miércoles, 21 de mayo de 2014

3º CERP: Ponencia sobre Sor Juana en el Congreso de APLU


Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay
VIII Congreso Literaturas infernales. Montevideo, 2014
La escritura subalterna e infernal de Sor Juana Inés de la Cruz en
Fuera del paraíso, de María Eugenia Leefmans
Joaquín Maldonado-Class
Truman State University, Kirksville, Missouri, Estados Unidos
Alrededor de un año antes de su muerte, Sor Juana Inés de la Cruz se despojó de sus libros
y de sus instrumentos y utensilios de estudio. Además, utilizó su propia sangre para firmar como
“Yo, la peor del mundo” la confesión de fe que data del 5 de marzo de 1694. Estos actos se han
interpretado de diversas maneras. Para algunos, como Alejandro Soriano Vallès (2010), su actitud es
muestra de la piedad y del deseo de santificación que albergaba la jerónima. Para otros, como
Octavio Paz (1982, p. 597): “parece el gesto de una mujer aterrada, que pretende conjurar a la
adversidad con el sacrificio de lo que más ama. La entrega de la biblioteca y de la colección de
instrumentos y objetos fue una verdadera propiciación destinada a aplacar el poder enemigo”. Fuera
cual fuese su intención, no cabe duda de que a sor Juana, después de perder el favor de la corte
virreinal, la jerarquía religiosa la cuestiona por su afición a los estudios y por su obra literaria.
Entonces, su condición de mujer, de hija ilegítima y de religiosa fueron desplazándola a los
márgenes del canon. Como señala Margo Glantz (1994), después de la importancia que adquirió la
obra de sor Juana durante su vida, se fue imponiendo el silenciamiento de su voz y la
descalificación literaria de su obra a través del siglo XVIII. No es hasta entrado el siglo XX que
resurge el interés de la crítica convirtiéndola en una de las figuras principales del imaginario
feminista hispanoamericano debido, primordialmente, al auge que adquieren tanto los estudios de
género como los estudios poscoloniales. Así pues, su actitud subversiva en defensa de los derechos
y de la educación de las mujeres, recogida principalmente en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz,
se refleja en el discurso feminista de Hispanoamérica en contra del patriarcado y de la opresión
sistemática del poder político-religioso. Esto explicaría, según Alicia Gaspar de Alba (2001, p. 554),
que: “Si bien ya en 1925, la experta en Latinoamérica Dorothy Schons le dio [a sor Juana] el epíteto
de «primera feminista de América», la etiqueta feminista no resurgió entre los investigadores hasta
1974”.
Por otra parte, en los últimos quince años ha emergido entre las autoras hispanoamericanas
un corpus ficcional en torno a sor Juana que cuenta, por lo menos, con unas seis novelas.1 En
1 Uno de los primeros intentos de recrear ficcionalmente su vida fue la novela El secreto de sor Juana de Patricia Cox
(1971) en la que se presenta una sor Juana con poco carácter y determinada por la voluntad divina (Rodríguez Lozano, 1995). Luego,
en la novela de Iris Zavala (1987, p. viii), Nocturna mas no funesta: “Sabíamos y vamos sabiendo cada vez mejor casos y cosas en
torno a Sor Juan Inés de la Cruz” entre muchas otras cosas. Así pues, no es hasta los últimos quince años que surge un corpus
ficcional en torno a sor Juana: El segundo sueño de Alicia Gaspar de Alba (2001) Catalina, mi padre de Gloria Durán (2004), Yo, la
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algunas de ellas la referencia al personaje de la poeta novohispana es un mero pretexto para el
desarrollo de una trama evidentemente ficcional.2 Otras enfocan la vida de la jerónima utilizando
distintas perspectivas, principalmente se le ofrece la voz a algunas de las mujeres que formaron
parte de su historia o se relata desde una tercera persona omnisciente que presenta los hechos, sin
ofrecerle especial atención a su producción estética.3 En contraste, María Eugenia Leefmans es la
única que permite que sor Juana reflexione en primera persona sobre sus experiencias, tomando
como quicio fundamental su obra literaria. En la narración de Leefmans, la vida y los escritos de sor
Juan se entremezclan para formar un núcleo indivisible ya que, desde su perspectiva, la mayor
preocupación de la religiosa era poder recoger su pensamiento en la escritura. Por esta razón, este
trabajo busca demostrar que en la novela Fuera del paraíso Leefmans (re)presenta el quehacer
literario de Sor Juana como un viacrucis que la conduce de la muerte en un espacio subalterno e
infernal hacia la resurrección en un corpus literario, que la glorifica y le permite acceder al paraíso
de las letras.
Antes de entrar de lleno en el análisis de la obra, es oportuno conocer algunos datos sobre la
autora. María Eugenia Leefmans nació en Caracas, Venezuela, el 1 de diciembre de 1944, dentro de
una familia tradicional. Cursó sus estudios primarios y secundarios en una escuela católica (la
misma en la que estudiaron su madre y sus tías) y luego tomó clases de inglés y francés en distintas
instituciones en Jamaica y en Canadá. En 1969 se casó con un arquitecto mexicano con quien se
estableció en la Ciudad de México desde ese momento, adquiriendo la ciudadanía de ese país. Allí
se ha desempeñado como traductora y profesora de inglés, aunque primordialmente es madre y
abuela. Su carrera literaria se inició dentro de la poesía, a causa de la nostalgia patria, con la
peor de Mónica Lavín (2009), Los indecibles pecados de Sor Juana de Kyra Galván (2010) y Fuera del paraíso de María Eugenia
Leefmans (2011).
2 En el caso de las novelas de Durán y de Galván, la historia es un mero pretexto para la ficción. Es evidente que en estas
novelas las autoras no pretenden cuestionar o proponer una historia alternativa, sino que la utilizan como un trampolín para construir
la ficción novelesca. En Catalina mi padre, la trama presenta la vida de sor Juana desde su llegada a la capital mexicana hasta su
ingreso en el convento de San Jerónimo. La narración se enfoca principalmente en la relación de Juana con su supuesto padre, Pedro
Manuel de Asbaje, quien resulta ser Catalina de Erauzo, la monja alférez que vivió como hombre, desde que se escapó del convento
en España, fue parte del ejército español que participó de la colonización de Chile y se estableció en México después de haber sido
descubierta y de recibir la venia papal para seguir vistiendo como hombre. Por su parte, la novela de Galván se fundamenta en unos
supuestos manuscritos de la sobrina de sor Juana, sor Isabel María. En ellos se deja constancia de que Juana era hija ilegítima de un
sacerdote que había engañado a su madre (93); además, fue violada por su tío Juan de Mata, a quien ella sobornó para que le costeara
las lecciones de gramática y latín (67); cuando vivió en la corte virreinal mantuvo una relación amorosa con el Marqués de Mancera
(112), quedó embarazada e intentó abortar con la ayuda de una curandera (131), pero no tuvo los resultados esperados, por eso entró
al convento de las carmelitas, en donde tuvo una hija que murió al poco tiempo de nacida (132-33). Luego, ya en el convento de las
jerónimas, se enamoró de un pintor, Cristóbal de Villalpando, y posó desnuda para un retrato. La condesa de Paredes, la nueva
virreina, fue cómplice de este amor. Como resultado de esa relación, Juana volvió a quedar embarazada, pero esta vez no pensó en
abortar, tuvo el hijo y se lo entregó a su padre como muestra de su amor (199).
3 En la obra de Gaspar de Alba, un narrador omnisciente hace un recorrido por los eventos sobresalientes de la vida de sor Juana
desde su infancia hasta el final de su vida. En Yo, la peor, Lavín reconstruye la vida de sor Juana desde la perspectiva de las
distintas mujeres que la rodearon: sus hermanas, sus tías, las damas de la corte, su esclava, las virreinas, las monjas del convento,
pero sobre todo privilegia la voz de la maestra que le enseñó sus primeras letras, Refugio Salazar.
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publicación de Raíces (1991), Sobre la tierra extraña (1999) y Muchas lunas después (2000). A
partir de ese momento ha cultivado la narrativa, al igual que el ensayo y el teatro. Entre 1995 y
2007, participó del taller sobre Sor Juana Inés de la Cruz y sobre Nezahualcóyotl que semanalmente
dirigió Carlos Elizondo Alcaraz. Es evidente que esta experiencia y su interés por la historia han
marcado su obra narrativa ya que en sus novelas se ha dedicado a recuperar distintos personajes del
devenir histórico hispanoamericano. Su primera novela, La dama de los perros (2001), reconstruye
los últimos años de la vida de Manuelita Sáenz, durante su destierro en Paita, Perú, para rememorar
su vida y su controvertida relación amorosa con el Libertador, Simón Bolívar. En La noche en el
maizal (2007), se traslada al mundo prehispánico para rescatar del olvido la vida y la obra de dos
grandes poetas nahuas, Macuilxóchitl (la única poetisa conocida de esta época) y el rey poeta,
Nezahualcóyotl. Luego en Lluvia (2012) ficcionaliza la vida del gran poeta caribeño, José María
Heredia.
No obstante, el personaje más destacado en sus obras ha sido sor Juana, a la cual ha
abordado desde el teatro, el ensayo y la narrativa.4 Fuera del paraíso, novela reconocida con el
Premio Nacional para Escritoras Nellie Campobello en 2010, se inicia con unos versos de la poetisa
tomados de un romance dirigido a Don Fray Payo Enríquez de Ribera, obispo de México,5 en el que
solicita la confirmación.6 En los versos, la voz poética se refiere a un encuentro con Dios. Dios se le
hace presente, pero aunque su presencia le causa cierto temor, el deseo de verlo es más fuerte. Sin
embargo, todo su ser teme enfrentar la guadaña segadora de la Divinidad. Por consiguiente, trata de
reparar a prisa las faltas cometidas sin apremio y de repasar la lista de las incontables
equivocaciones que ha consumado sin considerar su cantidad (7). La actitud penitencial que evocan
estos versos se refuerza con la imagen visual en blanco y negro que los acompaña (6); en ella se
percibe el rostro delicado de una hermosa mujer, aparentemente vestida con hábito de religiosa, con
los ojos cerrados y una mano sobre el pecho. A diferencia del rostro que está delineado claramente,
a pesar del uso de cierta sombra, la mano está a penas sugerida en sus formas, sin permitir
determinar si es parte del mismo cuerpo o le pertenece a otro ser que intenta abrirse espacio en el
pecho de la yacente. Esa mano bien pudiera ser la mano de Dios que escudriña el corazón de su
sierva para develar sus verdaderos sentimientos ya que podría decirse que sus dedos están
4 Entre estas obras se encuentran el libro de cuentos Los fantasmas huyeron (1998), inspirados en el poema Primero Sueño;
Tú, que intentas volar. Cuéntame de Sor Juana Inés de la Cruz (2007); Furia melódica: análisis de la ironía en las poesías de Sor
Juana dedicadas a la Condesa de Gálvez (2006) y la obra de teatro La metamorfosis de Inés (2000).
5 Puede verse todo el romance en las Obras completas de la autora (pp. 16-18).
6 La segunda edición de la novela inserta el prólogo entre los versos de Sor Juana y el inicio del primer capítulo rompiendo
un poco la relación que se establece entre dichos versos y el contenido de la obra. Tal vez hubiera sido más acertado mantener la
unidad original.
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extrayendo un objeto circular y obscuro de la región torácica.7 De esta forma se sugiere el contenido
fundamental de la obra que se nos narra en primera persona: Sor Juana agoniza en su lecho,
mientras que las otras hermanas la atienden. Como en un sueño, en el que se rememora la atmósfera
onírica de la única obra que Sor Juana identifica como producto de su voluntad, Primero sueño, la
poetisa alterada por el delirio va recreando su vida a través de la rememoración de los eventos
históricos más destacados y de gran parte de sus escritos. De tal manera, se puede identificar la
trama novelesca con las estaciones del viacrucis que rememora el dolor y el sufrimiento
experimentado por Cristo antes de su crucifixión.
En el primer capítulo de los cincuenta y ocho capítulos no enumerados, sor Juana se
presenta en oración ante Dios, como Cristo en el Huerto de los Olivos, para presentarle su mayor
preocupación: la satanización de su obra. Le dice que sus escritos han sido interpretados de distintas
formas por lo que le ha prometido a la Iglesia alejarse de la escritura aunque escribir nunca fue un
acto voluntario, sino que respondía a la petición de otros. No obstante, se alegra que el impulso que
sentía haya sido hacia la escritura y no hacia otro vicio. En el fondo, el propósito de sus estudios y
de sus escritos eran llegar a la máxima manifestación del conocimiento: la teología. Esto requería
que recorriera el camino de las ciencias y de las artes humanas (9). Los obispos y la actual virreina
le han prohibido escribir con odio y malevolencia en el nombre de Dios (9). De igual manera que en
el caso de Cristo, el poder político y el religioso se confabulan para condenarla. De ahora en
adelante, nada ni nadie fuera de su celda conocerán su pensamiento (9-10); aunque guarda la
esperanza de que en el futuro su ideas resurjan, se conviertan en palabras para salir a la luz: “Tome
forma mi pensamiento con la palabra, al recibir el aliento fresco, y consiga un lugar sobre el papel
para salir a esa luz tan perseguida y ansiada” (10). El silencio se transforma en símbolo de la
muerte, para ella la vida no existe si le niegan la posibilidad de manifestar sus pensamientos. No
tener contacto con la escritura es como estar sepultada en una caverna, cubierta por una piedra y,
así, poder bajar a los infiernos. La única esperanza que le queda es aguardar que en algún momento
su pensamiento vuelva a convertirse en palabra escrita. La escritura será como resucitar a la luz de
la palabra.
La forma en que Leefmans privilegia la escritura contrasta con la idea que Alejandro
Soriano Vallès expone en su trabajo. Para este sorjuanista, defensor de la devoción religiosa de la
monja y beligerante opositor de los que han denunciado la supuesta conspiración eclesiástica en
7 Aunque esta imagen es muy parecida a la que aparece en la portada, la de la portada es a colores y más detallada ya que presenta
una escena más amplia en la que unas mariposas anaranjadas se le acercan al cuerpo con un fondo luminoso entre rosado y azul.
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contra de ella, ha quedado demostrado en sus investigaciones que sor Juana: “no quería escribir ni –
mucho menos- publicar, sino estudiar” (2010, p. 244). Soriano Vallès se apoya en el hecho de que,
para él: “la mayor parte de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz es fruto de compromisos y
encargos” (2010, p. 241); puesto que, como la misma sor Juana indica en su Respuesta a sor
Filotea: “El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con
verdad: Vos me coegistis” (Cruz, 2002, pp. 829-30). Además, Soriano entiende que la reflexión
intelectual que sor Juana lleva a cabo en su Primero sueño la lleva a concluir que en “la ciencia no
está la felicidad humana” (2010, p. 252) ya que es imposible que el poder natural de la inteligencia
le permita al hombre conocer a Dios (2010, p. 249) debido a que su capacidad de conocimiento es
limitada (2010, p. 253). Entonces, la fe se impone sobre la razón y la conduce a desprenderse
voluntariamente de todo artificio humano. Así, en lugar de tratar de llegar al Creador por medio de
la comprensión intelectual de su creación, permite que la Sabiduría misma invada su corazón sin
necesidad de intermediarios. De esta forma, Soriano limita la situación de sor Juana a un combate
interno entre la fe y la razón, en el que triunfa la fe, sin la intervención directa de los poderes
externos, tanto el religioso como el político. Por consiguiente, considera que el momento en que
decide entregar sus libros y sus instrumentos de estudio es “la hora más bella” de su existencia
porque es un acto libre que demuestra que: “Sobre ‘todos los aplausos de docta’ prefirió el nombre
de cristiana” (2008, p. 272), ya que puso al servicio de los pobres lo más preciado de su existencia,
la fuente del conocimiento. “[L]a muestra mayor de su misericordia y libertad de alma, fue la
donación de la biblioteca e instrumentos científicos para bien de los desamparados. Al hacerla
mostró plenamente la santidad sacrificada de su talante, de consagración absoluta al Amor del Dios
por quien vivía” (2010, p. 373).
Por su parte, Yolanda Martínez-San Miguel, sin compartir la intencionalidad involuntaria
que Soriano le confiere a la obra literaria de la poetisa, interpreta su escritura en función de su deseo
de tener libre acceso al conocimiento. “En el caso particular de sor Juana, la literatura es el espacio
discursivo alternativo desde el cual se legitima una voz, para cuestionar los sistemas
epistemológicos vigentes sin invadir abiertamente, un espacio de especulación que en la época era
estrictamente masculino” (1999, p. 36). Escribir responde a la necesidad de reclamar el derecho de
todos los seres humanos al saber. En otras palabras, su lucha tenía como fin defender el derecho de
participar activamente de las fuentes oficiales del saber que, según ella, también poseía la mujer,
aunque tuviera ciertas restricciones. Por consecuencia, sus esfuerzos no están encaminados a
conseguir una gnosis alterna en contraposición a la epistemología oficial; sino que sólo deseaba
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reclamar para sí y para el sector femenino los beneficios que prodigaba la sabiduría; la cual estaba
monopolizada por el núcleo administrativo del poder. La escritura es un medio para alcanzar ese fin.
Este sujeto cognoscitivo subalterno no produce por otro lado, un saber alternativo ni
marginable del campo del saber oficial, sino que se inscribe en el centro mismo de
los debates epistemológicos de la época. En este sentido los textos de Sor Juana no
articulan necesariamente otro tipo de conocimiento. Lo que se articula es otra serie
de posiciones que acceden al saber oficial y que con su entrada al campo intelectual
hegemónico ponen en evidencia las posiciones limitadas en las que se fundamente el
sujeto eurocéntrico y masculino que representa el saber supuestamente absoluto y
universal. (1999, pp. 42-43)
Puede verse de esta forma que Leefmans rompe con estos parámetros para ofrecerle mayor
protagonismo a la necesidad escrituraria de la jerónima. Para la sor Juana de Leefmans, la literatura
no es un medio, es un fin en sí mismo. Consecuentemente, lo condenable no es su deseo de conocer,
sino su atrevimiento al escribir y distinguirse por encima de sus congéneres masculinos. El dominio
de la letra la autoriza, de una forma u otra, a posesionarse de la palabra e irrumpir en las esferas del
poder, aunque fuera indirecta y momentáneamente. De esta manera, la escritura constituye un
requisito imprescindible en la lucha por el poder discursivo. El individuo puede defender la
inscripción de su palabra en la medida en que está capacitado para transcribirla. Según la tradición
letrada europea, el uso del idioma escrito era el medio que tenía el espíritu para manifestarse y, por
consiguiente, sólo aquellos que podían dar rienda suelta a su espíritu eran considerados sujetos.
Todos los otros quedaban excluidos de este privilegio y su realidad se limitaba a la mera
corporalidad. Quiere decir, que el cuerpo se transforma en sujeto por medio de la escritura. La
grafía lo remonta al ámbito de la subjetividad y lo coloca fuera de las fronteras corporales. En
palabras de Julio Ramos (1996, p. 31) al analizar la literatura antiesclavista del siglo XIX: “[E]l
sitio de la subjetividad se traza en el don de la lengua, como efecto de un distanciamiento del lugar
del cuerpo que así constituye al personaje como un individuo autorreflexivo y contemplativo”.
Entonces, para los administradores del poder, sor Juana está reclamando una naturaleza que no le
pertenece a través de su creación estética. No habría enfrentado ninguna dificultad si hubiera
limitado su inquietud intelectual al consumo del conocimiento creado por medio del estudio
silencioso y aislado dentro del claustro conventual. Empero, escribir es crear conocimiento; es pisar
tierra sagrada, es adueñarse heréticamente de una naturaleza que no le corresponde por su
condición. Esto es lo que provoca la clasificación de su obra como literatura infernal. Por eso, a
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semejanza de Cristo que fue juzgado y condenado por reclamar con sus obras y sus palabras la
naturaleza divina, sor Juana tiene que enfrentar su expulsión del paraíso de la escritura.
En los subsiguientes capítulos de la novela, sor Juana sigue identificándose con el calvario
de Cristo. Interpreta la actitud del obispo de Puebla para con ella como reflejo de la traición de
Judas. Así como el apóstol besó el maestro como muestra de su traición, el Obispo había besado
impúdicamente su mano y la había engañado para entregarla a sus enemigos. Un día se le acercó
aunque ella lo evitaba y le habló sobre el Sermón del Mandato del padre Antonio de Vieyra
pronunciado en 1650, diciéndole que no compartía su opinión (19). Por obediencia, ella analizó el
sermón sobre las finezas de Cristo, en el que Vieyra rebate las ideas de San Agustín, de santo Tomás
de Aquino y de san Juan Crisóstomo. Al discutir sus ideas, el obispo le pidió que las escribiera
porque él las compartía (20). Ella obedeció sin sospechar sus intenciones, pero le pidió que no los
publicara ni que nadie más supiera que ella era la autora de aquel escrito porque su confesor y el
arzobispo de México se molestarían muchísimo (21). El obispo faltó a su palabra y publicó su
comentario bajo el título de Carta atenagórica escondiéndose bajo el nombre de una tal sor Filotea
de la Cruz (21). Así demuestra que era un farsante y un traidor desde el principio (21-22). Es como
la serpiente que engaña a Eva para ocasionar que la expulsen del paraíso. Esto lleva a cuestionar el
proceso de satanización de su obra. Si su producción literaria es fruto de la inclinación natural que
el Creador sembró en ella y de los reclamos de sus representantes terrenales, entonces ellos son los
causantes de su caracterización infernal.
Ante la desolación que le causa reflexionar sobre la actitud condenatoria que los
representantes del poder han asumido frente a su obra, su mente le permite alejarse de sus terribles
circunstancias para ponerse en contacto con aquellas primeras experiencias que fundamentan su
vocación literaria. Este traslado al pasado es como subir al monte de la transfiguración. Sueña con
el abuelo que viene a buscarla, la abraza y la levanta del camastro (33). El abuelo le aconseja
olvidarse del sermón y de las críticas que había recibido ya que quienes la molestaban eran hombres
necios que la envidiaban porque su obra se había publicado en Madrid con una gran acogida (33).
Entonces, la invita a soñar: “Soñar, soñar es quizás el verbo más dúctil, responde a nuestras
necesidades y suele ser compañía valiosa e inseparable” (34). Ella le cuenta que ya lo había hecho
en una silva en la que atravesó tinieblas, combatió aves y llegó a la cima en la que la esperaba Dios
(34). El Sueño fue lo único que compuso por gusto; fue una experiencia fuera de ella, antes de
enfrentar tantos sufrimientos (34). El abuelo se va y ella siente que la oscuridad la cubre (35).
Son muchos los recuerdos que llegan a su mente. Recuerda el sufrimiento que padeció por
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su origen, pero cree haber aceptado la situación que vivió su madre, Isabel Ramírez. No recuerda a
su padre, solo a su abuelo, pero la madre le dijo que su progenitor era un capitán de barco de las
provincias vascongadas (75). La figura paterna era como un fantasma que se le aparecía como una
mezcla de personas: el físico de Cristóbal Vargas, el padre de Josefa, la vestimenta como el de
María y la voz tierna como la de Diego Ruiz Lozano, el padre de sus otros hermanos (76). Ella se
consoló al leer la obra de El Quijote (76). Al igual que él, intentó defender el honor de las doncellas
con la pluma. Le reclamó a los hombres por ser la causa de lo que culpaban (76). Ella sabía que su
condición de ilegítima, pobre, educada e inteligente no tendría oportunidad de casarse (77). Por eso,
utilizó la poesía para defenderse: “¿No soy gente?/ ¿No es forma racional la que me anima?/ ¿No
desciendo como todos de Adán, por mi recta línea?” (77).
Ahora que está postrada, sin fuerzas para rezar el rosario o leer el libro de oraciones, se
pregunta por qué sus confesores dudaban de su amor a Dios. No fue tan piadosa como Santa Teresa,
pero se sacrificó para hacer buenas obras, aunque no hizo el sacrificio que le reclamaban: dejar de
escribir (79). Le reclama al mundo por la opresión que ha sufrido: “El mundo me persiguió mientras
yo le preguntaba en dónde estaba la ofensa. Nunca comprendió que mi verdad fue la fantasía, burló
enojos y agravios, fieros tormentos y condenas; pero, sobre todo, labró una prisión a la tiranía” (14).
El estudio y la escritura fueron sus mecanismos de defensa, pero no sus únicas armas.
Reconoce que su ingenio le ha permitido hacer su voluntad. Sin embargo, tuvo que firmar con su
sangre como “la peor” que dejaría los estudios humanos para dedicarse a luchar por su perfección
(202). Reconoció ser la más indigna e ingrata de las criaturas, ratificó su profesión de fe y reiteró
sus votos (202). Le temía al Santo Oficio por lo que aceptó su castigo y entregó sus libros e
instrumentos (204). A pesar de esto, el momento en que firma su protesta con su sangre se presenta
como un acto de resistencia, escribe para no escribir, pero sabe que seguirá escribiendo porque la
letra la lleva en la sangre. Esa es su semen, la semilla que la coloca en el espacio masculino y que le
asegura que su descendencia perdurará por siempre. Consecuentemente, ante la soledad, la presión
de los poderosos y el rechazo de la Virreina, les escribió a la Condesa de Paredes y las hermanas de
la Casa del Placer en Portugal utilizando acertijos denunciando su situación (204). Si muere antes,
su espíritu sabrá si logran descifrar sus últimas cuartetas (206-11). Con esta esperanza se acerca a la
muerte. Percibe cuando su espíritu se separa de su cuerpo mientras escucha el toque de las
campanas (215). Se enfoca en los pensamientos que quedaron impregnados en la toca y el velo de
su hábito por la falta de tinta que no les permitió cuajarse en palabras. Como “[l]a esperanza se
pierde a veces, pero también se guarda y se eterniza” (214), confía en que: “algún día germinará[n]
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bajo el cultivo y cuidado de otros. Sorprenderán sus hojas, flores y frutos. Entonces dejaré de estar
perdida entre la niebla y, sobre todo, fuera del Paraíso” (215).
Se presenta así lo que Josefina Ludmer ha denominado como las “tretas del débil” (1985, p.
53). “La treta (otra típica táctica del débil) consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se
cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él”. Así como
Cristo, al aceptar mansamente el plan divino trasformó la ignominiosa muerte en la cruz en gloriosa
resurrección, sor Juana convierte su estado de subalternidad y la condición infernal de sus escritos
en la llave de acceso al paraíso de las letras. Las mismas razones que las autoridades políticas y
eclesiásticas utilizaron para marginarla socialmente y desterrarla del territorio privilegiado de la
palabra, provocando su silenciamiento, son las que han ocasionado su resurrección tres siglos
después.
María Eugenia Leefmans ha sabido leer e interpretar la relación simbiótica que se da entre la
vida y la obra de la jerónima para recuperarla poéticamente en su novela. La atmósfera onírica y
agónica en la que el personaje recorre y reflexiona sobre su pasado permite percibir el viacrucis que
experimenta. La literatura ha sido su salvación y su condena. La creación estética, por medio de la
cual se convirtió en sujeto histórico, la llevó desde la gloria de la fama a sufrir los horrores del
infierno. Fue perseguida y condenada por aquellos mismos que la habían alentado a embarcarse en
la aventura de la creatividad literaria. Sin embargo, la fidelidad a sus convicciones y el compromiso
con la palabra no permitieron que su condena fuera eterna. Como un verdadero Fénix de América,
supo resurgir de sus propias cenizas para instalarse en el altar del canon literario. Por lo tanto,
Leefmans no se limita a destacar la repercusión de los acontecimientos de su vida, sino que se
propone subrayar la importancia de su voz literaria:
Trapos de color blanco, velo y delantal negro intentaron oscurecer, de la cabeza a los
pies, a una mujer que pensaba. A una mujer que desde niña amó la luz, luego se
internó en ella, y de joven aceptó la oportunidad que le brindó la vida de encontrar
otro mundo, saborearlo y hacerlo suyo. [Su] mundo, el del saber, fue producto de un
continuo ejercicio de paciencia y voluntad, hasta lograr poner la belleza en el
entendimiento. (87).
En la medida en que recuperemos dicho aporte no permitiremos que continúe fuera del paraíso. De
esa forma, la sangre con la que selló el pacto de silencio seguirá germinando en nuestro
pensamiento para evitar que su imagen desaparezca.
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Bibliografía
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