jueves, 23 de mayo de 2013

4º año: Trailers para una posible película de "Cordero asado"


3º CERP "Lazarillo de ciegos caminantes"

http://www.biblioteca-antologica.org/wp-content/uploads/2009/09/CONCOLORCORVO-CARRI%C3%93-El-lazarillo-de-ciegos-caminantes-YAA.pdf



Trabajo de evaluación parcial:

1) Relevar y organizar la información existente sobre el autor y la obra, señalando cuáles son, a su juicio, los aspectos que deberían incluirse para presentar el tema a un hipotético grupo liceal de sexto año.

2) Seleccionar un capítulo para comentar: establecer los principales ejes en que se basarían para trabajarlo en el aula, relacionarlo con otros textos que los estudiantes hubiesen visto antes en clase, indicar qué recursos literarios y qué elementos de análisis le parecen los más apropiados para esta tarea. El comentario del texto debe estar consignado en el presente trabajo.

3) ¿Qué medios audiovisuales cree ud. que le ayudarían, en caso de dar en clase este texto? Adjunte datos concretos, ya sean nombres de películas, videos, canciones, otros textos, o imágenes.

4) Diseñe una propuesta evaluativa para plantear al grupo que implique una parte tradicional de constatación de estudio y comprensión del tema y otra creativa, que evalúe si el estudiante efectivamente se apropió de los conceptos trabajados en clase y puede expresarlos con otros lenguajes.

Trabajo individual, a entregar durante el mes de julio.

miércoles, 22 de mayo de 2013

4º año: "Las de Barranco" (acto 1)






Acto primero
La escena representa un vestíbulo guarangamente amueblado. Como detalles de rigor: un gran cuadro con el retrato al óleo de un capitán del ejército y otro un poco más chico conteniendo condecoraciones militares: cordones, medallas, etc. Sobre una mesa hay una gran caja de cartón y delante de ésta se encuentra de pie doña María examinando unas blusas que va sacando del interior de la caja. A pocos pasos, en actitud de espera, un muchacho.
DOÑA MARÍA. - (Concluyendo de examinar las blusas.) ¡Qué preciosura! ¡Son una monada!... (Mirando al muchacho.) Dígale que muchas gracias, que se las agradezco muchísimo. (Acentuando.) Y que Carmen le manda muchos recuerdos... Dígale así. (Haciendo un gesto después que el muchacho saluda y se va por la derecha.) Son regularcitas, no más... (Gritando.) ¡Carmen! (Volviendo al comentario.) Algún saldo que no le servía... (Gritando con más fuerza.) ¡Carmen!... (A Carmen, que aparece por la izquierda.) Mirá, mirá el regalo que te manda Rocamora, el del registro: una blusa para vos y otra para cada una de tus hermanas...
CARMEN. - (Frunciendo el ceño.) ¿Blusas?
DOÑA MARÍA. - (Sin apercibirse del gesto de Carmen.) Sí, aquí las tenés. No son feas, sobre todo la tuya... mirá. (Levanta en alto una blusa.)
CARMEN. - (Sin preocuparse de la blusa y con fastidio.) ¡No debía de habérselas recibido!
DOÑA MARÍA. - (Encarándose con ella.) ¡Che... che... che!... ¿Estás loca?... ¿Qué querés decir?
CARMEN. - (Con aflicción.) Pero ¿usted no sabe acaso, que Rocamora me pretende?
DOÑA MARÍA. - ¡Vaya una novedad!... ¿y qué hay con eso?
CARMEN. - ¿Usted no sabe que le he dicho que no consentiré nunca en casarme con él?
DOÑA MARÍA. - Sí, y demasiado bueno es el pobre que todavía te hace regalos. ¡Razón de más para agradecérselos... me parece! ¿O es que querés prohibirle ahora que sea generoso si quiere serlo?... ¡Es lo único que faltaba!
CARMEN. - (Con soberbia.) ¡Sí, mama!... ¡que se guarde sus generosidades porque yo no las necesito!
DOÑA MARÍA. - ¿Que no las necesitás?... (La mira un momento y después desdeñosamente.) ¡No me hagás reír, infeliz! Pero, decime, ¿qué es lo que te has creído? ¿qué te imaginás que sos?... ¿No comprendés, acaso, que en nuestra situación necesitamos de todo el mundo? ¿Que es preciso vivir?... ¿Que los ciento cinuenta miserables pesos que nos da de pensión el gobierno no alcanzan para nada? ¿A qué vienen esos aires, entonces? ¿A quién vas a engañar con eso?
CARMEN. - (Con abatimiento.) ¡Si yo no pretendo engañar, mama!
DOÑA MARÍA. - (Con irritación.) ¡Explicate, explicate, entonces!... (Brusca transición, con sincera alarma.) ¡O qué!... ¿te ha faltado acaso?
CARMEN. - (Con altanería.) ¿Faltarme?
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) ¿Y entonces?
CARMEN. - (Con amargura.) ¡Pero si sabe que no lo puedo ver!... ¡Si lo sabe!... ¡y precisamente por eso es que se empeña, como si quisiera someterme... obligarme! (Con arranque.) ¡Eso es lo que no puedo soportar, mama!
DOÑA MARÍA. - (Con indiferencia.) ¡Bah, no seas zonza!... Con recibirle los regalos y ponerle buena cara, estás del otro lado... Nadie te pide otra cosa... una sonrisa a tiempo ¡y se acabó!
CARMEN. - (Con angustia.) ¡Pero si precisamente es lo que no puedo! No lo hago por él... ¡lo hago por mí! En cada uno de sus regalos veo el pago anticipado de esa sonrisa que me pretende arrancar... y me subleva tanto, me da tanta rabia y tal vergüenza ¡que siento ganas de tirarle por la cara la porquería que me trae! (Con un gesto de rabia.) ¡Ah, la sola idea de que pueda creerlo!... (Cambiando bruscamente de tono y con desaliento.) ¡Pero ya sé, mama, que usted no me entiende!...
DOÑA MARÍA. - (Con acento reconcentrado y mucha amargura.) Te equivocás... te equivocás, ¡pretenciosa ridícula! ¡Demasiado que te entiendo! Lo que tiene es que tengo un poco más de mundo que vos y conozco mejor la vida... ¡Ya lo creo que te entiendo! ¡Sos el retrato de tu pobre padre! (Mira al óleo del capitán.) ¡Así era él también y se le llenaba la boca con las mismas pavadas! (Ahuecando la voz.) ¡El capitán Barranco no se vende!... ¡el capitán Barranco no se humilla!... ¡El capitán Barranco cumplirá con su deber!... (Volviendo a la voz natural y con acento despreciativo.) Y el capitán Barranco, entre miserias y privaciones, terminó en un hospital... porque no había en su casa recursos para atenderlo. ¡Eso es lo que sacó el capitán Barranco con sus delicadezas! (Exaltándose y con acento duro.) Pero la viuda del capitán Barranco es otra cosa, ¡entendelo bien! No vive de ilusiones... Sabe que tiene tres hijas que mantener, tres zánganas, ¡a cual más inútil!, que se lo pasan preocupadas de moños y composturas, mientras la pobre madre tiene que buscarse como Dios le ayude el zoquete diario que han de llevarse a la boca para no morirse de hambre. ¡Por eso también, la viuda del capitán Barranco sabe lo que tiene que hacer! (Con tono imperativo y lleno de amenaza.) Y ahora, lleve adentro esas blusas y ¡cuidado con que cuando venga Rocamora no le dé usted las gracias con toda amabilidad!... (Carmen, en silencio, se dirige sumisamente hacia el sitio donde se encuentra la caja de blusas y en ese momento golpean las manos hacia la derecha.) Pero, ¡miren cómo han puesto el suelo de papeles! (Empieza a levantar papeles.) ¡Si no digo! ¡Estas haraganas no sirven para nada! (Gritando.) ¡Manuela!... (Aproximándose hacia la izquierda y en voz alta hacia el exterior.) ¡Manuela!...
Voz de MANUELA - (Desde el interior.) ¿Qué quiere?
DOÑA MARIA. - Vení para acá. (Sigue recogiendo papeles.) Vení a ver cómo está esto.
Voz de MANUELA - No puedo, me estoy haciendo los rulos...
DOÑA MARÍA. - (Gritándole mientras sigue en la tarea de recoger papeles.) ¡Yo te voy a dar rulos, sinvergüenza! ¡Deja no más! (En otro tono leyendo la inscripción de un trozo de papel que recoge del suelo.) Se alquila... (Leyendo la del otro papel.) ¡Mire, esto! Se alquila con h. ¡Para qué les habrá servido la escuela a estas inservibles! (Leyendo rápidamente la inscripción de otro papel.) ¡Otra!... pieza con z... (Como dudando.) Con z... con z... (Resolviendo el caso.) ¡Qué barbaridad! ¡Parece mentira!... (Interrumpiendo bruscamente la tarea para aproximarse de nuevo a la izquierda y gritando.) Decime, ¿le prendieron el cabo de vela a San Antonio?
Voz de MANUELA - No sé, yo le dije a Pepa. (Gritando.) ¡Pepa! ¡te llama mama!...
(Aparece por la derecha doña Rosario saludando con la cabeza y precedida de Carmen.)
CARMEN. - Mama, esta señora viene por la pieza desalquilada.
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) Pase adelante, señora, pase adelante. (Tira a un lado una pelota de papel que ha ido formando con los pedazos recogidos del suelo.)
DOÑA ROSARIO. - Sí, señora. Como vi papel en el balcón.
Voz de MANUELA - (En el interior.) ¡Pepa!
DOÑA MARÍA. - Sí, sí... tome usted asiento. (Le señala una silla.)
DOÑA ROSARIO. - (Sentándose.) Pero me dice esta señorita que la pieza es muy chica...
DOÑA MARÍA. - ¿Chica? ¡Qué ha de ser chica, señora! (Dirige una mirada furibunda a Carmen.) Es una pieza muy decente... Ya la verá usted... (A Carmen.) Andá, abrila, que enseguida vamos nosotras.
Voz de MANUELA - (Mientras Carmen vase por el foro.) ¡Pepa, te digo que te llama mama!
DOÑA MARÍA. - (A doña Rosario.) Pues ayer precisamente quedó desocupada. ¡Oh!, estoy segura que le va a gustar mucho.
Voz de MANUELA - ¡Bueno, a mí qué me importa!... ¡Yo te digo lo que dice ella!
DOÑA MARÍA. - (Después de dirigir una mirada de inquietud hacia la izquierda y con cierta nerviosidad.) Durante mucho tiempo ha vivido la viuda de un coronel. ¡Como ésta es una casa tan tranquila!... No tengo sino otro inquilino, un estudiante de las provincias.
Voz de MANUELA - (Levantando el diapasón.) Más zonza serás vos... ¿entendés?
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente y muy nerviosa.) Estudiante de medicina... ¿Sabe? de medicina.
Voz de MANUELA - ¡La idiota sos vos!... ¿Qué te has creído?
DOÑA MARÍA. - (Con tono de reconvención, en alta voz y mirando hacia la izquierda.) ¡Manuela!
Voz de PEPA. - (Más lejana que la de Manuela.) ¿A que no me lo repetís?
DOÑA MARÍA. - (Levantando la voz.) ¡Niñas!...
Voz de PEPA. - (Con el mismo diapasón que la de Manuela.) ¡Guaranga!
Voz de MANUELA. - ¡Estúpida! (Se produce una gritería en la que las dos voces se insultan.)
DOÑA MARÍA. - (Sofocada.) Discúlpeme usted... (Dirigiéndose precipitadamente hacia la izquierda.) ¡Niñas!... ¡niñas!...
PEPA. (Apareciendo bruscamente por la izquierda y con la cara descompuesta.) ¿Es cierto que usted me llama?... (Se detiene sorprendida al encontrarse con doña Rosario.)
DOÑA MARÍA. - (Con voz contenida por la ira.) Esta señora viene a alquilar la pieza... (Señala a doña Rosario.)
PEPA. (A doña Rosario y tratando de sonreír.) Perdone, señora... ¡estábamos jugando!
MANUELA. - (Apareciendo a su vez por la izquierda, muy sofocada y con la cabeza llena de papelitos.) ¡Mentira!, mama, ¡ha sido ella!... (Se detiene confusa.)
CARMEN. - (Apareciendo por el foro.) Ya está abierta la pieza, pueden pasar.
DOÑA MARÍA. - (A doña Rosario con voz apagada y señalando a Manuela, Pepa y Carmen.) Son mis tres hijas... (En otro tono.) ¿Quiere que pasemos?... (Le indica el foro.)
DOÑA ROSARIO. - - Vamos, señora. (Se dirigen ambas hacia el foro, y Manuela, Pepa y Carmen las miran salir en silencio. Antes de desaparecer doña María, y sin que doña Rosario se aperciba, hace señas de amenaza a Manuela y Pepa.)
PEPA. (A Manuela.) Ahí tenés lo que has sacado... ¿ves?
MANUELA. - (Encogiéndose de hombros.) ¡Oh!... ¿y acaso tengo yo la culpa?... ¿por qué no viniste cuando te llamé?
CARMEN. - ¿Qué ¿Qué ha sucedido?
PEPA. - Esta guaranga que se puso a gritar, haciendo un escándalo que ha oído esa vieja.
CARMEN.- (Con tristeza.) ¡Ustedes siempre lo mismo!... (Mientras se adelanta unos pasos hacia la derecha.) ¿Cuándo acabarán estas cosas?
PEPA. - (Con acritud.) ¡Adiós! ¡Ya salió la otra!... (Avanzando hacia Carmen y con visible irritación.) Pero, decime, ¿qué es lo que te has figurado?... ¡Cualquiera diría que te creés mejor que las demás! (Carmen, sin responder, hace un movimiento de hombros.)
MANUELA. - (A Pepa, tomándola del brazo.) ¡Dejala, mujer!... ¡si es una romántica!
PEPA. - (Resistiéndose y con aire provocativo.) ¡No... es que ya estoy hasta aquí... (Se pasa un dedo por la frente.) ...de las pavadas de ésta!
MANUELA. - (Tironeándola del brazo.) Bueno... dejala, no hay que hacerle caso.
PEPA. - (Sin cejar y con acento despreciativo.) ¿Qué se habrá creído esta infeliz?... (Mira a Carmen de arriba abajo.)
MANUELA. - (Soltando bruscamente el brazo de Pepa y separándose de ella unos pasos para examinarle los botines que lleva puestos.) ¡Che... che... che!... ¿Y esos botines?
PEPA. - (Encarándose con Manuela.) ¿Qué te importa?
MANUELA. - ¿Cómo, qué me importa?... ¡Ya te he dicho que no quiero que te pongás mis botines!
PEPA. - (Dirigiéndose a salir por la izquierda.) ¡Oh... no seas zonza!
MANUELA. - (Exasperada y siguiéndola.) ¡Es que te los vas a sacar!
PEPA. - (Dándose vuelta antes de salir y con mucha irritación.) Mirá, ¿eh?... ¡no me vengás con cuestiones! (Vase.)
MANUELA. - (Saliendo detrás de Pepa.) ¡Te digo que me des los botines!... ¡dame los botines! (Siguen las voces hasta perderse.)
(Morales ha aparecido un momento antes por el foro y deteniéndose en la puerta ha oído las últimas palabras de la escena anterior.)
MORALES. - (Riendo.) ¡Lo de siempre!... (Se adelanta.)
CARMEN. - (Sonriendo.) ¡Qué quiere usted!... ¡No pueden vivir sin pelear! (En otro tono.) ¿Ya se va al hospital?
MORALES. - (Mirando al reloj.) Sí, a las tres tengo clase. (Transición.) ¿Quién es esa señora que está en el fondo con su mamá?
CARMEN. - (Sonriendo.) Una futura vecina suya.
MORALES. - (Con cómica sorpresa.) ¿Viene a alquilar la otra pieza?
CARMEN. - Así parece.
MORALES. - (Riendo.) ¡Pues la felicito! (Ambos ríen. Transición.) Y ¡qué milagro!... ¿No ha venido nadie?
CARMEN. - Nadie... ¿por qué?
MORALES. - (Con intención.) ¡Como al Rocamora ese lo veo con tanta frecuencia!...
CARMEN. - (Haciendo un gesto de indiferencia.) ¡Ah!... (Deja de reír.)
MORALES. - Y anteanoche había otro nuevo... Me dijeron que se llama Barroso... ¿no?
CARMEN. - Sí, es un dentista de aquí de la esquina.
MORALES. - (Con acento reconcentrado y después de mirarla un instante en silencio.) ¡Ah! ¡Carmen!... ¡Carmen!... (Se adelanta hacia ella.)
CARMEN. - (Vivamente.) ¡Por favor, Morales!... no empecemos. Ya sabe lo convenido. Si hemos de ser amigos... (Con amargura.) ¡No me mortifique usted también!...
MORALES. - (Apresuradamente y con pena.) Sí... sí... me callo... (En otro tono y sacando del bolsillo un sobre del que toma un papelito.) Aquí le he traído el palco... no encontré bajo, pero es adelante. (Le extiende el billete.)
CARMEN. - (Con sorpresa y sin tomar el billete.) ¿Palco?... ¿qué palco?
MORALES. - Pero, el que me pidió su mamá en nombre suyo...
CARMEN. - (Frunciendo el ceño.) Yo no he pedido nada, Morales.
MORALES. - (Sorprendido.) ¡Pero si me dijo la señora que usted deseaba ir al teatro, y que quería que yo le consiguiera una localidad!
CARMEN. - (Con dureza.) Es mentira, Morales.
MORALES. - ¿Mentira?
CARMEN.- (Con irritación.) ¡Sí!, mentira, ¡la eterna mentira que ya me tiene enferma! Son cosas de mi madre... Yo no le he pedido a usted nada. ¡Llévese ese palco!
MORALES. - (Sorprendido.) Bueno, Carmen, bueno... ¡no es para tanto! Además tenga en cuenta que yo...
CARMEN. - (Interrumpiéndolo y reaccionando.) ¡Discúlpeme!... (En tono de súplica.) Pero... ¡yo se lo ruego!... ¡entiéndame usted bien!... ¡No quiero que me traiga usted nunca nada! (Levantando la voz.) Y aunque se lo digan... ¿oye?... ¡aunque se lo digan, no lo crea! (Exaltándose.) ¡Porque si mi madre y mis hermanas... (Deteniéndose y con desaliento.) Pero... (Haciendo un gesto de abatimiento y resignación.) ¡Al fin es mi madre y son mis hermanas!... (Con voz apagada.) No hablemos más, Morales.
MORALES. - (Con gravedad y mirándola fijamente.) Sí, Carmen, sí, lo comprendo...
CARMEN. - (Exaltándose de nuevo.) ¡Que hagan lo que quieran!... ¡Pero por lo menos que me dejen a mí!... ¡que no me mezclen a mí! (Con desesperación.) ¡Yo no quiero!... ¡yo no puedo!
MORALES. - Cálmese. No me perdono haberle causado esta contrariedad.
CARMEN. - (Exaltada.) ¡Es que es de todos los días!... ¡A cada rato!... ¡usted lo sabe!... ¡es con todos los que vienen a esta casa! ¡Y siempre soy yo el precio!... ¡siempre!... ¡Ah!... ¡Si supieran el efecto que me hacen estas cosas!... ¡Si supieran cómo me duelen!... ¡cómo me lastiman!... ¡todo lo que sufro!... (Doña María y doña Rosario aparecen por el foro discutiendo.)
DOÑA ROSARIO. - Imposible, señora, imposible... ¿Para qué?
DOÑA MARÍA. - (Agriamente.) ¡Pues no sé dónde va a encontrar mejor, ni más barata!
DOÑA ROSARIO. - Eso es cuestión mía, señora. Adiós. (Se dirige hacia la derecha, haciendo un saludo con la cabeza a Carmen y a Morales.)
DOÑA MARÍA. - (Gritándole rabiosa.) ¡Alquile la plaza Victoria, y así tendrá jardín!...
DOÑA ROSARIO. - (Dándose vuelta antes de salir.) ¡Y usted a su pieza póngale unos palitos y le resultará pajarera... (Desaparece por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Avanzando rabiosa, a gritos.) ¡Con usted adentro como lechuza! (Después de asomarse hacia el exterior.) ¡Miren la facha! (A Carmen con irritación.) Enseguida das vuelta a San Antonio del lado de la pared. ¡Bonitos inquilinos los que trae!...
CARMEN. - (Observando.) Pero, mama...
DOÑA MARÍA. - (Encarándose con ella y remedándole la voz.) Mama... mama... (Volviendo a su voz natural y rabiosa.) Ahí tenés lo que sacás... ¿ves?... ¿Por qué le dijiste que la pieza era chica?
CARMEN. - ¡Pero si de todos modos iba a verla! ... ¿O usted cree que no la alquila por lo que yo le dije?
DOÑA MARIA. - (Rabiosa.) ¿Pero qué necesidad tenías de decírselo?
CARMEN. - (Sonriendo.) ¿Y para qué mentir, mama?
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Idiota!... ¡ni siquiera servís para eso!... (Dejando a Carmen y encarándose con Morales.) ¿Y usted, por supuesto, se olvidó de mi encargo?... ¡Cuándo no!
MORALES. - (Sonriendo.) No, señora, aquí lo tengo. (Saca del bolsillo del chaleco el boleto del palco.) Pero... (Mirando a Carmen.) Carmen no lo quiere.
DOÑA MARÍA. - (Dirigiendo una mirada furibunda a Carmen.) ¿Que no lo quiere?... (Aproximándose bruscamente a Morales.) ¡Traiga para acá, hombre!... (Le saca el boleto de las manos.) ¡Si se está muriendo de ganas! ... (Mira indignada a Carmen.) ¡Es de puro remilgada que es! ¡Usted no la conoce!...
CARMEN. - (Con arranque.) No diga eso, mama, porque yo...
DOÑA MARÍA. - (Con furia e interrumpiéndola.) ¡Usted... usted... se calla la boca! (Mira fijamente a Carmen que, intimidada, guarda silencio y baja los ojos. Después de convencerse de que Carmen la obedece, dirigiéndose a Morales y en tono desdeñoso.) Desde anoche no hace más que hablar del palco... (Mirando a Carmen con desprecio.) ¡Y quién la ve después!... (Gravemente a Morales y mientras guarda en el bolsillo el billete del palco.) Muchas gracias, Morales.
MORALES. - (Mirando el reloj.) Me voy. (Afectuosamente al pasar por delante de Carmen mientras se dirige a salir por la derecha.) Hasta luego, Carmen.
CARMEN. - Hasta luego, Morales.
DOÑA MARÍA. - (Gritándole a Morales antes de que salga.) ¿Va para el hospital?
MORALES. - (Deteniéndose.) Sí, señora.
DOÑA MARÍA. - (Amablemente.) Entonces... si llega a ir la mujer de las empanadas... ¡a ver si se trae unas empanaditas, pues!
MORALES. - (Sonriendo.) ¡Cómo no! (Desaparece loor la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Duramente a Carmen, después de quedar solas.) ¿Con que ya le habías dicho que no?... (Desdeñosa.) ¡Ah! ¡infeliz! (Secamente.) Llevate esas blusas para adentro y mostráselas a tus hermanas. (Carmen en silencio se acerca a tomar las cajas de las blusas.)
(Manuela entra corriendo por la izquierda y sale en igual forma por la derecha.)
MANUELA. - (Al pasar.) ¡¡Ahí está!!
DOÑA MARÍA. - (Mirándola salir.) ¡Oh!... ¿y ésta?
CARMEN. - (Mientras se dirige a salir por la izquierda con la caja de las blusas.) Debe ser el rubio flaco, a quien habrá visto desde el balcón...
DOÑA MARÍA. - ¿Qué rubio flaco?
CARMEN. - (Deteniéndose un momento.) Ese que se para siempre en la esquina, y que desde hace unas cuantas tardes había desaparecido. (Con firmeza.) Usted debía prohibirles eso... ¡es un escándalo! (Vase por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) ¡Ah! ... ¡es el de los pantalones cortos! (Mientras empieza de nuevo a recoger papeles del suelo.) ¡Mire que perder el tiempo con semejantes tipos!... (Con pena.) Y que todos los de Manuela sean iguales... ¡qué desgracia de muchacha!
MANUELA. - (Entrando por la derecha y riendo con fuerza.) ¡Qué casualidad! El flaco que tiraba la carta a la escalera... (Muestra una carta que trae en la mano.) ¡Y Morales que bajaba!... ¡No tuvo más remedio que alcanzármela!
DOÑA MARÍA. - (Muy seria.) ¡Hum!... ¡ya no me está gustando mucho el flaco ese!... ¿Qué es lo que quiere? Si sólo lo hacés por entretenerte, nada tengo que decir; pero que no se vaya acercando demasiado... ¡yo no quiero atorrantes en mi casa!
MANUELA. - (Riendo.) No, mama... ¡si ni piensa en venir!
DOÑA MARÍA. - (Dignamente.) Y cuidadito con contestarle las cartas... ¿eh?
MANUELA. - (Escandalizada y en tono de reproche.) ¡Pero, mama, por Dios!... ¿Cómo se le ocurre que le voy a escribir? (Con naturalidad.) Le contesto por señas desde el balcón.
DOÑA MARÍA. - (Natural.) Y eso mismo, que no sea cuando pase mucha gente. (Oyendo golpear las manos hacia la derecha.) A ver, a ver, ahí golpean las manos... debe ser un inquilino. (Mientras Manuela vase por la derecha.) ¡Seguro!... ¡Si ya se sabe! ¡castigándolo San Antonio no falla! (Se asoma por el foro la cocinera con una cacerola en la mano.)
COCINERA. - Señora, no hay...
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndola indignada.) Mándese mudar, ¡atrevida! ¿Quién le pregunta si hay o no hay? ¡A la cocina! (La cocinera desaparece.)
MANUELA. - (Entrando por la derecha con un ramo de flores en la mano.) Es un ramo que manda el dentista para Carmen.
DOÑA MARÍA. - ¿Qué dentista?
MANUELA. - Barroso, el de la esquina... (Doña María la mira como si no comprendiese.) ¡Ese tilingo que se lo pasa en la azotea mirando con anteojo!
DOÑA MARÍA. - ¡Ah!... (Con fastidio.) ¡Si será zonzo!... ¡mire que venirse tan luego con ramos!... Si fuera algo que sirviera. (Imperativa.) A ver, traé para acá. (Toma el ramo, lo examina y después de una pausa, bruscamente.) Decile a la cocinera que se lo lleve a la mujer del boticario y le diga de mi parte que los cumpla muy felices.
MANUELA. - (Sorprendida y tomando el ramo.) ¡Ah!... ¿es el santo?... ¿Y usted cómo lo sabe?
DOÑA MARÍA. - ¡Qué sé yo si es o no es! pero, aparentando creerlo tendrá que quedar agradecida, y puede que mande algo... (Manuela, con el ramo sale corriendo por el foro. Entra Pepa, furiosa por la izquierda, trayendo una blusa en la mano.)
PEPA. - (Con voz temblorosa por la rabia.) ¿Y por qué han de elegirme la más fea para mí?... (Agita la blusa con furor.)
DOÑA MARÍA. - ¡Che... che... che! ... ¡Dejate de historias! Eso se lo decís a Rocamora, si querés. Cada una traía el nombre escrito.
MANUELA. - (Que ha entrado por el foro aproximándose a Pepa y examinando la blusa.) ¿Qué es esto?... ¿qué es?
PEPA. - (Estrujando 1a blusa.) ¡Pero si es horrible!... ¡¡horrible!!... (Entra la cocinera por el foro con el ramo en la mano y sale por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (A Manuela.) Ahí hay otra para vos.
MANUELA. - (Encantada.) ¿Para mí?... ¡para mí también! ... (Sale corriendo por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (A Pepa.) ¿Qué estás haciendo?... ¡la vas a romper! (Le quita la blusa de las manos.)
PEPA. - (Exasperada.) ¡Que se rompa!... ¡qué me importa!... (Golpeando rabiosa el suelo con el pie.) ¡Me las va a pagar!... ¡Oh!... ¡me las va a pagar!
(Se oye golpear las manos a la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Con autoridad.) ¡Bueno... bueno... basta! ¡Ve quién golpea las manos... A ver, pronto!
PEPA. - (Siempre enfurecida y besándose los dedos en cruz mientras se dirige hacia la derecha.) ¡Por éstas que me las va a pagar! (Deteniéndose antes de salir y con acritud.) ¡Ah!... y déjese de viejas... ¿eh? ¡La pieza hay que alquilarla a algún mozo bien! (Vase por la derecha.)
MANUELA. - (Apareciendo muy risueña por la izquierda, con la blusa puesta y a tiempo de oír las últimas palabras de Pepa.) ¿Un inquilino?
DOÑA MARÍA. - Debe ser...
MANUELA. - (Mostrando la blusa que trae puesta.) ¿Qué tal me queda?... (Se contonea.)
DOÑA MARÍA. - A ver, acercate. (Después de examinarle un instante la blusa, tocándosela en distintas partes.) Aquí podrías ponerle un...
PEPA. - (Entrando bruscamente por la derecha para salir en igual forma por el foro.) Vienen a cobrar el alquiler. (Desaparece.)
MANUELA. - (Siguiéndola apresuradamente.) ¡Lindo inquilino!
DOÑA MARÍA. - (Enfurecida.) ¡Manuela! (Manuela se detiene.) Lo encerrás a San Antonio..., ya sabés dónde!... (Encrespándose y al público mientras Manuela desaparece por el foro.) ¡Yo le voy a enseñar a hacer milagros aunque no quiera!... (Asomándose por la derecha.) ¡Adelante!
(Aparece Castro por la derecha con una valija en la mano.)
DOÑA MARÍA. - (Con mucha amabilidad.) Entre... Entre... ¿cómo le va?
CASTRO. - . - (Secamente.) Aquí traigo los recibos. (Abre la valija y va a sacar algo de ella.)
DOÑA MARÍA. - (Sonriendo con mucha amabilidad.) ¡Ah!... ¿los recibos? Bueno... mire... ni los saque. De todos modos, hasta la semana que viene no se los voy a poder pagar... (Señalándole una silla.) Siéntese.
CASTRO. - (Secamente y quedándose de pie.) Muchas gracias... Pero le prevengo que no voy a poder esperar más. Hace un mes que he recibido orden de demandarla...
DOÑA MARÍA. - (Insinuante.) ¡Bah!... ¡si es cuestión de unos días!... Le prometo que para la semana que viene sin falta...
CASTRO. - (Meneando la cabeza.) ¡Siempre me dice usted lo mismo! Se van a juntar tres recibos y es para mí una gran responsabilidad.
DOÑA MARÍA. - (Con el mismo tono de antes.) ¡Pero hombre!... ¡Quien ha esperado lo más, espera lo menos!
CASTRO. - ¡No!... lo siento mucho; pero hoy mismo iniciaré la demanda. (Hace ademán de retirarse.)
DOÑA MARIA.- (Alarmada.) ¡No hará usted eso! ¡No puede ser!... ¡Sería una mala acción de su parte!... (Gritando.) ¡Carmen!... ¡Carmen!
CASTRO. - (Menos resuelto.) ¡Si no tengo otro remedio!
DOÑA MARÍA. - (Con convicción.) ¡No!... ¡qué esperanza! ¡Eso no lo hace un amigo como usted!... (Gritando más fuerte.) ¡Carmen!
CARMEN.- (Apareciendo por la izquierda.) ¿Qué hay?
DOÑA MARÍA. - (Sonriendo.) Mirá, mirá quién está aquí... (Señala a Castro
CARMEN. - (Sin entusiasmo.) ¡Ah!... ¿Cómo le va?
CASTRO. - . - (Adelantándose a darle la mano y con amabilidad.) Muy bien, señorita... ¿y usted?
DOÑA MARÍA. - (Con aire socarrón.) ¿Qué te parece?... Este señor quiere echarnos a la calle... ¡Así son los amigos! (Carmen permanece impasible.)
CASTRO. - (Confuso.) ¡Señora... yo no hago sino lo que me mandan!
DOÑA MARIA. - (Intencionada.) ¡Cállese, hombre! ¡si al fin no se trata sino de unos cuantos días!... ¡de puro malo no más!... (Con sorna.) Pero, siéntese! ¡Supongo que no pretenderá crecer!... (Dándose vuelta hacia Carmen y en tono amenazador, mientras Castro se vuelve para tomar una silla.) ¡O le ponés otra cara o me las pagás después! (Castro se sienta y doña María y Carmen hacen lo mismo.)
CASTRO. - (Dulcificado.) Si por mí fuera sería otra cosa, pero...
DOÑA MARÍA. - ( A Carmen, muy insinuante. Pero... decile... decile a este hombre para que se convenza. Nada más que una semana...; me parece que no es una cosa del otro mundo... (Dirigiendo una mirada amenazadora a Carmen y marcando las palabras al ver que ésta no dice nada.) Con ese dinero que vamos a recibir, todo quedará arreglado.
CARMEN. - (Con tono un tanto vacilante.) ¿No podría usted esperarnos una semana?
CASTRO. - (Indeciso.) ¿Una semana?...
CARMEN. - Sí.
CASTRO. - Si fuera algo seguro...
DOÑA MARÍA. - (Vivamente.) Pero, ¡ya lo creo!... (A Carmen, con calor.) ¡Decile... decile... vos sabés muy bien!...
CARMEN. - (Con voz apagada que quiere ser firme.) Sí, señor... es seguro...
CASTRO. - (Decidiéndose.) Bien... esperaré...
DOÑA MARÍA. - (Triunfante.) ¡Ya decía yo!... ¡no podía ser de otro modo!... (En tono de amable reproche a Castro) ¡Las ocurrencias suyas!... ¡parece mentira!
CASTRO. - (Defendiéndose.) Pero, señora... es que...
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndole.) Bueno, hombre, bueno... no hablemos más. Esto ya está arreglado y hasta olvidado...
CASTRO. - (Con alarma.) ¿Cómo olvidado?...
DOÑA MARÍA. - (Con precipitación.) Bueno, arreglado. .. Lo mismo es. ¿Quiere tomar un mate?
(Entra la cocinera por la derecha y sale por el foro.)
CASTRO. - No, muchas gracias, no tomo mate.
DOÑA MARÍA. - Pues otra cosa no puedo ofrecerle... ¡Esta es casa de pobres! (A Carmen, indicándole la corbata de Castro.) Mirá, Carmen, qué bonita corbata... ¡como la que vos querías!
CASTRO. - (Sorprendido y tocándose la corbata.) ¿Esta?
DOÑA MARÍA. - ¡Es preciosa!... Carmen está desde hace tiempo deseando una corbata así, y no puede encontrarla en ninguna parte. ¡Mire que ha andado esta muchacha!
CASTRO. - (Sonriendo.) Pues es muy fácil... (A Carmen.) Si usted quiere se la enviaré, es nueva...
CARMEN. - (Vivamente.) No, señor, no.
DOÑA MARÍA. - (Intencionada.) ¡Bah!... ¿Y por qué no, zonza?... ¿Qué puede importarle a él una corbata? Si fuera algo de valor... (A Castro.) No le haga caso y mándesela.
CARMEN. - (Poniéndose bruscamente de violencia.) ¡Y yo le repito que no me mande nada! (Vase por la izquierda y haciendo un gesto de desesperación.)
CASTRO. - (Sorprendido y poniéndose de pie.) ¡Pero señorita Carmen!... (Hace ademán de seguirla.)
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) ¡Deje, hombre, no vale la pena! ¿Se va a preocupar ahora por semejante pavada?... Con mandársela no más...
CASTRO. - (Confuso y sin saber qué hacer.) Es que no quisiera que... (Mira a la izquierda.)
(Aparece por el foro Manuela, que viene corriendo.)
MANUELA. - (Sorprendida al encontrar todavía a Castro.) ¡Ah!... (Se queda cortada.)
DOÑA MARÍA. - (Sonriendo.) Aquí tiene otra de mis hijas.
CASTRO. - (Distraídamente.) Sí... sí... la conozco. (Dirige una última ojeada a la izquierda.) Bueno, señora, hasta la semana que viene, entonces... (Le da la mano.)
DOÑA MARÍA. - Adiós...
CASTRO. - (Suplicante.) Y que no sea como siempre... ¿eh?
DOÑA MARÍA. - (Con aplomo.) Vaya tranquilo.
CASTRO. - (Dándole la mano a Manuela.) Adiós, señorita. (Se dirige hacia el foro.)
MANUELA. - Que le vaya bien. (Le saca la lengua, mientras Castro desaparece por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Acompañando a Castro y gritando hacia el exterior.) ¡Que le vaya bien!... ¡que le vaya bien! (A Manuela con naturalidad.) Ya podés sacar a San Antonio. ¡No te decía!... Si es hijo del rigor. (Se ríe.)
MANUELA. - (Vivamente.) No, déjelo otro ratito... Yo también le he pedido una cosa.
DOÑA MARÍA. - (Muy seria.) No, che, no hay que abusar. Sacalo no más...
MANUELA. - (Pesarosa.) ¡Qué lástima!
DOÑA MARÍA. - ¿Dónde anda Pepa?
MANUELA. - (Vivamente) . ¡Ah!, eso venía a avisarle. ¡Es una bruta!... me ha tirado con una maceta... ¡mire! ... (Le muestra el hombro, donde tiene restos de tierra.)
DOÑA MARÍA. - (Con ansiedad.) ¿Y la ha roto?
MANUELA. - No, si era uno de los Carritos de lata... (Con hipocresía.) ¡Fíjese que porque le dije que le pidiera a San Antonio un novio!... ¡Qué bárbara!... (Se limpia el hombro.)
DOÑA MARÍA. - Y ¿para qué le hablás de novios? Ya sabés que la pobre se exaspera...
MANUELA. - (Con hipocresía.) La verdad... ¿eh? Mire que no haber tenido nunca a nadie que le diga nada... ¡parece mentira! (Se ríe con malicia.)
DOÑA MARÍA. - (Con desdén.) Sí, ¡por bonitos que son los tuyos!... ¡Como para hablar!
(Aparece Petrona por la derecha.)
PETRONA. - Buenas tardes, tía.
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) Che... ¿ya estás aquí? ¡Vos parece que no tenés nada que hacer en tu casa!...
PETRONA. - (Sonriendo.) Me mandó mamá a comprar unas cosas, y aproveché para venirme un ratito. (Se acerca a Manuela y la toma cariñosamente del brazo.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) ¡Ya sé qué ratito es ése!... ¡Para pasártelo en el balcón haciéndole gracias a los que pasan!
PETRONA. - (Con tristeza.) ¡Como en casa no hay balcón, es tan difícil encontrar quien se fije en una!
MANUELA. - (Convencida.) ¡Ya lo creo!... ¡el balcón es una gran cosa!
DOÑA MARÍA. - Bueno, cuidado con lo que hacen...
PETRONA. - (Riendo.) Pierda cuidado, tía. (A Manuela, alegremente.) Vamos. (Petrona y Manuela tomadas de la cintura van a dirigirse hacia la izquierda, cuando Manuela se detiene de pronto.)
MANUELA. - (A doña María.) ¡Ah!... mire que Pepa se quedó en el cuarto de Morales registrándole los baúles.
DOÑA MARÍA. - (Con indiferencia.) ¡Bah!... ¡para lo que tendrá que esconder!...
MANUELA. - (Afligida.) Es que después puede creese Morales que esta vez he sido yo también... ¡El otro día se puso furioso!
DOÑA MARÍA. - (Despreocupada.) Sí, por no sé qué historia de retratos y de cartas... Ya me dijo...
MANUELA. - (Riendo.) Son cartas de la madre. ¡si viera qué risa!... ¡no sabe casi escribir! (Va a salir por la izquierda con Petrona.)
(Aparece por el foro Pepa y se detiene al entrar, mostrando un tarro grande de vidrio que trae en las manos.)
PEPA. - ¡Qué hombre cochino!... ¡Miren lo que tiene dentro del baúl!
MANUELA. - (Deteniéndose para avanzar después hacia Pepa.) ¿Qué es, che?... ¿qué es? (Examina el tarro de cerca.)
PETRONA. - (A Manuela, al verla dirigirse hacia Pepa.) Te espero en el balcón. (Desaparece por la izquierda.)
PEPA. - (A Manuela.) Yo no sé, parece una oreja...
MANUELA. - (Riendo y muy gozosa.) Sí, es una oreja. Venga, mama... ¡venga, vea qué raro! ... (A Pepa, con sobresalto.) ¡Cuidado!... ¡no lo movás!
DOÑA MARIA. - (Acercándose.) ¿Oreja de qué?
PEPA. - ¡Qué,sé yo!... tiene una cosa así como dedos... mire... (Las tres juntas examinan el contenido del tarro.)
DOÑA MARÍA. - (Con enojo, enseguida del examen.) ¡Enseguida tiren eso! ¡Es lo que falta! ¡que nos venga a traer las pestes del hospital!... (Imperiosa.) ¡Llévenselo al fondo!
PEPA. - (Alarmada.) ¡Pero si se lo he sacado del baúl!
DOÑA MARÍA. - ¡Qué importa!... ¡en mi casa no se tienen esas cosas!
PEPA. - (Afligida.) ¡Es que estaba con llave... lo he abierto con una mía!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Aunque sea con la de San Pedro! ¡Quién le manda traer porquerías aquí!... ¡Ligero! ¡Al fondo con eso!... (Hace un ademán enérgico. Pepa y Manuela se dirigen hacia el foro sosteniendo entre ambas el tarro, que no se cansan de examinar.)
PEPA. - (Empujando con el codo a Manuela.) Dejalo... ¡lo vas a voltear!... (Desaparece por el foro discutiendo.)
PETRONA. - (Asomando la cabeza por la izquierda y con mucho interés.) ¿Y Manuela?
DOÑA MARÍA. - Fue para el fondo.
PETRONA. - (Pesarosa.) ¡Caramba!... (Desaparece bruscamente.) (Golpean las manos hacia la derecha y doña María encaminándose hacia el sitio, asoma la cabeza al exterior.)
DOÑA MARÍA. - Adelante.
(Aparece Linares por la derecha.)
LINARES. - He visto que se alquila aquí una pieza.
DOÑA MARÍA. - (Con volubilidad.) Sí, señor, sí... una lindísima pieza... Acaba de dejarla la viuda de un coronel y estoy segura que...
LINARES.- (Interrumpiéndola.) ¿Puede verse?
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) ¡Cómo no ha de poder verse!... ¡ya lo creo!... pero siéntese. (Linares no se da por aludido.) Todos los que la han ocupado hasta ahora...
LINARES. - (Interrumpiéndola y con cierta sequedad.) Desearía verla.
DOÑA MARÍA. - (Que al invitarle a sentarse a su vez lo ha hecho y que se pone de pie al apercibirse de que Linares no lo hace. Con seguridad.) Bueno, hombre, bueno... (Llamando en voz alta.) ¡Carmen!... ( A Linares con despecho.) Siéntese un momento.
LINARES. - Gracias, estoy bien. (Se queda de pie.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) Bueno... ¡no se siente entonces! (Acercándose hacia la izquierda.) ¡Carmen!... (Después de un momento, a gritos y acercándose más a la izquierda.) ¡Carmen!... (A Carmen que aparece por la izquierda.) Acompaña al señor a ver la pieza.
CARMEN. - (A Linares.) Por aquí, señor... (Señala hacia el foro.)
(Linares se adelanta hacia el foro y antes de salir se detiene.)
LINARES. - (A Carmen.) Pase usted... (Linares la sigue dándose vuelta para mirar con curiosidad a doña María, que a su vez lo sigue mirando y se asoma al foro después de verlo desaparecer.)
DOÑA MARÍA. - (Volviéndose al público.) ¿De dónde habrá salido ese erizo?... (Transición.) ¡Hum! ¡me parece que ahora aunque le guste, no se la alquilo!... ¡¡Yo soy así!!
(Aparece Pepa por el foro dando vuelta la cabeza, como si siguiera con la mirada a los personajes que acaban de salir.)
PEPA. - (A doña María.) ¿Es algún inquilino?
DOÑA MARÍA. - Un inquilino.
PEPA. - (Con acritud.) ¡Es claro!... ¡y ya lo mandó con Carmen! ¿Por qué no me avisó a mí?... (Ante un movimiento de hombros de doña María.) ¡Aunque haga así! ¡es la verdad! ¡Aquí parece que no existiera sino Carmen!
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) ¡No digas zonceras, mujer!
PEPA. - (Con amargo despecho.) ¡Todo el mundo con Carmen!... ¡Cualquiera diría que lo que no sea Carmen no sirve para nada!...
DORA MARÍA. - (Impaciente.) ¡Pero, decime, estúpida!, ¿acaso tengo yo la culpa de que nadie se haya ocupado nunca de vos?... ¿Qué querés que yo le haga?
PEPA. - (Con rabia.) ¿Y cómo se han de ocupar si usted no hace más que meterles a Carmen por los ojos?... ¡Usted tiene la culpa!
DOÑA MARÍA. - (Con sorna.) ¡Ah, sí!... ¡no ves que es por eso!... ¡pavota!...
PEPA. - ¡Claro que es por eso! (Con irritación.) ¿Y por qué ha de ser entonces?... ¿O usted también cree que Carmen es mejor que nosotras?
DOÑA MARÍA. - (Impaciente.) ¡Callate... callate... no me hagas hablar!
PEPA. - (Exasperada.) ¡Hable!... ¡qué me importa! (Amenazadora.) ¡El día menos pensado yo sé lo que va a suceder!
DOÑA MARÍA. - (Perdiendo la paciencia y con imperio.) ¡Te digo que basta! ¿eh?... (La mira con fijeza.) ¡Oh!... (Pepa, intimidada, guarda silencio, estrujando nerviosamente una punta de la bata que tiene puesta. Entra Manuela corriendo por el foro y se dispone a salir en igual forma por la izquierda.)
MANUELA. - (Al pasar.) ¡Me había olvidado del rubio flaco!
DOÑA MARÍA. - (Gritándole.) ¡Che!... (Manuela se vuelve después de haber salido.) Y ¿el inquilino?
MANUELA. - Ahí venía... (Con mucha ironía a Pepa.) ¡Puede ser, Pepa, que lo mande San Antonio!... (Lanza una carcajada y desaparece.)
PEPA. - (Enfurecida queriendo precipitarse detrás de ella.) ¡Sinvergüenza!... ¡yo te voy a dar!...
DOÑA MARÍA. - (Tomándola bruscamente de un brazo.) ¡Sosegate! (Aparecen por el foro Carmen y Linares.)
LINARES. - Señora, he visto la pieza y me conviene.
DOÑA MARÍA. - (Con sorna.) ¿Ah, sí?... ¿con que le gusta, entonces?
LINARES. - Sí, señora, desde este momento corre por mi cuenta.
DOÑA MARÍA. - (Dándose importancia.) Bueno... bueno... pero ahora soy yo la que necesita ciertos informes... algunos antecedentes respecto a su persona. Necesito saber qué es usted... necesito...
LINARES. - (Metiendo la mano en el bolsillo e interrumpiéndola.) Voy a darle a usted una seña y volveré mañana. (Le extiende un billete.)
DOÑA MARÍA. - (Encantada y tomando el billete.) ¡Ah!... perfectamente... perfectamente. (Mientras guarda el billete.) ¿Quiere usted un recibito?
LINARES. - No hay necesidad. (Saludando.) Hasta mañana. (Hace ademán de irse.)
PEPA. - (A doña María, rápidamente.) Pregúntele siquiera cómo se llama.
DOÑA MARÍA. - (A Linares muy amablemente.) ¿Su nombre?... ¿Quiere decirnos su nombre?
LINARES. - (Deteniéndose un momento.) Eduardo Linares, servidor... (Vuelve a saludar y desaparece por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Que lo ha acompañado hasta salir, a gritos y con grandes ademanes.) ¡Que le vaya bien, don Eduardo!... ¡Adiós!, ¡adiós!... (Saludando hacia el exterior.) ¡No, deje no más, no cierre!, ¡adiós! (Mirando después el billete que saca del bolsillo y que vuelve a guardar.) ¡Al fin!... (Golpean las manos hacia la derecha.) Carmen, ve quién es. (A Pepa, mientras Carmen vase por la derecha.) Decile a Manuela que te ayude a limpiar la pieza.
PEPA. - Acuérdese que no hay palangana...
DOÑA MARÍA. - (Contrariada.) ¡Es verdad!... (Después de meditar rápidamente.) Bueno, pónganle la de ustedes... que ya se la sacaremos al tomar confianza.
(Entra Carmen por la derecha con un frasco en la mano.)
CARMEN. - La boticaria mando este frasco de agua de colonia.
DOÑA MARÍA. - (Muy apurada tomando el frasco.) ¡Ah! ¡sí!... ya sé. Traé para acá.
CARMEN. - Dice que aunque no es su santo le agradece lo mismo el recuerdo.
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndola.) Bueno... bueno... ¡qué tanto hablar! ¡está el frasco aquí y se acabó! (Toma el frasco y se lo entrega a Pepa.) Ponémelo en mi cuarto.
PEPA. - (Sorprendida mientras toma el frasco.) ¿Qué recuerdo es ése?
DOÑA MARÍA. - (Con enojo.) ¡No te importa! (Transición.) Y cuidadito con gastar de esta agua, ¿eh? (Con aspavientos.) Esta es para cuando yo tenga esos dolores de cabeza tan fuertes que me suelen dar...
PEPA. - (Con acritud, señalando a Carmen.) Prevéngaselo a ella también. (Con rabia, viendo que Carmen sonríe.) ¿De qué te reís?... ¿por qué no te lo han de prevenir a vos como a mí?... (Se encara con ella y Carmen no contesta.)
DOÑA MARÍA. - (A Pepa, con autoridad.) ¡Basta!... ¡vaya para adentro! (Viendo que Pepa no obedece.) ¡Que se vaya, le digo!... (A gritos.) ¡Pronto! (A Carmen, con aire indiferente, mientras Pepa vase por la izquierda después de dirigir una mirada rencorosa a Carmen y haciendo gestos de rabia.) Ahí te mandó unas flores el dentista Barroso. No sé por dónde andarán... (Mira distraídamente a los lados, como buscándolas.)
CARMEN. - (Con fastidio.) ¿Barroso?... ¿y por qué se las recibió?
DOÑA MARÍA. - ¡Eso es! ¡Si te creerás que hemos de estarle haciendo guarangadas a la gente porque a vos se te ocurra! (Con acritud.) ¡Lo mismo que hoy!... ¿por qué no le aceptaste la corbata al cobrador?... (Viendo que Carmen guarda silencio.) ¿Con qué derecho lo desairaste? (Impaciente al ver que Carmen no contesta.) ¿Por qué... decí?... (Carmen, sin responder, hace un gesto de impaciencia y quiere retirarse.) ¿Qué?... ¿qué modos son ésos?... (La toma con rabia de un brazo.) ¡Contestá!
CARMEN. - (Con irritación.) ¿Qué quiere que le conteste?
DOÑA MARÍA. - ¿Por qué le dijiste que no te mandara la corbata?
CARMEN. - (Con acento reconcentrado.) ¡Porque era una indecencia!
DOÑA MARÍA. - (Con gesto amenazador.) ¿Qué decís?... ¿qué decís, atrevida? (Extiende la mano como si fuera a pegarle.)
CARMEN. - (Retrocediendo y con voz reconcentrada.) ¡Mama... mama... por Dios! ¡No me toque!
DOÑA MARIA. - (Conteniéndose, pero furiosa.) ¿Esa es una amenaza? ¿Es ésa una amenaza?... ¡A mí!... ¡a tu madre!...
CARMEN. - (Con voz sorda.) ¡No, mama, no! No es una amenaza; pero considere... ¡ya es demasiado!... ¡se lo pido por mi padre, mama!... (Señala el retrato del capitán.) ¡No me haga usted hacer una locura!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¿Qué querés decir?... ¿Qué querés decir con eso?... ¡Explicate... pronto! ¡Explicate!
CARMEN. - (Con voz sorda.) Que si continúa usted sometiéndome a esta vida de humillaciones y de vergüenzas, ¡el día menos pensado no me verá usted más!
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) ¿Qué decís?
CARMEN. - (Con firmeza y casi amenazadora.) ¡Yo no he nacido para vivir así, mama!... ¡y aunque quisiera, no podría!
DOÑA MARÍA. - (Después de un momento de vacilación, como si no supiera qué partido tomar, indecisa entre pegarle o no) ¡Ay!... ¡ay!... ¡es lo único que me faltaba!... (Se deja caer sobre una silla.) ¡Ya veo que te has propuesto matarme a disgustos! ¡Eso es lo que querés!... ¡Ay! ¡ay!... ¡me ahogo! ... (Se lleva las manos a la garganta.) ¡Me ahogo!
CARMEN. - (Acercándose alarmada.) Pero, mama...
DOÑA MARÍA. (Rechazándola con ademán trágico.) ¡Salí!... ¡es tu obra, es lo que buscás! ¡hija desnaturalizada!... ¡Ay!... ¡ay!... ¡me muero... (Aparenta una especie de convulsión)
CARMEN. - (Afligida.) ¡No, mama, no!... ¡por Dios, mama!... (Aproximando su cara a la de doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Con voz desfallecida.) ¡Me muero!... (Echa la cabeza para atrás, cierra los ojos y queda inmóvil.)
CARMEN. - (Con un grito de desesperación.) ¡Manuela!... ¡Pepa!... (Vase corriendo por la izquierda y después que ha desaparecido, doña María sin variar de posición, ni levantar la cabeza, se rasca con fuerza una pierna y vuelve a quedar inmóvil.)
(Entran precipitadamente por la izquierda Manuela, Pepa y Petrona. Manuela viene comiendo algo que tiene en la mano.)
MANUELA. - (Corriendo hacia Doña María.) ¿Qué es eso, mama?... ¿qué tiene?
PETRONA. - ¿Qué le pasa, tía? (Se inclina sobre doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Abriendo los ojos como si volviera de un desmayo y con voz desfallecida.) ¿Dónde estoy?
MANUELA. - Aquí, en casa...
DOÑA MARÍA. - (Suspirando.) ¡Entonces; no es nada!... (Buscando a Carmen con la mirada.) ¿Dónde está Carmen? (A Carmen, que ha entrado por la izquierda y se acerca a ella.) ¡Te perdono, hija, te perdono! (Le coloca la mano encima de la cabeza en actitud de protección.)
PEPA. - (Con acritud.) ¿La perdona?... ¿y qué es lo que ha hecho? (Mirando a Carmen con irritación.) ¡Cuándo no!
DOÑA MARÍA. - (Con aire resignado.) Nada... nada... se acabó. (Suspira, y después a Manuela con vos triste.) ¿Qué estás comiendo?
MANUELA. - Queso.
DOÑA MARÍA. - (Después de suspirar fuertemente otra vez.) Dame un poquito. (Manuela le da lo que tiene en la mano y doña María come, mientras Petrona vase corriendo por la izquierda, como si se volviera al balcón.)
PEPA. - (A Manuela.) ¿Querés que arreglemos la pieza?
MANUELA. - Bueno.
DOÑA MARÍA. - (Suspirando.) Y yo tengo que lavar el piso de la cocina... ¡qué trabajo!
PEPA. - Pero, mama, deje que lo lave la cocinera.
DOÑA MARÍA. - (Siempre melancólica.) Sí, pero tengo que estar... (A Pepa.) Andá, traeme los botines de Morales para no mojarme los pies. (Mientras Pepa vase por el foro, se sienta doña María y se prepara, discretamente, a sacarse los botines que tiene puestos. Después golpean las manos hacia la derecha.)
MANUELA. - (Echándose un poco para atrás y haciendo como que mira el sitio donde golpean las manos.) ¡Ahí está Rocamora!
DOÑA MARÍA. - (A Manuela, con precipitación y poniéndose de pie.) ¡Pronto! ¡Que entre! (Mientras Manuela se dirige hacia la derecha, a Carmen, que ha querido huir, con voz suplicante.) Por favor, Carmen, no estés seria con Rocamora... (Marcando el tono de súplica.) ¡Reíte un poco! (Carmen, resignada, se queda inmóvil.)
MANUELA. - (Hablando hacia el exterior.) Entre, Rocamora, entre... (Extiende la mano, inclinando el cuerpo como si indicara el paso a alguien que viniera de afuera.)

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