EDIPO REY Episodio
1
EDIPO.- Suplicas. Y de lo que suplicas podrías obtener
remedio y alivio en tus desgracias, si quisieras acoger mis palabras cuando las
oigas y prestar servicio en esta enfermedad. Y yo diré lo que sigue, como quien
no tiene nada que ver con este relato ni con este hecho. Porque yo mismo no
podría seguir por mucho tiempo la pista sin tener ni un rastro. Pero, como
ahora he venido a ser un ciudadano entre ciudadanos, les diré a todos ustedes,
cadmeos, lo siguiente: aquel de ustedes que sepa por obra de quién murió Layo,
el hijo de Lábdaco, le ordeno que me lo revele todo y, si siente temor, que
aleje la acusación que pesa contra sí mismo, ya que ninguna otra pena sufrirá y
saldrá sano y salvo del país. Si alguien, a su vez, conoce que el autor es otro
de otra tierra, que no calle. Yo le concederé la recompensa a la que se añadirá
mi gratitud. Si, por el contrario, callan y alguno temiendo por un amigo o por
sí mismo trata de rechazar esta orden, lo que haré con ellos deben escucharme.
Prohíbo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono, alguien acoja y
dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe
con él en súplicas o sacrificios a los dioses y que le permita las abluciones.
Mando que todos lo expulsen, sabiendo que es una impureza para nosotros, según
me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la clase de alianza
que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido solemnemente que,
el que a escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en compañía de otros,
desventurado, consuma su miserable vida de mala manera. E impreco para que, si
llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento de ello, padezca yo
lo que acabo de desear para éstos. Y a ustedes les encargo que cumplan todas
estas cosas por mí mismo, por el dios y por este país tan consumido en medio de
esterilidad y desamparo de los dioses. Pues, aunque la acción que llevamos a
cabo no hubiese sido promovida por un dios, no sería natural que ustedes la
dejaran sin expiación, sino que deberían hacer averiguaciones por haber
perecido un hombre excelente y, a la vez, rey. Ahora, cuando yo soy el que me
encuentro con el poder que antes tuvo aquél, en posesión del lecho y de la
mujer fecundada, igualmente, por los dos, y hubiéramos tenido en común el
nacimiento de hijos comunes, si su descendencia no se hubiera malogrado -pero
la adversidad se lanzó contra su cabeza-, por todo esto yo, como si mi padre
fuera, lo defenderé y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor
del asesinato para provecho del hijo de Lábdaco, descendiente de Polidoro y de
su antepasado Cadmo, y del antiguo Agenor. Y pido, para los que no hagan esto,
que los dioses no les hagan brotar ni cosecha alguna de la tierra ni hijos de
las mujeres, sino que perezcan a causa de la desgracia en que se encuentran y
aún peor que ésta. Y a ustedes, los demás Cadmeos, a quienes esto les parezca
bien, que la Justicia como aliada y todos los demás dioses los asistan con
buenos consejos.
CORIFEO.- Tal como me has cogido inmerso en tu maldición, te
hablaré, oh rey. Yo ni lo maté ni puedo señalar a quién lo hizo. En esta
búsqueda, era propio del que nos la ha enviado, de Febo, decir quién lo ha
hecho.
EDIPO.- Con razón hablas. Pero ningún hombre podría obligar
a los dioses a algo que no Sófocles, Edipo Rey quieran.
CORIFEO.- En segundo lugar, después de eso, te podría decir
lo que yo creo.
EDIPO.- También, si hay un tercer lugar, no dejes de
decirlo.
CORO.- Sé que, más que ningún otro, el noble Tiresias ve lo
mismo que el soberano Febo, y de él se podría tener un conocimiento muy exacto,
si se le inquiriera, señor.
EDIPO.- No lo he echado en descuido sin llevarlo a la
práctica; pues, al decírmelo Creonte, he enviado dos mensajeros. Me extraña que
no esté presente desde hace rato.
CORIFEO.- Entonces los demás rumores son ineficaces y
pasados.
EDIPO.- ¿Cuáles son? Pues atiendo a toda clase de rumor.
CORIFEO.- Se dijo que murió a manos de unos caminantes.
EDIPO.- También yo lo oí. Pero nadie conoce al que lo vio.
CORIFEO.- Si tiene un poco de miedo, no aguardará después de
oír tus maldiciones.
EDIPO.- El que no tiene temor ante los hechos tampoco tiene
miedo a la palabra.
CORIFEO.- Pero ahí está el que lo dejará al descubierto.
Éstos traen ya aquí al sagrado adivino, al único de los mortales en quien la
verdad es innata.
EDIPO.- ¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser
enseñado y lo que es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! Aunque no
ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra ciudad. A ti te
reconocemos como único defensor y salvador de ella, señor. Porque Febo, si es
que no lo has oído a los mensajeros, contestó a nuestros embajadores que la
única liberación de esta plaga nos llegaría si, después de averiguarlo
correctamente, dábamos muerte a los asesinos de Layo o les hacíamos salir
desterrados del país. Tú, sin rehusar ni el sonido de las aves ni ningún otro
medio de adivinación, sálvate a ti mismo y a la ciudad y sálvame a mí, y
líbranos de toda impureza originada por el muerto. Estamos en tus manos. Que un
hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más
bella de las tareas.
TIRESIAS.- ¡Ay, ay! ¡Qué terrible es tener clarividencia
cuando no aprovecha al que la tiene! Yo lo sabía bien, pero lo he olvidado, de
lo contrario no hubiera venido aquí.
EDIPO.- ¿Qué pasa? ¡Qué abatido te has presentado!
TIRESIAS.- Déjame ir a casa. Más fácilmente soportaremos tú
lo tuyo y yo lo mío si me haces caso.
EDIPO.- No hablas con justicia ni con benevolencia para la
ciudad que te alimentó, si la privas de tu augurio.
TIRESIAS.- Porque veo que tus palabras no son oportunas para
ti. ¡No vaya a ser que a mí me pase lo mismo...!
EDIPO.- No te des la vuelta, ¡por los dioses!, si sabes
algo, ya que te lo pedimos todos los que estamos aquí como suplicantes.
TIRESIAS.- Todos han perdido el juicio. Yo nunca revelaré
mis desgracias, por no decir las tuyas.
EDIPO.- ¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no hablarás, sino que
piensas traicionarnos y destruir a la ciudad?
TIRESIAS.- Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por
qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí.
EDIPO.- ¡Oh el más malvado de los malvados, pues tú
llegarías a irritar, incluso, a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te
vas a mostrar así de duro e inflexible?
TIRESIAS.- Me has reprochado mi obstinación, y no ves la que
igualmente hay en ti, y me censuras.
EDIPO.- ¿Quién no se irritaría al oír razones de esta clase
con las que tú estás perjudicando a nuestra ciudad?
TIRESIAS.- Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con
el silencio.
EDIPO.- Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está
por llegar.
TIRESIAS.- No puedo hablar más. Ante esto, si quieres
irrítate de la manera más violenta.
EDIPO.- Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir,
según estoy de encolerizado. Has de saber que parece que tú has ayudado a
maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte
con tus manos. Y si tuvieras vista, diría que, incluso, este acto hubiera sido
obra de ti solo.
TIRESIAS.- ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal
al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos
ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta
tierra.
EDIPO.- ¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De
qué manera crees poderte escapar a ella?
TIRESIAS.- Ya lo he hecho. Pues tengo la verdad como fuerza.
EDIPO.- ¿Por quién has sido enseñado? Pues, desde luego, de
tu arte no procede.
TIRESIAS.- Por ti, porque me impulsaste a hablar en contra
de mi voluntad.
EDIPO.- ¿Qué palabras? Dilo, de nuevo, para que aprenda
mejor.
TIRESIAS.- ¿No has escuchado antes? ¿O es que tratas de que
hable?
EDIPO.- No como para decir que me es comprensible. Dilo de
nuevo.
TIRESIAS.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca
del cual están investigando.
EDIPO.- No dirás impunemente dos veces estos insultos.
TIRESIAS.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que
te irrites aún más?
EDIPO.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy
vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te
das cuenta en qué punto de desgracia estás.
EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo
alegremente esto?
TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás
ciego de los oídos, de la mente y de la vista.
TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas
que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto.
EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí,
ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca.
TIRESIAS.- No quiere el destino que tú caigas por mi causa,
pues para ello se basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo.
EDIPO.- ¿Esta invención es de Creonte o tuya?
TIRESIAS.- Creonte no es ningún dolor para ti, sino tú
mismo.
EDIPO.- ¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier
otro saber en una vida llena de encontrados intereses! ¡Cuánta envidia acecha
en ustedes, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un don -sin
que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el principio,
desea expulsarme deslizándose a escondidas, tras sobornar a semejante hechicero,
maquinador y charlatán engañoso, que sólo ve en las ganancias y es ciego en su
arte! Porque, ¡ea!, dime, ¿en qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Cómo es que
no dijiste alguna palabra que liberara a estos ciudadanos cuando estaba aquí la
perra cantora? Y, ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera
cualquier persona que se presentara, sino que requería arte adivinatoria que tú
no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de
los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar
consiguiéndolo por mi habilidad, y no por haberlo aprendido de los pájaros. A
mí es a quien tú intentas echar, creyendo que estarás más cerca del trono de
Creonte. Me parece que tú y el que ha urdido esto tendrán que lograr la
purificación entre lamentos. Y si no te hubieses hecho valer por ser un
anciano, hubieras conocido con sufrimientos qué tipo de sabiduría tienes.
CORIFEO.- Nos parece adivinar que las palabras de éste y las
tuyas, Edipo, han sido dichas a impulsos de la cólera. Pero no debemos
ocuparnos en tales cosas, sino en cómo resolveremos los oráculos del dios de la
mejor manera.
TIRESIAS.- Aunque seas el rey, se me debe dar la misma
oportunidad de replicarte, al menos con palabras semejantes. También yo tengo
derecho a ello, ya que no vivo sometido a ti sino a Loxias, de modo que no
podré ser inscrito como seguidor de Creonte, jefe de un partido. Y puesto que
me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque tú tienes vista, no ves en
qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni con quiénes transcurre
tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso
para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los que están en la
tierra, y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre,
con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que ahora ves
claramente, entonces estarás en la oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus
gritos!, ¡qué Citerón no los recogerá cuando te des perfecta cuenta del
infausto matrimonio en el que tomaste puerto en tu propia casa después de
conseguir una feliz navegación! Y no adviertes la cantidad de otros males que
te igualarán a tus hijos. Después de esto, ultraja a Creonte y a mi palabra.
Pues ningún mortal será aniquilado nunca de peor forma que tú.
EDIPO.- ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¡Maldito
seas! ¿No te irás cuanto antes? ¿No te irás de esta casa, volviendo por donde
has venido?
TIRESIAS.- No hubiera venido yo, si tú no me hubieras
llamado.
EDIPO.- No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso,
difícilmente te hubiera hecho venir a mi palacio.
Tiresias.- Yo soy tal cual te parezco, necio, pero para los
padres que te engendraron era juicioso.
EDIPO.- ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal me dio el ser?
TIRESIAS.- Este día te engendrará y te destruirá.
EDIPO.- ¡De qué modo enigmático y oscuro lo dices todo!
TIRESIAS.- ¿Acaso no eres tú el más hábil por naturaleza
para interpretarlo?
EDIP0.- Échame en cara, precisamente, aquello en lo que me
encuentras grande.
TIRESIAS.- Esa fortuna, sin embargo, te hizo perecer.
EDIPO.- Pero si salvo a esta ciudad, no me preocupa.
TIRESIAS.- En ese caso me voy. Tú, niño, condúceme.
EDIPO.- Que te lleve, sí, porque aquí, presente, eres un
molesto obstáculo; y, una vez fuera, puede ser que no atormentes más.
TIRESIAS.- Me voy, porque ya he dicho aquello para lo que
vine, no porque tema tu rostro. Nunca me podrás perder. Y te digo: ese hombre
que, desde hace rato, buscas con amenazas y con proclamas a causa del asesinato
de Layo, está aquí. Se dice que es extranjero establecido aquí, pero después
saldrá a la luz que es tebano por su linaje y no se complacerá de tal suerte.
Ciego, cuando antes tenía vista, y pobre, en lugar de rico, se trasladará a
tierra extraña tanteando el camino con un bastón. Será manifiesto que él mismo
es, a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de la mujer
de la que nació y de la misma raza, así como asesino de su padre. Entra y
reflexiona sobre esto. Y si me coges en mentira, di que yo ya no tengo razón en
el arte adivinatorio.