miércoles, 30 de mayo de 2018

Los ojos verdes (de Gustavo A. Bécquer)




LOS OJOS VERDES 

Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma.
Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tal cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día.
I
—Herido va el ciervo..., herido va... no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... En cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero, ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundid a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los Alamos y si la salva antes de morir podemos darlo por perdido?
Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros, se dirigió al punto que Iñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalara como el más a propósito para cortarle el paso a la res.
Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que conducía a la fuente.
—¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! —gritó Iñigo entonces—. Estaba de Dios que había de marcharse.
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles dejaron refunfuñando la pista a la voz de los cazadores.
En aquel momento, se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
—¿Qué haces? —exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos—. ¿Qué haces, imbécil? Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque. ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos?
—Señor —murmuró Iñigo entre dientes—, es imposible pasar de este punto.
—¡Imposible! ¿Y por qué?
—Porque esa trocha —prosiguió el montero— conduce a la fuente de los Alamos: la fuente de los Alamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res, habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esta fuente misteriosa, pieza perdida.
—¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos desde aquí; las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame..., déjame; suelta esa brida o te revuelvo en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus, Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.
Caballo y jinete partieron como un huracán. Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecían inmóviles y consternados.
El montero exclamó al fin:
—Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerlo. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí en adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo.
II
—Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Alamos, en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en valde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren?
Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con un cuchillo de monte.
Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó, dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras:
—Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado, por acaso, una mujer que vive entre sus rocas?
—¡Una mujer! —exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito.
—Sí —dijo el joven—, es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero ya no es posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura que, al parecer, sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede dame razón de ella.
El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarse junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos... Este, después de coordinar sus ideas, prosiguió así:
—Desde el día en que, a pesar de sus funestas predicciones, llegué a la fuente de los Alamos, y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de soledad.
Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae, resbalándose gota a gota, por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes y, susurrando, susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno a las flores, se alejan por entre las arenas y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, saltan, y huyen, y corren, unas veces, con risas; otras, con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa, Para estancarse en una balsa profunda cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.
Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.
Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una mujer.
Tal vez sería un rayo de sol que serpenteó fugitivo entre su espuma; tal vez sería una de esas flores que flotan entre las algas de su seno y cuyos cálices parecen esmeraldas...; no sé; yo creí ver una mirada que se clavó en la mía, una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos. En su busca fui un día y otro a aquel sitio.
Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño...; pero no, es verdad; le he hablado ya muchas veces como te hablo a ti ahora...; una tarde encontré sentada en mi puesto, vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto..., sí, porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente, unos ojos de un color imposible, unos ojos...
—¡Verdes! —exclamó Iñigo con un acento de profundo terror e incorporándose de un golpe en su asiento.
Fernando lo miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:
—¿La conoces?
—¡Oh, no! —dijo el montero—. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta estos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro por lo que más améis en la tierra a no volver a la fuente de los álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.
—¡Por lo que más amo! —murmuró el joven con una triste sonrisa.
—Sí —prosiguió el anciano—; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el Cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor, que os ha visto nacer.
—¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida y todo el cariño que pueden atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Mira cómo podré dejar yo de buscarlos!
Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío:
—¡Cúmplase la voluntad del Cielo!
III
—¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre.
El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.
Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba, temblando, el primogénito Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.
Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.
Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.
—¡No me respondes! —exclamó Fernando al ver burlada su esperanza—. ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!... Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer...
—O un demonio... ¿Y si lo fuese?
El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor:
—Si lo fueses.:, te amaría..., te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más de ella.
—Fernando —dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música—, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente: hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi caso extraño y misterioso.
Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca.
La mujer de los ojos verdes prosiguió así:
—¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales..., y yo..., yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven..., ven.
La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven, ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un beso...
Fernando dio un paso hacía ella..., otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre.
Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

domingo, 13 de mayo de 2018

Información sobre romances

ROMANCES: información general   

ORIGEN
La palabra “romance” deriva de “Roma” y designa al conjunto de lenguas derivadas del latín (castellano, francés, portugués, italiano y rumano). A partir del siglo XIV la palabra también refiere a cierto tipo de poemas. 
Los romances se consideran derivados de otros, llamados “cantares de gesta”, que eran extensos, fundamentalmente históricos y épicos, compuestos entre los siglos XII y XIII. El “Cantar del mío Cid” es considerado la primera obra importante que se conserva de la literatura española. 
Los cantares de gesta eran recitados por los juglares, profesionales del canto que recorrían los pueblos para brindar a su público tanto entretenimiento como información de sucesos recientes. Se cree que, con el paso del tiempo, el público fue memorizando los fragmentos preferidos del cantar, eliminando elementos narrativos que no eran esenciales. Pedirían al juglar que se detuviera y repitiera, especialmente, tal o cual parte. Con el tiempo los poetas empezaron a componer especialmente textos breves, siguiendo el gusto del público, por imitación de los cantares de gesta. Así surgen los “romances”.

DEFINICIÓN POÉTICA: Un romance es un breve poema de carácter épico-lírico, destinado al canto con acompañamiento de algún instrumento musical. El carácter épico está dado por lo narrativo: se cuentan sucesos. A la vez son líricos, porque aparecen los sentimientos y emociones del autor frente a esos hechos.
DEFINICIÓN FORMAL: Los romances son series indefinidas de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares. No están divididos en estrofas, aunque las pausas se dan generalmente en los versos que riman. Quizá esto derive de los versos de los cantares de gesta, que eran de dieciséis sílabas. 

CARACTERÍSTICAS
Se llama “Romancero” al conjunto de los romances conocidos. Constituyen el auténtico folklore español, la obra anónima y colectiva de los poetas populares en los siglos XIV, XV y XVI.  Los romances aparecen al final de la Edad Media y revitalizan los asuntos y personajes de los siglos pasados; el carácter medieval aparece en el hecho de ser anónimos, obra colectiva y popular. También muestran una adhesión a los asuntos terrenales que es propia del Renacimiento, que apareció en España tardíamente con respecto al país en que se originó (Italia).
Los romances son ANÓNIMOS, no porque se haya olvidado el nombre del autor, sino porque son una CREACIÓN COLECTIVA. Hubo un autor inicial para el poema, pero luego cada juglar que lo cantó, cada persona que lo fue transmitiendo oralmente a otra, pudo modificarlo un poco. Se olvidaron fragmentos, se le agregaron versos o se cambiaron palabras. Por ejemplo, un romance que comienza “Mira Nero de Tarpeya / a Roma como se ardía” (aludiendo a la contemplación del incendio que destruyó a Roma, por parte de Nerón, desde la roca Tarpeya) se convirtió en “Marinero de Tarpeya…”. Es decir, que los romances son de todos y no son de nadie, son poesía abierta y dinámica. En muchos casos se conservan varias versiones de un mismo romance. Por regla general, la más nueva es la más breve, porque lo más común es que el paso del tiempo los fue acortando, rescatando lo esencial, lo más intenso.
Los romances fueron de TRANSMISIÓN ORAL hasta mediados del siglo XVI. Allí, tal vez como consecuencia de la difusión de la imprenta, aparecen los primeros romanceros, o recopilaciones de romances, como el “Cancionero de romances” de Martín de Nuncio, en 1550, o el “Romancero”, de Lorenzo de Sepúlveda, en 1551. Eran librillos de muy bajo precio, lo que favoreció su divulgación. Fueron despreciados al principio por los nobles, quienes hablaban de “poetas ínfimos”, “aquellos que sin ningún orden, regla ni cuenta fazen estos romances e cantares que las gentes de baja e servil condición se alegran”. 
Otra característica es el FRAGMENTARISMO: los romances destacan sólo una situación, sin dar preliminares, ni detalles, ni desenlace. Se suprime todo lo que no es esencial. Se habla de un COMIENZO ABRUPTO, o “in media res” (frase latina que quiere decir “en medio de los hechos”), ya que no hay introducción, no se dan nombres, fechas ni lugares concretos. En general terminan con un FINAL TRUNCO, interrumpiendo el texto en un momento de tensión, como para que el lector lo termine con su imaginación.
Son frecuentes las REITERACIONES, sea de palabras o de frases, que procuran un aumento de la fuerza del romance, a la vez que le dan musicalidad. Un ejemplo es el comienzo del Romance del prisionero: “Que por mayo, era por mayo”.
También abundan los DIÁLOGOS. Hay alternancia de voces, a veces con breves frases introductorias (“Allí habló el Infante Arnaldos”). 
Se utilizan recursos de ACTUALIZACIÓN del discurso, los hechos que son del pasado (para el narrador) se muestran como presente (para el lector). Esto se logra con el uso de adverbios de tiempo (como “ya”), o con cambios en los tiempos verbales.
   Muchas veces se da el USO DE DIMINUTIVOS, para intensificar lo afectivo, como al hablar de un “soñito”. Aparece también el GUSTO POR LO SUNTUARIO, es decir, lo lujoso, lo fino, lo que el pueblo que escucha el romance admira, pero no posee.
Los temas de los romances son en general profanos, no religiosos. Los más frecuentes son el sentimiento amoroso, los conflictos entre un rey y sus vasallos y la caída de un príncipe. Se mantienen los mismos asuntos nacionales, revividos una y otra vez. A esto se le llama TRADICIONALISMO. A la vez, se habla de la POPULARIDAD de los romances, ya que son muy gustados por todo tipo de público.

CLASIFICACIÓN
   Podemos hablar de dos criterios principales. Según la época en que se compusieron, hablamos de ROMANCES VIEJOS (anónimos, de transmisión oral, compuestos en los siglos XIV, XV y principios del XVI) y ROMANCES NUEVOS O ARTÍSTICOS (imitación de los viejos, de transmisión escrita, con autor conocido, escritos a partir de la segunda mitad del siglo XVI).
En cuanto a sus temas, diferenciamos cuatro grupos:
a) Romances heroico-caballerescos: tienen tema español, derivado de los cantares de gesta y las leyendas caballerescas.
b) Romances noticieros: informan sobre hechos de la época, generalmente relacionados con la guerra entre moros y cristianos
c) Romances novelescos: se basan en hechos ficticios, derivan de novelas y cuentos.
d) Romances líricos: se centran en la expresión de emociones, más que en un relato.

viernes, 11 de mayo de 2018

ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE

ROMANCE DEL ENAMORADO
       Y LA MUERTE


Un sueño soñaba anoche,
Soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
Muy más que la nieve fría.
_ ¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
Ventanas y celosías.
_No soy el amor, amante:
La Muerte que Dios te envía.
_ ¡Ay, muerte tan rigurosa,
Déjame vivir un día!
_Un día no puede ser,
Una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
Más de prisa se vestía;
Ya se va para la calle
En donde su amor vivía.
_ ¡Ábreme la puerta, blanca!
¡Ábreme la puerta, niña!
_ ¿Cómo te podré yo abrir
Si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
Mi madre no está dormida.
_Si no me abres esta noche
Ya no me abrirás, querida.
La Muerte me anda buscando,
Junto a ti vida sería.
_Vete bajo la ventana
Donde labraba y cosía,
Te echaré cordón de seda
Para que subas arriba,
Y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe,
La Muerte que allí venía:
_Vamos, el enamorado,
Que la hora ya es cumplida.

Salmo 1

SALMO 1

Feliz de aquel hombre
que no anda en consejo de impíos
ni sigue la senda de los pecadores 
ni se sienta en el banco de los descreídos
sino que se complace en la ley de Yahveh,
que medita en su ley día y noche.

Él es como un árbol plantado
a orillas de un curso de agua
que da su fruto en la estación propicia
y cuyas hojas jamás se marchitan.
Todo lo que haga prosperará.

No así el impío; nada de eso.
El impío será como basura
que arrastra el viento.

El impío no podrá defenderse en el juicio
ni el pecador en la asamblea de los justos.

Porque Yahveh conoce la senda del justo
mas la senda del impío se perderá.

LITERATURA BÍBLICA

LITERATURA BÍBLICA

La Biblia es el libro sagrado de cristianos y judíos, y es una de las obras con mayor difusión e importancia en nuestra cultura. No es un libro, sino una colección de libros, una biblioteca sagrada que se ha conservado gracias al cuidado de incontables escribas y ha sido traducida a todas las lenguas conocidas. Sus libros son considerados por la tradición judeocristiana como inspirados por Dios, son religiosos porque tratan de la relación entre Dios y el hombre, y también revelados, porque contienen profecías. No es el único libro sagrado; los hare krishnas tienen el Baghavad Gita, los musulmanes el Corán, los hinduístas los Veddas y los mayas quichés el Pópol Vuh.
La Biblia puede estudiarse desde un punto de vista histórico, religioso, antropológico y literario, aunque en la mayoría de sus libros lo más importante era la creación de una obra didáctica, de interés nacional y religioso y no lo artístico, la intención literaria. En su mayor parte los textos han sido modificados, actualizados, y en muchos casos son el resultado de la fusión de escritos de autores de distintas épocas, lugares e ideas. De allí las contradicciones y las diferencias de vocabulario y de estilo que pueden encontrarse. Al escritor bíblico no le preocupa tanto la originalidad como la efectividad de su mensaje.

LOS HEBREOS

Su origen es mesopotámico; en cierto momento abandonaron sus tierras para instalarse en Egipto, donde permanecieron varios siglos. Poco a poco se fueron haciendo más numerosos, lo que hizo que el faraón los tratara como esclavos, por miedo a una rebelión. Salieron de allí siguiendo a Moisés, un hebreo rescatado del río Nilo por una princesa egipcia, en la época en que el faraón había ordenado matar a todos los bebés varones de los hebreos. Moisés fue el líder más importante del mundo hebreo; él condujo al pueblo a través del desierto hacia la tierra prometida de Canaán, una vez que escaparon de Egipto. Esa marcha duró, según la Biblia, cuarenta años, aunque los historiadores le atribuyen un tiempo mucho mayor, de varios siglos. Allí habría habido milagros, como la revelación de Dios a Moisés, y el dictado de las Tablas de la Ley.
Una vez en la tierra prometida, los hebreos se organizaron en doce tribus sin un gobierno central, lo que con el correr del tiempo derivó en una monarquía. David fue el segundo rey, su gobierno abarcó cuarenta años, llevó la capital a Jerusalén, fortificó las fronteras, construyó ciudades, se preocupó por recopilar y conservar textos sagrados, entre ellos los Salmos, de muchos de los cuales se lo considera autor.
Los babilonios tomaron Jerusalén, en el 586 A.C. Destruyeron el templo, tomaron 40.000 cautivos, encarcelaron al rey por 35 años y obligaron al pueblo a pagar altos tributos, aunque no lo esclavizaron. Algunos lograron, pasado el tiempo, volver a su tierra y recomponer su religión, pero sufrieron el rigor de diversas dominaciones: fueron conquistados por Alejandro Magno, luego por los asirios, egipcios y romanos, y allí comienzó la diáspora o dispersión del pueblo hebreo.

LA RELIGIÓN HEBREA

MONOTEÍSMO: Los primitivos hebreos practicaban la MONOLATRÍA: se adoraba a un solo dios pero se admitía la existencia de otros. Con el tiempo esto derivó en una forma de nacionalismo religioso que se llama ENOLATRÍA: el culto al dios del pueblo, identificado con los intereses de Israel. El siguiente paso es el MONOTEÍSMO, la creencia en un solo dios, que es el mismo para toda la humanidad.
ALIANZA: en el Antiguo Testamento se habla de dos alianzas entre la divinidad y el pueblo elegido, a través de dos patriarcas. En primer lugar, el pacto que realiza Yahveh con Abraham, por el cual la divinidad promete darle una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y la tierra prometida. En segundo lugar, la alianza entre Dios y Moisés, en el Monte Sinaí. Se promete a este larga descendencia y la tierra de Canaán, y se le exige el cumplimiento de una larga serie de leyes (como los Diez Mandamientos). Una tercera alianza se propone en el Nuevo Testamento, esta vez con valor universal, entre Jesús y la humanidad.
MORAL: toda la vida del pueblo hebreo estaba orientada por los principios de fidelidad a Dios; la desobediencia no puede ni pensarse. Los Diez Mandamientos son preceptos religiosos y morales. Surge la noción del pecado como delito que no sólo perjudica al individuo, sino a la comunidad toda. Incluyen la prohibición de adorar a otros dioses, honrar a los padres, no matar, no robar, no cometer adulterio, no dar falso testimonio, etc.
MESIANISMO: los profetas anuncian la llegada de un Mesías, o salvador, al que a veces se muestra como un rey invencible, poderoso, fuerte, mientras que otras aparece como una víctima, un redentor del pueblo a costa de su propio sufrimiento. A partir de la figura de Jesús se produce un quiebre en la religión hebrea, ya que no todos lo aceptan como el Mesías, lo que dio lugar a dos grandes religiones. El CRISTIANISMO admite a Jesús como el Mesías y al Nuevo Testamento como libro sagrado junto al Antiguo, pero el JUDAÍSMO continúa esperando el Mesías y solo toma como sagrado al Antiguo Testamento.

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Es el conjunto de libros que los judíos consideran sagrados y que constituyen la primera parte de las Biblias cristianas. Los hebreos le llamaban “los escritos”. Para los griegos fue “Bibliae” (plural de “biblos”, papel, libro), pero luego se fue transformando en un singular, “Biblia”. El “error” de traducir un plural por un singular tal vez se base en el deseo de destacar su unidad como libro sagrado. De igual modo, originalmente se hablaba de una Antigua y Nueva Alianza, no de un testamento. La palabra griega “diatheké” significaba testamento, pero también pacto o alianza. El “error” es importante porque en una alianza ambas partes tienen obligaciones y derechos, lo cual se pierde al hablar de un “testamento”.
El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y arameo, y el Nuevo Testamento, en su mayoría, en griego. El hebreo es una lengua simple, de sintaxis sencilla y gran flexibilidad. Se dice que por la pobreza del idioma los escritores tuvieron que recurrir frecuentemente a reiteraciones, paralelismos, comparaciones y metáforas, que son recursos literarios típicos de la Biblia. Se escribe de derecha a izquierda, sin vocales. Originalmente no existía la división de los libros en versículos y capítulos. Esto dificultó su comprensión a medida que el habla del pueblo fue cambiando y se fue olvidando la pronunciación original de las palabras. Al nombre de Dios estaba prohibido pronunciarlo, por lo cual en la Biblia sólo aparecen las consonantes YHWH, el “tetragrama sagrado”. De ahí deriva “Jehová” o “Yahveh”.
Los libros bíblicos fueron escritos en rollos de papiros o pergaminos, conservados en muy malas condiciones. Muchas copias fueron escondidas para eludir la destrucción o persecución, pero pese a ello hoy no queda un solo manuscrito original; los que se poseen han sido elaborados por los “masoretas”, sabios judíos que entre los siglos VI y X se dedicaron a la fijación del texto de la Biblia. Indicaron las vocales que faltaban, la acentuación y la puntuación, dividieron los textos en capítulos y versículos, y agregaron comentarios al margen.
  No toda la literatura hebrea está incluida en el Antiguo Testamento; para determinar qué libros forman parte de la Biblia se toma en cuenta el “canon”, regla de la Iglesia que establece el carácter sagrado o no de los libros. Los libros descartados del canon se consideran apócrifos, que significa supuesto, fingido, y son los que no están confirmados en su autenticidad por la Iglesia. Hay otros que nunca se consideraron sagrados, como los textos encontrados en una cueva del Mar Muerto, en 1947.
Los judíos solo aceptan el CANON HEBREO: 39 libros del Antiguo Testamento. En el CANON ALEJANDRINO el Antiguo Testamento tiene los 39 libros del canon hebreo más 7 libros “apócrifos”. El CANON CRISTIANO, fijado por la Iglesia Católica en el siglo XVI, incluye el Antiguo y Nuevo Testamento.


LA BIBLIA COMO TEXTO LITERARIO

Los libros del Antiguo Testamento de carácter puramente literario, como los Salmos o El Cantar de los Cantares, son muy pocos. En algunos predomina el interés filosófico o didáctico, como en los Proverbios. En otros los fragmentos poéticos suelen pasar inadvertidos porque se llega a ellos tras muchas páginas de lectura monótona y agotadora. En la poesía hebrea no había rima, si bien pueden aparecer aliteraciones u otros efectos sonoros. Lo fundamental está en el ritmo, el número de sílabas y la colocación de los acentos.
Es frecuente el uso de PARALELISMOS, relación, por similitud u oposición, de dos o más versos, en la forma o en las ideas. Hay tres tipos de paralelismo en la Biblia. El SINONÍMICO tiene versos que dicen lo mismo con distintas palabras, con una estructura sintáctica semejante. (“¡No temas, porque contigo estoy yo!/ ¡No desmayes, porque yo soy tu Dios!”). El ANTITÉTICO es aquel en que un verso expone algo y el siguiente plantea lo opuesto, como en Proverbios: “El que labra su tierra se saciará de pan/ mas el que sigue a los ociosos se hartará de pobreza”. El SINTÉTICO O DE COMPOSICIÓN es una forma compleja: cada verso va añadiendo elementos, componiendo, desarrollando la idea.
En la Biblia se llama “hablar por parábolas” o “por semejanzas” a hacerlo empleando la comparación, metáfora, parábola, alegoría y personificación. Se recurre a ellas buscando una finalidad didáctica, se busca aclarar bien lo que se expresa. Pueden añadir belleza a la expresión, pero esa no es la finalidad principal. Se toman como elementos de referencia los que son sencillos, cotidianos, conocidos por todos.

LOS SALMOS

Son los cánticos religiosos de los hebreos. No eran poemas para ser leídos sino que se cantaban en procesiones o fiestas rituales. El libro de los Salmos tiene 150 poemas, escritos a lo largo de mil años. Aparecen diversos sentimientos religiosos: el desamparo, el temor, la confianza, el amor por Dios. La tradición atribuyó a David (rey, músico y poeta) un importante número de salmos.
Clasificación según su carácter literario:
a) HIMNOS. Los de alabanza exhortan a alabar a Yahveh, los de acción de gracias son referidos a una situación dolorosa que ha sido solucionada por su dios, y los mesiánicos anuncian la grandeza futura de los hebreos y el fin de sus enemigos.
b) PLEGARIAS. En las individuales el hombre enfermo, preso, perseguido, pobre, expone su situación, proclama su inocencia: él no merece ese castigo. Termina con un ruego, que lo recuerde, salve de la muerte, castigue a los que lo angustian. En las colectivas se plantean problemas a nivel nacional: la derrota, el exilio. Se pide el castigo a los enemigos, el favor divino, el retorno a la tierra propia.
c) CANTOS DE SABIDURÍA: plantean normas morales, exaltan la ley de Yahvé y su cumplimiento, aconsejan la confianza en Dios.


EL NUEVO TESTAMENTO

Es el conjunto de libros sagrados del cristianismo que hablan de la vida y enseñanzas de Jesús. Son 27 libros: los Evangelios (vida de Jesús), los Hechos de los Apóstoles (difusión de sus ideas), las Epístolas (fundamentación de su doctrina) y el Apocalipsis (libro profético, también llamado Revelación).
Evangelio significa “buena nueva”, y es una narración de la vida de Jesús y sus enseñanzas. Son escritos en griego entre los años 40 y 100 después de Cristo. Se ubican en una provincia del Imperio Romano, Palestina. De los cuatro Evangelios admitidos como sagrados, tres son muy similares, los escritos por Mateo, Marcos y Lucas, y se les conoce como “Evangelios sinópticos”; podrían provenir de la misma tradición oral, o se basaron en un mismo documento primitivo. El Evangelio según San Juan es más metafísico y doctrinario.
El protagonista de estos libros es conocido con varios nombres en la Biblia: Jesús, Cristo, Mesías, entre otros. No dejó obra escrita pero su historicidad no se discute, ya que ha sido mencionado en numerosas obras de la época. La discusión estaría centrada en demostrar si existieron esos milagros, si era el Mesías o un simple mortal con un gran carisma personal. La Biblia lo presenta como alguien que acepta su destino trágico sin negar sus enseñanzas, su persona se plantea como modelo de conducta, ideal de justicia, bondad, pureza y sacrificio.