La producción teatral de Lorca, compuesta sobre todo en sus últimos años
de vida, es hoy admirada, representada y leída en todo el mundo. Su temática
profunda está relacionada con el conflicto entre el deseo y la realidad y eso
lleva a muchos de sus personajes, especialmente femeninos, a destinos trágicos.
Las mujeres en la España de comienzos del siglo XX eran marginadas, y por ello
gozan del apoyo del autor, quien habló una vez de su “comprensión simpática de
los perseguidos: del gitano, del negro, del judío, del morisco que todos
llevamos dentro”. La frustración vital de sus personajes se da a la vez en dos
planos: en lo social (carga de prejuicios y convenciones sociales) y en lo
metafísico (por el paso del tiempo y la posibilidad de la muerte).
El suyo es un “teatro poético”, cargado de elementos simbólicos (como la
luna, el agua, el caballo, la sangre), metáforas y comparaciones originales.
Para Lorca “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y
al hacerse, habla y grita, llora y se desespera”. Aparece una idea didáctica
del teatro, “una escuela de llanto y de risa, y una tribuna libre donde los
hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas, y explicar con
ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre”.
Este autor mezcla el verso y la prosa; en sus últimas obras predomina
esta última, aunque el lenguaje sea esencialmente poético. Recibe influencia de
autores clásicos (como Lope de Vega), de los dramas rurales, el teatro de
títeres y el teatro experimental o de vanguardia.
“La casa de Bernarda Alba” fue escrita en pocos días. Lorca la leyó a
varios amigos en sus últimos meses. Lo subtitula como “drama” y no tragedia
(pese a que hay una muerte) porque no hay elementos míticos y por el realismo
del lenguaje, de tono coloquial, aunque es tragedia por lo inexorable de la
frustración y la necesidad de la catástrofe final.
La obra empieza y termina con una muerte.
Comienza por el luto de 8 años que impone una madre a sus hijas, lo que
exagera una costumbre real y genera una situación límite. Los temas de la obra
son el enfrentamiento entre autoridad y libertad y el conflicto entre realidad
y deseo. Aparecen también los temas de la moral tradicional y la presión social
sobre los individuos, las diferencias sociales y la condición de la mujer en la
sociedad española de su época.
La acción transcurre en un espacio cerrado (la casa), que es el mundo
del luto, de la ocultación, del silencio. Se alude a la casa con palabras como
“presidio”, “infierno” o “convento”. Del mundo exterior llegan ecos, historias,
voces. Es el mundo del “qué dirán”, de la crítica y las convenciones. Se
describe como “este maldito pueblo sin río, pueblo donde siempre se bebe el
agua con miedo a que esté envenenada”.
Bernarda representa el autoritarismo, habla casi siempre ordenando o
prohibiendo algo y pretende que la realidad se adapte a sus deseos. Su bastón
representa el poder que posee sobre los demás. Las hijas tienen una gama de
actitudes, desde la mayor sumisión a la rebeldía más abierta. Viven en una
reclusión impuesta y están más o menos obsesionadas por lo erótico. En cuanto a
la abuela, María Josefa, en sus palabras se mezclan locura y realidad al
enunciar el deseo de salir, de casarse y de ser madres, que sienten las hijas
de Bernarda.
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