martes, 12 de abril de 2016

Prueba diagnóstica para quienes faltaron a la ya propuesta

Realice un comentario literario del texto, basado en lo que ha aprendido en Literatura en años anteriores. Por ejemplo, puede determinar cuál es el tema central, qué tipo de título tiene, cómo es su narrador, qué recursos literarios (como metáforas, comparaciones, personificaciones, etc.) encuentra en el cuento.
Opcional: escriba una historia (verìdica o ficticia) en la que todo gire alrededor de un mueble de alguna casa.


El armario

El señor Gerard no podía evitar recordar el armario cuando pensaba en la vieja casa de la abuela. Era un armario común, con espejos en las puertas y repisas fijas, con arabescos irregulares, con telarañas en el techo. El tesoro del armario estaba abajo, entre sus patas. Cuando era un niño travieso y sin miedo, el señor Gerard solía hurgar bajo el armario para acceder a los maravillosos objetos que allí se ocultaban. Sus ojos verdes relucían de felicidad ante cada cosa encontrada.

Nunca supo quién ponía esos objetos allí. Ahora suponía que eran lanzados por niños desde la calle, hipótesis factible pues el armario estaba frente a una ventana que permanecía abierta durante el día. No siempre encontraba algo, en ocasiones la búsqueda era vana; sin embargo, cada vez el objeto encontrado era distinto. Un reloj sin la aguja de la hora, un anillo al que le faltaba su piedra, la rueda dentada de alguna extraña máquina que debió de ser inmensa, una pata de conejo convertida en llavero, la cabeza de una muñeca; así de variados e inútiles, pero igualmente maravillosos, eran los hallazgos.

Tampoco tenía muy claro qué había sido de todos esos objetos. Al crecer, llegó el momento de ir a la capital a estudiar y desde entonces sus visitas a la casa fueron más espaciadas; finalmente, la abuela murió y la casa fue abandonada, aunque su madre la mantuvo como parte del patrimonio de la familia. Pero el señor Gerard nunca conservó, sin saber la razón, alguno de sus tesoros.

Ahora, con cincuenta y dos años recién cumplidos y su madre también muerta, el señor Gerard había vuelto sus ojos hacia la vieja casa, con la intención de venderla y deshacerse de ella y sacarle así algún provecho y evitar los gastos de su mantenimiento. Hacía mil años que no iba a visitarla. Un amigo se encargaba (al parecer con éxito) de la promoción y venta del inmueble; mientras tanto, el señor Gerard quiso visitar —por última vez antes de su inminente demolición— la casa donde transcurrieron sus primeros años. Reservamos vastos espacios de la memoria, libro donde se escriben nuestras vidas, para venerar cosas inanimadas.

Llegó al pueblo a media tarde, con el pensamiento fijo en la casa y el armario, aquel amigo de su niñez con el que tanto había compartido. Subió al segundo piso y entró a la habitación donde éste estaba. Caminaba con paso vacilante. Avanzaba con mirada ansiosa.

Sintió un largo estremecimiento cuando se enfrentó al viejo mueble. Ahora le parecía más pequeño y débil, y el espacio entre el borde inferior y el piso era tan angosto que dudaba que fuera suficiente para albergar una mano humana. Se preguntaba si seguía escondiendo tesoros. Así que se agachó y trató de meter la mano bajo el armario, pero tuvo que sacarla y arremangarse la camisa para poder hurgar a sus anchas.

Sus dedos se toparon con algo duro y redondo, como una pelota. La atrajo hacia afuera; se trataba de una extraña caja de música esférica con un pony azul en el centro. No se sintió satisfecho: volvió a introducir la mano y continuó la búsqueda.

Tres días más tarde, el amigo vendedor entró a la casa con una pareja que la compraría para instalar un albergue, y comenzaron a recorrerla, mientras charlaban, curioseaban y comentaban todo. Quizás ni siquiera sería preciso demolerla. Cuando entraron a la habitación del armario, hallaron al señor Gerard hinchado y hediondo, acostado en el piso, con una mano asida a una esfera y la otra oculta bajo el viejo mueble. El examen del forense determinó que había muerto a causa de la mordedura de una serpiente. El ofidio culpable jamás fue encontrado.



Jorge Gómez, 15/09/96 (adaptado por Mariela Rodríguez)

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