martes, 16 de agosto de 2011

3º4 Poemas de Alfonsina Storni

Último poema.


Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,

tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados.



Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara en la cabecera;

una constelación, la que te guste;

todas son buenas, bájala un poquito.



Déjame sola; oyes romper los brotes...

te acuna un pie celeste desde arriba

y un pájaro te traza unos compases



para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:

si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido.


Dolor

Quisiera esta tarde divina de octubre

pasear por la orilla lejana del mar;

que la arena de oro, y las aguas verdes,

y los cielos puros me vieran pasar.



Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,

como una romana, para concordar

con las grandes olas, y las rocas muertas

y las anchas playas que ciñen el mar.



Con el paso lento, y los ojos fríos

y la boca muda, dejarme llevar;

ver cómo se rompen las olas azules

contra los granitos y no parpadear;



ver cómo las aves rapaces se comen

los peces pequeños y no despertar;

pensar que pudieran las frágiles barcas

hundirse en las aguas y no suspirar;



ver que se adelanta, la garganta al aire,

el hombre más bello, no desear amar...



Perder la mirada, distraídamente,

perderla y que nunca la vuelva a encontrar:

y, figura erguida, entre cielo y playa,

sentirme el olvido perenne del mar.



El clamor


Alguna vez, andando por la vida,

por piedad, por amor,

como se da una fuente, sin reservas,

yo di mi corazón.



Y dije al que pasaba, sin malicia,

y quizá con fervor:

-Obedezco a la ley que nos gobierna:

He dado el corazón.



Y tan pronto lo dije, como un eco

ya se corrió la voz:

-Ved la mala mujer esa que pasa:

Ha dado el corazón.



De boca en boca, sobre los tejados,

rodaba este clamor:

-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;

ha dado el corazón!



Ya está sangrando, sí, la cara mía,

pero no de rubor,

que me vuelvo a los hombres y repito:

¡He dado el corazón!


El divino amor

Te ando buscando, amor que nunca llegas,

te ando buscando, amor que te mezquinas,

me aguzo por saber si me adivinas,

me doblo por saber si te me entregas.



Las tempestades mías, andariegas,

se han aquietado sobre un haz de espinas;

sangran mis carnes gotas purpurinas

porque a salvarme, ¡oh niño!, te me niegas.



Mira que estoy de pie sobre los leños,

que a veces bastan unos pocos sueños

para encender la llama que me pierde.



Sálvame, amor, y con tus manos puras

trueca este fuego en límpidas dulzuras

y haz de mis leños una rama verde.


La caricia perdida

Se me va de los dedos la caricia sin causa,

se me va de los dedos ... En el viento, al rodar,

la caricia que vaga sin destino ni objeto,

la caricia perdida, ¿quién la recogerá?



Pude amar esta noche con piedad infinita,

pude amar al primero que acertara a llegar.

Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

La caricia perdida rodará... rodará...



Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va,



si no ves esa mano ni la boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de llamar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida ¿me reconocerás?



No hay comentarios:

Publicar un comentario