martes, 29 de octubre de 2013

6º año: Presentación general del cuento

 “EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO”  G. García Márquez

Resumen de la presentación del cuento.
Año de composición: 1968. Primera publicación en libro: “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” (1972).
El título es emblemático, anticipa algo de lo que va a tratar el cuento, y también puede tomarse como epónimo desde el momento en que nombra a su protagonista.  Encierra la asociación de dos ideas bien distintas: “ahogado” y “hermoso”; son dos conceptos que no relacionamos habitualmente. La primera palabra sugiere imágenes desagradables, que no coinciden con la idea de belleza. Hay también una hipérbole; este ahogado es “el más hermoso del mundo”.
El tema principal es la creación de un personaje mítico, que transformará la vida del pueblo, sobre la base de un muerto desconocido. Se produce un doble descubrimiento: el del muerto como “persona” (con nombre, personalidad, familia…) y el del pueblo y sus habitantes, que toman conciencia de sí mismos. Otros temas son la muerte y el mar, ambos siempre presentes en los textos de este escritor.
En cuanto a la estructura, podemos encontrar una división tradicional en planteo (hallazgo y descripción del cadáver), desarrollo (creación de Esteban, comprensión de su infelicidad, invención de su pasado) y desenlace (funerales y propósitos de transformación del pueblo).
El narrador no participa de la acción (es externo) y conoce el interior de los personajes (omnisciente). En algún momento su voz se confunde con la de Esteban, y el texto pasa a un estilo indirecto libre (“en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello…”).
Los personajes son plurales, a excepción del ahogado. Se los ve casi siempre formando parte de una unidad compacta: los niños, las mujeres, los hombres. Ninguno de ellos tiene nombre, son innominados. El ahogado cobra vida (en sentido simbólico) al recibir su nombre (Esteban, que significa, en sus orígenes, “el que es coronado por la victoria”). El pueblo cobra un rol casi divino al dotar de vida a quien no la tiene, y justamente lo hace a través del acto de nominación. Desde el momento en que le adjudican un nombre comienzan a pensar al cadáver como si fuese alguien conocido, de quien saben (o creen saber) sentimientos, pasado, intenciones.
De la ubicación temporal del cuento poco podemos decir en concreto; no se mencionan años ni estaciones, ni se dan datos que lo circunscriban en el tiempo. La acción del cuento dura una tarde, la noche y parte del día siguiente. Pocas horas bastan para cambiar el presente y (tal vez) el futuro del pueblo, partiendo de la base del hallazgo de un cadáver sin pasado, al menos sin pasado conocido por los habitantes del pueblo.

El espacio se ubica en un pueblo pequeño, más bien una aldea (de “unas veinte casas”), modesto (casas de tablas, pescadores, muebles endebles), en “un cabo desértico”. El lugar del ahogado (muerto) es el agua, viene del agua, que tradicionalmente simboliza la vida, en tanto que el lugar de los habitantes (vivos) connota la muerte, da una idea de muerte. El paisaje es siempre árido (viento, rocas, sin flores, sin tierra, sin agua dulce). Hay una hipérbole en la idea de que el viento podría llevarse a los niños. La falta de tierra implica que los muertos se tiran al mar, “los muertos que iban causando los años”, es decir, los que mueren naturalmente. El mar los alimenta, es calificado de “manso” (poco peligroso) y “pródigo” (generoso).

miércoles, 16 de octubre de 2013

4º año "La casa abandonada", de Mario Levrero

LA CASA ABANDONADA
 
Ubicación
En una calle céntrica, poblada en general por edificios modernos, se ve, sin embargo, una vieja casa abandonada. Al frente hay un jardín, separado de la vereda por una verja; en el jardín, una fuente muy blanca, con angelitos; la verja parece una sucesión de lanzas oxidadas, unidas entre sí por dos barras horizontales; de afuera, se ve de la casa un ex-rosado, actualmente muy sucio y verdoso, que corresponde al frente, y algo de una persiana muy oscura.
Esta casa interesa solamente a algunas personas que caen bajo su influjo; estas personas, entre las que me incluyo, saben de algunas cosas que allí suceden.
 
Hombrecitos
De la pared de una de las habitaciones se ve sobresalir un par de centímetros de un caño que, probablemente, formara parte de la instalación de gas; con suerte o paciencia podrán observarse los hombrecillos, de unos once centímetros, que asoman por allí su cabecita y miran -como quien contempla por vez primera el mar desde un ojo de buey-; después tratan de salir, lo que les da mucho trabajo. Deben, en primer término, ponerse boca arriba, agarrarse luego fuertemente del borde superior del caño y, ayudándose con los músculos de los brazos, y también con las piernas, ir sacando el cuerpo afuera, poco a poco.
Quedan colgados, balanceándose ligeramente.
El hombrecito mira hacia abajo y se asusta, pues en lugar del piso ve un enorme agujero (es evidente que este tipo de maniobras ha concluido, a la larga, por romper el apolillado piso de madera). Al mismo tiempo podrán verse los ojitos redondos y brillantes de otro hombrecillo que, dentro del caño, espera su turno con impaciencia.
Aguantan todo lo que pueden, pero al fin llenan los pulmones como para una zambullida, y sueltan sus manos del borde del caño, y caen y caen.
Porque se espera, podrá tenerse -al cabo de un segundo- la sensación de que se oye algo; pero quien está acostumbrado al espectáculo reconoce que no se oye nada. Algunos imaginan un ruido blando, como el rebote de una pelota de goma; otros un crujido seco, óseo. Los imaginativos llegan a escuchar una pequeña explosión (como si se pisaran un fósforo, dicen, pero sin la llamarada siguiente); hay quienes, en este sentido, han llegado a hablar de implosión -basándose en que creen haber oído un sonido como el de una lámpara eléctrica que se rompe (haciendo abstracción del ruido del vidrio de la lámpara); hasta hay quienes dicen haber percibido claramente el quebrarse de un vidrio.
Hemos visitado el sótano, pero su perímetro parece no coincidir exactamente con el de la casa; no hemos visto ningún agujero en su techo que pueda corresponder al del piso de la habitación -por el que desaparecen los hombrecillos.
Pensamos que en algún lugar hay un creciente montón de cadáveres menudos; nos angustia no poder encontrarlo.
Yo, en las charlas de café, sostengo -aunque sin fundamento- la teoría de que los hombrecillos no mueren al caer y que, además, son pocos y eternos y siempre se repiten.
 
Arañas
Una de las cosas que llamó la atención a los descubridores y primeros fanáticos de la casa, fue la ausencia de arañas; se podía encontrar de todo, pero las clásicas arañas parecían completamente desinteresadas de un lugar tan apropiado. Esta errónea opinión fue corregida al visitar la despensa, una habitación contigua a la cocina.
Está llena de arañas.
Hay gran variedad de especies, formas, tamaños, colores, edades y costumbres; las telas forman un relleno, como una esponja, que ocupa toda la pieza; sin embargo, observando atentamente, se puede apreciar que no hay una sola tela que no guarde la debida distancia con otra -perteneciente a una araña rival-; solamente se permite (parece ser norma aceptada) usar una tela ajena como punto de apoyo, o de partida, para un hilo de la propia.
Reina una gran tranquilidad en la despensa; los bichos esperan. Algunos están en el centro de su tela, otros en algún lugar de la periferia, otros permanecen invisibles, otros como ausentes en el techo o en las paredes. No es una espera que provoque anhelo en el espectador.
Muchas arañas -en general, las más grandes- no tienen tela, sino una especie de nido en el piso; se ven con poca frecuencia. Salen especialmente en los días de mucho calor, o en ciertas noches, o en momentos en los que no vemos, realmente, ninguna razón para que salgan.
Creemos que están allí porque suponemos condiciones en extremo favorables: nos llama la atención, sin embargo, ese empecinamiento en no ocupar otros lugares de la casa. Hemos visto cómo algunas dudan en la puerta, y no salen; vemos salir a otras, para verlas de inmediato volver apresuradamente, como si las llamara una fuerza irresistible, o las empujara una especie de pánico.
En el estado de reposo, el conjunto de telas es, de por sí, un bello espectáculo, que va variando y enriqueciéndose con la respectiva variación de la luz que se filtra, por una pequeña ventana, a medida que el día avanza y muere; importan además la humedad ambiente, el estado de ánimo del espectador y algunos factores imponderables.
Cae un insecto en una de las innumerables trampas: entonces, vibra todo. (En ocasiones nosotros mismos llevamos moscas en un frasco y provocamos la acción, pero en general preferimos esperar que las condiciones se den por casualidad.) Al principio es una vibración leve, casi imperceptible, que el insecto produce en la tela y que ésta transmite a todo el sistema; el insecto se siente, sin duda, cada vez más angustiado, y sus movimientos por la liberación son cada vez más violentos; el sistema se conmueve y hay un oleaje de ritmo particular y ondas que regresan y se entrecruzan: es como si al tirar piedras al mar se pudiera apreciar el efecto no de una manera plana, sino espacial.
Luego intervienen las arañas: en primer término la dueña de la tela en que cayó el insecto, mientras su compañera sigue de cerca los acontecimientos; se aproxima a la víctima y comienza su trabajo de rutina. Este desplazamiento rápido y delicado, y esta tarea, producen en el conjunto un efecto distinto a los anteriores, y más acentuado; y más tarde son todas las arañas vecinas, que han sentido vibrar su tela y no han localizado a ninguna víctima, que se deslizan en todas direcciones, buscando y buscando, espiando hacia otras telas, quizás enfureciéndose al comprobar finalmente que no hay nada.
Es en este momento que el espectáculo adquiere todo su esplendor; aquí caemos, embelesados, en una especie de trance; algunos han llegado a bailar (porque hay un ritmo, y cada vez más alocado), otros se tapan los ojos porque no lo resisten.
Personalmente he tenido que detener a quien, como hipnotizado, trató de meterse allí dentro (supe que se suicidó, tiempo después, de noche, en el mar).
He dicho que a las arañas les cuesta salir de allí, y que nunca lo hacen por mucho tiempo ni a grandes distancias; hay excepciones.
 
Pic-nics
Descubrimos por casualidad que, bajo el papel rosado que cubre las paredes del dormitorio, había otro empapelado; inmediatamente se formó un equipo -dirigido por Ramírez- y al cabo de unas cuantas noches de cuidadoso e intenso trabajo logró quitarse totalmente el rosado y dejarse a la vista el precedente: predominaban los tonos verdes.
Se trataba de un hermoso paisaje campestre, de un realismo impresionante: casi podíamos respirar el sano y vigoroso aire de campaña. Las partes dañadas fueron restauradas con maestría por Alfredo (un tipo callado, de bigotes en quien no sospechábamos ninguna habilidad).
Al influjo del empapelado descubierto debimos organizar pic-nics durante varios domingos; nos levantábamos temprano y llegábamos con canastas y sillas plegables; Juancito, dependiente de un almacén, conseguía una heladerita de cocacola; había vino tinto, un tocadiscos a pila, niños con redes para cazar mariposas, mariposas -facilitadas por un compañero entomólogo, a condición de ser devueltas intactas-, vestidos de alegres colores, parejas de novios, hormigas, alguna que otra araña pequeña (que sacábamos por un rato de la despensa) y otras cosas.
Lo principal resultó ser un invento del Chueco, que era obrero de la construcción en ratos libres: un asador estilo criollo que funcionaba a supergás y eliminaba el humo por algún procedimiento. Aunque sin interés funcional, era también muy apreciado el árbol fabricado por Alfredo con una fibra sintética.
Yo me sentaba en el suelo, en un rincón, a tomar mate; no aprecio los pic-nics, pero el espectáculo me enternecía.
 
Ello
Algo late, algo crece en el altillo.
Se sospecha verde, se teme con ojos.
Se presume fuerte, blando, traslúcido, maligno.
No debemos, no queremos, no podemos verlo.
Para hablar de ello solamente usamos adjetivos, y no nos miramos a los ojos.
No usamos la crujiente escalera; no nos detenemos a escuchar junto a la puerta; no tomamos el picaporte y lo hacemos girar; no abrimos la puerta del altillo.
 
Mujercitas
Para ver a los hombrecitos que salen del caño del gas hay que esperar y esperar; en cambio, basta llenar la pileta del cuarto de baño con agua tibia y abrir la canilla, y antes de un minuto ya empiezan a salir las mujercitas. Son muy pequeñas y están desnudas; no se cohíben por nuestra presencia, por el contrario nadan libremente, juegan en el agua, trepan a una jabonera de plástico que ponemos allí expresamente y se tienden como al sol; sin excepción son bellísimas, sus cuerpos son esplendorosos y excitantes, se zambullen y nadan por debajo del agua, y juegan en el agua, y vuelven a trepar a la jabonera y a tenderse como al sol.
Entre todas, llegado el momento, tiran del tapón de la pileta y se dejan deslizar por el desagüe.
(Hay una de ojos verdes que es la última en irse, me mira, se va como con lástima.)
 
Una excepción
Una tarde Ramírez -contador de una fábrica de cierta importancia- regresaba a su hogar, después de haber estado investigando, con nosotros, los empapelados superpuestos del dormitorio grande de la casa abandonada (fue él quien llegó a analizar la quinta capa, deduciendo el total -acertadamente, según pudimos comprobar después-, a partir de cinco centímetros cuadrados visibles; por razones obvias -debo recordar al lector que varias damas componen nuestro grupo-, no entró en detalles, pero aseguró que se trataba de una escena erótica, prácticamente pornográfica -lo que nos dio la pauta de la función de prostíbulo que, alguna vez, cumplió la casa); una señora muy anciana corrió detrás suyo un buen trecho, hasta alcanzarlo y explicarle, con voz cortada por la sofocación y la angustia, que llevaba detrás, en el saco, cerca del cuello, una araña muy negra de casi cinco centímetros de diámetro.
Cuando lo invitábamos telefónicamente a ir a la casa abandonada, Ramírez ponía excusas; finalmente nos contó la historia y lo comprendimos.
Dice que cuando la vieja consiguió hacerse entender, él no tuvo presencia de ánimo para quitarse el saco; más bien huyó de su interior, y la prenda quedó un instante en el aire, vacía de hombre; Ramírez cuenta que oyó recién a una media cuadra del lugar el ruido sordo que hizo el saco al caer pesadamente al suelo.
 
Derrumbe
Mucho me atrae de la casa su sereno e infatigable derrumbe: mido las rajaduras y constato su avance, los bordes negruzcos de las manchas de humedad que se extienden, los trozos de revoque que se van desprendiendo de las paredes y el techo, y una inclinación general, casi imperceptible, de toda la estructura hacia el lado izquierdo; derrumbe inevitable, y hermoso.
 
El jardín
No logramos ponernos de acuerdo en el asunto del área del jardín. Coincidimos, sí, en que, visto desde la vereda, o desde el sendero que lo divide en dos y conduce a la casa, aparenta tener unos ochenta metros cuadrados (m 8 X m 10); la discusión comienza a partir del momento en que uno se interna entre sus yuyos, sus yedras, sus plantas sin flores, sus insectos, los caminos de hormigas, las lianas y los helechos gigantes, los rayos de sol que se filtran, de trecho en trecho, a través de las copas de los altísimos eucaliptos; las huellas de los osos, el parloteo de las cotorras, las serpientes enroscadas en las ramas -que alzan la cabeza y silban cuando pasamos cerca-; el calor insoportable, la sed, la oscuridad, el rugido de los leopardos, el abrirse paso a machete, las altas botas que llevamos, la humedad, el casco, la lujuriosa vegetación, la noche, el miedo, el no encontrar la salida, no encontrar la salida.
 
La búsqueda
Casi nadie, entre nosotros, puede prescindir de la idea de que la casa guarda un antiguo y fabuloso tesoro; está formado por piedras preciosas y por gruesas y pesadas monedas de oro. No existen planos, ni referencias de ningún tipo que justifiquen la idea. Yo me cuento entre los más escépticos, aunque muchas veces me permito caer en la tentación de soñar, y hasta llego a imaginar astutos rincones insospechados que puedan contener el tesoro. Me distingue del resto el no buscarlo, ni cuando estoy a solas (como me consta que hacen muchos) ni en las búsquedas oficiales.
Disfruto mucho de estas búsquedas. Me ubico en un perezoso que traigo especialmente de mi casa, y que coloco en un lugar apropiado -generalmente en la sala central-; observo, mientras tomo mate y fumo unos cigarrillos, cómo se reparten metódicamente -las señoras en la casa, los hombres por el sótano- y buscan; las señoras, con sus alegres vestidos, revuelven entre escombros o en los forros de los muebles (sonrío cuando las veo buscar en muebles que, ellas lo saben, fueron traídos por nosotros como material para los huracanes); los hombres, de uniforme azul, golpetean las paredes del sótano buscando un sonido hueco, o distinto; pero todos los sonidos son huecos, y distintos entre sí, y se forma una música que me recuerda la que se toca golpeando botellas, llenas de líquido a distinto nivel; al rato parece que todo encaja y la música se torna muy rítmica y las mujeres suben y bajan y buscan y parece que estuvieran bailando y pienso nuevamente en las botellas musicales, ahora conteniendo licores, todos de distinto color, todos transparentes y dulces.
 
Lombrices
Tuvo que ser una mujer, Leonor -esa solterona maniática que, no sé por qué, se unió a nuestro grupo (le teme a la casa) - la que abriera la canilla del bidé; se sabe que el agua corriente está cortada, que es peligroso andar abriendo canillas sin avisar, que por la de la pileta salen mujercitas, por la de la bañera aquella cosa gomosa amarillenta -que se infla como un globo y no deja de inflarse hasta cerrar la canilla (entonces se desprende y flota un rato a nuestro alrededor, luego se eleva y se pega contra el techo, y allí queda; un día entramos y ya no está más)-; que haciendo funcionar la cisterna, por el antiguo procedimiento de tirar de una cadena en cuyo extremo hay un mango de madera, se deja oír ese tremendo alarido, interminable, que pone la piel de gallina y nos hace temer quejas de los vecinos.
Oímos un grito que confundimos con este alarido pero no, era Leonor, que luego vino corriendo y nos señaló el baño, y fuimos y vimos esa lombriz negra y fina -que salía por uno de los agujeritos del bidé y no dejaba de salir, y ya alcanzaba el metro y medio fácil de largo-; esperamos, a ver si se terminaba, pero seguía saliendo y arrastrándose por el piso, apuntando ya hacia otras habitaciones.
La cortamos en pedazos y cada uno siguió completamente vivo, moviéndose y escapándose; tuvimos que barrerlos y tirarlos por la rejilla, y aquello seguía saliendo y pronto empezaron a asomar nuevas puntas por otros agujeritos; tratamos de cerrar la canilla pero se había trabado, y nadie se animaba a cambiarle el cuerito, y menos aún a llamar a un plomero, y ya pensábamos que no había más remedio que clausurar también el baño y perder para siempre el espectáculo de las mujercitas (se acusó a Leonor de haberlo hecho a propósito), pero alguien tuvo la idea (y el coraje) de inducir a las respectivas cabezas a meterse en el agujero del desagüe del propio bidé; esto pareció caerles bien a las lombrices porque siguieron saliendo y entrando y así sigue, esa cosa continua y aparentemente interminable; quien ignore la historia y mire el bidé, creerá ver una extraña lluvia horizontal de agua negra y brillante.
 
Huracán
Es un agitarse de cenizas y de puchos en la estufa del comedor; entonces conviene irse, o encerrase en el dormitorio o, en último caso, quedarse allí, apretado en un rincón, la cabeza entre las rodillas y las manos cubriendo la cabeza.
La tierra, los papeles, algún objeto, comienzan a girar lentamente -como hojarasca- en el centro de la habitación. Hay un descenso brusco de temperatura y el viento sopla cada vez más fuerte, y todo se va arremolinando, todo hacia el centro, y los muebles son arrastrados y las paredes tiemblan, y se precipita la caída del revoque, y la tierra nos ahoga y nos irrita los ojos, y tenemos sed; quien no se previene es atrapado, y gira y gira; sale a veces despedido contra alguna pared, con violencia, y rebota y vuelve nuevamente al centro y así hasta morir y hasta después de muerto.
Cuando vuelve la calma, salgo del rincón y me paseo por entre los escombros, los floreros rotos, los muebles dados vuelta: todo está hermosamente fuera de sitio, el comedor queda como cansado, como si hubiera vomitado.
Se respira, parece, más libremente.
 
El unicornio.
Se cree que es la hierba lo que lo atrae; por supuesto que no hay ninguna certeza en torno a este asunto, y nuestras teorías no tienen mayor fundamento científico. Pero es interesante anotar algunos datos.
Hemos clasificado a la hierba (trabajo realizado por Ángel, el vegetariano) como una variedad criolla -que parece darse sólo en este jardín- de la Martynia lousiana, que crece en América del Norte; tiene flores grandes, amarillentas, moteadas de violeta. Una vez al año da fruto: una cápsula terminada en punta, con forma de cuerno.
De ahí su nombre popular, Planta Unicornio, y de ahí -según nosotros- la visita anual del animal a nuestro jardín.
A pesar de la paciente vigilancia no lo hemos visto; pero hemos visto, sí, la hierba comida, recortada por dientes, hemos visto un orificio en la tierra -como producido por la punta torneada de un paraguas-, en el borde elevado del charco de agua; hemos visto las huellas de patas de caballo, hemos encontrado bosta fresca, hemos oído una noche flotar un suave relincho, hemos hallado a la mañana siguiente a Luisa -de dieciséis años, que se había plegado a nuestro grupo días atrás-, con el pecho atravesado por un enorme único agujero, desnuda, monstruosamente violada.
 
Eres un vendedor a domicilio; correteas libros o afiliaciones a sociedades médicas. Llamas a todas las puertas, tratas de introducirte en todas las casas.
Es de tarde. Ves unas rejas y dudas un instante; eres decidido, y ese jardín descuidado no te desilusiona. Empujas el portón, atraviesas el sendero que divide al jardín en dos mitades, te paras junto a la puerta y buscas el timbre.
No lo encuentras, pero sí un llamador de bronce; representa una mano, de largos y finos dedos -con un gran anillo en el mayor- a la que falta, no por rotura sino por intencionada fabricación, un par de falanges del índice. Tu mano, al reparar en esta ausencia, se detiene; pero recuerdas algunas lecciones de la escuela de vendedores, y algunos casos anteriores de los que tienes experiencia personal, y completas el movimiento: tomas el llamador, lo levantas -haciéndolo girar sobre su bisagra- y lo dejas caer una, dos, tres veces sobre su base -también de bronce-; adentro, el sonido retumba.
Esto te confunde; nosotros, gracias a tristes experiencias, sabemos bien que los ecos que el llamado despierta en la casa son múltiples y extraños y que, invariablemente, dan la sensación de una voz ronca y pastosa que insiste para que abras la puerta y entres. Tu confusión dura poco tiempo: tomas por realidad tu esperanza y cometes el tremendo error.
Cuando llegamos encontramos sobre alguna silla, o en el suelo, tu portafolios; no necesitamos abrirlo para saber a qué te dedicas. Nos reunimos en el comedor y hacemos un minuto de silencio.
Alguien, siempre, deja caer una lágrima.
También alguien, siempre, propone denunciar el caso a las autoridades; lo convencemos de que no ganaría nada y perderíamos, en cambio, la casa; entonces aparece quien sugiere colocar en la entrada un cartel de advertencia.
Los más viejos debemos explicar, una vez más, que sería éste el sistema más indicado para aumentar las víctimas y que, tarde o temprano, los tontos curiosos terminarían por desalojarnos.
Coincidimos finalmente todos en que estos casos son lamentables, que no está en nuestras manos evitarlos; al final, cansados de tantas escenas tristes, cargos de conciencia y discusiones vanas, tomamos el asunto un poco en broma y decimos que, después de todo, en este mundo sobran vendedores a domicilio.
Luego, sin solemne ceremonia, alguien toma tu portafolios y lo arroja al aljibe del fondo.
 
Hormigas
En el jardín hay, por supuesto, variedad de hormigas y, periódicamente, detectamos con alegría un nuevo hormiguero; allí plantamos una banderita colorada. Hemos notado que hay hormigas que se dirigen, por grietas, hacia algún lugar situado debajo de la casa, en los cimientos; creemos que esto contribuye a ese derrumbe lento.
Nos ocupamos de cuidar las plantas más importantes, podándolas y dando a las hormigas el material de desecho; el filósofo objeta que contribuimos a la decadencia de las especies, porque facilitamos su tarea y reducimos, gradualmente, su capacidad de trabajo; hay una señora que opina que deberíamos, sencillamente, eliminarlas con gamexane -pero se sabe que este sistema es ilusorio.
Es distinto lo que ocurre dentro de la casa; también hay hormigas, pero no se las ve realizar la más mínima tarea; se las encuentra siempre en forma aislada de cualquier grupo, en actitud contemplativa (o recorriendo desganadamente una pared o una tabla del piso). Hemos descubierto que son pocas, que viven solas -en alguna grieta, en un rincón cualquiera-, que se alimentan de pequeñas cosas que encuentran (jamás las hemos visto almacenar); ocasionalmente se las ve en parejas, pero se trata de relaciones poco estables.
Hay una -la hemos distinguido con un poco de pintura blanca en su parte posterior-, que durante varios días junta infatigablemente palitos y otros objetos menudos; con eso construye algo que no es un nido, que no sabemos lo que es, que para la hormiga parece no tener aplicación práctica. Ella lo recorre extasiada, luego lo olvida y vuelve, durante un tiempo, a su actitud contemplativa. Si por casualidad, o por descuido, la construcción es destruida -aunque sea parcialmente-, la hormiga se enfurece y anda enloquecida durante horas.
Archie, el ingeniero -que ha hecho un estudio minucioso-, opina que es una gigantesca obra de ingeniería; dice que es imposible realizar una construcción similar sin un profundo conocimiento de matemáticas; hizo algunos apuntes que, cree, le servirán para revolucionar los sistemas de construcción de puentes; afirma que la hormiga actúa por reflejo y construye puentes allí donde no hacen falta.
Yo pienso que no son puentes; tengo mis ideas al respecto. Todos usan lupas, todos van al detalle y elogian la minuciosidad del trabajo y el equilibrio de los palitos; yo prefiero mirar el conjunto y decir que es hermoso y que su forma recuerda, en cierto modo, la de una hormiga.
 
Mario Levrero

martes, 15 de octubre de 2013

6º año: segunda prueba

TRABAJO FINAL (para todos):
Deben (solos o en grupos de hasta 4 personas) elegir un escritor del siglo XX o XXI, no uruguayo ni del presente curso, para presentar a la clase en un oral, preferentemente con apoyo audiovisual (fotos, carteleras, música, video, power point, etc.). Sería bueno que trajeran fotocopias con el texto para repartir a los compañeros (al menos unas cuantas, para compartir). Deberán hacer un resumen de su vida y obra y luego centrarse en el análisis literario de un fragmento de un texto de dicho autor. El tiempo de presentación no excederá los 20 minutos, y las fechas se acordarán en clase con cada sub-grupo. No es imprescindible que hablen todos los participantes; la organización del oral queda a voluntad de los estudiantes.


De acuerdo al rendimiento del año, pasado el escrito de Bradbury, cada alumno está al presente formando parte de uno de estos tres grupos:
A) Quienes tienen nota 7 o más
B) Los que están entre 5 y 6
C) Aquellos que no llegaron al 5

Para quienes tienen 7 o más el trabajo antes explicado ES la segunda prueba.

Los que tienen 5 o 6 hacen el trabajo y además un escrito de evaluación de la última unidad dada: narrativa latinoamericana del siglo XX, características de la obra de G García Márquez y "El ahogado más hermoso del mundo". La nota de la segunda prueba será un promedio de las calificaciones de ambos trabajos.

Los que tienen de 1 a 4 hacen un escrito sobre la última unidad, narrativa latinoamericana del siglo XX, características de la obra de G García Márquez y "El ahogado más hermoso del mundo" y también sobre narrativa del siglo XX, ciencia ficción y "La pradera". La nota de la segunda prueba será un promedio de las calificaciones de ambos trabajos.

Ambos temas de información quedaron para fotocopiar en la cantina del liceo y también están en este blog.

El día de la prueba, mientras los estudiantes que tienen 6 o menos hacen el escrito, los otros realizan fuera del salón una tarea grupal propuesta en el momento por la profesora, con el cuaderno.

Cualquier duda: laprofedelit@gmail.com
Saludos.


viernes, 11 de octubre de 2013

4º año: Trabajo sobre un autor uruguayo




Tarea para preparar en forma individual o en grupos de hasta tres integrantes.
La fecha de presentación de la misma se determinará en cada grupo.

1) Elegir un escritor uruguayo que no hayan estudiado en Literatura de tercer año y uno de sus textos, que sea breve (cuento, poema, letra de canción). 
2) Presentarlo al grupo oralmente, con ayuda de algún medio audiovisual (como fotos, cartelera, música, power point, esquema en el pizarrón, fotocopias para repartir, representación teatral).
3) Realizar una aproximación al análisis literario del texto elegido (según de qué se trate pueden considerar cuáles son sus temas, cómo son su título, narrador o yo lírico, estructura, recursos literarios, etc).

Ningún grupo puede pasar de 20 minutos, por razones operativas, de manera que sería bueno que de antemano calcularan el tiempo que les llevará la tarea. No hay mínimo de tiempo previsto.
No tienen por qué exponer todos los integrantes; cada grupo decide cómo se organiza el día que les toque disertar sobre el tema. 

Si hay dudas, recuerden: laprofedelit@gmail.com
Saludos a todos.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

6º año: "El ahogado más hermoso del mundo"

El ahogado mÁs hermoso del mundo

         Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

         Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
         No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
         Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
         No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
         —Tiene cara de llamarse Esteban.
         Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
         —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
         Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
         Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
         Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.



6º año LA NARRATIVA LATINOAMERICANA DEL SIGLO XX

LA NARRATIVA LATINOAMERICANA DEL SIGLO XX


EL REGIONALISMO

   Las primeras décadas del siglo XX comenzaron para Latinoamérica con el auge del regionalismo, cuya vigencia se considera extendida hasta aproximadamente hasta 1940.
   La novela regionalista presenta personajes unidos a la tierra que habitan: el campesino, el indígena, por ejemplo. Los temas suelen ser problemas sociales, como el conflicto entre civilización y barbarie, la denuncia de la opresión económica, la protesta contra la situación extrema de los trabajadores. Una de las presencias más fuertes y avasallantes es la de la Naturaleza, que llega a ser más importante a veces que el hombre mismo. No hablamos aquí de la visión romántica de la naturaleza, que la presentaba bajo una óptica tranquila, armoniosa e idealizada, sino de una visión realista, que la ve cargada de posibilidades de destrucción. 
   Dentro del Regionalismo encontramos diversas modalidades narrativas. Las principales son las NOVELAS DE LA TIERRA  (que plantean la anulación del hombre bajo el peso de la naturaleza), NOVELAS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA y NOVELAS INDIGENISTAS (sobre la problemática real del indígena, sus problemas de inserción social, la lucha por la tierra, los múltiples despojamientos de que es objeto y también sus conflictos interiores y el rescate de sus mitos).

LA NUEVA NARRATIVA

   Poco a poco la narrativa regionalista va dejando paso a una forma nueva, con conciencia de ser artística. Refleja un proceso de desintegración de la realidad, que ya no es previsible y ordenada. Los ámbitos en que se ubicarán las obras son generalmente urbanos, a diferencia del Regionalismo, que tendía a mirar casi siempre hacia el mundo rural. Hay una importante presencia de elementos fantásticos, explicados o no, y una apertura a nuevos temas, ligada a un afán de experimentación que es propio de la literatura del siglo XX. Los personajes se complejizan y enriquecen interiormente, mientras que los narradores se van alejando de la omnisciencia para fundirse con el protagonista o dividirse en varios puntos de vista.
   El hecho de que estos cambios se comiencen a producir hacia 1940 no es casual; varios acontecimientos pueden contribuir a explicarlo. Al producirse la Segunda Guerra Mundial se interrumpió la llegada de material europeo a nuestro continente, con lo cual se obligó al intelectual latinoamericano a producir lo que le faltaba. Por otra parte, el fin de la Guerra Civil Española hace que vengan a instalarse aquí muchos intelectuales y artistas valiosos. También se fundan editoriales y revistas, se abren museos y bibliotecas, y se aprecia un crecimiento en el “mercado” de lectores: cada vez se alcanza un mayor nivel de alfabetización, mientras que la población se concentra en las ciudades, lo que facilita su acceso a los textos literarios.
  
EL “BOOM” DE LA NARRATIVA LATINOAMERICANA

   Se conoce con este nombre el momento de mayor auge de la narrativa de nuestro continente. Es una denominación que deriva del marketing norteamericano, indicativa del alza brusca de las ventas de un determinado producto.
   En los años sesenta la atención del mundo se concentró en Cuba y, por extensión, también en el resto de América Latina. La revolución cubana y las expectativas que ésta despertó crearon un mercado propicio, interesado en nuestra historia e identidad. Se trata de un fenómeno a la vez literario y comercial. Literario, porque aparecen obras y autores de indiscutible calidad, pero también comercial, porque las editoriales comienzan a presionar a los escritores para aumentar su productividad. Aparece el escritor “profesional”, que puede vivir de su trabajo, y al que a menudo se le hacen reportajes en revistas, indagando sobre su obra y también sobre su vida privada. Este momento de auge se considera en general terminado hacia 1972, año en que se produce la crisis de las democracias y el inicio de un período de dictaduras militares en muchos de nuestros países. 
   Entre los autores más importantes de este momento podemos citar a Julio Cortázar (argentino), Carlos Fuentes (mexicano), Gabriel García Márquez (colombiano), Mario Vargas Llosa (peruano), José Donoso (chileno), Juan Rulfo (mexicano), Juan Carlos Onetti (uruguayo) y Augusto Roa Bastos (paraguayo).
    Un tema de frecuente discusión entre ellos, nunca resuelto del todo, es el de la posición que debería adoptar el intelectual (especialmente el escritor) frente a la realidad política. Para Mario Benedetti, por ejemplo, el deber fundamental es incrementar la conciencia revolucionaria latinoamericana y quien no lo hace es cómplice y “sostenedor de los privilegios y la corrupción del sistema capitalista burgués”. Vargas Llosa y Jorge Luis Borges, en cambio, sostienen que la literatura funciona como algo autónomo, independiente de su contexto económico, político o social. Una postura distinta y singular es la de Cortázar: “la novela revolucionaria no es solamente la que tiene contenido revolucionario, sino la que busca revolucionar la novela misma”.
  
CONCEPTO DE REALISMO MÁGICO

   Se ha dicho que en nuestra literatura conviven una cosmovisión realista y otra fantástica, como parte de un conjunto de opuestos que constituyen la narrativa latinoamericana.
   El realismo mágico recibe influencias de las literaturas de vanguardia, especialmente del surrealismo, que cuestiona el concepto tradicional de realidad. Se caracteriza por la combinación de lo realista y lo fantástico, la transformación de lo real en irreal, la deformación de los conceptos de tiempo y espacio. Lo maravilloso americano surge de una inesperada alteración de la realidad, que permite observar las cosas desde ángulos insospechados.
   Alejo Carpentier: “Europa busca lo maravilloso. América lo tiene”. "Aquí (en América) lo insólito es cotidiano, siempre fue cotidiano".
   García Márquez: “La América Latina es así. Totalmente fantástica, aún en la vida corriente. Es el continente de la imaginación extravagante, del delirio, de la soledad quimérica y alucinante. Mis personajes son verdaderos en la medida en que reflejan esta realidad fantástica”. “Vivimos en un continente donde la vida cotidiana está hecha de realidades y mitos, y nosotros nacemos y vivimos en un mundo de realidades fantásticas”.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: SU OBRA

   “Las novelas son como los sueños. Como los sueños, están construidas con fragmentos de la realidad, pero que terminan por construir una realidad, nueva y distinta. Así es que son mis novelas. Son experiencias elaboradas y personajes armados con pedazos de unos y otros, de seres que uno ha conocido. Lo mismo los hechos y los ambientes” (Gabriel García Márquez)
    Crea un mundo narrativo en el que fácilmente pasamos de lo real a lo fantástico, donde la violencia es el contexto permanente en el que se desarrollan las frustradas y solitarias vidas de sus personajes. Su obra ha sido vista por algunos críticos como una metáfora de la condición humana; otros destacan como elemento fundamental el intento de explorar la situación latinoamericana. Refleja de modo espontáneo sus orígenes y las obsesiones colectivas. Capta las inquietudes culturales americanas, fascinado por los espectros del pasado. Se ha dicho que el ser periodista en Colombia, Venezuela, Europa y los Estados Unidos fue para él un saludable ejercicio diario y una preocupación por el arte narrativo. Allí se disciplinó y aprendió a combinar la objetividad del reportero con los hallazgos imaginativos del creador. Este escritor reúne lo mejor de la novela del siglo XIX (equilibrio entre la biografía individual del personaje y la crónica social de su época)  y de la novela contemporánea (la voluntad de elaborar el monólogo interior y de explorar el universo de los sueños).
EL ESTILO
   Se destaca su extrema concisión, quizá herencia de su labor como periodista o influencia de los narradores norteamericanos. Jamás descuida el lenguaje: el giro breve, la sola enunciación de las cosas aludidas, la exactitud, la sobriedad descriptiva, la ausencia de adornos, configuran su pureza de estilo así como su lenguaje limpio y preciso. “Yo sigo pensando que el problema de la literatura es un problema de comunicación con el lector, y creo que la forma sencilla y sobria no solo es la más eficaz sino la más difícil”.
UNIDAD
   La mayoría de sus obras presenta personajes que se repiten, aparecen y reaparecen: situaciones similares, ámbitos iguales, la misma lluvia, el mismo calor. Hay numerosos elementos recurrentes que son como un puente entre una novela y otra. Esto le da al conjunto un aire de “saga”, de unidad.
EL ESPACIO
   Siempre nos remite al trópico. El calor y la lluvia son recurrentes. El calor, húmedo y viscoso o sofocante y reseco, ocupa en sus cuentos el sitio de un elemento omnipresente. Hay un “desencantamiento consciente del trópico”. Privado de sus exuberancias vegetales y riquezas cromáticas, el mundo tropical revela una aridez, una pobreza, una trivialidad incolora, polvorienta e insoportable.
   Salvo excepciones, sus obras se ubican en Macondo o en “el pueblo” innominado. Macondo es un lugar de intenso calor, cenagoso,  lleno de historias fantásticas, magia, leyendas. Sus habitantes viven en la soledad y el aburrimiento, alimentando viejos odios. Parece detenido en el tiempo. “El pueblo” parece más real que Macondo. Los pobladores, frustrados y solitarios, viven dominados por el rencor, la desconfianza, las murmuraciones, en un agobiante clima de opresión.
LOS PERSONAJES
   Tienen todos como característica común la soledad, que llevan hasta la muerte. Son pobres y viven en condiciones sociales difíciles. Lo nuevo está en la forma de evocar, sin retoques, una terrible miseria. García Márquez pretende entender el por qué del destino de sus pequeños personajes pueblerinos, encontrar la clave que explique sus vidas. Por lo general, sus personajes femeninos son fuertes, sólidos, más adaptados a la realidad que los hombres. En cambio, sus personajes varones son soñadores, propensos a la ilusión vana, débiles y caprichosos, aunque a veces sean capaces de un acto de grandeza. Encuentran en las figuras femeninas refugio y consuelo, estableciéndose un vínculo de dependencia afectiva.
LA VIOLENCIA
   Aparece siempre y de diferentes formas, como reflejo de la que ha vivido y vive Colombia. Se da en relación con la opresión política, y aparece integrado a la vida de los personajes, sin que ellos lo adviertan. Pocas veces aparecen escenas de violencia desatada: por lo general es una presencia agazapada. Los relatos transcurren en las treguas, donde la violencia surge como cicatriz del pasado.

martes, 27 de agosto de 2013

4º año: Siglos de oro españoles

SIGLOS DE ORO ESPAÑOLES


Se conoce con este nombre  a un período de florecimiento artístico y literario. Abarca los siglos XVI y XVII, que corresponden a los períodos renacentista y barroco respectivamente. Se trata de una época que el español de hoy recuerda a la vez con orgullo (por el esplendor artístico, por la unificación nacional) y vergüenza (por la rígida diferenciación de clases y el racismo existentes en España por entonces).   

    RENACIMIENTO

   
Es una época de resurrección de las ideas y formas de la Antigüedad clásica, matizadas por la influencia de la Edad Media y el cristianismo. No busca solamente la imitación de lo antiguo, sino un nuevo conocimiento de la vida, una diferente estimación del hombre, una diferente escala de valores.
Se produce un movimiento cultural nuevo, el Humanismo, iniciado en Italia, que considera al hombre el centro del universo y dedica sus esfuerzos al estudio de las letras humanas. Adquieren gran importancia las universidades y florecen los “mecenas”, los protectores de los artistas. Se quiere restaurar el ideal educativo de la Antigüedad, que apuntaba a formar al hombre en forma integral, atendiendo por igual lo físico, moral, intelectual y artístico.
Entre los rasgos significativos de la cultura renacentista se destaca el típico individualismo burgués, en relación con la dignidad del hombre, centro del mundo y dueño de su destino. Hay un intenso vitalismo en la cultura popular, que se manifiesta en el arte, en la literatura, y en el esplendor y lujo de sus cortes y palacios. Es una época de optimismo, en la que se piensa que el universo y la naturaleza están a disposición del ser humano, que se cree capaz de organizarlos y dominarlos racionalmente. El racionalismo es, pues, un rasgo distintivo de esta época. La confianza en el poder de la razón explica la idea de progreso propia del Renacimiento: se considera que el saber puede hacer cada vez mejor al hombre.
España se encuentra unificada en lo político (monarquía), en lo religioso (catolicismo) y  en lo lingüístico (castellano), pero esa unidad es todavía precaria, inestable. Hay en España muchos judíos y musulmanes “conversos”, los que se “convirtieron” al cristianismo para evitar la expulsión del país.

Pese a las riquezas que llegan de América, los gastos de las continuas guerras llevaron a la pobreza. Los campos se van despoblando y aumentan los impuestos. La nobleza se organiza en jerarquías; en la cúspide están los títulos más altos (duques, condes, marqueses), luego vienen los caballeros y por último los hidalgos. Todos ellos estaban eximidos de pagar impuestos, por lo que los que no eran nobles, es decir los burgueses y funcionarios estatales, hicieron cuanto pudieron para adquirir al menos la categoría de hidalgo, sea por compra de títulos, por soborno o adquisición de tierras.

Culturalmente, el panorama se va haciendo cada vez más difícil, se publican listas de libros prohibidos y se censura previamente cualquier publicación. La Iglesia y el Estado tienen un fuerte control de todos los asuntos humanos, incluyendo el arte.
La literatura del Renacimiento en general busca la perfección, el orden, la claridad, sencillez, equilibrio y simetría. Es un arte para minorías, severo y exquisito.   



BARROCO


El término “barroco” tuvo en su origen un significado peyorativo (“perla irregular”), pero ha sido aceptado luego para definir el conjunto de rasgos propios de la cultura del siglo XVII. No se produce una ruptura con el Renacimiento, sino una continuidad y evolución. Es un período en general visto como confuso, caprichoso y falto de reglas, con una actitud de angustia y decepción, por oposición a la euforia renacentista. Se vuelve a insistir en ideas medievales como la brevedad de la vida y la caducidad de las cosas. La conciencia de fugacidad de lo terrenal está en la idea barroca por excelencia: el desengaño, una concepción negativa del mundo, que aparece como caos, desorden y confusión. La vida está presidida  por la idea de la muerte, vivir es sólo un breve tránsito entre la cuna y la sepultura.
En cuanto a las artes, podemos notar que se utiliza una rica ornamentación, con figuras en movimiento, con gran detallismo y expresividad. En pintura, las masas de color sustituyen a las líneas, se buscan los contrastes entre luz y sombras y las perspectivas sorprendentes. El arte barroco sustituye la serenidad y severidad del arte clásico por un arte acumulativo que busca impresionar los sentidos y la imaginación con estímulos poderosos e inusuales. Apunta al entendimiento a través de imágenes brillantes, agudezas y juegos de conceptos, pero también apunta al sentimiento, excitando la admiración, el terror, la compasión y sorpresa del lector. Toca temas pintorescos, grotescos o monstruosos, y se caracteriza por el gusto por lo irregular, lo complicado, detallado, sobrecargado, la exageración, las ambigüedades, los contrastes y las ironías.

            Es un siglo de crisis, en el que España ha perdido su supremacía en el continente, las ganancias de las Indias se hacen cada vez menores, hay numerosas guerras, epidemias, decaen la agricultura, la industria y el comercio. La burguesía va perdiendo influencia, la nobleza y el clero acaparan las tierras, dejando gran parte de los campos sin cultivar. La miseria se extiende entre las clases populares, que abandonan el campo, donde la delincuencia es un fenómeno común, y buscan la supervivencia en las grandes ciudades, en las que crece alarmantemente el número de desempleados, mendigos, pícaros y ladrones.


“LAZARILLO DE TORMES”

Es una novela, es decir, un relato extenso, en prosa, en el que intervienen personajes y se desarrollan sucesos en un marco social determinado. Se ubica en España, a mediados del siglo XVI, durante el reinado de Carlos V. Podemos encontrar en la época distintos tipos de novelas, a saber:
a)         NOVELA DE CABALLERIA: es la que narra las hazañas de un héroe joven, noble y hermoso, que resulta casi invencible frente a cualquier enemigo, ya sea humano, mago o monstruo. Está por lo general enamorado de una hermosa y virtuosa dama, a quien dedica sus triunfos.
b)        NOVELA SENTIMENTAL: tiene por tema el relato de los amores desventurados, apasionados y trágicos de una pareja, que logra vencer dificultades casi insalvables para llevar a buen término sus sentimientos”.
c)         NOVELA PASTORIL: aquí también hay un tema amoroso, pero lo más importante es el marco natural en que se ubican, paisaje muy armónico y pacífico, con pastores cultos, que cantan a sus amadas en bellas poesías.
d)        NOVELA PICARESCA: es en cierta forma la antítesis de las otras, ya que habla de problemas tan reales como el hambre, la hostilidad del mundo, la soledad del individuo. Se trata de un género nuevo, auténticamente español.
Las novelas picarescas son en general relatos aparentemente autobiográficos, es decir que es el propio protagonista el que cuenta su historia. El pícaro es un ser tan insignificante, socialmente hablando, que no tiene alguien que se ocupe de contar su vida, y él debe tomar la palabra. Por contraste, el héroe caballeresco siempre tiene un biógrafo, alguien que conoce toda su biografía.
Estas novelas se desenvuelven linealmente, sin saltos ni cambios bruscos en la temporalidad. Generalmente se presentan como una sucesión inconexa de episodios, y tienen como personaje central a un mozo de muchos amos, un antihéroe que atraviesa una serie de conflictos, resueltos humorísticamente. Su figura unifica un constante ir y venir de personajes episódicos. No hay allí grandes pasiones, y por eso carece de complicaciones trágicas.
El crítico Ludwig Pfandl define al pícaro como “un mozo nacido casi siempre de padres pobres y de baja extracción, rara vez honrados, el cual por culpa de malas compañías o por falta de instrucción, al verse lanzado a la confusión de la vida y entregado a sí mismo, cae en la vagancia, se aparta del trabajo y lucha contra la vida como puede, con osadía y falta de escrúpulos, con engaño, malicia y malas artes. Su distintivo externo es el aspecto andrajoso, pero no la deformidad física. Sus ocupaciones son el pedir limosna, los bajos trabajos de ocasión, el vagar perezosamente de ciudad en ciudad. La necesidad de vivir lo hace desvergonzado y sin escrúpulos, pero no quisiera ser otra cosa que lo que es, no cambiaría su libre y despreocupada existencia por una sedentariedad honorable, a cambio de una cama y un techo.”
“Lazarillo de Tormes” no coincide con esto en todos los aspectos: él trata de cambiar su suerte, y se siente feliz cuando lo logra. No es, entonces, una típica obra picaresca, sino un antecedente de la misma. Por otra parte la novela picaresca tiene la tendencia a moralizar, a incluir reflexiones morales luego que han transcurrido, en la ficción, muchos años de los hechos narrados. El pícaro solo ve en la vida algo pasajero, que no vale la pena ser tomado en serio ni con mucho esfuerzo. Hay en esto un fondo trágico que el humor no puede borrar, si bien en “Lazarillo” la visión pesimista es menos fuerte. Lázaro es simpático, con una alegría de vivir típicamente renacentista.
El título de la obra que nos ocupa es “Vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades”. Se supone que tuvo una primera edición en el año 1553, que no se ha conservado. En 1554 se edita la obra en tres ciudades, y cinco años más tarde se prohíbe su circulación en España, aunque muchos ejemplares entraron al país por los países limítrofes. En 1573 se publica “Lazarillo castigado”, una versión censurada de la obra, sin los tratados que más criticaban al clero, y no volvió a ser editada en forma completa hasta el siglo XIX. En cuanto a la fecha de composición, es incierta, apenas delimitada por dos alusiones históricas presentes en el texto: se menciona la batalla de los Gelves, contra los moros, lo cual nos ubicaría en 1510 o 1520, y también las cortes de Toledo, que se desarrollaron en 1525 y 1538.
El autor de la obra prefirió ocultar su identidad, lo que ha dado pie a muchas teorías sobre su autoría y sobre los motivos que lo llevaron al anonimato. ¿Sería un destacado político, o un religioso, que no quiso arriesgar su prestigio en esta obra? ¿Un judío converso? ¿O tal vez alguien inhibido por el carácter autobiográfico de la obra? Lo cierto es que no se sabe quién fue, y probablemente nunca se sepa.
No pasó mucho tiempo antes de que aparecieran continuadores para obra tan exitosa como esta. Nuevas versiones continuaron surgiendo, incluso en pleno siglo XX.
En cuanto a su estructura, la novela cuenta en primera persona la vida de un mozo de servicio que pasa de amo en amo, desde su infancia hasta su juventud. Se narra la vida de Lázaro, a la vez que se describe un cuadro de su sociedad con intención satírica, describiendo sus tipos y costumbres. La obra está desarrollada como una sucesión de episodios de desigual extensión. Se organiza en siete tratados y un prólogo, y su unidad se asegura por la figura de su personaje central, siempre presente. Los distintos amos sirven para presentar, desde dentro, a distintas clases de personas de la época: los mendigos, los curas, los nobles empobrecidos, los artistas, por ejemplo.
El argumento de la novela al final muestra el estado de miseria y deshonor al que las circunstancias le habrían conducido. Los tres primeros tratados forman una unidad, centrados en el tema del hambre, así como los últimos tienen en común el afán de ascenso social y el paralelo descenso moral del protagonista. Lazarillo es un tipo humano, que va madurando y perdiendo ingenuidad a lo largo de la obra, hasta terminar en el desilusionado conformismo del final, cuando acepta una situación indigna al ser engañado por su esposa –si bien nunca lo reconoce abiertamente- con el jefe de ambos, el Arcipreste de San Salvador, a cambio de casa, ropa y trabajo.

El estilo en este libro es sobrio, nunca se acumulan detalles innecesarios, las descripciones y los diálogos son sencillos, el estilo es realista. La novedad de la obra estaba en el uso de la primera persona: toda la novela es como una carta dirigida a alguien a quien llama “vuestra merced”. Lázaro no cuenta toda su vida, sino aquello que quiere mostrar para explicar su forma de vivir actual.