gana una dimensión superior. Pasa de una situación feliz a una desgraciada, y su característica más saliente es que se enfrenta a su destino y busca modificarlo, sabiendo que es imposible. Para los griegos el Destino, la “Moira” es una fuerza inexorable que no pueden modificar ni los propios dioses. El héroe entonces comete un pecado de exceso, de soberbia (“Hybris”), y es castigado, aunque no siempre con la muerte: en “Edipo rey”, por ejemplo, el castigo consiste en el destierro y la ceguera voluntarios por parte del héroe, una vez que entra en posesión de la verdad con respecto a sí mismo.

ESTRUCTURA DE LA TRAGEDIA

Comienza con un Prólogo, que precede a la entrada del coro. Puede tener forma dialogada o monologada, y su finalidad es ubicar al espectador en una determinada situación: un tiempo, un lugar, una acción. El público en general ya conocía el argumento; el prólogo simplemente le informa en qué parte del mito o la leyenda se ubica. Luego viene el Párodos, que es el canto de entrada del coro, en forma de procesión. A continuación viene un Episodio, o parte dramática, donde se desarrolla la acción en el escenario. Cada obra tiene entre tres y cinco episodios y al final de cada uno hay un canto del coro, llamado Estásimo. Su texto se refiere a los sucesos presentados en los episodios, e invita a la reflexión. Episodios y Estásimos se van alternando hasta el final, en que el coro se retira, en el Éxodo.
Podemos también encontrar una estructura interna de las  obras trágicas, que comienza con una Motivación, donde se trata de lograr el interés del espectador para que se interese en la obra (generalmente coincide con el Prólogo). Luego comienza a desarrollarse el conflicto dramático, en lo que se llama Planteo. A continuación se produce un momento de intensificación del conflicto dramático, cuando se invierte la suerte del héroe: es la Peripecia. La Anagnórisis es el momento en que el héroe reconoce su derrota, lo cual es seguido por el Desenlace.


La tragedia estableció el respeto por las unidades de Acción, Tiempo y Lugar, que implicaban que la acción girara en torno a un solo tema, en un máximo de veinticuatro horas y en un mismo lugar. 

miércoles, 11 de marzo de 2015

CERP: Lit Iberoamericana, 1: programa y bibliografía de la Unidad 1

LITERATURA IBEROAMERICANA 1
Programa del curso:

Literatura precolombina
 Anónimo: Popol Vuh. Lectura y aproximación a la Introducción y la creación del mundo y del hombre.  Análisis del episodio de la doncella Ixquic.

Barroco de Indias
Sor Juana Inés de la Cruz. Análisis del poema “Hombres necios que acusáis” y de la “Respuesta a Sor Filotea”, entre otros textos.

Neoclasicismo
Alonso Carrió de la Vandera (Concolorcorvo): Lazarillo de ciegos caminantes. Análisis del primer capítulo de la primera parte (en relación con Martín Fierro).

Romanticismo
Ricardo Palma: Tradiciones peruanas. Análisis de dos cuentos.

Poesía gauchesca
José Hernández: El gaucho Martín Fierro (análisis de los cantos 1 y 7) y La vuelta de Martín Fierro (Consejos del Viejo Vizcacha).

Modernismo en la ensayística
José Martí: Análisis de “Nuestra América” y poemas V y IX de versos sencillos.

Modernismo en la lírica
Rubén Darío: Cantos de vida y esperanza. Análisis de los poemas “Sinfonía en Gris mayor”, “Nocturno” y “Lo fatal”, entre otros.

Modernismo en la narrativa
Joaquim Machado de Assis: Memorias póstumas de Blas Cubas.


Prof. Mariela Rodríguez.
Marzo de 2015



POPOL VUH

Bibliografía sugerida para su estudio

José Miguel Oviedo. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid, Alianza, 1995.

Davies, Alfred. Los enigmáticos códices mayas. Andrómeda, Bs. As., 2006.

Sodi, Demetrio. La literatura de los mayas, Joaquín Mortiz, México, 1964.

Thompson, Eric. Historia y religión de los mayas, Siglo XXI, México, 1970.

National Geographic, “Misterios de la cultura maya”, México, 2008.

Rafael Girard. Esoterismo del Popol Vuh, Stylo, México, 1948.

Rubbo de Licandro, Isobel – Antúnez, Illaney. Aproximaciones al Popol Vuh, Técnica, Montevideo, 1989.

Andrade Warner, Fernando. El Popol Vuh. Fernández editores, México, 1985.

Capítulo Universal, número 86, CEDAL, Bs. As., 1970.

Capítulo Universal, número 154, CEDAL, Bs. As., 1970

López, Carlos. Los Popol Wuj y sus epistemologías. Huntington, Abyayala.

López, Carlos: “Epigrafía del apócrifo. Revisión del juicio colonial”, en [SIC], Año 1, número 2, Montevideo, Agosto de 2011.

Cardoza y Aragón, Luis. Guatemala, las líneas de su mano.

Recinos, Adrián. “Introducción”, en Popol Vuh, FCE, México, 1952.

Galich, Manuel. “Prólogo”, en Popol Vuh, Casa de las Américas, La Habana, sin fecha.

Canseco, Manuel. “El legado de los quichés”, en Popol Vuh, Ediciones del Nuevo Mundo, Montevideo, 1987.

Portilla, Miguel León: La visión de los vencidos. México, UNAM, 1997.

 Portilla, Miguel León: Historia y cultura en el México prehispánico. México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1990.


Lienhard, Martín. La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-social de la América Latina (1492-1988). La Habana. Casa de las Américas, 1989.