martes, 13 de marzo de 2018

"EDIPO REY" PRÓLOGO

EDIPO REY     PRÓLOGO

(Ante el palacio de Edipo se presenta el Sacerdote y un Coro mudo de ancianos)

EDIPO: Mis hijos, generación nacida de aquel antiguo Cadmo, ¿por qué en mi presencia os sentáis en los altares con ramos de suplicantes? La ciudad está al tiempo inundada de perfumes, de cantos de peanes, de lamentos; no quiero oír por otros mensajeros que vosotros qué significa esto; por eso estoy aquí yo, a quien todos llaman el glorioso Edipo. Mas ea, anciano, explícate, pues por tu edad debes hablar antes que estos: ¿por qué estáis aquí? ¿Por miedo o a implorar? ¡Habla, sabiendo que yo quiero ayudaros en todo, porque sería insensible si no me apiadara de una súplica cual esta!

SACERDOTE: Pues bien, Edipo, rey de mi patria, ves de qué edades tan dispares somos los que estamos sentados en tus altares: unos no tienen fuerza para un largo vuelo; otros somos sacerdotes ya torpes por la edad –yo lo soy de Zeus- ; estos otros son los mejores de los jóvenes y la restante multitud está sentada a las plazas con sus ramos de suplicantes, tanto junto a ambos templos de la diosa Palas como junto al altar de Apolo a orillas del Ismeno, altar de cenizas augurales. Que la ciudad, como tú mismo ves, sufre el embate de un fuerte temporal y no puede levantar su cabeza del fondo de sus olas de sangre. Perece en los frutos abortados de la tierra, perece en los partos sin hijos de las mujeres; y además, el dios que lleva el fuego, la peste odiosa, azota impetuoso a la ciudad y el negro Hades atesora lamentos y gemidos. No es por creerte igual a los dioses por lo que yo y estos jóvenes estamos sentados junto a los altares, pero sí el primero de los hombres en los azares de la vida y en la conciliación de los seres celestiales, pues que viniste a la ciudad de Tebas y nos libraste del tributo que pagábamos a la dura cantora, y esto sin habernos oído nada más que los otros ni haber sido instruido en el secreto, sino que con la ayuda de un dios dice y cree que ha enderezado nuestra vida. Pues bien, también ahora, ¡oh, Edipo, glorioso más que nadie a los ojos de todos!, todos los suplicantes te imploramos que nos encuentres una ayuda, ya sea que hayas oído una voz enviada por alguno de los dioses, ya que algo sepas por noticia de los hombres. Yo sé que los consejos de los hombres expertos obtienen mejor éxito. Ea, ¿oh, el mejor de los mortales!, haz erguirse de nuevo a esta ciudad; cuídate de tu fama: porque esta tierra te llama ahora su libertador por tu celo de antaño; y haz que jamás nos acordemos de tu reinado como de un tiempo en que nos pusimos de pie y luego caímos: ¡pon en pie a esta ciudad dejándola segura! En aquella ocasión nos diste la salud con un agüero favorable: ¡sé igual ahora con nosotros! Que si ahora has de reinar de esta tierra de la que ahora eres señor , más bello es serlo estando poblada que desierta pues nada es ni una ciudad desierta ni una nave sin los hombres que la ocupan.

EDIPO: ¡Oh, hijos doloridos! Me es conocido y no desconocido aquello que buscáis; porque bien sé que sufrís todos y, sufriendo, no hay ninguno que sufra igual que yo. Vuestro dolor os llega a cada uno de por sí y a nadie más; pero mi alma llora por la ciudad, por mí y por ti a la vez. Por ello, no me habéis despertado de mi sueño; estad seguros de que he vertido muchas lágrimas y he recorrido muchos caminos en mi mente. Y el único remedio que he encontrado  después de mirar mucho, ese le he puesto: he enviado a Creonte, mi cuñado, al templo de Apolo Pítico, a que inquiera qué he de hacer o decir para salvar a esta ciudad. Al calcular el tiempo transcurrido, estoy inquieto por lo que pueda hacer, pues tarda más  del tiempo  necesario, fuera de toda previsión. Mas cuando llegue seré yo un hombre vil si no hago todo cuanto revele el dios.

SACERDOTE: En momento oportuno lo dijiste, pues estos me señalan a Creonte que llega.

EDIPO: ¡Señor Apolo, si viniera con una noticia salvadora al igual que sus ojos resplandecen!

SACERDOTE: A lo que se ve, viene con buenas nuevas; en otro caso no vendría así, con una corona de laurel.

EDIPO : Lo hemos de saber pronto; está a distancia para poder oír. Cuñado, hijo de Meneceo, ¿qué respuesta del dios vienes trayendo?

CREONTE: Buena; pues hasta las desdichas, si tienen un buen fin, se trocan en venturas.

EDIPO: ¿Mas cuál es la respuesta? Pues por lo que hasta ahora has dicho no estoy ni confiado ni con miedo.

CREONTE: Si deseas oírla estando éstos delante, estoy dispuesto a hablar; e igual si quieres entrar dentro.

EDIPO: Habla ante todos: pues es por ellos más que por mí mismo por quiénes tengo el duelo.

CREONTE: Voy a decir lo que escuché del dios. El rey Febo nos ha ordenado claramente expulsar del país a la impureza que, según dice, ha arraigado en él y a no dejarla que prospere incurable

EDIPO: ¿Con qué rito? ¿Nuestra desgracia, en qué consiste?

CREONTE: Desterrando al culpable o vengando la muerte con la muerte, porque esta sangre es la que leva el temporal a la ciudad.

EDIPO: ¿Y a la muerte de qué hombre se refiere?

CREONTE: Era en tiempos, señor, Layo el rey de esta tierra, antes de gobernar tú esta ciudad.

EDIPO: Lo sé de oídas; porque jamás le he visto.

CREONTE: Ahora nos manda castigar a los culpables de su muerte.

EDIPO: ¿Y dónde están? ¿Dónde se encontrará esta oscura huella de una antigua culpa?

CREONTE: Dijo que aquí. Lo que se busca es posible encontrarlo: en cambio, aquello de que nadie se preocupa nos pasa inadvertido.

EDIPO: ¿Fue en el palacio o fue en el campo en donde Layo halló la muerte? ¿O fue en tierra extranjera?

CREONTE: Marcho a visitar Delfos, según dijo, y ya no volvió a casa una vez que partió.

EDIPO: ¿Y no lo vio algún caminante, alguien que, de enterarnos de ello, nos hubiera ayudado?

CREONTE: Han muerto, salvo uno, que huyó lleno de miedo y, fuera de una cosa, nada pudo decir a ciencia cierta de lo que vio.

EDIPO: ¿Qué cosa? Pues una sola cosa podría ser el camino para enterarnos de otras muchas si halláramos un breve comienzo de esperanza.

CREONTE: Dijo que unos bandidos, saliéndole al encuentro, lo mataron, no un hombre solo, sino una multitud.

EDIPO: ¿Y cómo el bandolero, si no se tramó algo desde aquí con ayuda de dinero, habría llegado a tanta audacia?

CREONTE: En esto se pensó; pero después que murió Layo, no hubo, en nuestro infortunio, nadie para salir en su defensa.

EDIPO: ¿Y cuál fue ese infortunio que estorbó, cuando el trono cayó de esta manera, que ello se descubriera?

CREONTE: La esfinge, la cantora de enigmas, nos forzaba a cuidarnos de lo más inmediato, dejando lo dudoso.

EDIPO: Voy a aclararlo todo desde el comienzo mismo. Febo con toda la razón, tú con razón os cuidasteis del muerto; y, como es justo, me hallaréis como aliado, defendiendo esta tierra y al dios al mismo tiempo. No es en defensa de amigos alejados, sino en la de mí mismo, como esta mancha he de limpiar. Quienquiera fuese el que a Layo dio muerte, podría quererme dar la muerte con su mano culpable. Ayudándole a él, a mí mismo me ayudo. Ea, de prisa, hijos, levantaos recogiendo esos ramos suplicantes. Que alguien reúna aquí al pueblo de Tebas, porque ningún recurso he de dejar: o seremos dichosos con la ayuda del dios, o caeremos.

SACERDOTE: Hijos míos, levantémonos, porque vinimos aquí en busca de las cosas que Edipo nos promete.  Y Febo, que ha enviado esta respuesta de su oráculo, venga cual salvador y acabe con la peste. 

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