jueves, 7 de marzo de 2024

8 de marzo de 2024

Hebe Uhart (Argentina, 1936-2018)


Mi nuevo amor

Tengo un amor nuevo y con él aprendí muchas cosas. Por ejemplo, los límites. Tantos años de ir a lo del psicoanalista para escucharlo repetir siempre: “Pero usted se tira a la pileta sin agua”. A mí esa frase me producía consternación, porque una pileta sin agua es de lo más triste que hay. O si no, me decía: “Hágase valer, usted tiene una imagen muy deteriorada de sí misma, usted es inteligente, es creativa”. Eso a mí me daba como un destello de valor por un momento y después me sonaba a consuelo, como cuando alguien presenta a otra persona a un tipo o una tipa impresentables y para arreglarlo dicen: “es historiador” o “viajó a Tánger”, y como yo creo que lo que siento es verdadero amor, no necesito ni ser linda ni ser creativa ni viajar a Tánger: él me quiere por lo que soy. Y no le importa si soy un poco vieja, porque es como que no registrara esas cosas: para mi asombro me quiere sin condiciones. Con él aprendí la expresión de la mirada, que vale por mil palabras: no me asusta si en sus ojos veo una pizca de odio; sé que no es hacia mí como yo suponía antes, o tal vez el análisis anterior haya hecho efecto a posteriori; de pronto uno puede tener una pizca de odio en los ojos por cosas que recuerda, motivos privados. Yo sé con él cuándo debo acercarme porque no es violento para el rechazo y así —y a eso siempre lo consideré una prueba de convivencia que alabaría el analista— podemos estar cada uno en su habitación, pensando en nuestras respectivas cosas sin necesidad de perturbar preguntando “¿qué estás haciendo?” para joderse las paciencias mutuamente. Con él me ha surgido una femineidad insospechada, porque ante su sencillez —es de hábitos regulares y desea cosas simples— he depuesto toda rivalidad o competencia. Compartimos esa cualidad neutra que posee el tiempo después de cierta edad, en que no hay días terribles ni fiestas luminosas, porque los días se enlazan en el comer, dormir, trabajar y ver un poco de televisión.


Eso sí, él televisión no mira. A la noche, para separar un día de otro, nos frotamos la frente. Los únicos problemas vendrían a ser la dieta y una sola costumbre que no me gusta, porque es muy delicado en general: sólo come carne picada y se rasca las pulgas delante de la gente.



Gioconda Belli (Nicaragua, 1948)

Esta nostalgia


Este sueño que vivo,

esta nostalgia con nombre y apellido,

este huracán encerrado tambaleando mis huesos,

lamentando su paso por mi sangre...

No puedo abandonar el tiempo y sus rincones,

el valle de mis días

está lleno de sombras innombrables,

voy a la soledad como alma en pena,

desacatada de todas las razones,

heroína de batallas perdidas,

de cántaros sin agua.

Me hundo en el cuerpo,

me desangro en las venas,

me bato contra el viento,

contra la piel que untada está a la mía.

Qué haré con mi castillo de fantasmas,

las estrellas fugaces que me cercan

mientras el sol deslumbra

y no puedo mirar más que su disco

-redondo y amarillo-

la estela de su oro lamiéndome las manos,

surcándome las noches,

desviviéndome,

haciéndome desastres...

Me entregaré a los huracanes

para pasar de lejos por esa luz ardiendo.

Estoy muriéndome de frío.




Mi amor es así...

Mi amor es así,

como este aguacero,

rebotando contra el pavimento,

pintando de verde el campo,

tapa-cielos,

tenaz,

mójalo todo,

Se me riega por dentro

y lo siento latir en la yema de los dedos

cuando quiero tocarte

y no te tengo cerca.

Como este aguacero, amor,

me vuelvo un montón de agua entre tus brazos

ando desbocada por tu cauce

me hago arroyuelo en el pelo de tu pecho.

Así como esta lluvia,

me desbordo en palabras

para contarte todos mis quehaceres,

para meterte en todos los rincones de mi día,

en todos los aleros de mis horas.

Salto desde tus brazos,

como la lluvia que se derrama de los techos

y me duele la carne de querer prolongarte

de querer florecer la semilla en mi vientre

y darte un hijo hermoso y vital

como este invierno.

Nadia Anjuman (Afganistán, 1980-2005)


No deseo abrir la boca.
¿A qué podría cantar?
A mí, a quien la vida odia,
tanto me da cantar que callar.
¿Acaso debo hablar de dulzura
cuando es tanta la amargura que siento?
Ay, el festín del opresor
me ha tapado la boca.
Sin nadie a mi lado en la vida
¿a quién dedicaré mi ternura?
Tanto me da decir, reír,
morir, existir.
Yo y mi forzada soledad,
con mi dolor y mi tristeza.
He nacido para nada,
mi boca debería estar sellada.
Ha llegado, corazón, la primavera,
el momento propicio del festejo.
Pero ¿qué puedo hacer
si un ala tengo ahora atrapada?
Así no puedo volar.
Llevo mucho tiempo en silencio
pero nunca olvidé la melodía
que no paro de susurrar.
Las canciones que brotan de mi corazón
me recuerdan que algún día
romperé la jaula.
Volando saldré de esta soledad
y cantaré con melancolía.
No soy un frágil álamo
sacudido por el viento.
Soy una mujer afgana.
Entiéndase pues mi constante queja.
Estoy enjaulada en este rincón
llena de melancolía y pena…
Mis alas están cerradas y no puedo volar…
Soy una mujer afgana y debo aullar.



Camila Sosa Villada (Argentina, 1982)


Las malas


Es profunda la noche: hiela sobre el Parque. Árboles muy antiguos, que acaban de perder sus hojas, parecen suplicar al cielo algo indescifrable pero vital para la vegetación. Un grupo de travestis hace su ronda. Van amparadas por la arboleda. Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se mueven así, como si fueran manada. Los clientes pasan en sus automóviles, disminuyen la velocidad al ver al grupo y, de entre todas las travestis, eligen a una que llaman con un gesto. La elegida acude al llamado. Así es noche tras noche. 

El Parque Sarmiento se encuentra en el corazón de la ciudad. Un gran pulmón verde, con un zoológico y un Parque de diversiones. Por las noches se torna salvaje. Las travestis esperan bajo las ramas o delante de los automóviles, pasean su hechizo por la boca del lobo, frente a la estatua del Dante, la histórica estatua que da nombre a esa avenida. Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo.

Con este grupo de travestis también está una embarazada, la única nacida mujer entre todas. Las demás, las travestis, se han transformado a sí mismas para serlo. En la comarca de travestis del Parque, ella es la diferente, esa mujer embarazada que repite desde siempre el mismo chiste: tomar por sorpresa la entrepierna de las travestis. Ahora mismo lo hace y todas ríen a carcajadas. 

El frío no detiene la caravana de travestis. Una petaca de whisky va de mano en mano, papeles de cocaína visitan una a una todas las narices, algunas enormes y naturales, otras pequeñas y operadas. Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. Ahí, en ese Parque contiguo al centro de la ciudad, el cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo.


viernes, 10 de junio de 2022

Bradbury

El peatón


Penetrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho en punto de una nebulosa noche de noviembre, poner tus pies sobre la desnivelada calzada de concreto, pasar por encima de las uniones cubiertas de hierba y abrirte camino, manos en los bolsillos, a través de los silencios, era lo que el Sr. Leonard Mead más amaba hacer. Se detenía en la esquina de una intersección y miraba bajo la luz de la luna las largas aceras en cuatro sentidos, decidiendo qué dirección tomar, aunque realmente daba lo mismo; se encontraba solo en el mundo de 2053 A. D., o como si estuviese solo. Y con una decisión tomada, y un camino elegido, se alejaría formando ante sí figuras de aire helado como el humo de un cigarrillo.
A veces caminaba por horas y kilómetros y no regresaba a su casa hasta medianoche. En su camino miraba las cabañas y residencias con sus ventanas oscuras, y no era muy distinto a caminar por un cementerio donde sólo unos débiles destellos de luciérnagas parpadeaban tras las ventanas. Inquietantes fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de una habitación, donde alguna cortina todavía estaba abierta frente a la noche, o se oían susurros y murmullos desde un lóbrego edificio, cuya ventana aún no había sido cerrada.
El Sr. Leonard Mead se detenía, movía su cabeza, escuchaba, observaba, y continuaba la marcha, sin que sus pies hicieran el menor ruido sobre el asimétrico camino. Tiempo atrás había cambiado sabiamente a zapatillas deportivas para pasear de noche, porque si hubiese usado tacones duros, los perros de distintas cuadras le hubieran seguido todo el camino con sus ladridos, y las luces se habrían encendido y rostros habrían aparecido y la cuadra entera se habría alarmado por el paso de una figura solitaria; él mismo, una noche de comienzos de noviembre.
En esta noche en particular comenzó su recorrido en dirección oeste, hacia el mar escondido. Había un intenso frío cristalino en el aire; cortaba la nariz y quemaba los pulmones por dentro como un árbol navideño; podía sentirse la luz fría encendiéndose y apagándose, y todas las ramas llenas de nieve invisible. Escuchó con satisfacción la ligera presión de sus suaves zapatos atravesando las hojas de otoño y silbó un aire frío y silencioso entre los dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando la forma de su esqueleto en las luces de las pocas lámparas del camino, olfateando su olor descompuesto.
—Hola, ahí dentro —susurraba a cada casa en cada sitio al que fuera—. ¿Qué hay esta noche en el Canal 4, Canal 7, Canal 9? ¿Dónde están los vaqueros corriendo? ¿Voy a ver a la Caballería Montada de Estados Unidos?
La calle permanecía en silencio, larga y vacía, con sólo su sombra moviéndose como la sombra de un halcón a media altura. Si cerraba sus ojos y se quedaba muy quieto, congelado, podía imaginarse a sí mismo sobre el centro de una llanura, un frío y árido desierto de Arizona, sin ninguna casa a miles de kilómetros y sólo cauces de río seco –las calles– por compañía.
—¿Qué sucede ahora? —preguntó a las casas, mirando su reloj pulsera—. ¿8:30 PM? ¿La hora de una docena de asesinatos múltiples? ¿De un examen? ¿De una revista? ¿De un comediante cayendo del escenario?
¿Acaso eso fue el murmullo de una risa proveniente de esa casa blanco-luna? Vaciló, pero continuó en tanto no pasó nada más. Se tropezó con una inusitada saliente de la vereda que se encontraba quebrada. El cemento estaba desapareciendo bajo flores y hierba. En los diez años de caminar de día o de noche, por miles de kilómetros, nunca se había encontrado con otro caminante, ni una sola vez en todo ese tiempo.
Llegó hasta una intersección de trébol que permanecía silenciosa ahí donde dos carreteras principales cruzaban la ciudad. Durante el día era una oleada atronadora de automóviles, las estaciones de servicio abiertas, un fuerte zumbido de insectos crujiendo y compitiendo incesantemente por un lugar mientras los escarabajos, con una ligera emanación de gases suspendida dando vueltas desde sus tubos de escape, se dirigían camino a casa, hacia destinos lejanos. Pero ahora estas carreteras también eran como cauces en un período de sequía, todo piedra y grieta y resplandor lunar.
Giró por una calle secundaria, dando la vuelta en dirección a su casa. Estaba a una cuadra de su destino cuando un auto solitario dobló la esquina repentinamente y apuntó sobre él los focos con una intensa luz blanca. Permaneció inmóvil, no muy diferente a una polilla, sorprendida por la luminosidad, y luego cautivada por ella.
Una voz metálica lo llamó:
—¡Alto ahí! ¡Quédese exactamente donde está! ¡No se mueva!
Él se detuvo.
—¡Arriba las manos!
—Pero… —dijo él.
—¡Las manos en alto! ¡O dispararemos!
La policía, por supuesto, pero qué cosa más extraña e increíble; en una ciudad de tres millones, que haya quedado solo un carro policial, ¿no era cierto? Desde hacía un año, en 2052, año de elecciones, la fuerza había sido reducida de tres carros a uno. El crimen estaba disminuyendo; ya no había necesidad de la policía ahora, salvo este carro solitario dando vueltas y vueltas por las calles vacías.
—¿Su nombre? —dijo el auto policial en un zumbido metálico. No podía ver al hombre dentro a causa del brillo de la luz sobre sus ojos.
—Leonard Mead —contestó.
—¡Más fuerte!
—¡Leonard Mead!
—¿Ocupación o profesión?
—Supongo que podría llamarme escritor.
—Sin profesión —dijo el carro policial, como si hablara consigo mismo. La luz se mantuvo fija en él, como espécimen de museo con una aguja atravesada en el pecho.
—Podría decirse —dijo el Sr. Mead. No había escrito en años. Revistas y libros ya no se vendían. Ahora todo sucedía durante la noche en las casas-tumba, pensó, continuando su fantasía. Las tumbas, mal iluminadas por la luz televisiva, donde las personas se sentaban como muertos, las luces grises o multicolores rozando sus rostros, pero nunca tocándolos realmente.
—Sin profesión —dijo la voz del fonógrafo, siseando—. ¿Qué está haciendo afuera? —Caminando —dijo el Sr. Leonard Mead.
—¡Caminando!
—Sólo caminando —dijo simplemente, pero su cara estaba fría. —¿Caminando, sólo caminando, caminando?
—Sí, señor.
—¿Caminando adónde? ¿Para qué?
—Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
—¡Su dirección!
—Calle Saint James Sur número once.
—¿Y hay aire en su casa, tiene un aire acondicionado, Sr. Mead? —Sí.
—¿Y tiene una pantalla en su casa para ver?
—No.
—¿No?— hubo un silencio crepitante que en sí mismo era una acusación. —¿Está casado, Sr. Mead?
—No.
—No está casado —dijo la voz policial tras el haz refulgente, la luna estaba alta y clara entre las estrellas y las casas estaban grises y silenciosas.
—Nadie me quiere —dijo Leonard Mead con una sonrisa. —¡No hable a menos que le hable!
Leonard Mead aguardaba en la fría noche.
—¿Solo caminando, Sr. Mead?
—Sí.
—Pero no me ha explicado con qué propósito.
—Le expliqué; para tomar aire, y para ver, y para caminar simplemente.
—¿Ha hecho esto a menudo?
—Cada noche durante años.
El auto policial se detuvo en mitad de la calle con su radio parlante resonando débilmente.
—Bueno, Sr. Mead —dijo.
—¿Eso fue todo? —preguntó educadamente.
—Sí —dijo la voz—. Aquí —hubo un susurro, un sonido. La puerta trasera del auto policial se extendió ampliamente—. Entre.
—Un momento. No he hecho nada. —Entre.
—¡Protesto!
—Sr. Mead.
Caminó como un hombre repentinamente borracho. Ni bien pasó frente a la ventana del auto miró hacia adentro. Tal como esperaba, no había nadie sentado en el asiento delantero, nadie en todo el auto.
—Entre.
Puso su mano en la puerta y examinó el asiento trasero. Era una pequeña celda, una pequeña prisión negra con barrotes. Olía a acero reforzado. Olía a solución antiséptica. Olía demasiado limpio, duro y metálico. No había nada suave ahí.
—Ahora si usted tuviera una esposa a la cual darle aviso —dijo la voz metálica. —Pero… —¿Adónde me está llevando?
El auto titubeó, o más bien emitió un zumbido que detonó un clic, como si la información, en alguna parte, fuera pasando archivo por archivo bajo un lector electrónico.
—Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Entró. La puerta se cerró con un golpe suave. El auto policial se desplazó a través de las avenidas nocturnas, parpadeando adelante sus luces tenues.
Un momento después pasaron una casa en una calle, una casa más en una ciudad de casas oscuras, pero esta casa en particular tenía todas sus luces encendidas, cada ventana brillaba con una luz amarilla, cuadrada y tibia en la fría oscuridad.
—Esa es mi casa —dijo Leonard Mead.
Nadie le respondió.
El auto descendió los cauces secos de las calles vacías y se alejó, dejando calles vacías con veredas vacías, y sin sonido ni animación alguna para el resto de la fría noche de noviembre.




VENDRÁN LLUVIAS SUAVES
de Ray Bradbury

La voz del reloj cantó en la sala: tictac, las siete, hora de levantarse, hora de levantarse, las siete, como si temiera que nadie se levantase. La casa estaba desierta. El reloj continuó sonando, repitiendo y repitiendo llamadas en el vacío. Las siete y nueve, hora del desayuno, ¡las siete y nueve!
En la cocina el horno del desayuno emitió un siseante suspiro, y de su tibio interior brotaron ocho tostadas perfectamente doradas, ocho huevos fritos, dieciséis lonjas de jamón, dos tazas de café y dos vasos de leche fresca.
-Hoy es cuatro de agosto de dos mil veintiséis -dijo una voz desde el techo de la cocina- en la ciudad de Allendale, California -Repitió tres veces la fecha, como para que nadie la olvidara-. Hoy es el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puede pagarse la póliza del seguro y también las cuentas de agua, gas y electricidad.
En algún sitio de las paredes, sonó el clic de los relevadores, y las cintas magnetofónicas se deslizaron bajo ojos eléctricos.
-Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno!
Pero las puertas no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía fuera. En la puerta de la calle, la caja del tiempo cantó en voz baja: “Lluvia, lluvia, aléjate… zapatones, impermeables, hoy.”. Y la lluvia resonó golpeteando la casa vacía. Afuera, el garaje tocó unas campanillas, levantó la puerta, y descubrió un coche con el motor en marcha. Después de una larga espera, la puerta descendió otra vez.
A las ocho y media los huevos estaban resecos y las tostadas duras como piedras. Un brazo de aluminio los echó en el vertedero, donde un torbellino de agua caliente los arrastró a una garganta de metal que después de digerirlos los llevó al océano distante.
Los platos sucios cayeron en una máquina de lavar y emergieron secos y relucientes.
“Las nueve y cuarto”, cantó el reloj, “la hora de la limpieza”.
De las guaridas de los muros, salieron disparados los ratones mecánicos. Las habitaciones se poblaron de animalitos de limpieza, todos goma y metal. Tropezaron con las sillas moviendo en círculos los abigotados patines, frotando las alfombras y aspirando delicadamente el polvo oculto. Luego, como invasores misteriosos, volvieron de sopetón a las cuevas. Los rosados ojos eléctricos se apagaron. La casa estaba limpia.
Las diez. El sol asomó por detrás de la lluvia. La casa se alzaba en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única que quedaba en pie. De noche, la ciudad en ruinas emitía un resplandor radiactivo que podía verse desde kilómetros a la redonda.
Las diez y cuarto. Los surtidores del jardín giraron en fuentes doradas llenando el aire de la mañana con rocíos de luz. El agua golpeó las ventanas de vidrio y descendió por las paredes carbonizadas del oeste, donde un fuego había quitado la pintura blanca. La fachada del oeste era negra, salvo en cinco sitios. Aquí la silueta pintada de blanco de un hombre que regaba el césped. Allí, como en una fotografía, una mujer agachada recogía unas flores. Un poco más lejos -las imágenes grabadas en la madera en un instante titánico-, un niño con las manos levantadas; más arriba, la imagen de una pelota en el aire, y frente al niño, una niña, con las manos en alto, preparada para atrapar una pelota que nunca acabó de caer. Quedaban esas cinco manchas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una fina capa de carbón. La lluvia suave de los surtidores cubrió el jardín con una luz en cascadas.
Hasta este día, qué bien había guardado la casa su propia paz. Con qué cuidado había preguntado: “¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?”, y como los zorros solitarios y los gatos plañideros no le respondieron, había cerrado herméticamente persianas y puertas, con unas precauciones de solterona que bordeaban la paranoia mecánica.
Cualquier sonido la estremecía. Si un gorrión rozaba los vidrios, la persiana chasqueaba y el pájaro huía, sobresaltado. No, ni siquiera un pájaro podía tocar la casa.
La casa era un altar con diez mil acólitos, grandes, pequeños, serviciales, atentos, en coros. Pero los dioses habían desaparecido y los ritos continuaban insensatos e inútiles.
El mediodía.
Un perro aulló, temblando, en el porche.
La puerta de calle reconoció la voz del perro y se abrió. El perro, en otro tiempo grande y gordo, ahora huesudo y cubierto de llagas, entró y se movió por la casa dejando huellas de lodo. Detrás de él zumbaron unos ratones irritados, irritados por tener que limpiar el lodo, irritados por la molestia.
Pues ni el fragmento de una hoja se escurría por debajo de la puerta sin que los paneles de los muros se abrieran y los ratones de cobre salieran como rayos. El polvo, el pelo o el papel ofensivos, hechos trizas por unas diminutas mandíbulas de acero, desaparecían en las guaridas. De allí unos tubos los llevaban al sótano, y eran arrojados a la boca siseante de un incinerador que aguardaba en un rincón oscuro como un Baal maligno.
El perro corrió escaleras arriba y aulló histéricamente, ante todas las puertas, hasta que al fin comprendió, como ya comprendía la casa, que allí no había más que silencio.
Olfateó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta el horno preparaba unos pancakes que llenaban la casa con un aroma de jarabe de arce. El perro, tendido ante la puerta, olfateaba con los ojos encendidos y el hocico espumoso. De pronto, echó a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, y cayó muerto. Durante una hora estuvo tendido en la sala.
Las dos, cantó una voz.
Los regimientos de ratones advirtieron al fin el olor casi imperceptible de la descomposición, y salieron murmurando suavemente como hojas grises arrastradas por un viento eléctrico.
Las dos y cuarto.
El perro había desaparecido.
En el sótano, el incinerador se iluminó de pronto y un remolino de chispas subió por la chimenea.
Las dos y treinta y cinco.
Unas mesas de bridge surgieron de las paredes del patio. Los naipes revolotearon sobre el tapete en una lluvia de figuras. En un banco de roble aparecieron martinis y sándwiches de tomate, lechuga y huevo. Sonó una música.
Pero en las mesas silenciosas nadie tocaba las cartas.
A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a los muros.
Las cuatro y media.
Las paredes del cuarto de los niños resplandecieron de pronto.
Aparecieron animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados, panteras lilas que retozaban en una sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio y mostraban colores y escenas de fantasía. Unas películas ocultas pasaban por unos piñones bien aceitados y animaban las paredes. El piso del cuarto imitaba un ondulante campo de cereales. Por él corrían escarabajos de aluminio y grillos de hierro, y en el aire caluroso y tranquilo unas mariposas de gasa rosada revoloteaban sobre un punzante aroma de huellas animales. Había un zumbido como de abejas amarillas dentro de fuelles oscuros, y el perezoso ronroneo de un león. Y había un galope de okapis y el murmullo de una fresca lluvia selvática que caía como otros casos, sobre el pasto almidonado por el viento.
De pronto las paredes se disolvieron en llanuras de hierbas abrasadas, kilómetro tras kilómetro, y en un cielo interminable y cálido. Los animales se retiraron a las malezas y los manantiales.
Era la hora de los niños.
Las cinco. La bañera se llenó de agua clara y caliente.
Las seis, las siete, las ocho. Los platos aparecieron y desaparecieron, como manipulados por un mago, y en la biblioteca se oyó un clic. En la mesita de metal, frente al hogar donde ardía animadamente el fuego, brotó un cigarro humeante, con media pulgada de ceniza blanda y gris.
Las nueve. En las camas se encendieron los ocultos circuitos eléctricos, pues las noches eran frescas aquí.
Las nueve y cinco. Una voz habló desde el techo de la biblioteca.
-Señora McClellan, ¿qué poema le gustaría escuchar esta noche?
La casa estaba en silencio.
-Ya que no indica lo que prefiere -dijo la voz al fin-, elegiré un poema cualquiera.
Una suave música se alzó como fondo de la voz.
-Sara Teasdale. Su autor favorito, me parece…
Vendrán lluvias suaves y olores de tierra,
y golondrinas que girarán con brillante sonido;
y ranas que cantarán de noche en los estanques
y ciruelos de tembloroso blanco
y petirrojos que vestirán plumas de fuego
y silbarán en los alambres de las cercas;
y nadie sabrá nada de la guerra,
a nadie le interesara que haya terminado.
A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles,
si la humanidad se destruye totalmente;
y la misma primavera, al despertarse al alba,
apenas sabrá que hemos desaparecido.
El fuego ardió en el hogar de piedra y el cigarro cayó en el cenicero: un inmóvil montículo de ceniza. Las sillas vacías se enfrentaban entre las paredes silenciosas, y sonaba la música.
A las diez la casa empezó a morir.
Soplaba el viento. La rama desprendida de un árbol entró por la ventana de la cocina.
La botella de solvente se hizo trizas y se derramó sobre el horno. En un instante las llamas envolvieron el cuarto.
-¡Fuego! – gritó una voz.
Las luces se encendieron, las bombas vomitaron agua desde los techos. Pero el solvente se extendió sobre el linóleo por debajo de la puerta de la cocina, lamiendo, devorando, mientras las voces repetían a coro:
– ¡Fuego, fuego, fuego!
La casa trató de salvarse. Las puertas se cerraron herméticamente, pero el calor había roto las ventanas y el viento entró y avivó el fuego.
La casa cedió terreno cuando el fuego avanzó con una facilidad llameante de cuarto en cuarto en diez millones de chispas furiosas y subió por la escalera. Las escurridizas ratas de agua chillaban desde las paredes, disparaban agua y corrían a buscar más. Y los surtidores de las paredes lanzaban chorros de lluvia mecánica.
Pero era demasiado tarde. En alguna parte, suspirando, una bomba se encogió y se detuvo. La lluvia dejó de caer. La reserva del tanque de agua que durante muchos días tranquilos había llenado bañeras y había limpiado platos estaba agotada.
El fuego crepitó escaleras arriba. En las habitaciones altas se nutrió de Picassos y de Matisses, como de golosinas, asando y consumiendo las carnes aceitosas y encrespando tiernamente los lienzos en negras virutas.
Después el fuego se tendió en las camas, se asomó a las ventanas y cambió el color de las cortinas.
De pronto, refuerzos.
De los escotillones del desván salieron unas ciegas caras de robot y de las bocas de grifo brotó un líquido verde.
El fuego retrocedió como un elefante que ha tropezado con una serpiente muerta. Y fueron veinte serpientes las que se deslizaron por el suelo, matando el fuego con una venenosa, clara y fría espuma verde.
Pero el fuego era inteligente y mandó llamas fuera de la casa, y entrando en el desván llegó hasta las bombas. ¡Una explosión! El cerebro del desván, el director de las bombas, se deshizo sobre las vigas en esquirlas de bronce.
El fuego entró en todos los armarios y palpó las ropas que colgaban allí.
La casa se estremeció, hueso de roble sobre hueso, y el esqueleto desnudo se retorció en las llamas, revelando los alambres, los nervios, como si un cirujano hubiera arrancado la piel para que las venas y los capilares rojos se estremecieran en el aire abrasador. ¡Socorro, socorro! ¡Fuego! ¡Corred, corred! El calor rompió los espejos como hielos invernales, tempranos y quebradizos. Y las voces gimieron: fuego, fuego, corred, corred, como una trágica canción infantil; una docena de voces, altas y bajas, como voces de niños que agonizaban en un bosque, solos, solos. Y las voces fueron apagándose, mientras las envolturas de los alambres estallaban como castañas calientes. Una, dos, tres, cuatro, cinco voces murieron.
En el cuarto de los niños ardió la selva. Los leones azules rugieron, las jirafas moradas escaparon dando saltos. Las panteras corrieron en círculos, cambiando de color, y diez millones de animales huyeron ante el fuego y desaparecieron en un lejano río humeante…
Murieron otras diez voces. Y en el último instante, bajo el alud de fuego, otros coros indiferentes anunciaron la hora, tocaron música, segaron el césped con una segadora automática, o movieron frenéticamente un paraguas, dentro y fuera de la casa, ante la puerta que se cerraba y se abría con violencia. Ocurrieron mil cosas, como cuando en una relojería todos los relojes dan locamente la hora, uno tras otro, en una escena de maniática confusión, aunque con cierta unidad; cantando y chillando los últimos ratones de limpieza se lanzaron valientemente fuera de la casa ¡arrastrando las horribles cenizas!
Y en la llameante biblioteca una voz leyó un poema tras otro con una sublime despreocupación, hasta que se quemaron todos los carretes de película, hasta que todos los alambres se retorcieron y se destruyeron todos los circuitos.
El fuego hizo estallar la casa y la dejó caer, extendiendo unas faldas de chispas y de humo.
En la cocina, un poco antes de la lluvia de fuego y madera, el horno preparó unos desayunos de proporciones psicopáticas: diez docenas de huevos, seis hogazas de tostadas, veinte docenas de lonjas de jamón, que fueron devoradas por el fuego y encendieron otra vez el horno, que siseó histéricamente.
El derrumbe. El altillo se derrumbó sobre la cocina y la sala. La sala cayó al sótano, el sótano al subsótano. La congeladora, el sillón, las cintas grabadoras, los circuitos y las camas se amontonaron muy abajo como un desordenado túmulo de huesos.
Humo y silencio. Una gran cantidad de humo.
La aurora asomó débilmente por el este. Entre las ruinas se levantaba sólo una pared. Dentro de la pared una última voz repetía y repetía, una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de escombros humeantes:
-Hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis, hoy es…




Martians Chronicles (1950). Crónicas marcianas, Traducción: Francisco Abelenda, Buenos Aires, Minotauro, 1955, págs. 119-123.








El asesino

La música se movía con él por los blancos pasillos. Pasó ante una puerta de oficina: La viuda alegre. Otra puerta: La siesta de un fauno. Una tercera: Bésame otra vez. Dobló en un corredor. La danza de las espadas lo sepultó bajo címbalos, tambores, ollas, sartenes, cuchillos, tenedores, un trueno y un relámpago de estaño, todo quedó atrás cuando llegó a una antesala donde una secretaria estaba hermosamente aturdida por la Quinta de Beethoven. Pasó ante los ojos de la muchacha como una mano; ella no lo vio. La radio pulsera zumbó. 
- ¿Sí?
-Es Lee, papá. No olvides mi regalo.
-Sí, hijo, sí. Estoy ocupado.
- Es solo que no quería que te olvidases, papá- dijo la radio pulsera, mientras Romeo y Julieta de Tchaikovsky revoloteaba alrededor de la voz y fluía por los largos pasillos. 
El psiquiatra caminó en la colmena de oficinas, en la cruzada polinización de los temas, Stravinsky unido a Bach, Haydn rechazando infructuosamente a Rachmaninoff, Schubert golpeado por Duke Ellington. El psiquiatra saludó con la cabeza a las canturreantes secretarias y a los silbadores médicos que iban a iniciar el trabajo de la mañana. Llegó a su oficina, corrigió unos pocos textos con su lapicera, que cantó entre dientes, luego telefoneó otra vez al capitán de policía del piso superior. Unos pocos minutos más tarde, parpadeó una luz roja, y una voz dijo desde el cielo raso: 
-El prisionero en la cámara de entrevistas número nueve. 
Abrió la puerta de la cámara, entró, y oyó que la cerradura se cerraba a sus espaldas. 
-Lárguese-dijo el prisionero, sonriendo. 
La sonrisa sobresaltó al psiquiatra. Una sonrisa soleada y agradable, que iluminaba brillantemente el cuarto. El alba entre lomas oscuras. El mediodía a medianoche, aquella sonrisa. Los ojos azules chispearon serenamente sobre aquella confiada exhibición de dientes. 
-Estoy aquí para ayudarlo- dijo el psiquiatra frunciendo el ceño. 
Había algo raro en el cuarto. El médico había titubeado al entrar. Miró alrededor. El prisionero se rió. 
-Si está preguntándose por qué hay aquí tanto silencio, deshice la radio a 
puntapiés. 
Violento, pensó el doctor. 
El prisionero le leyó el pensamiento, sonrió, y extendió una mano suave. 
-No, sólo con las máquinas que chillan y chillan. 
En la alfombra gris se veían pedazos de cable y lámparas de la radio de pared. Sintiendo sobre él aquella sonrisa como una lámpara calorífera, el psiquiatra se sentó frente a su paciente, en un silencio insólito que era como la amenaza de una tormenta. 
-¿Es usted el señor Albert Brock que se llama a sí mismo El Asesino? 
Brock asintió agradablemente. 
-Antes de empezar. -Se movió con rapidez y sin ruido y le sacó al doctor la radio pulsera. La mordió como si fuese una nuez, y la radio crujió y estalló. Brock se la devolvió al médico como si le hubiese hecho un favor- 
_ Es mejor así. 
El psiquiatra se quedó mirando el arruinado aparato. 
-Su cuenta de daños y perjuicios está creciendo.
-No me importa-sonrió el paciente-. Como dice la vieja canción: ¡No me importa lo que pasa! 
El hombre tarareó. 
-¿Empezamos?-dijo el psiquiatra.
-Muy bien. Mi primera víctima, o una de las primeras, fue el teléfono. Un crimen espantoso. Lo eché en el sumidero mecánico de mi cocina. Puse el aparato en punto medio. El pobre teléfono murió por estrangulación lenta. Luego maté a tiros el televisor. 
-Mmm-dijo el psiquiatra.
-Le disparé seis tiros en el cátodo. Se oyó un hermoso tintineo, como una araña de luces que cae al piso.
-Linda imagen.
-Gracias, siempre soñé con ser escritor.
-¿Por qué no me dice cuando empezó a odiar el teléfono?
-Me aterrorizaba ya en la infancia. Un tío mío lo llamaba la máquina de los fantasmas. Voces sin cuerpo. Me ponía los pelos de punta. Más tarde, nunca me sentí cómodo. El teléfono me parecía un instrumento impersonal. Si a él se le ocurría, dejaba que la personalidad de no fuese por sus cables. Si no lo quería así, lo mismo le sacaba a uno la personalidad hasta que por el otro extremo salía una voz de pescado frío, toda acero, cobre, plásticos, sin calor, sin realidad. Es fácil decir alguna inconveniencia cuando se habla por teléfono; el teléfono cambia el significado de las frases. Y al fin uno se entera del hecho que se ha ganado un enemigo. Luego, por supuesto, el teléfono es algo tan conveniente. Ahí está, exigiendo que uno llame a alguien que no quiere que lo llamen. Mis amigos estaban siempre llamando, llamando, llamándome. Demonios, no me dejaban tiempo para nada. Cuando no era el teléfono, era la televisión, la radio, el fonógrafo. Cuando no era la televisión, la radio o el fonógrafo eran las películas en el cine de la esquina, películas proyectadas en nubes bajas, con publicidad. Ya no llueve más agua, llueve espuma de jabón. Cuando no eran los anuncios en nubes de alta visibilidad, era la música de Mozzek en todos los restaurantes; música y anuncios en los ómnibuses que me llevaban al trabajo. Cuando no era la música, eran los intercomunicadores de la oficina, y la cámara de horror de una radio pulsera desde donde mis amigos y mi mujer me llamaban cada cinco minutos. ¿Qué hay en esas conveniencias que las hace parecer tan tentadoramente convenientes? El hombre común piensa: Aquí estoy, dispongo de tiempo, y aquí en mi muñeca hay un teléfono pulsera. ¿Por qué no llamar al viejo Joe, eh? «¡Hola, hola!» Quiero mucho a mis amigos, a mi mujer, la humanidad. Pero cuando mi mujer me llama para preguntarme: «¿Dónde estás ahora, querido?», y un amigo me llama y dice: «¿Conoces este chiste verde? Parece que una vez un tipo...» Y un desconocido me llama y grita: «Esta es la encuesta Encuentra-Rápido. ¿Qué caramelo de goma está masticando en este instante?» ¡Bueno!
-¿Cómo se sentía durante la semana?
-Al borde del precipicio. Aquella misma mañana hice eso en la oficina.
-¿Qué fue?
-Eché un vaso de agua en el intercomunicador. El psiquiatra anotó en su libreta 
-¿Y el sistema se apagó?
-¡Magníficamente! ¡El cuatro de julio en ruedas! Dios mío, las estenógrafas corrían de un lado a otro como perdidas. ¡Qué confusión! 
-¿Se sintió mejor durante un tiempo, eh?
-¡Muy bien! Al mediodía se me ocurrió cerrar la radio pulsera en la calle.Una voz aguda me gritaba: «Encuesta popular número nueve. ¿Qué almuerza usted? » En ese mismo momento, ¡se acabó la radio pulsera! 
-¿Se sintió mejor aún, eh?
-¡Cada vez mejor!-Brock se frotó las manos- . ¿Por qué no iniciar, pensé, una revolución solitaria, liberando al hombre de ciertas «conveniencias»? «¿Conveniente para quién?», grité. Conveniente para los amigos. «Eh, Al, te llamo desde el bar de Green Hills. Acabo de abrir una botella de whisky, Al. Hermoso día. Ahora estoy tomando unos tragos. ¡Pensé que te gustaría saberlo, Al!» Conveniente para mi oficina, de modo que cuando ando trabajando en mi coche, la radio no pierde el contacto conmigo. ¡Contacto! Palabra tímida. Contacto, demonios. ¡Estrujamiento. Manoseo, mejor. Aporreo y masajeo. Uno no puede dejar el coche sin avisar: «Me he detenido en la estación de gasolina para ir al cuarto de baño.» «Muy bien, Brock, ¡rápido!» «Brock, ¿por qué tarda tanto?» «Lo siento, señor.» «Que no se repita, Brock.» «¡No, señor!» ¿Sabe usted que hice, doctor? Compré un cuarto kilo de helado de chocolate y lo eché en el transmisor de radio del coche. 
-¿Tuvo alguna razón especial para echar helado de chocolate en el aparato?
Brock pensó un momento y sonrió. 
-Es mi helado favorito.
-Oh-dijo el doctor.
-Pensé, demonios, lo que es bueno para mí es bueno también para el transmisor.
-¿Y por qué echar helado en la radio?
-Hacía calor. 
El doctor calló un momento. 
-¿Y qué vino luego?
-Luego vino el silencio. Dios, era hermoso. Aquella radio del auto codeando todo el día. Brock, venga aquí, Brock, vaya allá, Brock, llame, Brock, escuche, muy bien, Brock, hora de almorzar, Brock, ha terminado el almuerzo, Brock, Brock, Brock, Brock. Bueno, aquel silencio fue como si me hubiese echado helado en las orejas. 
-Parece que le gusta mucho el helado.
-Me paseé en el auto disfrutando del silencio. Es la franela más blanda y suave del mundo. El silencio. Una hora entera de silencio. Yo paseaba en el coche, sonriendo, sintiendo aquella franela en mis oídos. ¡Me emborraché de libertad! 
-Continúe.
-Entonces se me ocurrió lo de la máquina portátil de diatermia. Alquilé una, y aquella noche subí con ella al ómnibus que me llevaría a casa. Todos los viajeros hablaban con sus mujeres por la radio pulsera diciendo: «Ahora estoy en la calle Cuarenta y tres, ahora en la Cuarenta y cuatro, aquí estoy en la Cuarenta y nueve, ahora doblamos en la Sesenta y una.» Un marido maldecía: «Bueno, sal de ese bar, maldita sea y vete a casa a preparar la cena. ¡Estoy en la Setenta!» Y una radio de transistores tocaba Cuentos de los bosques de Viena, y un canario cantaba una canción acerca de una sopa de cereales. En ese momento..., ¡encendí mi aparato de diatermia! ¡Estática! ¡Interferencia! Todas las mujeres separadas de los maridos que habían acabado una dura jornada en la oficina. ¡Todos los maridos separados de sus mujeres que acababan de ver cómo sus chicos rompían una ventana! Talé los Bosques de Viena. El canario se atragantó. ¡Silencio! Un terrible, inesperado silencio. Los pasajeros del ómnibus tuvieron que afrontar la posibilidad de conversar entre ellos. ¡El pánico! ¡Un pánico puro y animal! 
-¿Se lo llevó la policía?
-El ómnibus tuvo que detenerse. Después de todo, la música había desaparecido, maridos, mujeres habían perdido contacto on la realidad. Un pandemonio, un tumulto, y un caos. ¡Ardillas que chillaban en sus jaulas! Llegó una patrulla, me descubrieron rápidamente, me endilgaron un discurso, me multaron, y me mandaron a casa, sin el aparato de diatermia, en un santiamén. 
-Señor Brock, ¿puedo sugerirle que su conducta hasta ese momento no había sido muy... práctica? Si no le gustaban las radios de transistores, o las radios de oficina, o las radios de auto, ¿por qué no se unió a alguna asociación de enemigos de la radio, firmó petitorios, o luchó por normas legales y constitucionales? Al fin y al cabo, estamos en una democracia. 
-Y yo-dijo Brock- estoy en lo que se llama una minoría. Me uní a asociaciones, firmé petitorios, llevé el asunto a la justicia. Protesté todos los años. Todos se rieron, todos amaban las radios y los anuncios. Yo estaba fuera de lugar. 
-Entonces tenía que haberse conducido como un buen soldado, ¿no le parece? La mayoría manda. 
-Pero han ido demasiado lejos. Si un poco de música y «mantenerse en contacto» es agradable, piensan que mucha música y mucho «contacto» será diez veces más agradable. ¡Me volvieron loco! Llegué a casa y encontré a mi mujer histérica. ¿Por qué? Porque había perdido todo contacto conmigo durante medio día. ¿Recuerda que bailé sobre mi radio pulsera? Bueno, aquella noche hice planes para asesinar la casa. 
-¿Pero quiere que lo escriba así? ¿Está seguro?
-Es semánticamente exacto. Había que enmudecerla. Mi casa es una de esas casas que hablan, cantan, tararean, informan sobre el tiempo, leen novelas, tintinean, entonan una canción de cuna cuando uno se va a la cama. Una casa que le chilla a uno una ópera en el baño y le enseña español mientras duerme. Una de esas cavernas charlatanas con toda clase de oráculos electrónicos que lo hacen sentirse a uno poco más grande que un dedal, con cocinas que dicen: «Soy una torta de durazno, y estoy a punto» o «Soy un escogido trozo de carne asada, ¡sácame!», y otras cosas semejantes. Con camas que lo mecen a uno y lo sacuden para despertarlo. Una casa que apenas tolera a los seres humanos, se lo aseguro. Una puerta de calle que ladra: «¡Tiene los pies embarrados, señor!» Y el galgo de una válvula de vacío electrónica que lo sigue a uno olfateándolo de cuarto en cuarto, sorbiendo todo fragmento de uña o ceniza que uno deja caer. ¡Jesucristo! ¡Jesucristo! 
-Cálmese-sugirió el psiquiatra.
-¿Recuerda aquella canción de Gilbert y Sullivan, Lo he anotado en mi lista, y jamás lo olvidaré? Me pasé la noche anotando quejas. A la mañana siguiente me compré una pistola. Me embarré los zapatos a propósito. Me planté ante la puerta de calle. La puerta chilló: «¡Pies sucios, pies embarrados! ¡Límpiese los pies! ¡Por favor sea aseado!» Le disparé un tiro por el ojo de la cerradura. Corrí a la cocina, donde el horno lloriqueaba: «¡Apáguenme!» En medio de una tortilla mecánica, enmudecí la cocina. Oí cómo siseó y gritó: «¡Un corto circuito!» Entonces sonó el teléfono, como un murciélago. Lo eché en el sumidero mecánico. Debo declarar aquí que no tengo nada contra el sumidero. Lo siento por él, un dispositivo útil sin duda, que nunca dice una palabra, ronronea como un león soñoliento la mayor parte del tiempo, y digiere nuestros restos. Lo arreglaré. Luego fui y maté el televisor, esa bestia insidiosa, esa Medusa, que petrifica a un billón de personas todas las noches con una fija mirada, esa sirena que llama y canta y promete tanto, y da, al fin y al cabo, tan poco, y yo mismo siempre volviendo a él, volviendo y esperando, hasta que... ¡pum! Como un pavo sin cabeza, mi mujer salió chillando a la calle. Vino la policía. ¡Y aquí estoy! 
Brock se echó hacia atrás, feliz, y encendió un cigarrillo.
-¿Y no pensó usted, al cometer esos crímenes, que la radio pulsera, el transmisor, el teléfono, la radio del ómnibus, los intercomunicadores, eran todos alquilados, o pertenecían a algún otro?
-Lo haría otra vez, que Dios me proteja.
El psiquiatra se quedó inmóvil bajo el sol de aquella beatífica sonrisa.
-¿Y no quiere que lo ayude la Oficina de Salud Mental? ¿Está preparado a soportar las consecuencias?
-Esto es sólo el comienzo-dijo el señor Brock- . Soy la vanguardia de unos pocos cansados de ruidos y órdenes y empujones y gritos, y música en todo momento, en todo momento en contacto con alguna voz de alguna parte, haz esto, haz aquello, rápido, rápido, ahora aquí, ahora allá. Ya veremos. La rebelión comienza. ¡Mi nombre hará historia!
- Mmm.
El psiquiatra parecía pensativo.
-Llevará tiempo, por supuesto. Era tan agradable al principio. La sola idea de esas cosas, tan prácticas, era maravillosa. Eran casi juguetes con los que uno podía divertirse. Pero la gente fue demasiado lejos, y se encontró envuelta en una red de la que no podía salir, ni siquiera advertía que estaba dentro. Así que dieron a sus nervios otro nombre «La vida moderna», dijeron. Tensión», dijeron. Pero recuérdelo, se ha echado la semilla. Me conocen en todo el mundo gracias a la TV, la radio, las películas. Es una ironía. Eso fue hace cinco días. Un billón de personas me conoce. Revise las columnas de las finanzas. Un día notará algo. Quizá hoy mismo. ¡Un alza repentina en las ventas de helado de chocolate!
-Entiendo-dijo el psiquiatra.
-¿Puedo volver a mi hermosa celda privada, donde podré estar solo y en silencio durante seis meses?
-Sí- dijo el psiquiatra en voz baja. -No se preocupe por mí- dijo el señor Brock incorporándose- . Me voy a entretener un tiempo metiéndome ese blando, suave y callado material en las orejas. 
-Mmm-dijo el psiquiatra yendo hacia la puerta.
-Saludos-dijo el señor Brock.
-Sí- dijo el psiquiatra.
Apretó el botón oculto de acuerdo con la clave. La puerta se abrió, el psiquiatra salió del cuarto, la puerta se cerró. El psiquiatra atravesó oficinas y corredores. Los primeros veinte metros de su marcha fueron acompañados por El tamboril chino. Luego se oyó Tzigana, Passacaglia y fuga en algo menor, E1 paso del tigre, El amor es como un cigarrillo. Sacó la radio pulsera rota del bolsillo como una mantis religiosa muerta. Entró en su oficina. Sonó un timbre. Una voz llegó desde el cielo raso:
-¿Doctor?
-Acabo de terminar con Brock.
-¿Diagnóstico?
-Parece completamente desorientado, pero jovial. Rehusa aceptar las más simples realidades de su ambiente, y cooperar con ellas.
-¿Pronóstico?
-Indefinido. Lo dejé disfrutando con un trozo de material invisible.
Llamaron tres teléfonos. Un duplicado de su radio pulsera zumbó en un cajón del escritorio como una langosta herida. El intercomunicador lanzó una luz robada y un clic-clic. Llamaron tres teléfonos. El cajón zumbó. Entró música por la puerta abierta. El psiquiatra, tarareando entre dientes, se puso la nueva radio pulsera en la muñeca, abrió el intercomunicador, habló un momento, atendió un teléfono, habló, atendió otro teléfono, habló, atendió un tercer teléfono, habló, tocó el botón de la radio pulsera, habló serenamente y en voz baja, con una cara descansada y tranquila, mientras se oía música y las luces se apagaban y encendían, los dos teléfonos llamaban otra vez, y él movía las manos, y la radio pulsera zumbaba, y los intercomunicadores conversaban, y unas voces hablaban desde el techo. Y así siguió serenamente el resto de una larga y fresca tarde de aire acondicionado; teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono, radio pulsera...


Ray Bradbury
Título Original : The Murderer © 1953.

martes, 7 de junio de 2022

Algunas imágenes de pintura vanguardista

Picasso: Guernica

Picasso: Mujer llorando




Duchamp (seudónimo R. Mutt): Fuente

Kandinsky: Negro y violeta 


Munch: El grito


Boccioni: Hombre del futuro

Boccioni: Visión simultánea

Boccioni: Dinamismo de un ciclista

Dalí: Los elefantes

Dalí: La persistencia de la memoria

 

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Trabajo grupal

1.¿Cuáles de estas imágenes representa mejor lo que ustedes imaginaron/sintieron/pensaron al leer el comienzo de la obra? Elijan un dibujo y una foto para analizar (ver en qué se parece a lo que leyeron, pensar por qué se habrá elegido ese diseño, en el caso de la foto pensar si coincide con lo que se plantea en la obra, por qué les gustó más, etc)












2. ¿Cómo sería "IAVA Land"? Imaginen una obra de teatro en la que un/a dramaturgo/a de 39 años dialoga con uno o dos estudiantes a efectos de componer una obra de teatro. El tema no sería el parricidio, sino algo que se relacione con el presente y la realidad de los estudiantes de Secundaria (o de este liceo). Tiene que haber una descripción de los personajes y algo de diálogo entre ellos.

3. En estos tres videos breves se reproducen fragmentos de la representación de "Tebas Land". ¿Cuál de ellos coincide más con lo que imaginaron al leer la obra, y por qué?

https://www.youtube.com/watch?v=oL8M1kZTofk

https://www.youtube.com/watch?v=LnQGXFUtSW8

https://www.youtube.com/watch?v=kbk67IDmzjA


4. Vean la siguiente entrevista a Sergio Blanco y señalen tres conceptos que puedan explicar en relación a "Tebas Land".

https://www.youtube.com/watch?v=a0Nb-G4t0U4

lunes, 30 de noviembre de 2020

Examen de Literatura 2020: materiales

 

Examen de Literatura:materiales


Grupos: Cuarto año 1, 2, 3, 4 y 7.


1. ROALD DAHL: “CORDERO ASADO”


PUBLICACIÓN

Cordero asado” de Roald Dahl, fue escrito en 1953, y recopilado en la antología Relatos de lo inesperado (Tales of the Unexpected, 1979). Alfred Hitchcock realizó una adaptación para su serie televisiva, y Almodóvar le rindió homenaje en alguna de sus películas.

TEMAS

Aparecen el amor (de pareja y de madre a hijo), la muerte, la venganza, el engaño. Como en muchos crímenes de la vida real, su perfección radica en el modo que emplea el culpable (¿Mary es victimaria o víctima?) para eludir las consecuencias. Allí, la historia da un giro radical: la mujer ha mostrado las uñas, y se dispone a luchar no por ella sino por su hijo. Mary, amante esposa y futura madre, ensaya gestos y entonaciones ante el espejo. Con una astucia impensable en ella, enreda a los policías hasta el punto de hacerles tragar el arma homicida. En la escena final, a solas “Mary Maloney empezó a reírse entre dientes.” 

TÍTULO

El título original era más complejo que el traducido: Lamb to the slaughter, algo así como “Cordero al matadero”. ¿Quién es la víctima en este cuento? Puede ser Patrick, porque es atacado por la espalda y muere. O también Mary, quien de pronto ve cómo se rompe su tranquilo mundo hogareño ante el abandono de su esposo. Sería en este caso un título simbólico, porque no hay directamente un cordero que vaya al matadero en el texto. Si fuera “Cordero asado” sería emblemático, porque se habla de una pata de cordero asada al horno. 

PERSONAJES

La protagonista es Mary Maloney, porque la acción pesa sobre ella en todo el texto. De su grafopeya (aspecto) poco sabemos: joven, ojos grandes y oscuros, panza de seis meses de embarazo… De su etopeya (carácter) se dice que es ama de casa, ama a su esposo, capaz de negar la realidad hasta límites inverosímiles, parece amable y cariñosa pero es capaz de una reacción furiosa cuando él le cambia los planes.

El marido de Mary, Patrick, es un personaje secundario. Detective, seco, muy interesado en mantener su reputación, no hay datos físicos de él. Los policías son varios, algunos con nombre (Jack, O´Malley), otros innominados.

Sam, el almacenero, aparece solo una vez (se llama “episódico”) y de él no se describe casi nada.

LUGAR

Se ubica en una casa espaciosa (con una bodega en el piso de abajo, tiene espacio para el auto afuera, no se describe mucho más) que debe estar en una ciudad pequeña o pueblo de EEUU (todos se conocen), porque los nombres están en inglés y se nombra un Estado (Idaho). Además se cena temprano, a eso de las seis.

TIEMPO

No se dice con exactitud, pero debe ser por los 50´. Mary es una típica ama de casa de esa época, sumisa y complaciente con el marido que viene de trabajar, pero a la vez bebe alcohol en pleno embarazo, lo que la ubica varias décadas atrás en el pasado.

¿ACTUARON BIEN LOS POLICÍAS?

Sí, por lo detallistas y preocupados que fueron, pero no, porque confiaron demasiado en Mary, y además comieron y bebieron en la casa, modificando la escena del crimen.

¿HAY FINAL FELIZ?

La respuesta es subjetiva. Si estamos de parte de la justicia, no: el crimen quedó impune. Si estamos de parte de Mary sí: ella zafó de la condena, y podrá tener en paz a su hijo.



2. Romances


2.1: Información general


ORIGEN

La palabra “romance” deriva de “Roma” y designa al conjunto de lenguas derivadas del latín: castellano, francés, portugués, italiano y rumano, pero también hace referencia a cierto tipo de poemas. Hay algunos poemas que, más allá del tema que traten, son “romances”.

Los romances se originan en España. Entre los siglos XII y XIII los juglares solían recorrer los pueblos cantando largos poemas que trataban de temas heroicos y se llamaban “cantares de gesta”. Uno de ellos, el “Cantar del mío Cid” es considerado la primera obra importante que se conserva de la literatura española. Se cree que, con el paso del tiempo, el público fue memorizando los fragmentos preferidos, que probablemente le pedirían al juglar que repitiera, como pasa hoy con ciertas partes que recordamos mejor de las canciones extensas. Al pasar el tiempo los poetas empezaron a componer directamente textos breves, siguiendo el gusto del público, y así surgieron los “romances”.



DEFINICIÓN: 

Un romance es un breve poema de carácter épico-lírico, destinado al canto con acompañamiento de algún instrumento musical. Tienen carácter épico porque se cuentan sucesos, y son líricos porque aparecen los sentimientos y emociones del autor frente a esos hechos.

Los romances son series indefinidas de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares. Son “series indefinidas de versos” porque no están divididos en estrofas ni tienen un número fijo de versos. Riman solo las vocales, un verso por medio. 



CARACTERÍSTICAS

Romancero” es el conjunto de los romances conocidos, la obra de los poetas populares de España en los siglos XIV, XV y XVI.  Recordemos que la Edad Media terminó a fines del siglo XV, cuando comienza el Renacimiento, y los romances tienen características de ambos períodos. Tienen carácter medieval porque tratan temas y personajes de siglos pasados, son anónimos y de creación colectiva. A la vez su adhesión a los asuntos terrenales es propia del Renacimiento: la temática de los romances rara vez es religiosa. 

Los romances son ANÓNIMOS, no porque se haya olvidado el nombre del autor, sino porque son una CREACIÓN COLECTIVA. Hubo un autor inicial para el poema, pero luego cada juglar que lo cantó, cada persona que lo fue transmitiendo oralmente a otra, pudo modificarlo un poco. Se olvidaron fragmentos, se le agregaron versos o se cambiaron palabras. Por ejemplo, un romance que comienza “Mira Nero…” (aludiendo a Nerón, que miraba el incendio de Roma) se convirtió en “Marinero…”. Es lo mismo que hacemos con las canciones que cantamos, si le cambiamos algo sin darnos cuenta. Entonces no hay UN autor, sino muchos. Cada persona que cambió algo es un poquito autora de la letra, y en muchos casos se conservan varias versiones de un mismo romance.

Los romances al principio no se leían en libros: se escuchaban cantados. Fueron de TRANSMISIÓN ORAL hasta mediados del siglo XVI. Recordemos que la imprenta se inventó en el siglo XV. Allí empiezan a aparecer libros que son recopilaciones de romances, y se llaman “Romanceros”. Eran muy baratos, y fueron  despreciados al principio por los nobles, porque eran un entretenimiento más bien popular. 

Otra característica es el FRAGMENTARISMO: los romances destacan sólo una situación, no cuentan toda la historia. No dan los preliminares, ni detalles, ni el desenlace, solo un fragmento de la situación. Por esto se dice que tienen COMIENZO ABRUPTO, ya que no hay introducción, no se dan nombres, fechas ni lugares concretos. En general terminan con un FINAL TRUNCO, interrumpiendo el texto en un momento de tensión, como para que el lector lo termine con su imaginación.

Son frecuentes las REITERACIONES de palabras o de frases, que le dan fuerza a una idea, a la vez que generan musicalidad. Un ejemplo es el comienzo del Romance del prisionero: “Que por mayo, era por mayo”.

También abundan los DIÁLOGOS. Aparecen varias voces, a veces con breves frases introductorias (por ej. “Allí habló el Infante Arnaldos”). 

MEZCLA DE TIEMPOS VERBALES. Se utilizan recursos de actualización del discurso, lo que quiere decir que los hechos que son del pasado (para el narrador) se muestran como si estuvieran ocurriendo en el presente (para el lector). Esto se logra con el uso de adverbios de tiempo (como “ya”), o con cambios en los tiempos verbales. 

   Muchas veces se da el USO DE DIMINUTIVOS, para intensificar lo afectivo, como al hablar de un “soñito”. Aparece también el GUSTO POR LO SUNTUARIO, es decir, lo lujoso, lo fino, lo que el pueblo que escucha el romance admira, pero no posee.

Los temas de los romances son en general profanos, no religiosos. Los más frecuentes son el sentimiento amoroso, los conflictos entre un rey y sus vasallos y la caída de un príncipe. Se cuentan asuntos nacionales, revividos una y otra vez. A esto se le llama TRADICIONALISMO. A la vez, se habla de la POPULARIDAD de los romances, ya que son muy gustados por todo tipo de público.

Hemos dicho que los romances son muy populares en los siglos XIV, XV y XVI, pero hasta el día de hoy hay escritores que componen sus poemas con el formato y las características de los de antes, aunque ya no sean anónimos ni de transmisión oral.




2.2: “ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE”


¿Por qué decimos que es un romance?

  • Porque tiene versos octosílabos sin estrofas, con rima asonante en los versos pares.

  • Porque hay narración y también expresión de sentimientos.

  • Porque la historia queda fragmentada: tiene un comienzo abrupto y final trunco.

  • Porque hay diálogos, uso de diminutivos, reiteraciones de palabras.

  • Porque no se conoce su autor y hay variables, es decir, que es obra de creación colectiva.



Temas: el amor, la muerte, el destino


Lenguaje sencillo, casi sin palabras a buscar.


Yo lírico: en primera persona al comienzo (dice “mis amores”, por ejemplo), luego en tercera persona (“ya se va para la calle…”).


Tiempo: hay una mezcla de tiempos; comienza en pasado (“soñaba”, “vi”), hay presente (“se va”) y futuro (“ya no me abrirás”). El paso de pasado a presente le agrega dramatismo y emoción a la acción de vestirse, calzarse y salir en busca de la amada.


Personajes: el los poemas no solemos hablar de personajes, pero los romances, al ser narrativos, sí los tienen. Del enamorado sabemos poco: su sentimiento por la amada, su deseo de escapar a la muerte. De la muerte se destaca el color blanco, igual que ocurre con la chica. La amada es además soltera, vive con sus padres y se dedica a las acciones típicas de la mujer medieval: costuras y bordados. Trata de ayudarlo, pero fracasa.


¿Está planteado como realidad o sueño?

No hay un límite claro entre realidad y sueño: él dormía y “vio” a la Muerte… ¿La vio o la soñó? Ambas opciones se justifican en el poema.


Un sueño soñaba anoche,

Soñito del alma mía,

Soñaba con mis amores

Que en mis brazos los tenía.


Se reiteran los sonidos “s” y “ñ”; tal vez se quiere sugerir somnolencia. Ese recurso se llama aliteración.

Nos ubica en un pasado cercano, y aparece el yo lírico en primera persona.

El diminutivo le da un aire afectivo al sueño; era algo deseado, placentero.

Del alma mía” sugiere algo entrañable, querido.

Se reafirma la individualidad: “mía”, “mis”.

Mis amores” puede aludir a varias personas o ser plural de un amor, como cuando alguien dice “¿Cómo van esos amores?”.

El sueño es erótico, en medio del placer de la vida aparece la Muerte.


Vi entrar señora tan blanca,

Muy más que la nieve fría.

¿Por dónde has entrado, amor?

¿Cómo has entrado, mi vida?

Las puertas están cerradas,

Ventanas y celosías.


El blanco da idea de falta de vida, es una palidez propia de la muerte. En distintas culturas se representa de modo diferente a la muerte, en general de manera antropomórfica: puede ser una figura vestida de negro y con guadaña (ahí se le llama “la Parca”), o un esqueleto, pero aquí es una imagen femenina que el enamorado confunde con la amada.

Ella es “señora”, la otra es “niña”. Él las confunde, pero no son similares, salvo en lo blanco.

Hay una comparación de la blancura de la señora y la de la nieve. “Muy más” es una expresión arcaica, que hoy es incorrecta. Intensifica la idea de la blancura. La nieve ya de por sí es fría: se produce una redundancia (se da un dato en el adjetivo que va implícito en el sustantivo). A la vez lo frío también da idea de muerte.

Las preguntas del enamorado están formuladas en versos que son paralelos, están armados con la misma estructura. Ambos reflejan que no está asustado (por ahora) sino sorprendido. La confunde con su amada, y por eso los vocativos “amor”, “mi vida”.

Celosías son una especie de enrejado de madera o de hierro que está por fuera de los vidrios de una ventana. Llama la atención la misteriosa entrada de la mujer a una casa que está totalmente cerrada, y prepara la expectativa para su presentación.


Presentación de la Muerte: se refiere a él como “amante”, destacando su rol de enamorado (como le dirá al final). Es seca, concisa, habla solo lo necesario. Hace una negación (“no soy…”) y luego una afirmación (“Soy…”). Se identifica como la muerte (hay una personificación) y declara ser enviada por Dios. En un universo católico Dios decide la muerte, ella no es una figura poderosa, como los dioses de la muerte en otras religiones.

El enamorado intenta “regatear”, negociar un tiempo de vida, reconociendo que ella es dura, estricta (“rigurosa”). Hay un pedido, al que se le responde de forma negativa, planteando otra vez una afirmación y una negación, en este caso en orden inverso al anterior: un día no, una hora sí.

A partir de aquí el yo lírico pasa a estar en tercera persona: “muy de prisa se calzaba/más de prisa se vestía”. Se destaca la urgencia, el apuro. Es una imagen visual. Los dos versos son paralelos, tienen igual estructura. A continuación aparece un verbo en presente: “ya se va…”. Los romances suelen mezclar los tiempos verbales; en este caso da más urgencia a la escena. Esto se llama actualización de sucesos, o que era pasado se pone en presente ara darle más dramatismo.

Aparece un segundo diálogo, con la amada. Le habla en tono imperativo, en dos versos paralelos que comienzan igual (anáfora). Los dos vocativos con que la nombra son “blanca” (recuerda a la muerte) y “niña” (da idea de inocencia, y también de clase alta).La respuesta de ella es larga y detallada, porque aún no sabe el por qué. Menciona el palacio, lo que nos lleva a afirmar que es de nivel social alto. Hay dos versos paralelos cuando menciona a sus padres. Su negativa está bien fundamentada: nunca una joven de la época podría dejar entrar a su enamorado a la casa por la noche sin permiso de los padres. Él le responde con otros dos versos paralelos, donde también se juega con el contraste afirmación/negación: si no es hoy, no será nunca. Agrega el vocativo “querida”, que termina de ubicarla para el lector como su amada. La muerte sería vida si logra estar con ella: aparece el móvil de su visita, que es un intento de salvación a través del amor.

La propuesta de la chica implica riesgos, porque la vía directa (puerta) es imposible. La ventana es alta. Ella va a su habitación de labores domésticas (típicas de una mujer medieval) y le echa “un cordón de seda”. Cordón da idea de fuerza, pero la seda ya anticipa el final, al ser un material frágil. “Subas arriba” es un pleonasmo. Las trenzas eran en esa época símbolo de la pureza y la virginidad de la mujer: ella haría cualquier sacrificio por salvarlo, incluso el de su cabello (que sería metáfora de su reputación, su “buen nombre”).

La fina seda se rompe”. El adjetivo “fina” puede aludir al lo lujoso o a lo frágil. La ruptura del cordón simboliza la separación entre vida y muerte. No hay detalles de la caída, simplemente llega la muerte reclamando que su tiempo ha expirado. El final queda trunco, como es común en los romances, y el destino del enamorado se cumple pese a su intento de salvarse. Entre el amor y la muerte, esta última es la que gana, y se lleva al enamorado.


2.3: “ROMANCE DEL PRISIONERO”



El poema es un romance (por la estructura, porque es fragmentario, usa diminutivos, hay cambios de tiempos verbales, es lírico y narrativo). Se conocen varias versiones; en algunas hay más sucesos y la extensión es de 26 versos más, pero la más conocida es la breve, que consta de solo 16 versos.

En su estructura podemos dividirlo en dos partes: al principio describe el mundo exterior, y luego se centra en la situación del prisionero. La última parte quizás se puede a su vez dividir en dos momentos: descripción de su situación y narración de lo ocurrido al avecilla.

El tono es triste, de lamento. Los temas son la soledad, el dolor, el encierro.

Al comienzo nos ubica en la primavera de España. El primer verso comienza con un “que” declarativo, que es propio de España, y también sugiere un discurso ya comenzado. Se reitera el mes, le da musicalidad y afirma la idea de que va a recordar. “La calor” es un arcaísmo: hoy no es correcto usar el femenino para “calor”.

Destaca el color y aroma de la vegetación, a la vez que los trigos nos llevan a la idea de alimento. Los dos versos son paralelos. Los trigos encañan, crecen, y los campos florecen. Da idea de vida, color, vitalidad, propios de la primavera.

Las aves dialogan; se comunican. Esto contrasta con su soledad. No en vano nombra un ave denominada en femenino y otra en masculino: nos prepara para la mención del amor en los versos siguientes. Va describiendo el mundo a través de diferentes sensaciones: el calor, lo visual, los sonidos. Hay una anáfora al reiterar el comienzo “cuando”. Los enamorados “van a servir al amor”, como si lo obedecieran. Fue planteando todo lo que le falta, en orden de menor a mayor importancia: hay una gradación, una enumeración con un fin en concreto. El recuerdo se va acercando a lo peor que le sucede: la soledad, la falta de pareja, de amor. Todo en el mundo está en plural, excepto él, que está solo.

La segunda parte del poema se centra en el yo lírico. “Sino” funciona como nexo entre una parte y la otra. Es una conjunción adversativa, tiene el sentido de un “pero”, “en cambio”. El afuera en primavera es vida, comunicación, amor, el adentro es oscuridad, encierro, soledad. “Triste” y “cuitado” son redundantes, significan lo mismo. “Cuitado” implica que tiene penas, problemas. No tiene noción del tiempo, y al decirlo sugiere que vive más bien en una eterna noche, porque la menciona en plural: es de día/las noches son. Recordemos que las prisiones medievales muchas veces eran en las mazmorras (subterráneos) de los castillos, y que no había nadie que asegurara que los prisioneros recibieran un trato digno. El poema no da detalles de dónde está, por qué, desde cuándo o hasta cuándo.

La avecilla aparece como su único contacto con el mundo exterior, su esperanza de comunicación con alguien. “Me cantaba” implica que la siente cercana, necesita que otro lo reconozca, sepa de su existencia, le dé su condición de ser humano. El albor, el amanecer, sugiere la luz, la esperanza. Los dos versos finales vuelven a sumergir al prisionero en la noche eterna y la soledad absoluta. “Matómela un ballestero”: él siente que es una acción cometida contra él, como si fuera el dueño de a avecilla. Es un ballestero, cualquiera, no importa quién, pero le desea un castigo. Dios debería castigar al acto de crueldad de dejarlo otra vez sumido en la total soledad y oscuridad. El final es trunco: termina dejando al lector con dudas y preguntas, como todos los romances.



3. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER: “LOS OJOS VERDES”


(buscar vida y obra del autor)

3.1: Romanticismo

La palabra “romanticismo” puede entenderse en más de un sentido. Por un lado, se refiere a un estado de sensibilidad y jerarquización de los sentimientos. Por otro, alude a un fenómeno artístico concreto: es en este sentido que la utilizaremos aquí. El Romanticismo fue un movimiento de ideas, una forma de concebir al arte que marcó al siglo XIX y cuya influencia perdura en algunos aspectos hasta nuestros días. 



CARACTERÍSTICAS  El romanticismo presenta una serie de características íntimamente relacionadas unas con otras y que se condicionan entre ellas.



INDIVIDUALISMO.  El hombre romántico tiene una conciencia aguda y dolorosa de la propia personalidad, de ser distinto a los demás, y afirma constantemente ese “yo” frente a lo que le rodea. En algunos casos llega a sentirse superior a todo lo otro: exalta su propia sensibilidad, sus emociones, su genio, así como también su desgracia o su infelicidad.

EGOCENTRISMO. Todo va a girar alrededor del yo, por lo tanto frecuentemente habla el romántico en primera persona, a menudo protestando por la incomprensión de su sociedad, por el desconocimiento de su genio individual.

DESENGAÑO. El choque entre el yo romántico y la realidad que no da satisfacción a sus anhelos e ideales produce en el artista romántico un hondo desengaño, un cansancio vital que lo lleva a un violento enfrentamiento con el mundo y a rebelarse contra todas las normas morales, sociales, políticas y religiosas.

LIBERTAD. Hay una exaltación de la libertad; sólo en libertad se alcanza la plenitud. Un poeta español del siglo XIX, Larra, afirma: “libertad en la literatura, como en las artes, como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. He aquí la divisa de la época.” En el arte, la libertad está vinculada con lo formal, la negación a dejarse limitar por reglas. En la vida cotidiana, tiene que ver con un estilo libre y desprejuiciado de vivir, conocido en general como “bohemio”. 

SUBJETIVISMO.  Frente a la razón se levanta la bandera el sentimiento, de ahí la importancia de emociones, sueños y fantasías. El hombre romántico profundiza minuciosamente en sí mismo o en sus personajes. Su actitud de búsqueda interior lo lleva a descuidar el mundo que lo rodea y refugiarse en lugares solitarios.

SOLEDAD. El gusto por la soledad se convierte en uno de los temas románticos por excelencia. Esto justifica la preferencia por lugares solitarios como castillos, cementerios, espacios apartados y recónditos. La soledad del romántico nace también de su individualismo, de la afirmación de su yo; en este sentido la soledad produce también dolor y lo lleva a ansiar la integración, la comprensión de los otros, el amor.

IRRACIONALISMO. Se niega que la razón pueda explicar por completo la realidad. Se abandona la idea de que existan verdades fijas e inmutables que puedan ser descubiertas. Este rechazo por la razón y lo racional explica la preferencia de los románticos por lo sobrenatural, lo mágico y misterioso. Tal vez ligado a esto se produce un retorno a la religiosidad.

LA NATURALEZA. Frente a la Naturaleza artificiosa del Neoclasicismo, el artista romántico representa la naturaleza en forma dramática, en movimiento, con preferencia por la ambientación nocturna. Opone al orden, a la mesura y la armonía neoclásicos, el desorden y la falta de proporción. La Naturaleza se identifica con los estados de ánimo del creador, es como una proyección de sus sentimientos y a la vez está por encima de todo, lo que deja traslucir cierta concepción panteísta del universo.

EVASION. Para escapar de ese mundo en el que no encuentra cabida su idealismo extremo, el romántico opta por escapar de la realidad inmediata que no le gusta. Esa evasión puede conducirlo a épocas pretéritas, como la Edad Media, o a lugares lejanos y exóticos, como Oriente o América. La fantasía funciona siempre como forma de evasión de la realidad para el hombre romántico.

EL MAL DEL SIGLO. El romántico es por naturaleza alguien inseguro e insatisfecho, lo que da lugar a una desazón vital. Se habló del “mal del siglo” para referirse a ese estado de ánimo propio de los románticos, compuesto por melancolía, tedio de vivir, insatisfacción, desconsuelo. A veces esto constituía una postura, con más de fingido que de auténtico, como una especie de moda.



3.2: Análisis del texto



Se publicó en 1861, en el diario español “El Contemporáneo”. 

El autor plantea que se trata de una leyenda, pero no lo es del todo. Sí coincide en que es misteriosa, con algo de magia y ubicada en un pasado impreciso, pero no lo es porque se transmitió por escrito y conocemos al autor. 

El título es emblemático, porque anticipa algo de su contenido. 

El narrador al principio es interno y está en primera persona, pero luego pasa a ser externo, en tercera persona y omnisciente (conoce todo sobre los personajes). 

Se ubica en un tiempo impreciso, en la Edad Media (por el tipo de cacería, por usar la ballesta como arma,  por los nobles en castillos, por el lenguaje antiguo). La acción dura unas semanas o a lo sumo un par de meses.

Nombra lugares reales de España (Moncayo, que es una montaña, y la provincia de Soria) y otros ficticios (la fuente de los álamos, el castillo de Fernando). 

Hay tres personajes. Fernando es un joven noble, valiente, cazador, un tanto soberbio y al comienzo maleducado, que llega a destratar a su sirviente Íñigo delante de otras personas. Luego cambia, y es más bien un hombre enamorado y solitario. Es el hijo mayor de un marqués y vive en un castillo. Se enamora del espíritu de la fuente y arriesga todo por ella. Muere por ese amor imposible. Íñigo es un montero, es el que comanda las partidas de caza. Lleva 40 años en ese trabajo, conoce el lugar a la perfección y quiere mucho a Fernando, a quien ha visto nacer. Es modesto y tranquilo, representa la voz de la razón y la sabiduría de un anciano. Conoce las tradiciones y respeta las supersticiones. La mujer de la fuente es la única que se describe físicamente: es bella, rubia, de ojos verdes como esmeraldas, de rizos, con ropas sueltas que llegan hasta el agua y una voz parecida a la música. Confiesa ser un espíritu, vive en el agua y ofrece a Fernando un amor diferente, según ella superior, si se atreve a lanzarse a la fuente. Parece ser una “ondina”, un espíritu del agua que protege su lugar e impide que otros la ensucien, castigando a quien pasa con la muerte. Este tema no es nuevo, ya había relatos sobre este tipo de seres antes de que Bécquer hiciera la leyenda. 

Algunos elementos de análisis: 

El texto comienza con una breve introducción contada en primera persona. Allí se plantea que la idea de la leyenda se origina en el título y que esos ojos verdes quizás fueron soñados por el narrador (no se sabe, es misterioso). Hay algunas metáforas, como: “dejar a capricho volar la pluma” (idea de libertad, de espontaneidad), “boceto de un cuadro” (como si fuera una primera versión del cuento), ojos que son “pintados” (descriptos). Recordemos que Bécquer fue pintor, como toda su familia. Describe los ojos con una larga comparación con la lluvia: eso se llama “símil”, y ya relaciona a los ojos con el agua desde un comienzo. 

La parte 1 cambia a un narrador externo y nos ubica en una cacería. El lenguaje se hace más antiguo, con palabras difíciles. Comienza con un diálogo: Íñigo cuenta que el ciervo está herido y va a morir, pero sorpresivamente toma un camino que, si no lo interceptan, lo hará morir sin que los cazadores lo atrapen, porque es el camino a un sitio prohibido, la fuente de los álamos. Elogia a Fernando como buen cazador, quizás exagerando un poco. Es su primera expedición de caza. Se trata de una cacería importante, con perros, caballos, trompetas, sirvientes, todo para que el señor feudal (Fernando) se luzca. Íñigo da una serie de órdenes para evitar que escape el ciervo, y eso se ve en una acumulación de acciones: córtenle el paso, animen a los perros, suenen trompetas… El sonido de las trompetas se expresa como un “bramido”, que es el sonido de un animal; hay una animación, como si se les diera vida. El “pero” del siguiente párrafo marca el fracaso del intento de cortarle el paso al ciervo. Se escapó “rápido como una saeta” (comparación). A continuación todo se detiene. En el texto se marca con una serie de acciones precedidas por la conjunción “y”: este recurso literario se llama polisíndeton.

Una vez que todo se detiene aparece el protagonista. Fernando es presentado a través de dos metáforas, como “el héroe de la fiesta”. Es el hijo mayor de los marqueses de Almenar, es decir, el heredero de sus posesiones y título. Muy enojado y sorprendido le habla mal a Íñigo por haber dejado escapar al ciervo. El montero le explica el motivo, mencionando al espíritu del mal que habita en la fuente, espíritu que castiga con la muerte al que pase por ahí. El joven no acepta el peligro, y plantea que el ciervo (su primera presa en una cacería) le importa más que toda la riqueza de su familia e incluso más que la paz de su alma (que dice que la perdería ante el diablo antes de dejar escapar al animal). Llega a amenazar al montero, que al final lo deja ir. Todos quedan preocupados por él, e Íñigo al final plantea que ahora ya no lo puede ayudar, y que su destino está en las manos de dios.






4. ANÓNIMO: “LAZARILLO DE TORMES”


4.1: Información de la época y la obra



Es una novela, un relato extenso en prosa en el que intervienen personajes y se desarrollan sucesos en un marco social determinado. Esta obra se ubica en España a mediados del siglo XVI, durante el reinado de Carlos V. 

Podemos encontrar en esa época distintos tipos de novelas:
a) NOVELA DE CABALLERÍA: es la que narra las hazañas de un héroe joven, noble y hermoso, que resulta casi invencible frente a cualquier enemigo, ya sea humano, mago o monstruo. Está por lo general enamorado de una hermosa y virtuosa dama, a quien dedica sus triunfos.
b) NOVELA SENTIMENTAL: tiene por tema el relato de los amores apasionados y trágicos de una pareja, que logra vencer dificultades casi insalvables para llevar a buen término sus sentimientos.
c) NOVELA PASTORIL: también hay un tema amoroso, pero lo más importante es el marco natural en que se ubican los personajes, paisaje muy armónico y pacífico, con pastores cultos, que cantan a sus amadas en bellas poesías.
d) NOVELA PICARESCA: es en cierta forma la antítesis de las otras, ya que habla de problemas tan reales como el hambre, la hostilidad del mundo, la soledad del individuo. Se trata de un género nuevo, propio de España.
Las novelas picarescas son autobiográficas, el propio protagonista cuenta su historia. El pícaro es un ser tan insignificante (socialmente hablando) que no tiene alguien que se ocupe de contar su vida, a diferencia del héroe caballeresco que siempre tiene alguien que cuenta sus hazañas.
Estas novelas se presentan como una sucesión de episodios, y tienen como personaje central a un muchacho que pasa por muchos amos y atraviesa una serie de conflictos resueltos con humor. No hay grandes pasiones, y su protagonista es con frecuencia antiheroico. Se define al pícaro como unmuchacho de familia pobre, que por alguna razón queda solo y debe defenderse a sí mismo, no tuvo educación, a veces anda en malas compañís y se gana la vida como puede. Pide limosna, realiza trabajos temporales, va de ciudad en ciudad, muchas veces a las órdenes de un amo. La necesidad de vivir lo hace caer en pequeños delitos, muchas veces por hambre, pero sin ejercer violencia física contra otras personas. Por lo general no quiere cambiar esa vida, prefiere ser nómade y sin reglas antes que tener un trabajo y lugar fijo donde vivir.
“Lazarillo de Tormes” no coincide en todos los aspectos porque él trata de cambiar su suerte, y se siente feliz cuando lo logra. Esta novela no es una típica obra picaresca sino un antecedente de la misma. En “Lazarillo” la visión pesimista es menos fuerte, aunque hay un fondo trágico que el humor no puede borrar. Lázaro es simpático, con una alegría de vivir típicamente renacentista.


El título es “Vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades”. En cuanto a la fecha, se supone que tuvo una primera edición en el año 1553, que no se ha conservado. En 1554 se edita la obra en tres ciudades, y cinco años más tarde se prohíbe su circulación en España, aunque muchos ejemplares entraron por los países limítrofes. En 1573 se publica “Lazarillo castigado”, una versión censurada de la obra, sin los fragmentos que más criticaban al clero, y no volvió a ser editada completa hasta el siglo XIX. La fecha de composición (cuándo fue escrita) es incierta, pero en el texto se menciona la batalla de los Gelves, contra los moros (que fue en 1510 o 1520) y las cortes de Toledo (en 1525 y 1538).


El autor de la obra prefirió ocultar su identidad, no se sabe con certeza quién fue. Quizás fuera un político o religioso que no quiso arriesgar su prestigio, o alguien temeroso de las consecuencias por algunas críticas a la Iglesia que allí aparecen. Hubo escritores que hicieron continuaciones para la obra, incluso en pleno siglo XX.


En cuanto a la estructura, la novela cuenta en primera persona la vida de un joven que pasa de amo en amo, desde su infancia hasta su juventud. La obra está desarrollada como una sucesión de episodios de desigual extensión. Se organiza en siete tratados y un prólogo (aunque esta división no estaba en el texto original) y su unidad se asegura por el personaje central, siempre presente. Los amos sirven para presentar a distintas clases de personas de la época: mendigos, curas, nobles empobrecidos, etc.


El argumento de la novela muestra el estado de miseria y deshonor al que las circunstancias habrían conducido a Lázaro. Los tres primeros tratados están centrados en el tema del hambre y últimos tienen en común el deseo de ascenso social y el paralelo descenso moral del protagonista. Lazarillo va madurando y perdiendo ingenuidad a lo largo de la obra, hasta terminar en el desilusionado conformismo del final, cuando acepta una situación indigna al ser engañado por su esposa –si bien nunca lo reconoce abiertamente- con el jefe de ambos, el Arcipreste de San Salvador, a cambio de casa, ropa y trabajo.
El estilo en este libro es sobrio, las descripciones y los diálogos son sencillos, sin elementos fantásticos. La novedad de la obra estaba en el uso de la primera persona: toda la novela parece ser una carta dirigida a alguien a quien el protagonista llama “vuestra merced”. Lázaro no cuenta toda su vida, sino aquello que quiere mostrar para explicar (y justificar) su forma de vivir.


4.2: Análisis del texto


Lazarillo de Tormes, tratado 1: análisis literario (copiado de http://literaturacuarto.blogspot.com/)


El título del tratado nos aporta algunos datos sobre lo narrado en este capítulo. Primeramente tenemos la mención del personaje protagónico por medio del nombre, luego dice que dirá quiénes son sus padres, “cuyo hijo fue” y que contará su vida. En realidad, en este tratado contará su nacimiento y el comienzo de su vida de pícaro.
El relato comienza con un “pues” que establece la relación con el Prólogo que lo antecede y nos hace notar la continuación de un razonamiento. Sus palabras tienen un destinatario, que desconocemos y a quien trata con respeto: “vuestra merced”.
El primer dato que aporta es el de su nombre, o más bien cómo le dicen ya que indica “ a mi llaman Lázaro de Tormes”, no sabemos si es nombre o sobrenombre. El mismo tiene reminiscencias bíblicas y relación con su primer oficio: ser guía de un ciego (definición de lázaro). El segundo dato que aporta es el lugar de origen, Tormes. La forma en que el dato nos es presentado tiene relación con la forma en que lo hacían los protagonistas de las novelas de caballerías, notándose cierto dejo irónico, dado que su vida y nacimiento nada tienen que ver con la de un héroe caballeresco. El sobrenombre “de Tormes” lo toma por haber nacido en dicho río, relato que hace en forma muy veloz, como su propio nacimiento, contando este hecho sin detalles: “preñada de mi, tomóle el parto y parióme allí”
Posteriormente nombra a sus padres, de quienes nos dice sus nombres y su lugar de origen. Interesa resaltar la sencillez de dichos nombres: Tomé González y Antona Pérez. Son nombres comunes, de un solo apellido que indican que no son personas de alto nivel social.
Se menciona que su padre trabaja como proveedor de un molino, “fue molinero durante quince años”. Al recordar el hecho y mencionar al padre se observa una anticipación de que cometió alguna falta al decir: “Mi padre, que Dios lo perdone”.
Luego del nacimiento salta, cronológicamente, hasta la edad de ocho años, lo cual gana en verosimilitud porque es la edad de la memoria y es creíble que el protagonista recuerde lo que sucedió: el apresamiento de su padre. La frase utilizada es que “achacaron a mi padre” lo cual indica, por un lado cierta duda si realmente realizó o no el delito y por otro la inocencia de un niño de ocho años. El delito se describe como “sangrías” utilizando el término popular que hace referencias a los cortes de cirujanos o barberos para aliviar dolores. Estas sangrías (simetría con el padrastro y con él mismo que también las realizan) hechas por el padre fueron “mal hechas” observándose la ambigüedad del lenguaje ya que el término alude a que fue descubierto y por otro lado señala una falta moral. A partir de allí las acciones son sucesivas y la utilización del polisíndeton cumple la función de marcar la rapidez con la que se realizaron. Se afirma, “confesó e no negó”, recordando la figura de Cristo y posee reminiscencias bíblicas (San Juan y San Mateo). Asimismo se señala que “padeció persecución por justicia”, se apela al doble sentido ya que se procura hacer referencia a la Justicia como valor, pero su sentido lineal referiría a los ejecutores de la misma. Su castigo es el destierro, lo que lo aleja de su familia, “por el desastre ya dicho”, observándose nuevamente la ambigüedad del lenguaje dado que el término desastre puede aludir por un lado al acontecimiento familiar y por otro al desastre de la armada de la expedición de Gelves. Al ser desterrado pasa a servir a un caballero y su función es la de cuidar las mulas de carga “acemilero” y por éste motivo debe seguir a su señor cuando este va a “cierta armada contra los moros”. La muerte le llega como “leal criado”, observándose un tono irónico dado que se apunta a la situación desvalida de los sirvientes de los caballeros, que aún sin desearlo debían acompañar a sus amos en las batallas.
Al morir el padre (“feneció su vida”) hecho que parece no despertar emociones en Lázaro, tal vez por la edad que tenía cuando la separación; su “viuda madre” se ve “sin marido y sin abrigo”, es decir necesitada de protección. Por este motivo decide “arrimarse a los más buenos” consejo que seguirá Lázaro en el Tratado VII que tiene corte popular.
Está decisión trae aparejada un gran cambio en la vida de ambos ya que emigran del campo y “vínose a la ciudad” (se observa cómo el futuro de Lázaro se encuentra en la manos de su madre, ella es quien realiza las acciones). Allí alquila una “casilla” diminutivo que da cuenta de la pobreza así como del tamaño. Se hace presente nuevamente el polisíndeton “y” para referirse a lo rápido de las acciones. Debe salir a trabajar y se dedica a “guisar de comer a ciertos estudiantes” y a lavar. El adjetivo “ciertos” alude a la mala fama de éstos, tan lejano de su intención de acercarse a los buenos. Estas labores la llevaron a “ir frecuentando las caballerizas”, frase llena de ambigüedad. El gerundio “frecuentando” y la noción de lapso temporal que implica es complementado con la alusión de que ella y un hombre “vinieron en conocimiento” refiriéndose a la dupla necesidad/ocasión y al sentido bíblico de estrechar relaciones (relacionamiento sexual)
Este hombre era un “moreno de aquellos que a las bestias curaban”, la tarea que desempeña nos indica lo descendido que se encuentran en la escala social. La relación del moreno con Lázaro se presenta como una evolución evidenciada a través de los calificativos empleados para con el hombre: inicialmente se habla del temor que surge por un elemento objetivo su color y por uno subjetivo el “mal gesto”; en un segundo momento ese miedo es cambiado por cierta simpatía ya que desde los ojos de niño se ve cómo la situación mejora por los alimentos que el mismo trae (“vi que con su venida mejoraba el comer”) y por último surge el cariño supeditado a su estómago “fuile queriendo bien”, el gerundio muestra la transformación gradual. Desde aquí ya se observa el hambre como motor de la acción y de la afectividad.
De la relación entre la madre y el Zaide nace un “negrito muy bonito”. Lázaro ha asumido al moreno como padrastro y el nacimiento de un hermano le produce alegría e incluso ayuda a cuidarlo. Se narra un hecho gracioso relacionado con el color del Zaide, y que da lugar a una reflexión sarcástica del pícaro adulto o del converso: “cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros, porque no se ven a si mismos”; y que se ve complementado con el posterior comentario de la falta del padrastro en tanto “esclavo del amor” con la de los frailes y los clérigos.
Por primera vez nombre al moreno “Zaide” (Señor en árabe, irónico nombre para un esclavo. Se enumeran los alimentos que hurtaba Zaide que era para alimentar a las bestias, observándose un robo por necesidad. También se presenta la justificación de dicho robo mencionando por primera y única vez en el texto al amor, “pobre esclavo del amor”. Dos son los castigos que recibe el moreno, por un lado físico “azotaron y pringaron” y por otro afectivo ya que es separado de su familia. Segunda separación para Lázaro por similar motivo. El propio niño es interrogado y en su inocencia confiesa, su madre es amenazada y se aleja para por un instinto de supervivencia (“soga tras el caldero”) y para cuidarse de las “malas lenguas”.
Se hace uso en este caso de la elipsis narrativa reduciendo los hechos a unos pocos datos relevantes, por ejemplo la mención del mesón de la Solana y que allí terminó de criar a sus hijos y cómo su hijo mayor la ayudaba en sus tareas. Hasta aquí se extiende la apertura del Tratado I.
En esta situación, trabajando en el mesón, es que lo encuentra el ciego. Este personaje es típico de las novelas picarescas, vive del engaño con oraciones destinadas a distintos usos que muestran su falsa religión y cuya característica principal es la avaricia. Este personaje será determinante en la vida del protagonista ya que es quien lo introduce en condición de pícaro.
Al ser pedido a la madre para “adestralle”, como compañía, esta no duda y asiente inmediatamente, “me encomendó a él”; para convencer al ciego que ha hecho una buena elección la madre menciona el origen de Lázaro de forma irónica: su padre fue un “buen hombre” y murió cierto en la de Gelves, pero no para “ensalzar al fe” sino porque estaba obligado a ir, completando la ironía al referirse a Lázaro: “no saldría peor que mi padre”. La función de la madre queda en este momento delegada y ella mismo lo llama “huérfano”, procurando mover a piedad al ciego. Este responde con aparente afectividad y afirma que lo va a tratar “como a un hijo”, sarcasmo que le funciona con la madre. Así Lázaro se unirá a su “nuevo y viejo amo” (antítesis, expresión binaria su relación con el ciego es nueva pero éste es un anciano)
Cuando Lázaro se despide de su madre, ésta le da los últimos consejos al enmarcar el futuro de la relación entre ellos “no te veré más” y le pide que sea “bueno” término que refiere tanto a lo moral como a lo social, recordándole su misión de “arrimarse a los buenos”. Lo encomienda a Dios y no al ciego. Esta intervención muestra que la afectividad no es característica de los personajes madre/pícaro en la novela picaresca. Aunque no tiene la certeza, le dice a Lázaro, con “buen amo te he puesto” aludiendo posiblemente a la bondad por un lado y por otro a que ayudará a su hijo de salir de la pobreza. Se despide dándole un último consejo, “válete por ti mismo” lo prepara para la soledad y los peligros que vivirá. El protagonista se aleja de su madre y de Salamanca comenzando una nueva vida.


5. ANA MARÍA MATUTE: “LA CONCIENCIA”


Buscar vida y obra de la autora. Analizar el tema del cuento, cómo es el título, describir a los personajes y tratar de determinar qué secretos se sugieren o explicitan en el cuento.



6. MARIO BENEDETTI: “NIÑOQUEPIENSA”


Buscar vida y obra del autor.

Se trata de un texto escrito en un lenguaje sencillo, sin muchos recursos literarios. Algunos términos o expresiones pueden resultar difíciles de entender, pero es porque han caído en desuso, no porque originalmente fueran complicados.

El cuento fue publicado originalmente en el semanario Marcha en 1956.

Además de la falta total de signos de puntuación (excepto el punto final), llama la atención el uso muy frecuente de la conjunción copulativa “y”. Con esa reiteración tal vez se busca dar mayor fluidez al discurso, a la vez que se imita el lenguaje infantil, que suele no tener conectores más complejos. Este es un recurso literario, una reiteración intencional por parte del autor, y se llama “polisíndeton”. La forma de denominar a sus progenitores oscila entre “el Viejo”, “la Vieja” y los

más afectuosos “Papá” y “Mamá”. Al referirse a la madre la mayor parte de las veces usa la forma más afectuosa, en cambio al padre la mayor parte del tiempo lo llama “el Viejo”. Su familia parece ser la típica familia de clase media o media/baja de los años 50', donde el padre es quien sale a trabajar y toma las decisiones, en tanto la madre se queda en el hogar y solamente actúa como mensajera, al contarle las travesuras que hizo el niño durante el día.

El protagonista no manifiesta sentirse muy molesto al comienzo de la penitencia: está “despatarrado en la cama”, “como un rey”, no le importa quedarse sin flan porque lo comerá mañana “y es mucho mejor comerlo frío”: su forma de no asumir la penitencia es declarando que no la sufre. A medida que pasa el tiempo se empieza a aburrir, quiere ir al baño, y eso lo lleva a ir planeando pequeñas venganzas. Esto comienza cuando se da cuenta de que no sabrá por ahora el resultado del partido, porque está en cerrado y a oscuras.

Hay varias alusiones políticas en el texto: se menciona al “Tacho” (dictador de Nicaragua), a “la quince” (una lista política del Partido Colorado), por ejemplo. En el texto hay varias veces reiteraciones de palabras seguidas: “memato memato memato” (uniendo allí dos palabras), o “aburrido aburrido aburrido”, entre otras. Los episodios (radioteatros) son escuchados por mujeres de clase media o baja (como la madre del niño y la vecina), pero sus personajes y ambientes son declase alta: hay allí una institutriz, un mayordomo, un conde… Aparece la fascinación por lo que no se tiene, el gusto por lo lujoso, que también vimos antes como característica de los romances.

Los planes de “venganza” son típicamente infantiles: romper cosas hacer lo que ahora no le es permitido. El chiste final se da ante la posibilidad de intromisión del niño en la vida adulta, revelando opiniones del padre ante la autoridad, en este caso su jefe. Hay allí un deseo de meter al padre en problemas, pero también una inconsciencia infantil, producto del desconocimiento de lo que significa el último término mencionado, así como la falta de previsión de las consecuencias que esta “revelación” podría acarrearle al padre. Obviamente, este es un texto humorístico, y el dejar para el final la palabra “cornudo” lleva a la risa final por parte del lector.