martes, 7 de octubre de 2025

PAUTAS PARA LA SEGUNDA PRUEBA DE LITERATURA (sexto año)




La prueba oral es para todos, aunque quienes tengan calificación de 5 o menos en el boletín de octubre deberán también realizar un escrito sobre los temas dados a partir de “La casa abandonada”, inclusive.

Prueba oral: consiste en estudiar, en cada caso, una pequeña biografía de su autor/a, ubicarlo en su tiempo y país (por ejemplo, el contexto represivo de las mujeres de Afganistán en el caso de Anjuman, la experiencia de la cárcel en César González), analizar del texto los temas, recursos literarios, posibles intenciones de quien lo escribió, si es narración personajes, tiempo y espacio, si es un poema estructura formal, si es teatro ver las indicaciones escénicas, etc. 

Puede hacerse de modo individual o grupal (máximo: 3 integrantes). No hay que preparar una disertación, sino que la profesora les hará preguntas a todos los integrantes de cada equipo. Pueden aportar alguna fotografía o lámina, si les parece necesario. 

Hay que definir cuándo tendrá lugar esta defensa oral de su trabajo (que se calcula en unos 15 minutos): puede ser cualquier día de clase entre el 27 de octubre y el 20 de noviembre, aunque se recomienda no dejarlo para el final, por si hay alerta meteorológica o algo por el estilo. Cada persona o grupo que elige un texto se lo comunica a la profesora en la primera clase que nos veamos. Traten de leerlos antes de decidir; no opten por el más breve o el de título más interesante. La idea es no repetirlos, si son muchos subgrupos podría ser que les sugiriera nuevos textos.


NARRACIONES

Roald Dahl: Cordero asado

Samanta Schweblin: Nada de todo esto

Ana María Matute: La conciencia

Hernán Casciari: La grulla de papel


POEMAS (elegir dos textos)

Nadia Anjuman

César González

Gioconda Belli

Ida Vitale


TEATRO

Osvaldo Dragún: Historia del hombre que se convirtió en perro

Eugene O´Neill: Antes del desayuno (no va para Medicina 2 y Agronomía)

Analía Torres: Mancuso


sábado, 4 de octubre de 2025

Analía Torres: Mancuso (dramaturga uruguaya, siglo XXI)



MANCUSO de Analia Torres (Uruguay)

PERSONAJES

HORACIO, CRISTINA, THE OBSERVER


El empapelado del mono ambiente es verde. Un verde antiguo. Desgastado. Con rombos. Si el espectador mirara detenidamente podría darse cuenta que el empapelado fue pegado varias veces. Que las puntas están levantadas. Podría darse cuenta que el empapelado delata sutilmente al propietario que una vez lo pegara. Delata su obsesión. Por mantener las cosas en su sitio. Mejor dicho, en su tiempo.

Más de cien sopapas invaden el apartamento. Sopapas pequeñas, grandes, de diferentes colores, tamaños y materiales. Ubicadas a lo alto y bajo. Los escasos y pulcros muebles que hay en el ambiente sostienen sopapas de todo tipo. No hay casi más objetos que estos. Claro que decoran el hogar. Muy particularmente. Un espectador común y corriente, con un conocimiento básico en artes, podría asociar rápidamente la distribución de las sopapas en el espacio con la pintura de Magritte: Golconda. Pero esto solo podría ser una asociación exterior porque el propietario jamás vió una pintura de Magritte. Mejor dicho, no sabe quién es Magritte. Una coincidencia. Esto de la distribución de las sopapas. Digamos que es solo una coincidencia.

Dos cuadros en el espacio. Ambos enmarcan dos sopapas distinguidas. Cuelgan como celebres figuras que deberían recordarse. Digamos que las sopapas también delatan.

Algo profundo.

Corrido de su sitio.

Una cama marinera se ubica en el fondo del lado izquierdo de la habitación. Sobre ella un bulto tapado por una colcha de un verde más claro. A su lado una ventana con unos vidrios muy limpios. Cuelgan unas cortinas que mueren en un simpático volado. En el centro una mesa rectangular. Con un mantel. Verde. Todo muy en su sitio. Lo del verde podría generar también desconfianza. Pero lo dejamos pasar. Un pasatiempo esto de los colores.

Ruido de llaves. Alguien abre la puerta de la casa. Entra y la vuelve a cerrar. Mira lado a lado de la habitación hasta que al fin encuentra la mesa de licores. Toma un vaso del escurridor. Se sirve un whisky escocés. Luego toma una de las sillas perfectamente alineada frente a la mesa y la coloca frente al público. Se sienta. Toma un trago. Lo saborea.

THE OBSERVER (Mirando el vaso): No debería. En casa ajena no debería. Pero me gusta tomar un trago antes de que todo empiece. Me deja más concentrado. Quiero decir, más perceptivo para no pasar por alto los detalles. En estos personajes los detalles son esenciales. Los detalles son la grieta que se abre sin ser prevista. Si uno está atento la puede percibir. Si uno está atento. (Toma otro trago del escocés. Recorre la habitación con la mirada) En el mundo por lo general hay un orden jerárquico implícito atribuido a los objetos. Está claro que la mayoría de las personas entiende que un trapo de piso ocupa el lugar más bajo de la escala objetual mientras que un candelabro de plata posiblemente encabece la lista. Pero por suerte todavía quedan personas que distorsionan estas convenciones. Por supuesto que si cualquier cristiano sin conocer a Horacio se mete en su casa se asustaría profundamente. Como lo hará seguramente Cristina cuando entre. (Mira hacia la puerta) Yo también lo haría. Pero de hecho lo conozco. Personas como Horacio hay pocas. De las que vale la pena escribir o contar algo. Yo las busco. Porque claro, sin duda son excepcionales.

Digamos que estos son los personajes que me gustan. Los que no respetan las normas, ni el tiempo, ni el sentido común de aquellas personas que se construyen un sentido común. Ellos no necesitan ninguno de estos motivos. Son valiosos solo por su existencia. Claro que difíciles de encontrar. Especies en extinción. Su singularidad los margina. Su secreto los recluye. Y por supuesto que tienen buenos motivos para esconder sus secretos. (Mira su reloj. Se toma el último trago de whisky. Enjuaga el vaso en la pileta. Lo coloca en el escurridor. Acomoda la silla. Todo muy velozmente. Se acerca a la ventana. La abre y se acomoda para bajar por las escaleras de emergencia. Mira al público. Sonríe) Que disfruten.

Silencio. Nuevamente se escucha el sonido de las llaves desde el exterior. Entra Horacio por la puerta. Lleva un ramo de flores en sus manos. Viste una camisa verde. Prendida en todos sus botones. Una aureola de transpiración cubre sus dos axilas. Se detiene. Mira uno de los cuadros fijamente. Suspira. Silencio.

HORACIO: Sí. Soy vendedor de sopapas. Me hubiera gustado ser poeta. Pero soy vendedor de sopapas. De chiquito ya escribía. (Mira hacia la cama) ¿Te acordás Mamá? (Nadie responde. Vuelve a mirar al cuadro como si al cuadro le interesara lo que está diciendo) Cartas de amor. A una maestra. Se las dejaba escondidas adentro del cuaderno de los deberes. Verónica se llamaba. Cuando abría el diccionario y se ponía a dictar, en vez de escribir lo que decía yo la miraba y me imaginaba otras palabras. Todavía lo sigo haciendo. Pero no lo de escribir a las maestras. Digo, que sigo escribiendo cartas de amor. Ya no voy más a la escuela. Soy grande. Ahora le escribo cartas a otras personas. (Mira hacia la cama) Hoy estuve en lo de Cristina. No me tocaba su zona pero no lo pude evitar. Sentí que era el momento. Los lunes siempre son días difíciles. Digo, siempre se vende poco los lunes. Se sorprendió cuando me vio. Parado frente a la reja verde. Con el uniforme de siempre. Y el catálogo apretado en la axila. Ella ya debía de intuir que yo no venía trayendo ningún modelo nuevo. No solo porque hacía tan solo un mes que le había traído la Columbus 800... (Horacio gira hacia el extremo opuesto y mira la otra sopapa enmarcada en el cuadro colgante de la pared) sino por mi sonrisa. Mi sonrisa nerviosa. Y mi axila sudada. Claro. Mi axila sudada. (Horacio sonríe) Me miró como si supiera mi secreto objetivo. Me miró como si hubiera estado esperando ese momento inevitable. Me acerqué a la puerta. Respiré profundo. La miré a los ojos con ese convencimiento que hay que tener como cuando uno tiene que vender un producto invendible. Y le hablé. Pronuncié esas palabras que ya conocés muy bien. Las que vengo repitiendo hace dieciséis días consecutivos para no dejar margen de error. Para no dejar margen ni siquiera para los nervios que provocan las axilas transpiradas. Y por suerte las palabras salieron de mi boca sin rareza. Según lo planificado. Las mismas pausas. Los mismos tonos. Nada de mi debió filtrarse. ¡Una representación perfecta Mamá! Yo diría que perfecta. Pero Cristina dudó. Como si la respuesta a mi invitación no hubiera sido prevista. (saca un pañuelo de su bolsillo y se seca la frente también sudada. Vuelve a mirar el bulto bajo la colcha de la cama. Se acerca. Se arrodilla. Susurra) Mamá. Hoy viene Cristina a cenar. (Silencio. Horacio acomoda la colcha. Acaricia el bulto bajo la misma.) Le compré flores. (Mira los jazmines envueltos en nylon y papel y los deja sobre la mesa.) ¿A vos alguna vez te regalaron flores en la primera cita? (Nadie contesta.) Bueno, no tenés que contestarme. No te preocupes. Supongo que es algo íntimo. Sí. Las flores son algo íntimo. Además es una costumbre vieja. Cristina va a pensar que no estoy agiornado con los estilos modernos de cortejar a una muchacha. ¿Mejor las tiro no? Bueno, no sé si esto es una cita. Pero es algo parecido. Por algo se empieza. Por las dudas las guardo. (Silencio. Piensa y recorre la habitación con la mirada. Finalmente camina hacia el armario y coloca los jazmines entre medio de la ropa. Luego le habla al bulto en la cama.) Hay que reducir el margen de riesgo. Digo, de que se dé cuenta. (Silencio. Horacio sonríe.) Ya preparé todo. Salmón con salsa cuatro quesos. Y de postre, un mousse con frutillas. Vamos a poder estrenar esos potecitos que tenés desde tu casamiento y que nunca nadie usó. Ahora entiendo porque alguna gente guarda esa vajilla que se llena de hongos esperando usarla para un momento especial. Ahora entiendo. Este es un momento especial. La porcelana es ideal para este tipo de acontecimientos. (abre la heladera y mientras habla mira pensativo hacia adentro.) ¿Tendríamos que traer invitados más seguidos no te parece Mamá? No a cualquiera claro. Mira si vamos a traer a cualquiera acá. Gente como Cristina. Con clase. Con estudio. Con conocimiento. (Cierra la heladera y busca algo sobre la misma. Un disco de pasta. Lo mira y luego lo introduce en el tocadiscos. Se escucha el tema de jazz “All of me”. HORACIO suspira y mueve sus caderas al ritmo de la guitarra. Vuelve a abrir la heladera, saca dos frascos. Uno con aceitunas negras. Otro con aceitunas verdes. Se come una. Comienza a aprontar la mesa. Cambia el mantel por otro de un verde más oscuro. Sonríe.) Para que se noten menos las manchas. (Luego coloca dos copas y dos vasos. Un agua mineral de sifón. En el centro de la mesa dos pocillos con ambos tipos de aceitunas. Luego abre un armario y elige una camisa. Verde claro. Se cambia. Se huele las axilas. Se perfuma. También se cambia el pantalón y los zapatos. Deja el uniforme de trabajo perfectamente doblado sobre una silla. Se mira a un espejo. Se sacude el pantalón estirando un pequeño doblés. Todo el cambio de ropa pareció haber sido casi coreografiado al ritmo de la música. El jazz termina. Silencio. Se escuchan a lo lejos las campanas de una iglesia. Horacio se aproxima a la ventana, corre las cortinas y mira. A los pocos segundos saluda a alguien que debe de encontrarse en la torre del edificio de enfrente.) Parece que el tiempo para él tampoco pasara. Pobre hombre. (Las campanas terminan de sonar. HORACIO se aleja de la ventana.) Ya son las siete. Cristina debe de estar por llegar Mamá. (Golpean la puerta.) ¡Cristina! ¡Que puntual! (se pone nervioso. Revisa la mesa. Revisa el orden de los vasos. Los alinea. Coloca rápidamente un servilletero.Gritando.) ¡Ya va! (Se para frente a la puerta. Respira hondo. La abre. Se ve a CRISTINA exquisitamente vestida. Un gusto para la ropa excepcional. Lleva puesto un vestido en tonos de azul con un pañuelo haciendo juego. Sobre sus hombros una chaqueta. Tiene un paquete en sus manos.) Cristina... 

CRISTINA: Hola Horacio. (Silencio. Horacio se queda estupefacto mirándola sin decir nada.) Eh... ¿Puedo pasar o me vas a dejar acá en la puerta?

HORACIO: Perdón Cristina, perdón. Pasá por favor. Me quedé eh...Que lindo vestido. CRISTINA: Gra... (A CRISTINA se le corta el habla al ver la particular decoración de la habitación. Queda perpleja, sin parpadear, mirando a su alrededor.) Ay... ¡Horacio!

HORACIO (Despreocupado): ¿Qué pasa? Soy vendedor de sopapas ya sabes. 

CRISTINA: Eh... No, ya sé que sos vendedor de... Pero no me esperaba... Esto. 

HORACIO: Pasá, son inofensivas. (CRISTINA lo mira seriamente sin entender el comentario.) Era un chiste Cristina. Un chiste. No pongas esa cara. Dame tu saco. (CRISTINA le da el saco. Horacio lo cuelga en un perchero.)

CRISTINA: Traje esto. (le da el paquete. HORACIO lo abre.)

HORACIO: No tenías por qué. Me encanta el vino.

CRISTINA (Aún desconcertada.): Esto de... de la decoración, ¿lo hiciste vos? 

HORACIO (Orgulloso): Sí, sí. Yo. Hay sopapas de más de 50 años.

CRISTINA (Aún tensa con la sorpresa de la habitación.): Mmm...

HORACIO: Vení que te muestro la casa. Bueno, no es que haya mucho para mostrar. (La lleva para el fondo.) Este es el baño. (prende la luz del baño y automáticamente se enciende una radio que se escucha desde el interior. El volumen está muy alto. CRISTINA se sobresalta).

CRISTINA: ¡¿Se prendió una radio sola?!

HORACIO: Tranquila, hice una conexión especial. Cada vez que prendo la luz del baño se enciende la radio automáticamente. Es para cuando me despierto en la mañana. Me ayuda a despabilarme.

CRISTINA: Ah...

HORACIO: Y además me gusta escuchar el informativo y los programas de primera hora. Se habla de temas muy interesantes. (Crece el desconcierto de CRISTINA ante cada comentario. HORACIO apaga la luz del baño, se apaga la radio, y continúa con el tour por el hogar.)

HORACIO: Vení por acá. Bueno, acá está la cocina integrada. Digo, integrada al comedor. Y... al living. Bueno y también integrada al cuarto.

CRISTINA: Veo, veo, sí.

HORACIO (Señalando hacia el otro extremo y prendiendo la veladora.): Esta es la zona del dormitorio. Y acá esta Mamá. (señala el bulto sobre la cama que está en penumbras.)

CRISTINA(Totalmente sorprendida.): ¡¿Mamá?! Creí que vivías solo.

HORACIO: Sí, digo, no. Eh...Vivo solo. Digo, vivir con Mamá es como vivir solo. Ella no se mete en nada, no me molesta.

CRISTINA: Pero... ¿y por qué esta toda tapada?

HORACIO: Porque está durmiendo. (Silencio. CRISTINA lo mira.) (En voz baja.) Mamá no es muy sociable. Se levanta poco y cuando no hay nadie. 

CRISTINA: ¿Pero que tiene? ¿Tiene alguna enfermedad o algo?

HORACIO: Algo así.

CRISTINA: ¿Qué es algo así?

HORACIO: Eh...está deprimida.

CRISTINA: ¿Deprimida?

HORACIO: Sí, sí. Deprimida. Viste que ahora está de moda esto de la depresión.

CRISTINA: Pero... ¿por alguna razón?

HORACIO: Y... no es fácil ser feliz en estos tiempos. (CRISTINA lo mira como buscando otra respuesta.) Bueno no sé, por cosas de la vida.

 CRISTINA: ¿Qué cosas? 

HORACIO: Cosas... (CRISTINA lo mira increpante. No le convence la respuesta.) Bueno por ejemplo... después de la pérdida de su esposo ella quedó muy mal.

CRISTINA: ¿De tu padre querés decir?

HORACIO (Cambiando bruscamente de humor.): No. No es momento Cristina. Mas tarde vamos a hablar de Papá. Pero ahora no. Recién nos estamos conociendo.

CRISTINA: Perdón. No quise...

HORACIO: El tema de Papá es como para hablar en la tercera o cuarta cita.

CRISTINA: Horacio te dije que si venia no era porque estaba aceptando una ci...

HORACIO (Cortándola secamente.): Sí. Entendí. Perdón.

CRISTINA: No estamos en una cita.

HORACIO: Sí. Lo sé. Somos amigos. Yo te caigo simpático. Aceptaste venir a cenar. No tenemos que apurar las cosas...

CRISTINA: No es cuestión de apura...

HORACIO: (Cortándola nuevamente.) Está bien. Entiendo. Entiendo perfectamente.

(mira hacia el piso. CRISTINA se acomoda el vestido. Silencio incómodo. Después de unos segundos HORACIO apaga la veladora y se acerca a la mesa.)

CRISTINA: ¿Puede ser que haya olor a jazmines? ¿Tenés jazmines? 

HORACIO: ¡¿Yo?!

CRISTINA: ¿Y a quien le puedo estar preguntando sino?

HORACIO: (Se ríe.) Eh, sí, claro, digo, si pensás que soy de los que compran jazmines eso quise decir. 

CRISTINA: No, no sé si sos de los que compran o no. Te pregunté si acá hay jazmi...

HORACIO (Cortándola.): No. Acá no hay jazmines. Capaz el olor viene del vecino de al lado. (Silencio. Se miran. CRISTINA mira el bulto sobre la cama. Luego vuelve a mirar a HORACIO). No te preocupes, Mamá duerme como un tronco. (CRISTINA lo mira desconfiada. HORACIO se pone nervioso. Se arregla la camisa. Se da cuenta que empezó a sudar.) Bueno, ¿vamos a servirnos una copita de vino te parece? (CRISTINA lo mira sin saber que responder.) Vení sentate por acá. Picá algo, Cristina. Sentite como en tu casa. (la invita a sentarse en la mesa. Sirve vino en las copas y le da una) Bueno, salud, por esta...por este encuentro. 

CRISTINA: Salud. Horacio. Salud. (Chocan las copas. Beben. Silencio. Horacio la mira.)

HORACIO: ¿Qué rico no? (CRISTINA se siente incómoda. Sonríe.) Comé algo Cristina. No hagas cumplido.

CRISTINA: No tengo mucha hambre todavía.

HORACIO (Mirando las aceitunas.): No te gustan, es eso. Tengo maní también. ¡Y queso! (se levanta rápidamente de la silla y va hacia la mesada. Lleva el queso y los maníes. Intenta ser buen anfitrión. Intenta quedar bien. Pero sigue nervioso. Y se nota a leguas. Ofreciéndole insistentemente.) Comé Cristina, comé. Estas muy flaca. CRISTINA: Gracias. Estoy bien con el vino. (Silencio. Se miran. Beben.)

HORACIO: Está bien. Como vos quieras. (Otro silencio incómodo. Se escucha la punta del tacón de CRISTINA golpeando contra el piso. Crispa los nervios. Intentando descontracturar la situación.) ¿Cómo te fue hoy con las clases en el instituto?

CRISTINA: Bien, bien, como siempre.

HORACIO: ¿Tuviste que lidiar con algún alumno maleducado?

CRISTINA: Eh...

HORACIO: ¡Ya sé! ¿Te volvió a dejar otra carta el enano coreano de 5o A?

CRISTINA: No es enano Horacio. Igual, ¿Cómo supiste?

HORACIO: Lo presentí. Ese muchacho te pone nerviosa.

CRISTINA: Y sí. ¿Qué te parece? Esta es la quinta carta que me deja. Pienso que esto se está convirtiendo en un acoso.

HORACIO: ¡¿Un acoso?!

CRISTINA: Sí, Horacio. Un acoso.

HORACIO: A mí me parece de lo más romántico.

CRISTINA: ¿Pero que decís? Le dije bien claro que no podía seguir dejándome cartas. Y todavía con las cosas que escribe.

HORACIO: Bueno por lo menos escribe. ¿No es eso lo que esperas de tus estudiantes? (CRISTINA lo mira como para matarlo.) ¿Qué te escribe?

CRISTINA: No te voy a contar. Es un desubicado.

HORACIO: Debe de estar enamorado. ¿Qué querés que te escriba? ¿Un ensayo de filosofía? 

CRISTINA: No pero... ¿Lo estás defendiendo? ¡¿Lo estás defendiendo?!

HORACIO: No... no es que lo defienda es que...

CRISTINA: Sí. Estas defendiendo a un pervertido.

HORACIO: No, no sé si es un pervertido, si ni siquiera me dijiste lo que te escribía. CRISTINA: Pero te lo imaginas. Seguro que te lo imaginas.

HORACIO: Noooo. Tenés que entender que tiene dieciséis años... es inmigrante... y vos debes de ser una figura femenina inspiradora. Un referente positivo.

CRISTINA: La verdad es que no me importa si soy una figura inspiradora o referente de cualquier cosa.

HORACIO: ¿Lo estas discriminando?

CRISTINA: No Horacio, no. ¿Cómo lo voy a discriminar?

HORACIO: No sé, viste que esas cosas son como medio inconscientes.

CRISTINA: Tiene que ver con otra cosa.

HORACIO: Capaz es algo reprimido en vos eso de la discriminación. Mira que todos tenemos algo reprimido. No te preocupes. No voy a pensar mal de vos.

CRISTINA: ¿Pero que decís?

HORACIO: Te estoy diciendo que si tenés problemas de discriminación eso se puede tratar.

CRISTINA: ¿Vos me estas tomando el pelo? Te estoy hablando de otra cosa.

HORACIO: Bueno, pero capaz todo tiene que ver. Capaz él te manda esas cartas porque se siente discriminado y quiere canalizar el sentimiento de odio que tiene hacia vos.

CRISTINA: Estas diciendo una estupidez. ¿Qué sabes vos de psicología?

HORACIO: Bueno, yo no fui a ninguna facultad de psicología ni a ninguna otra, pero se aprende un montón observando al ser humano. ¿Nunca te diste ese tiempo? Capaz a vos te cuesta observar.

CRISTINA: Cortála con el análisis. ¿Qué sabes si a mí me cuesta observar?

HORACIO: No sé, cuando estudiaste filosofía, ¿te enseñaron a observar a la gente?

CRISTINA: Eh... ¿Pero que decís? Te estoy hablando de cosas concretas. El tipo me mira raro y punto.

HORACIO: ¿Cómo?

CRISTINA: No me saca los ojos de encima. En toda la clase. Ni en el recreo, ni en el patio, ni cuando voy al baño, ni en el almuerzo. Me siento observada. Todo el tiempo. ¿Sabes lo que es sentirse observada todo el tiempo?

HORACIO: Te entiendo. Te entiendo si pero no. Nunca me sentí observado.

CRISTINA: Bueno, cuando pensás que estás solo, en realidad no estás. Hay alguien que te está mirando. Es horrible. Espantoso. Una invasión total.

HORACIO: Invasión sí. Seguro que es una invasión. (toma de un trago todo el vino de la copa.)

CRISTINA: Además, no me puede escribir esas cosas...

HORACIO: ¿Te escribe en coreano o en español?

CRISTINA: ¿Qué importa en qué idioma me escribe? Además si me escribiera en coreano no entendería nada. Es en español y se entiende perfectamente todo lo que escribe.

HORACIO: ¿Ah sí? Debe ser buen escritor. Tiene claridad. Y precisión.

CRISTINA: ¡Horacio, otra vez! ¡Lo estás defendiendo!

HORACIO: No, no para nada.

CRISTINA: ¿Alguna vez le escribiste cartas a alguna profesora?

HORACIO: ¡¿Yo...?! ¡Cristina! ¿Cómo se te ocurre?

CRISTINA: Entonces no entiendo por qué te empeñas en hacerme ver el lado sano de un alumno retorcido y enfermo.

HORACIO: No... Yo... eh...la adolescencia es una edad difícil. Por eso. Te lo digo por eso. (saca nuevamente su pañuelo y se limpia el sudor de la frente.)

CRISTINA: Lo amenacé con hablar con la directora para que lo expulsen.

HORACIO: Ay Cristina, vos siempre con ese sentido tan estricto de la existencia.

CRISTINA: No, es que en cualquier momento se me aparece en la reja de casa. Y de verdad que me da escalofríos.

HORACIO: Bueno ahora distendete que acá nadie te está mirando más que yo. Porque Mamá ya te dije que duerme como un tronco.

CRISTINA: Igual no me gusta que me miren fijamente.

HORACIO: Tomate otra copita. Vas a ver que te cae bien. (le sirve más vino. CRISTINA bebe. Observa el apartamento. Las sopapas decorativas. HORACIO extiende las arrugas del mantel. Silencio. CRISTINA suspira.)

CRISTINA: ¿Siempre viviste en este apartamento?

HORACIO: No.

CRISTINA: Ah... ¿y desde cuando estas acá viviendo entonces?

HORACIO: Desde hace un tiempo.

CRISTINA: ¿Cuánto?

HORACIO: Mmm... Como siete años.

CRISTINA: ¿Y no tenés hermanos?

HORACIO: No.

CRISTINA: ¿Y todo ese tiempo viviste con tu madre? Digo, los dos solos... (Silencio. Se miran.)

HORACIO: Sí. Cristina. Solos. 

CRISTINA: Y... ¿nadie más? 

HORACIO: No, nadie más. (Largo silencio incómodo. Se miran. HORACIO bebe.) Mi padre nos dejó. Por eso no está. ¿Eso es lo que querías saber? Ya está. Te lo dije. Ahora por favor cambiemos de tema.

CRISTINA: No, no, yo no quise preguntarte por tu padre...

HORACIO (Un poco fuera de sí.): Pero lo hiciste. Indirectamente lo hiciste. Tenés que tener más cuidado Cristina. Hay cosas que son difíciles de hablar. Aunque uno tenga la mejor voluntad de querer hablar. Así que medí tus preguntas. Te lo pido por favor. Te lo pido. (termina de beber su copa de vino y se vuelve a servir. Camina por la habitación. Le da la espalda a CRISTINA. CRISTINA no sabe dónde meterse. Desearía que se la tragara la tierra. Silencio. HORACIO se recompone y se acerca a ella nuevamente.) Disculpáme Cristina disculpáme. No quise parecer grosero.

CRISTINA: Está bien. No te preocupes. Está bien. No debí preguntarte esas cosas.

(Suenan nuevamente las campanas de la iglesia. HORACIO mira hacia la ventana.)

HORACIO: Son de la iglesia. Hay una acá cerca. 

CRISTINA: Sí. La vi cuando venía.

HORACIO: Ahora de tardecita suenan cada media hora. ¿Son lindas no? 

CRISTINA: ¿Las campanas o las iglesias? (HORACIO se ríe.)

HORACIO: Sos graciosa Cristina. Las iglesias. Pensaba en las iglesias.

CRISTINA: A mí me gustan más las campanas.

HORACIO: ¿En serio? ¿A vos no te gustaría por ejemplo... casarte en una iglesia, vestida de blanco y todo eso? 

CRISTINA: No.

HORACIO: ¡¿No?! ¿Me estás hablando en serio?

CRISTINA: En serio. No me gustan mucho las iglesias. Además no sé si me quiero casar.

HORACIO (Asombrado. Deja la copa en la mesa y la mira sorprendido.): ¿No te querés casar?

CRISTINA: Eh... No. Seguramente no me case nunca.

HORACIO Pero todas las mujeres se quieren casar Cristina. ¿Qué estás diciendo?

CRISTINA Todas las mujeres que vos conocés se querrán casar. Pero yo no. ¿Cuántas mujeres conoces Horacio? 

HORACIO: ¿Qué pregunta es esa?

CRISTINA: Una pregunta cualquiera. Respondéla.

HORACIO: Y, no se... algunas.

CRISTINA: ¿A cuántas les preguntaste si se querían casar?

HORACIO: Cristina, no necesito preguntarles si se quieren casar. Porque casi todas las mujeres que conozco están casadas o por casarse. A todas las que les vendo mis productos están casadas. Las que viven en este edificio son casadas o viudas. No sé, las mujeres por lo general quieren casarse.

CRISTINA: Que estén casadas no significa que quieran o hayan querido casarse.

HORACIO

Me estas entreverando Cristina. Me estas entreverando. ¿Qué querés decir? ¿Que a todas las mujeres que conozco alguien las pudo haber obligado a realizar semejante acto?

CRISTINA

Alguien no. Simplemente no se lo cuestionan quizás. Es algo que hacen porque tienen que hacerlo. Como cepillarse los dientes. Algo que ya está integrado en la sociedad. Vos no te preguntas si querés cepillarte los dientes. ¿Te preguntas?

HORACIO: No.

CRISTINA: ¿Viste? Lo hacés. Simplemente lo hacés. Es parte de un orden. La gente avanza en ese orden como si no tuviera más opción. (Se miran. HORACIO está desconcertado por la respuesta de CRISTINA. No sabe que responder).

CRISTINA: Servime más vino Horacio. (le sirve. CRISTINA bebe. Ya está más distendida. Silencio.)

CRISTINA: ¿Vos querés casarte Horacio? 

HORACIO (Sonriendo.): Claro. Me encantaría. (CRISTINA lo mira. Luego se levanta y va hacia la ventana. Mira detenidamente hacia afuera como buscando las campanas.

CRISTINA (Sorprendida.): ¡Horacio, hay un hombre saludando en la torre de enfrente!

HORACIO: Ah, sí. Es mi vecino. Siempre está ahí.

CRISTINA: Está haciendo un gesto... raro.

HORACIO: Sí. Siempre está con las manos pegadas. Como cuando uno reza. Y las golpea contra las rejas de un lado a otro. Siempre me saluda. Cada vez que yo me acerco él está ahí. En el ventanal. Mirando. 

CRISTINA: Es raro eso Horacio.

HORACIO: Tiene una deficiencia el hombre. Pero a mí no me importa.

CRISTINA: Una discapacidad querrás decir.

HORACIO: Sí, perdón, eso quise decir, una discapacidad.

CRISTINA (se acerca más a la ventana y agudiza la vista) Pobre, creo que tiene un ojo más arriba que otro. ¿Debe ser de nacimiento no?

HORACIO: No creo.

CRISTINA: ¿Cómo sabes? ¿Le preguntaste?

HORACIO: No, nunca hablé con él. Cuando nos cruzamos en el pasillo o en el ascensor nunca nos saludamos. Solo nos miramos por la ventana a través del pozo de aire.

CRISTINA: Qué raro también ¿no? En general los vecinos se saludan.

HORACIO Sí. Es verdad. Pero a veces el lugar desde donde se genera el vínculo te determina. La ventana es nuestro pacto. Existimos a través de ella. Fuera no somos nadie.

CRISTINA: ¡¿Eh?!

HORACIO: Que el lugar en donde uno vive te condiciona como ser humano. Te condiciona el pensamiento. Seguro que estas dos torres grises con un pozo de aire en el medio donde vivimos nos determinan como personas. A él y a mí.

CRISTINA: ¿De dónde sacaste eso?

HORACIO: ¿Qué cosa?

CRISTINA: Lo de que el pozo de aire te determina como...

HORACIO: Mi madre, Cristina. (CRISTINA lo mira con rareza.) Mi madre, Cristina. Aunque no parezca. Mi madre me enseñó muchas cosas. (Silencio. Ambos beben vino. Cristina vuelve a mirar por la ventana.)

CRISTINA: Bueno, ¿y si nunca hablaste con el vecino como sabes que eso del ojo no es de nacimiento?

HORACIO: No sé, supongo que si hubiera sido de nacimiento tendría una vida más complicada. Con esa singularidad. Dentro de todo parece un tipo bastante normal. Digo, a pesar de lo del ojo. (CRISTINA lo mira.) Y... a pesar de lo de las manos...

CRISTINA: A mí no me parece un tipo para nada normal.

HORACIO:Bueno...Son hipótesis Cristina, hipótesis. Parece un buen hombre. Siempre  se está riendo. Debe ser feliz. Dejálo en paz. Haceme el favor y cerrá las cortinas.

(CRISTINA duda y finalmente cierra las cortinas. Se aleja de la ventana. Luego vuelve a mirarla pensativa. Luego mira el bulto sobre la cama.)

CRISTINA: No puedo creer que tu madre siga durmiendo. 

HORACIO (Bajando la voz.): Toma pastillas.

CRISTINA: ¿Pastillas?

HORACIO: Sí, sí, pastillas. Para la depresión, para dormir, para no tener pesadillas, ansiolíticos, de todo un poco. Es como un coctel. No sé cómo no está muerta. (CRISTINA lo mira petrificada.) Era un chiste. Podes reírte Cristina. Podes reírte.

(CRISTINA no emite sonido. Silencio incómodo.) ¡Ya sé! Vamos a poner un poco de música. Esa que a vos te gusta. (HORACIO camina rápidamente hasta la heladera y busca un disco en la parte superior. Encuentra uno, lo mira y lo coloca en el tocadiscos.)

CRISTINA: Como sabes que música me gus... (Suena un Jazz: “Swing a lullaby”. ¡Horacio! Este tema me encanta.

HORACIO: Vamos a bailar, Cristina.

CRISTINA: No Horacio, no. No sé bailar.

HORACIO: Yo tampoco. Pero podemos intentarlo.

CRISTINA: Me da vergüenza. Aparte vas a despertar a tu madre. 

HORACIO: Vení...

CRISTINA: No, no, no. (HORACIO la toma de la mano. CRISTINA un poco ya bajo el efecto del alcohol se deja llevar. HORACIO toma una de sus manos y la otra la coloca en su cintura. Comienza a hacer algunos pasos intentando seguir el ritmo. CRISTINA al comienzo está seria. Se tropiezan con una silla. Se ríen. Mueven sus caderas).

HORACIO: Pará Cristina. (detiene el baile.) Esto amerita abrir otra botella de vino. CRISTINA: No, Horacio, ya nos tomamos una entera. (HORACIO no la escucha y descorcha una nueva botella. Sigue moviéndose con la música. Sirve una de las copas y le ofrece. Ella da un largo trago. Luego se la devuelve. HORACIO con la copa en la mano toma de la cintura a CRISTINA nuevamente. Ambos se ríen. Sueltan carcajadas. Parecen felices. Si entendemos que la felicidad es un pasajero transitorio. Parece que bailaran totalmente descontextualizados del ambiente que los rodea. Parece que CRISTINA hubiera olvidado el extrañamiento que le genera a veces HORACIO. Parecen no pertenecer. Parecen no responder a ningún patrón de conducta. Parece alcanzarles su sola existencia. Algunos dicen que eso es amor. Yo por ahora no lo conozco. Pero el pleno amor no dura mucho. No mucho más de lo que dura un surco en un disco de vinilo. De pronto HORACIO, en la cúspide del baile, derrama un poco de vino sobre el vestido de CRISTINA.)

CRISTINA: ¡Horacio! (se detiene abruptamente y se separa de Horacio).

HORACIO: Disculpáme Cristina, disculpáme. Fue sin querer. 

CRISTINA: El vino mancha, Horacio. (la mira sin saber qué hacer. La música se termina. La púa del tocadiscos se levanta. Silencio. CRISTINA toma una esponja de la cocina y empieza a limpiarse la mancha.)

HORACIO: No, Cristina, así no. Vení, vení para el baño que hay agua caliente.

CRISTINA: No. Dejáme Horacio.

HORACIO: Cristina, tengo un producto en el baño que Mamá lo usaba que seguro saca la mancha. Dale vení. Cuanto más demores menos va a salir. (CRISTINA lo mira dudosa hasta que finalmente accede.)

CRISTINA: Bueno está bien. Pero tengamos cuidado. Es un vestido nuevo.(Ambos caminan hasta el baño y entran en él. Horacio enciende la luz y junto con ella se prende la radio. Horacio la apaga. Sonido de un pulverizador. Sonido de agua que  corre. Sonido de ventana que se abre. Entra THE OBSERVER al comedor.)

THE OBSERVER: Hay veces que nuestra aparición es imprevista. Involuntaria. Digamos que también somos colaboradores invisibles de las personas que observamos. Claro que si ahora yo no entrara Horacio jamás lo encontraría. Al cepillo. Estoy hablando del cepillo. Que va a ayudar a que salga la mancha del hombro del vestido de Cristina. Horacio la otra noche lo pateó sin querer y quedó abajo del horno. (THE OBSERVER se remanga un poco sus pantalones y se agacha. Mete la mano abajo del horno y saca el cepillo. Le quita las pelusas. Mira la botella de vino. No se aguanta y le da un trago profundo.) Exquisito. No como el escocés, pero exquisito. Cristina tiene buen gusto. No solo para la ropa. (Se escucha desde el fondo la conversación entre HORACIO y CRISTINA).

CRISTINA: Horacio, tráeme un cepillo.

HORACIO: Sí, esperá. No lo encuentro. Estaba acá el otro día. (THE OBSERVER deja el cepillo sobre la mesa del comedor.)

THE OBSERVER: Sin este atajo la escena del baño se perpetuaría hasta aburrirnos. Realmente. Horacio no tiene noción del tiempo. Pero yo sé que ustedes sí. (THE OBSERVER se limpia los restos de vino de su boca con la punta del mantel verde oscuro y vuelve a salir por la ventana. Un segundo después asoma la cabeza Cristina.)

CRISTINA: ¿Escuchaste, Horacio? (Sale HORACIO del baño.)

HORACIO: ¿Qué cosa? 

CRISTINA: No sé, un ruido. 

HORACIO: Capaz que fue Mamá.

CRISTINA: ¿No me dijiste que dormía como un tronco?

HORACIO: Que dormía, no que estaba muerta. Puede moverse quizás. (mira a ambos lados de la habitación.) ¡Lo encontré Cristina! ¡Al cepillo! Vení. Sentate acá. (CRISTINA sale del baño. HORACIO la hace sentarse en la silla junto a la mesa.) Quédate quieta que ya va a salir. (empieza a cepillar el hombro de CRISTINA. Ve que la mancha no sale. Trae un sifón de agua.)

CRISTINA: ¡¿Qué haces Horacio?!

HORACIO: Dicen que el agua mineral afloja las manchas. Un poquito déjame. Solamente un poquito. (le tira un largo chorro de agua sobre el hombro manchado. Ahora CRISTINA chorrea.)

CRISTINA: ¡Me empapaste! ¡Me empapaste Horacio! ¡Sos un retardado! 

HORACIO: Me dijiste que esa palabra no está bien usarla. Se dice discapacitado. CRISTINA: ¡Horaciooooooooo! ¡Te voy a matar! ¡Estoy empapada!

HORACIO: Perdón.

CRISTINA: ¿Perdón? ¿Es lo único que tenés para decir? ¿Perdón? (HORACIO la mira sin decir nada.) No sé para que vine realmente. Era obvio que esto no iba a terminar bien. ¿Qué hago? ¡¿Decime ahora que hago Horacio?! No voy a salir así.

HORACIO: Puedo prestarte un vestido de Mamá...

CRISTINA: ¡¿Lo qué?!

HORACIO (Con miedo.): Un vestido. Mamá era de... digo, es de tu talla más o menos.

CRISTINA: ¿Querés que me ponga un vestido de tu madre, que ni siquiera sé si será de tu madre porque por ahora es un bulto que todavía no se ha dignado a levantarse y saludarme? ¿Eso me estás diciendo?

HORACIO: No hables así de Mamá. No es un bulto.

CRISTINA: Sí Horacio, es un bulto. Hasta que no la destapes y me la presentes para mí es un bulto tapado con una colcha.

HORACIO: Bueno, si es un bulto, ¿qué te molesta ponerte uno de sus vestidos? (Suenan las campanas nuevamente.)

HORACIO: Escuchá, las campanas. Deben ser las ocho ya.

CRISTINA: Déjate de joder con las campanas y la iglesia y la música esa que pusiste que no sé cómo hiciste para saber que me gustaba. (HORACIO la mira como si hubiera sido descubierto. CRISTINA lo mira.)

CRISTINA: ¿Vos me espiás Horacio? ¿Me espiás?

HORACIO: Cristina calmáte. Como vas a decir que yo te espío. 

CRISTINA: A esta altura puedo pensar cualquier cosa de vos.

HORACIO: No tengo tiempo para espiarte Cristina. Aunque quisiera. No tengo tiempo. El trabajo me consume mucho tiempo, vos lo sabés. Los clientes. Las sopapas, limpiarlas, empacarlas. Y después está Mamá. ¿Cómo se te va a ocurrir que yo te espío?

CRISTINA: No sé, uno se piensa que está tranquilo y seguro en su casa y anda a saber...quizás hay algún demente por ahí atrás que te está mirando mientras vos pensás que estas solo ahí en tu intimidad.

HORACIO: Cristina, perdóname que te contradiga, pero eso solo pasa en las películas, o en las novelas, o en las obras de teatro. En las cosas que son ficción. Pero mira que esto es la vida real. Esto que ves es esto que ves.

CRISTINA: Terminála Horacio, terminála. Entre vos y el vecino de enfrente ya completaron la noche.

HORACIO: ¿Qué estás diciendo? La noche no se completó. Nos falta cenar, terminar el vino, tocar otros temas de conversación...

CRISTINA: ¿Otros temas de conversación...? (Silencio. Se miran.)

CRISTINA: ¿Me podés llamar un taxi por favor?

HORACIO: Mirá, escúchame, tomate un poco más de vino que te pusiste muy nerviosa. (le acerca la copa. CRISTINA sigue chorreando agua.)

CRISTINA: ¡No quiero!

HORACIO: Bueno calmáte Cristina, calmáte. Estábamos pasando de lo más bien hasta que empezaste con esta historia del espía y yo que sé. Toma un poco. Toma. Si después de que te calmes te querés ir, la puerta está abierta. Te vas, no hay problema. Pero no te voy a dejar ir en ese estado de alteración. (CRISTINA lo mira y duda. Finalmente toma un poco de vino.) Ahí va, eso es. (CRISTINA vuelve a tomar.) A mí me preocupas Cristina. No te puedo ver así.

CRISTINA: Calláte Horacio. Si querés que me calme cállate por unos minutos.

(HORACIO la mira en silencio. Luego se aleja y camina hasta el armario. Lo abre y busca un vestido de su madre. CRISTINA está sentada dándole la espalda. No ve lo que está haciendo. Horacio encuentra uno medianamente de su talle. Es verde. Con flores. Sin querer deja la puerta del armario entornada. Se pueden ver algunos pétalos blancos de jazmín escapándose de entre la ropa. Horacio avanza y le muestra el vestido.)

HORACIO: Mirá. ¿No es precioso? (CRISTINA lo mira durante unos instantes sin responder. Su pelo sigue chorreando agua.)

CRISTINA: Dios mío, no sé cómo terminé en esta situación.

HORACIO: ¿No me dijiste que no creías en Dios?

CRISTINA: Te dije que no creía en las iglesias que no es lo mismo que no crea en Dios. Pero sí. No creo en Dios tampoco. ¡Fue una expresión Horacio! ¡UNA EXPRESIÓN!

HORACIO: Por mí podes decir lo que te plazca. Yo no juzgo a nadie.

CRISTINA: ¿En qué momento fue que me convenciste de venir a tu casa me podés decir? Porque lo único que nos une es que venís a venderme sopapas una vez cada tanto. No sé qué hago acá.

HORACIO: ¿No te querés poner el vestido de Mamá entonces? porque ese esta todo mojado.

CRISTINA: No. No. No. ¡NO QUIERO PONERME ESE NI NINGUN OTRO VESTIDO!

HORACIO: Bueno calmáte que te estas alterando de nuevo.

CRISTINA: Tráeme una toalla. En lo posible que no sea ni tuya ni de tu madre. Si no es mucho pedir.

HORACIO: Sí, sí, no hay problema. Tengo toallas limpias recién traídas del lavadero.

CRISTINA: Bueno, me alegro.

(HORACIO va hacia el baño y comienza a buscar. CRISTINA se queda unos segundos sola en el comedor. Mira a su alrededor. Vuelve a identificar el particular olor de sus flores preferidas. Se levanta de la silla, camina hasta el armario y los encuentra. Vuelve HORACIO con un gran toallón. Se queda petrificado al ver a CRISTINA con los jazmines en la mano.)

CRISTINA: ¿Horacio, me mentiste?

HORACIO: No, yo...

CRISTINA: Me mentiste. No entiendo por qué pero me mentiste. Y si me mentiste con esta estupidez no se con cuantas cosas más. (Silencio. Se miran. Conteniendo el enojo.) Te agradezco si me llamas un taxi ¡YA! 

HORACIO: ¿Te vas a ir?

CRISTINA: ¿Qué te parece?

HORACIO: Vas a empaparle todo el asiento al taxis... (no termina la frase. La cara de CRISTINA es como para matarlo.) Sí, no hay problema. Te llamo a un taxi. (deja el toallón sobre una silla. Luego va hasta el teléfono y disca. Se lleva el tubo al oído. Espera. Corta. Vuelve a intentar. Se lleva el tubo al oído. Espera. Corta.) Está ocupado. Vamos a tener que esperar un ratito. Capaz podes aprovechar y secarte. Ahí tenés el toallón. Esta limpio. Tiene olor a suavizante. Y no te estoy mintiendo. En la lavandería de al lado usan suavizante con perfume de lavanda. Lo podes corroborar mañana si querés. Abren a las ocho.

CRISTINA: No me interesa si le ponen suavizante de lavanda o Chanel No 5.

HORACIO: No entiendo la comparación pero no importa.

CRISTINA (Irónica): A mí tampoco así que no te preocupes. ¿Podés intentar de nuevo?

HORACIO: Sí, sí. (intenta y sigue ocupado.) Sigue ocupado.

CRISTINA: Si no fuera porque me da miedo salir sola a buscar un taxi en este barrio ya me hubiera ido.

HORACIO: No seas tan estricta conmigo Cristina. Te pedí disculpas. Fue sin querer lo del agua. Un error lo tiene cualquiera.

CRISTINA: No es solo por lo del agua. (Silencio.)

HORACIO: Cristina... (se seca nuevamente el sudor de la frente.) Las flores eran para vos. (CRISTINA lo mira sorprendida.) Lo digo en serio. Pero no me animé a dártelas.

CRISTINA: ¿Y por qué? ¿Preferiste mentirme a qué dármelas? 

HORACIO: Porque tenía miedo de que pensaras que era cursi. 

CRISTINA: Sí, además de mentiroso sos cursi. En eso tenés razón. (Silencio. CRISTINA lo sigue mirando. En su mirada comienza a percibirse un poco de lástima. Quizás lo logre perdonar. HORACIO la mira nervioso.

HORACIO: Ya que vamos a tener que esperar unos minutos más, ¿No querés probar aunque sea algo de lo que cociné?

CRISTINA: Gracias, pero se me fue el hambre, Horacio.

HORACIO: Lo probás. Nada más. Si igual tenés que esperar. Lo del cumplido ya no corre más me parece. Con la confianza que agarramos después de todo esto. ¿No te parece? (CRISTINA no responde. HORACIO sonríe. Luego va hasta el horno y saca una gran fuente plateada con tapa. Un exquisito aroma emana de su interior. Horacio lo inspira. Mientras, CRISTINA toma el toallón y comienza a secarse el pelo.) Mmmm...Qué rico olor. (destapa la fuente).

CRISTINA (Sorprendida): Salmón. ¡¿Hiciste salmón?!

HORACIO: ¿Te gusta? ¡Qué bueno! Es una receta de Mamá.

CRISTINA: ¿Horacio como supiste que me gustaba el salmón? Es una comida muy particular. 

HORACIO: Debe haber sido intuición Cristina. Intuición. (CRISTINA lo mira dudando.)

CRISTINA: Horacio, intentá de nuevo con el taxi por favor. 

HORACIO: Sos perseverante. (repite la misma secuencia de acciones con el teléfono. Mientras, CRISTINA se acerca al salmón y lo huele. Se puede percibir la tentación que tiene de probarlo. Realmente es su plato preferido.) Ocupado de nuevo. Ahora sí. ¡Vas a tener que probar lo que cociné! (le sirve un trozo de salmón. Se sirve él. Luego sirve una tercera porción en un plato aparte. Hablando nuevamente en voz baja.) Es para Mamá. De madrugada siempre le da hambre. (Silencio. Se miran.) Ahora no la quiero despertar. Le cuesta mucho dormirse. Por los dolores. (CRISTINA lo sigue mirando desconfiada. HORACIO se sienta. CRISTINA mira el salmón en su plato. Quiere resistirse pero no puede.) Cristina...probálo. (CRISTINA duda. Pero la tentación es muy fuerte.)

CRISTINA: Está bien, lo voy a probar. (toma el tenedor y prueba el salmón. Lo saborea. Quiere disimular pero realmente HORACIO cocinó exquisitamente.) Está bastante bien, la verdad.

HORACIO (Decepcionado, esperando un comentario más halagador.): ¿Bastante bien...? 

CRISTINA: Sí, sí. Está bien. (Ambos comen. Silencio. Solo se escucha el ruido de los cubiertos que chocan entre sí y contra la cerámica de los platos.)

HORACIO: Decime Cristina...¿como se te dió esto de ser profesora de filosofía?

CRISTINA (Dándole otro bocado.): Es como de familia. Mi madre es profesora. Mi hermana mayor también. No sé. A todas nos gusta pensar.

HORACIO: Mmm... ¿Sabes que tenés cara de profesora de filosofía no? Yo si te viera y no te conociera te reconocería.

CRISTINA: ¿Me reconocerías?

HORACIO: Sí, digo, me daría cuenta que sos profesora de filosofia. Por tus lentes. Tu delgadez. Tu tez blanca. Tu ro...

CRISTINA (Cortándolo): Ya está. Entendí, Horacio. Entendí.

HORACIO (Con un trozo de salmón en la boca.): A mí me gusta mucho la ropa que usás, Cristina. 

CRISTINA: Gracias, Horacio, por el cumplido.

HORACIO: Tenés...no sé...estilo. (CRISTINA se atraganta con el pescado y tose.) ¡¿Cristina, estás bien?! Tomá un poquito de agua. (CRISTINA toma un largo trago de agua. Luego vuelve a toser. Horacio se levanta y se le acerca. Le golpea la espalda.)

CRISTINA (Sacándolo de encima.): Estoy bien Horacio. Estoy bien. (HORACIO se aleja sin dejar de mirarla y vuelve a sentarse. CRISTINA toma más agua.)

HORACIO: ¿Estás bien? ¿Seguro? 

CRISTINA: Estoy bien. (Silencio. CRISTINA lo mira y piensa.) ¿Y a vos por qué se te dio estoo de las sopapas? (HORACIO la mira unos segundos en silencio y sonríe.)

HORACIO: ¿Todavía no te diste cuenta con lo inteligente que sos?

CRISTINA: No. No me di cuenta. Si te molesta que no haya podido adivinar no me contestes.

HORACIO: Lo mío también es de familia. Mi abuelo empezó con el negocio vendiendo sopapas. Las construía el mismo. (se levanta y toma uno de los cuadros colgados en la pared. Lo mira embelesado.) Esta fue la primera sopapa que construyó. Es hermosa...

CRISTINA: Sí. Parece bastante original.

HORACIO: Es única Cristina. Única. Mi abuelo nunca fabricó dos sopapas iguales.

CRISTINA: ¿Deberían de ser muy costosas entonces?

HORACIO: Las diseñaba a medida para cada cliente. Según el tamaño de su baño, de su wáter, de su...Digamos... de sus necesidades.

CRISTINA: Ya veo... ¿Y vos también las construís?

HORACIO: No, Cristina. No. En la época de mi abuelo él tenía un taller. Trabajaba con cada uno de los materiales y les daba forma. La empresa era conocida en todo el país por la originalidad de las sopapas. Incluso hasta llegó a vender al exterior. Eran sopapas de buena calidad. Duraban toda una vida.

CRISTINA: Así que vos heredaste un negocio en esplendor.

HORACIO: No. En realidad no. (Silencio. HORACIO vuelve a colgar el cuadro en la pared.) Después de que murió mi abuelo mi padre se encargó del negocio. Y no era tan buen artesano como su padre. Además los tiempos cambiaron y la gente dejó de necesitar tanto las sopapas.

CRISTINA: ¿Y el taller?

HORACIO: Mi padre lo cerró. A él no le interesaba perder tiempo diseñando sopapas. No le daba la importancia que merecen estos objetos. Decía que era más rápido y menos costoso comprar las partes hechas y ensamblarlas. Todo cambió.

CRISTINA: Bueno... todo cambia, Horacio. No tenés que ponerte mal.

HORACIO: No. Hay cosas que no deberían cambiar, Cristina. Y no se trata de ponerse mal. Mi abuelo creaba una sopapa acorde a cada persona. Cada sopapa tenía una personalidad. Se trata de darle la importancia que se merecen. Las sopapas hoy en día son objetos denigrados.

CRISTINA: Bueno digamos que su función no es muy amigable que digamos...

HORACIO: No estás entendiendo me parece. Con lo sensible que sos, no estas entendiendo. (Silencio. CRISTINA se lleva otro bocado de salmón a la boca.)

CRISTINA: Entonces el taller se cerró y tu padre...

HORACIO (Cortándola): Ya te dije que no quiero hablar de Papá. Es algo muy íntimo que preferiría fuera tema de conversación para un futuro encuentro. No me siento con la confianza suficiente. Ya te dije que él se fue. (toma toda la copa de vino y se sirve más.)

CRISTINA: Está bien. No hablemos de...digo... así que supongo que vos te quedaste con los clientes y... 

HORACIO: Sí. Suponés bien. Yo me quedé con algunos clientes.

CRISTINA: ¿Y te encargás solamente de vender? (Silencio. HORACIO la mira seriamente.)

HORACIO (Ofendido): ¿Solamente? ¿Solamente Cristina? Ser vendedor de sopapas es un oficio que implica muchas cosas. La sopapa es un objeto casi en extinción en estos tiempos. Es una responsabilidad muy grande.

CRISTINA (Ya harta de la situación.): Bueno, perdón Horacio, perdón si te ofendí. Estoy tratando hace quince minutos de intentar encontrar una razón para no irme dando un portazo. Pero no me estas ayudando a encontrar ninguna.

HORACIO: ¿No te gusta que te digan las cosas como son? ¿Es eso? ¿No te gusta que te contradigan?

CRISTINA: ¿Pero que decís?

HORACIO: La verdad. Pero parece que te molesta.

CRISTINA: Vos estás loco. Debo ser la única retardada que viene a comer contigo acá. Sí, y la verdad es que está bien usado el termino para este caso. SOY UNA RETARDADA, HORACIO.

HORACIO: Preferiría que no me dijeras esas cosas.

CRISTINA: ¿A vos tampoco te gusta que te digan la verdad entonces?

HORACIO: Me estás diciendo eso porque estas enojada por lo del sifón de agua y por lo de las flores. Sino no me lo dirías. Yo te conozco. No me lo dirías.

CRISTINA (Levantando la voz.): ¡Es la verdad! ¡Te lo digo porque es verdad! Lo que no es verdad es que me conozcas.

HORACIO: Te conozco, sí. Más de lo que vos te imaginás. (Silencio. CRISTINA lo mira con miedo.)

CRISTINA: Capaz tenés razón entonces. Acá la que no te conoce me parece que soy yo.

(Silencio. Tensión en el ambiente.)

HORACIO: Me podrías conocer si quisieras.

CRISTINA: ¿Querés que te conozca? ¿Querés mostrarme quien sos de verdad? ¿Es eso lo que me estás diciendo? (HORACIO no contesta.) Dejáme ver a tu madre.

HORACIO: No. Te dije que Mamá quiere dormir.

CRISTINA: Quiero ver a tu madre Horacio. La voy a destapar. (se levanta abruptamente y va hacia la cama. HORACIO la toma fuertemente del brazo impidiendo que levante la colcha y la mira a los ojos.)

HORACIO: No.

CRISTINA: Solo quiero verle la cara. No la voy a despertar. (HORACIO le aprieta fuertemente el brazo.)

HORACIO: Se acabó el tema con Mamá. No me quiero enojar contigo. No quiero. Vamos a sentarnos y a terminar el vino. (la aleja de la cama y la acerca a su silla.)

CRISTINA: ¿Qué pasa con tu madre, Horacio? (Silencio)

HORACIO: Nada, Cristina. Nada.

CRISTINA: ¡Decime qué es lo que pasa con tu madre! (Se miran. HORACIO no responde. CRISTINA mira hacia la puerta.) Me voy, Horacio. (comienza a ponerse el saco.)

HORACIO: ¿Qué? No, no te vayas. (la toma de la mano nuevamente.)

CRISTINA: Soltáme. Me voy. (HORACIO no la suelta.) ¡Te dije que me sueltes! (se suelta de un tirón.)

HORACIO: ¿Es por lo de Mamá? ¿Es por eso? No la puedo desper...

CRISTINA: Es por todo, Horacio. No debería haber venido.

HORACIO: Pero nos falta comer el postre todavía. Hice el postrecito de frutillas que tanto te gusta. Al final la encontré. La receta. La encontré.

CRISTINA: No te voy a preguntar de donde la sacaste porque la respuesta seguro no me va a gustar. (comienza a ponerse los guantes.)

HORACIO (Desesperado): Te la hice para vos, Cristina. Cociné toda la noche.

CRISTINA: Perdonáme, pero no me siento bien.

HORACIO: ¿Te cayó algo mal? ¿Querés una aspirina? Decime. Acá tenemos muchos remedios. Con Mamá esto es como una farmacia.

CRISTINA: No quiero ningún remedio. Me voy porque no me siento cómoda en esta casa. (avanza hacia la puerta, intenta abrirla pero se da cuenta que está trancada. Se queda tiesa de espaldas a HORACIO. Luego gira lentamente y lo mira.) La puerta, Horacio. (Silencio)

CRISTINA: No abre. 

HORACIO: La tranqué. 

CRISTINA: Abrime. (Silencio. Se miran fijamente.)

HORACIO: No te puedo dejar ir. Todavía no comimos el postre.

CRISTINA (Enfurecida) No voy a comer ningún postre. ¡Abrime la puerta!

HORACIO: No, Cristina. Te estás alterando. No me gusta cómo me estás hablando. CRISTINA: ¡Entonces abrime! (HORACIO la mira fijamente sin moverse. CRISTINA mira el teléfono sobre la repisa y va rápidamente hacia él. Levanta el tubo y se lo lleva al oído. No hay tono. Busca el cable y se da cuenta que está cortado.)

CRISTINA: Horacio... (Las manos le tiemblan.) Cortaste el teléfono. (Silencio)

HORACIO: Todavía no comimos el postre. (CRISTINA duda un segundo y luego toma rápidamente uno de los cuadros colgantes con vidrio de la pared. También toma lo primero que ve del escurridor de platos. Un palo de amasar.)

CRISTINA: Si no me abrís la puerta lo hago añicos. 

HORACIO: ¡No Cristina! Esperá... (intenta acercarse. CRISTINA lo interrumpe.)

CRISTINA: Ni se te ocurra dar un paso más.

HORACIO: Cristina, el cuadro. Sabes lo que significa para mí.

CRISTINA: Las llaves, Horacio. Me importa una mierda esta sopapa enmarcada. Si no me das las llaves ya podes ir pensando que vas a poner en la pared.

HORACIO: ¡Es la primera, Cristina, la primera! Es la única foto que tengo.

CRISTINA: Vos y tu madre están enfermos. Bueno, si a eso se le puede llamar madre. Debe ser por eso que tu padre se fue. Que tu padre los dejó.

HORACIO: Ya te dije que no quiero hablar de mi padre.

CRISTINA: Voy a hablar de lo que quiera. Tu padre seguramente se pudrió acá adentro como me pudrí yo aguantándote toda la noche. Se asfixió. Toda esta historia de fabricar sopapas, vender sopapas. 

HORACIO: Cristina lo que estás diciendo me está lastimando.

CRISTINA: Ya no me importa lo que te estoy diciendo porque ya no me das lastima Horacio. Ya no te voy a abrir más la reja de mi casa solo para dejarte pasar e intercambiar contigo unas palabras, escuchándote y haciéndote creer que me interesa saber de qué están hechas estas porquerías. Lo hacía por lástima. ¿Sabés lo que es eso? (HORACIO llora.)

HORACIO: Cristina...

CRISTINA: Sí. Llorá Horacio, llorá. No me importa. (HORACIO intenta acercarse.)

CRISTINA: Ni se te ocurra. (Toma impulso con la mano para darle un golpe al cuadro con el palo de amasar.) En mi casa no se usan las sopapas. Todas las que te compré te las compré porque me daba pena verte llegar con el mismo bolsito verde de siempre. El uniforme. Los zapatos mojados. Pero no te quiero ver más. Me vas a tirar las llaves desde ahí donde estas. Voy a salir por esta puerta. Y no vas a volver nunca más a tocarme timbre. ¿Me escuchaste? (HORACIO sigue llorando sin responder.) ¡¿Me escuchaste?! ¡Respondéme enfermo, respondéme! (HORACIO no responde.) Seguramente tu padre ahora debe estar en un lugar mejor. Se pudo alejar de todo esto. De tu madre, de las porquerías estas de las sopapas, del vecino discapacitado de enfrente. Y de vos Horacio. De vos. Contigo al lado no se puede construir nada coherente. Nada que valga la pena. (HORACIO la mira durante unos segundos. CRISTINA sigue sosteniendo el cuadro de vidrio y el palo de amasar. HORACIO se lleva una mano al bolsillo y saca un juego de llaves.)

CRISTINA: Tirálas.

HORACIO: Esperá un poquito. Si aguantaste toda la noche podes aguantar un minuto más. (se arrodilla, mete la mano debajo de la cama y saca un libro.) ¿Te acordás aquella tarde que llovía, que pasé por tu casa, que me ofreciste un té caliente y me estuviste hablando de la importancia de la filosofía? (Silencio. CRISTINA no responde.)

Bueno, no hace falta igual que respondas. Yo sé que te acordás. Cuando te dije que no conocía a Nietzche. O como sea que se pronuncie. Te sorprendiste: “¡¿No conocés a Nietzche?! ¡¿No lo conocés?! ¡¿En serio no sabes quién es?!” Como si no pudiera seguir viviendo sin conocer a ese hombre. Porque supuse que era un hombre. No. No sé quién es. Pero me hiciste sentir tan tan mal que después de hablar contigo en el porche de tu casa fui a la primera librería que encontré y me compré un libro de Nietzche. (mira el libro.) Más allá del bien y el mal. (se ríe y se lo tira a CRISTINA.) El muchacho de la librería me dijo que podía empezar con este. Ahí tenés. No pude llegar ni a terminar la primera página. No entendí nada. Y mirá que lo intenté. Regaláselo a alguno de tus alumnos. De los que seguro les va a cambiar la vida si leen a este hombre. El otro día en la radio escuché a un hombre hablando en un programa que decía que todos los seres vivos estamos hechos de lo mismo. De carbono. Pero vos y yo seguro que estamos hechos de cosas diferentes. Seguro Cristina. (Se miran fijamente. A CRISTINA le tiemblan las manos. Tiene apretada la mandíbula. Intenta frenar el llanto que se le desborda. Horacio le tira las llaves. CRISTINA sin dejar de mirarlo se agacha lentamente y las recoge. Se acerca a la puerta. La abre sin darle jamás la espalda.)

CRISTINA: ¿Cómo me dijiste que se llamaba el negocio? (HORACIO la mira pero no responde. Silencio. Suenan las campanas de la iglesia afuera. Después de unos segundos CRISTINA se agacha lentamente y deja el cuadro junto a la puerta. También deja el palo de amasar. Lo mira por última vez y sale. Sale como no quiso salir jamás. Dando un portazo. Corre. Se escuchan sus tacones sobre la cerámica del corredor. Se alejan. Se mezclan con el sonido de las campanas. Ya no se distingue uno de otro. Porque están hechos de lo mismo. Todas las cosas en este mundo están hechas de lo mismo. Y ese único sonido se interrumpe con el estruendo de la bandeja plateada que se estrella contra la puerta. Sin duda HORACIO tiene fuerza. Y cuando no se contiene es muy impulsivo. Ahora el salmón también está distribuido por la habitación. No tan armónicamente como las sopapas pero digamos que también. Distribución sin premeditación. Ahora hasta el espectador puede olerlo. No sé si el aroma llegará hasta el vecino de enfrente. Pero sin duda el olor ha inundado por lo menos esta escena.)

HORACIO (Mirando hacia la puerta, estupefacto.): Nunca te dije como se llamaba Cristina. Nunca te dije. No me estabas escuchando. No me estuviste escuchando en todo este tiempo. (Silencio) Mancuso. El negocio se llama Mancuso. Mi abuelo le puso ese nombre porque era el apellido de la primer persona que le compró una sopapa. Quién sabe si ese hombre supo que su apellido le dio origen a esta gran empresa. Quién sabe si ese hombre sabe que es responsable de que ahora te hayas ido. Dando un portazo. No importa que ahora no me estés escuchando Cristina. Podes irte. Lejos. No creo que seas más bienvenida en esta casa. Creo que nunca entendiste lo que estuve tratando de decirte. Ahora ya no importa. Podes irte. A leer tus libros de filosofía que solo vos entendés. Y que solo a vos te importan. (mira la mesa y se da cuenta de que CRISTINA dejó olvidado el pañuelo azul que traía puesto. Está empapado. Se lo sacó reaccionado al efecto del sifón de agua. Vuelve a mirar hacia la puerta.) Me hubiera gustado abrazarte Cristina. Sacarte este pañuelo azul que traías puesto. Respirar en tu cuello caliente. Y besarte. Quedarme con tu perfume transpirado y blanco. Pero si te hubiera dicho esto en la mesa mientras comíamos seguro me decías que era un pervertido. Hay cosas que no se pueden decir. Que no se dicen nunca. Aunque sean verdad, no se dicen nunca. Es lo que no entendiste. No lo entendiste Cristina. (deja el pañuelo en la mesa. Se levanta de la silla. Mira con impasible tranquilidad el desorden del apartamento. No le importa. Ya nada le importa. Se acerca a la heladera pisando los trozos de salmón caídos en el piso. La abre. Saca una botella con leche. Bebe. Camina hacia el baño. Mientras, se va desprendiendo la camisa. Entra al baño. Vuelve a encenderse la radio. Y el espectador ya no puede ver lo que hace.)

THE OBSERVER vuelve a abrir la ventana y entra en la casa. Mira hacia el baño. Mira al público.

THE OBSERVER: No se preocupen. Horacio tarda exactamente cuatro minutos treinta y cinco segundos en higienizarse antes de dormir. Tiempo de sobra para tomar otro escocés. Y la madre, estamos de acuerdo que...Estamos de acuerdo. (THE OBSERVER vuelve a tomar un vaso del escurridor y repite el mismo procedimiento que al inicio. Mecánicamente. Diríamos que casi mecánicamente. Pero no toma ninguna silla. Se recuesta sobre la mesa. Mira hacia la ventana. Luego mira al público.) Digamos que es una causalidad excepcional del destino que estos dos seres vivan cercanos entre si separados tan solo por un pozo de aire. Digo, refiriéndome al espécimen de enfrente. Y doblemente excepcional es que se conozcan. La historia del vecino retardado de la torre de enfrente es interesantísima. Realmente. Interesantísima. Pero la dejamos para otra oportunidad. Para otra. Se me acaba el tiempo. (levanta con su dedo índice un trozo de salmón caído sobre el borde de un vaso. Se lo introduce a la boca. Lo saborea.) Exquisito. (Se relame el dedo. Mira al público). Cristina se fue. Y su huida confirma la naturaleza de Horacio. Su soledad. Su secreto. Su vacío. Solo quedan las sopapas. Me hubiera gustado colaborar un poco más claro está. Cristina me caía bien. Pero en el destino de Horacio ella no es más que un deseo. Un accesorio. Una excusa. Era inevitable que se fuera. Era inevitable. No se puede interferir demasiado. Sobre todo retener lo que tiene que irse. Por eso observamos el tiempo. Solo para encausar lo que se desvía. Todo lo demás tiene sus consecuencias. Toda interferencia innecesaria tiene sus consecuencias. (Toma de un trago todo lo que queda en el vaso de whisky). Buenas noches. Sería trágico que Horacio me viera. Además todavía tengo trabajo. (vuelve a enjuagar el vaso, lo deja en el escurridor. Abre la puerta y antes de salir mira el público.) Sé que mi identidad puede resultar inexplicable.

Pero hay que aceptar que lo real es solo una cuestión de percepción. Solo eso. (cierra la puerta. HORACIO sale del baño arreglándose el calzoncillos. Lleva una musculosa blanca. Mira extrañado hacia la puerta. Cree haber escuchado un ruido. Se acerca al tocadiscos. Saca el disco que está puesto y coloca otro. Se acerca a la cama y prende la veladora. Luego apaga la luz de la lámpara colgante. Comienza a sonar en el tocadiscos “Le mal du pays” de Liszt. Luego abre la cama marinera de abajo. Extiende las sabanas delicadamente. Se acuesta en ella y mira hacia la puerta pensativo. Durante unos segundos. Luego se levanta. Mira el bulto que se extiende en la cama de arriba. Levanta las sabanas e introduce su cuerpo por debajo de ellas como formando cucharita. Solo se ve su cabeza.)

HORACIO: Mamá. Tenías razón. Hay cosas que no se sustituyen. Que no se sustituyen nunca. No me puedo dormir. Un ratito. Dejáme nada más un ratito. (Apaga la veladora.) Hasta mañana Mamá. Hasta mañana.

La música de Liszt comienza a desvanecerse y a fundirse en la oscuridad de la habitación. Solo un pequeño resplandor proveniente de la ventana abierta ilumina el interior. Ilumina el célebre cuadro colgante. Ilumina el recuerdo de aquella sopapa que le dio un motivo a Horacio para existir. Con eso alcanza. Con eso al menos a mí, me alcanza.



Analía Torres Herrera (Montevideo, 1983) es dramaturga, directora, actriz y docente, egresada de la Carrera de Actuación de la EMAD y Licenciada en Ciencias de la Comunicación. En 2007 crea, junto con otros artistas, el colectivo Efímero Teatral (IG: efimeroteatral) donde trabaja en la investigación y creación escénica, montando espectáculos en salas y en espacios no convencionales. Se formó como dramaturga en la Royal Court Theatre. Ha dirigido y escrito varias obras, recibiendo premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional, como el Concurso La Tempestad (Chile), Concurso J. C. Onetti, COFONTE, Premios Nacionales de Literatura del MEC, Iberescena, Fondo de estímulo para la creación y formación artística (FEFCA). Cuenta con dos publicaciones impresas: Mancuso y Shejitá. Su último proyecto dramatúrgico/escénico es Este mundo frágil e idiota tiene ganas de llorar. Actualmente trabaja como coordinadora de la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia (EMAD-UDELAR) y es docente de dramaturgia en talleres privados.


Sus textos se pueden descargar en www.dramaturgiauruguaya.uy.

Eugene O´Neill, Antes del desayuno (dramaturgo estadounidense, siglo XX) -No va para Medicina 2 y Agronomía-

 



Antes del desayuno –  Eugenio O’Neill

Escenario: Una pequeña habitación que sirve a un tiempo de cocina y comedor en un departamento de la calle Christopher, en Nueva York. A foro, una puerta que lleva al vestíbulo. A la izquierda de la puerta, una pileta y una cocina de gas de dos mecheros. Más allá de la cocina y hacia la pared de la izquierda, un armario de madera para platos, etcétera. A la izquierda, dos ventanas que dan sobre una escalera de emergencia, donde varias plantas en sus tiestos agonizan en el abandono. Delante de las ventanas, una mesa cubierta con un hule. Dos sillas con asiento de caña junto a la mesa. Otra contra la pared,  a la derecha de la puerta del foro.  En la pared de la derecha, foro, una puerta que lleva a la alcoba. Más adelante, diversas prendas de vestir de hombre y de mujer prenden de unas clavijas. Desde el rincón de la izquierda, foro, hasta la pared de la derecha, primer término, hay tendida una cuerda con ropa. Son aproximadamente las ocho y media de la mañana de un día hermoso y lleno de sol, a comienzos de otoño. La señora Rowland viene de la alcoba, bostezando, dando aún los últimos toques a su desaliñado tocado, insertando horquillas en su cabello, recogido en pardusca masa en lo alto de su cabeza redonda. Es de mediana estatura y propensa a una gordura sin líneas, acentuada por su vestido azul deformado, humilde y raído. Su rostro es impersonal, de facciones pequeñas y regulares y ojos extrañamente azules. En sus ojos, su nariz y su boca débil y rencorosa, hay una expresión atormentada. Tiene poco más de veinte años, pero parece mucho mayor. Llega al centro de la habitación y bosteza, desperezándose. Sus soñolientos ojos se pasean absortos por todo lo que la rodea, con la irritación propia de aquel para quien un largo sueño no ha significado un largo descanso. Va con aire cansado hacia la ropa que cuelga a la derecha y descuelga un delantal. Se lo ciñe a la cintura, dejando escapar un “maldito sea” cuando el nudo no obedece a sus torpes dedos. Por fin consigue atarlo y va lentamente hacia la cocina a gas y enciende uno de los mecheros. Llena la cafetera en la pileta y la pone sobre la llama. Luego se desploma en una silla que está junto a la mesa y se pone una mano sobre la frente, como si le doliera la cabeza. De pronto su rostro se ilumina como si recordara algo y mira el armario de los platos; luego dirige una penetrante mirada hacia la puerta del dormitorio y escucha atentamente durante unos instantes. 
SRA. ROWLAND (en voz baja) - ¡Alfredo! ¡Alfredo! (del cuarto contiguo no llega respuesta alguna y la señora Rowland prosigue con tono desconfiado, alzando la voz) No tienes que fingir que estás dormido. (De la alcoba no llega la menor respuesta y la señora Rowland, tranquilizada, se levanta y va cautelosamente hacia el armario. Abre con lentitud una de las puertas, cuidando mucho de no hacer ruido y saca de su escondite detrás de los platos una botella de ginebra Gordon y un vaso. Al hacerlo, mueve el plato de arriba, que tintinea levemente. Al oír esto, la señora Rowland sufre un sobresalto culpable y mira con malhumorado desafío la puerta del cuarto contiguo. Con la voz trémula:) ¡Alfredo! (Después de una pausa, durante la cual trata de percibir algún sonido, toma el vaso y se sirve una buena cantidad de ginebra y lo apura; luego, precipitadamente, repone la botella y el vaso en su escondite. Cierra el armario con el mismo cuidado con que lo ha abierto y con un gran suspiro de alivio se deja caer nuevamente en su silla. La gran dosis de alcohol le ha causado un efecto casi inmediato. Sus facciones se vuelven más animadas, parece cobrar energías y mira la puerta de la alcoba con una sonrisa dura y vengativa. Sus ojos pasean una rápida mirada por la habitación y se posan sobre un saco y un chaleco de hombre que penden a la derecha. Se encamina cautelosamente hacia la puerta abierta y se detiene allí, sin que la vea el que está adentro, y escucha, tratando de sorprender algún movimiento.) (Llamando, casi en un susurro) ¡Alfredo! (Nuevamente, no hay respuestas. Con ágil movimiento, la señora Rowland descuelga el saco y el chaleco y vuelve con ellos a su silla. Se sienta y saca los diversos objetos que contiene cada bolsillo, pero los reintegra rápidamente a su sitio. Por fin, en el bolsillo interior del chaleco encuentra una carta) (Mirando la letra se dice lentamente) Lo sabía. (Abre la carta y la lee. En el primer momento, su expresión revela odio e ira, pero a medida que avanza en la lectura hasta acabarla se trueca en triunfante malignidad. Durante un instante queda muy pensativa. Luego vuelve a poner la carta en el bolsillo del chaleco, y, cuidando aún de no despertar al durmiente, cuelga nuevamente las pendas en la misma clavija, va hacia la puerta de la alcoba y atisba.) (Con voz sonora y chillona) ¡Alfredo! (Más fuerte) ¡Alfredo! (Del cuarto contiguo llega un gemido ahogado que se confunde con un bostezo) ¿No te parece que ya es hora de levantarte? ¿Piensas quedarte en cama todo el día? (Volviéndose y regresando a su silla) Ya sé que eres lo suficientemente haragán para pasarte la vida en la cama. (Se sienta, mira por la ventana y dice, con irritación) ¿Qué hora será? Ya no podemos saberlo desde que empeñaste estúpidamente tu reloj. Era el último objeto de valor que teníamos, y lo sabías. Sólo has pensado en empeñar, empeñar, empeñar… Cualquier cosa con tal de alejar la hora de buscar empleo, cualquier cosa con tal de no trabajar como un hombre. (Golpea el suelo con el pie nerviosamente, mordiéndose los labios) (Después de una breve pausa) ¡Alfredo! Levántate… ¿Me oyes? Quiero hacer esa cama antes de salir. Estoy harta de que esto esté en desorden por tu culpa. (Con cierta vengativa satisfacción) Y por cierto que no podremos quedarnos mucho tiempo aquí, a menos que consigas dinero en alguna parte. Dios sabe que yo hago lo mío – y más aún – yendo a coser a domicilio todos los días, mientras tú haces el caballero y holgazaneas por las tabernas con ese hato de inútiles artistas del Square. (Breve pausa, durante la cual la señora Rowland juega nerviosamente con una taza y un platito que están sobre la mesa). ¿Y dónde conseguirán dinero, quisiera saber yo? En esta semana tenemos que pagar el alquiler, y ya sabes cómo es el dueño de casa. No nos dejará vivir aquí un solo minuto más si no le pagamos puntualmente. Dices que no puedes conseguir trabajo. Eso es mentira, y tú lo sabes. Nunca lo buscaste, siquiera. Te pasas los días vagabundeando por ahí, escribiendo poemas y cuentos estúpidos que nadie quiere comprar… y me explico que no quieran comprarlos. Pero advierto que yo siempre puedo conseguir trabajo y lo consigo; y sólo eso nos salva de morirnos de hambre. (Se levanta y va hacia la cocina, mira la cafetera para ver si el agua hierve y vuelve y se sienta.) Hoy tendrás que conseguir dinero en alguna parte. Yo no puedo hacerlo todo y no lo haré. Tienes que recobrar el sentido común. Tienes que pedirlo, mendigarlo o robarlo donde sea (Con desdeñosa risa) Pero… ¿dónde, quisiera yo saber? Eres demasiado orgulloso para mendigar y has pedido ya todos los préstamos posibles, y no tienes valor para robar. (Después de una pausa, levantándose irritada) ¡Por amor de Dios! ¿No te has levantado todavía? Es muy propio de ti eso de volverte a dormir, o de fingirlo. (Va hacia la puerta del dormitorio y atisba) ¡Ah, te has levantado! Bueno, ya era hora. No tienes por qué mirarme así. Tus desplantes no me engañan, ya. Te conozco demasiado… mejor de lo que supones… a ti y a tus andanzas. (Alejándose de la puerta, con tono significativo) Conozco un montón de cosas, querido. Ahora no te preocupes de lo que sé. Te lo diré antes de irme, no te aflijas. (Va hacia el centro del aposento y se detiene allí, frunciendo el ceño) (Con tono irritado) ¡Hum! ¡Supongo que más vale preparar el desayuno… y no porque haya mucho que preparar! (Con tono de interrogación) Salvo que tengas algún dinero… (Hace una pausa esperando una respuesta del cuarto contiguo, que no llega) ¡Qué pregunta estúpida! (Con dura risita) A estas horas, yo debiera conocerte mejor ya. Cuando te fuiste anoche tan malhumorado, me imaginé qué pasaría. No se te puede tener la menor confianza. ¡En lindo estado viniste a casa! Nuestra riña sólo te sirvió de pretexto para mostrarte bestial. ¿De qué te valió empeñar el reloj si sólo querías dinero para derrocharlo en whisky? (Va hacia el armario y saca platos, tazas, etcétera, mientras habla.) ¡Apresúrate! Últimamente, gracias a ti, no tardo mucho en preparar el desayuno. Esta mañana sólo tenemos pan, manteca y café: y ni siquiera tendrías eso si yo no me estropeara los dedos cosiendo. El pan está duro. Supongo que te gustará. Tú no te mereces nada mejor, pero no veo por qué he de sufrir yo. (Yendo hacia la cocina de gas) El café dentro de un momento, y no esperes que te lo sirva. (Repentinamente, con violenta ira) ¿Qué diablos estás haciendo ahora? (Va hacia la puerta y atisba) Bueno, por lo menos estás casi vestido. Creí que te habías metido en la cama de nuevo. Eso sería muy propio de ti. ¡Qué aspecto horrible tienes esta mañana! ¡Aféitate, por amor de Dios! ¡Estás repulsivo! Pareces un vagabundo. Por algo nadie quiere darte empleo. No los culpo… Tu aspecto no es ni aun medianamente decente. (Va hacia la cocina de gas) Aquí hay mucha agua caliente. No tienes la menor excusa. (Toma un tazón y vierte en él un poco de agua de la cafetera) Toma (Él tiende la mano en procura del tazón. Se ve una mano sensible, de finos dedos, que tiembla, y parte del agua se derrama sobre el piso.) (La señora Rowland, con tono insultante) ¡Mira cómo te tiembla la mano! Más vale que abandones la bebida. No puedes soportarla. Los hombres como tú son los mejores candidatos al delirium tremens. ¡Eso sería la gota que hace desbordar el vaso!(Mirando el piso)  Mira cómo has dejado el piso… hay colillas y cenizas en toda la habitación. ¿Por qué no los tiraste sobre el plato? No, no serías lo bastante considerado para hacerlo. Nunca piensas en mí. Tú no tienes que barrer la habitación, y eso es todo lo que te importa. (Toma la escoba y empieza a barrer malignamente, levantando una nube de polvo. De las habitaciones interiores llega el rumor de una navaja de afeitar que afilan) (Barriendo) ¡Apresúrate! Ya debe ser casi hora de que me vaya. Si llegara tarde, me expondría a perder mi empleo y entonces ya no te podría seguir manteniendo. (Y al ocurrírsele algo más, agrega sarcásticamente) Y entonces, tendrías que trabajar o hacer alguna cosa horrible de esa especie. (Barriendo debajo de la mesa.) Lo que quiero saber es si buscarás hoy trabajo o no. Sabes que tu familia no nos seguirá ayudando. También ellos ya están hartos de ti. (Después de barrer en silencio durante unos instantes) Estoy cansada de toda esta vida. Ganas me dan de irme a casa, pero soy demasiado orgullosa para permitir que te sepan un fracasado… a ti, el hijo único del millonario Rowland, el egresado de Harvard, el poeta, el hombre notable del pueblo… ¡Bah! (Con amargura) No serían muchas las que me envidiarían mi hombre notable si supieran la verdad. Me gustaría saber una cosa… ¿Qué ha sido nuestro matrimonio? Aun antes de que tu padre millonario muriera debiéndole dinero a todo el mundo, nunca derrochaste un solo minuto a tu esposa. Supongo que, a tu entender, yo debía darme por satisfecha con tu honorable actitud al casarte conmigo… después de haberme puesto en dificultades. Yo te avergonzaba ante tus refinados amigos porque mi padre sólo es un almacenero, eso es lo cierto. Por lo menos es un hombre honrado, y tú no podrías decir lo mismo del tuyo. (Sigue barriendo enérgicamente hacia la puerta. Se apoya sobre su escoba por un momento) Suponías que todos creerían que te habías visto obligado a casarte conmigo y te compadecerían… ¿verdad? No vacilaste mucho para decirme que me querías y para hacerme creer en tus mentiras antes de que sucediera aquello… ¿no es cierto? Me hiciste suponer que no querías que tu padre me sobornara, como trató de hacerlo. Pero ya sé a qué atenerme. Por algo he vivido tanto tiempo contigo. (Sombríamente) Es una suerte que nuestro pobre hijo naciera muerto, después de todo… ¡Qué padre hubieras sido! (Permanece en silencio y cavilando hoscamente durante un instante, y luego prosigue con una suerte de salvaje alegría) Pero no soy la única que tiene que agradecerte su desdicha. Hay, por lo menos, otra y esa no puede tener esperanzas de casarse contigo ahora. (Asoma la cabeza al cuarto contiguo) ¿Qué me dices de Elena? (Retrocede del vano de la puerta con un sobresalto, algo asustada) ¡No me mires así! Sí, he leído esa carta. ¿Y qué? Tenía derecho a leerla. Soy tu esposa. Y sé todo lo que hay que saber, de modo que no me mientas. No tienes por qué mirarme así. Ya no podrás intimidarme con esos aires de hombre superior. Si no fuese por mí, te irías sin desayunarte esta mañana. (Va hacia la cocina de gas y echa café en la cafetera)  El café está listo. No te esperaré. (Vuelve a sentarse) (Después de una pausa, llevándose la mano a la cabeza, malhumorada) ¡Cómo me duele la cabeza esta mañana! Es una vergüenza que deba irme a trabajar todo el día en una habitación asfixiante, en este estado. Y no iría si fueras un hombre. Debiera ser yo quien pasara el día tendida en la cama, y no tú. Bien sabes lo enferma que he estado en este último año; y, sin embargo, cuando tomo alguna pequeñez para levantarme el ánimo, me lo echas en la cara. Ni siquiera quisiste dejarme tomar ese tónico que compré en la farmacia. (Con risa cruel) Sé que alegraría verme muerta y que no te estorbara; entonces podrías correr detrás de esas muchachas estúpidas que te creen maravilloso e incomprendido… Esa Elena y las demás. (Del cuarto contiguo llega una aguda exclamación de dolor) (Con satisfacción) ¡Claro! ¡Ya sabía yo que te cortarías! Eso te servirá de lección. Bien sabes que no debes pasarte las noches vagabundeando por ahí y bebiendo, con tus nervios en tan deplorables condiciones. (Va hacia la puerta y se asoma a la otra habitación) ¿Por qué estás tan pálido? ¿Por qué te miras así, fijamente, en el espejo? ¡Por amor de Dios! ¡Quítate esa sangre de la cara! (Con escalofrío) Es horrible. (Con tono de alivio) Bueno, ya estás mejor. Nunca he podido soportar el espectáculo de la sangre. (Se aparta un poco de la puerta) Más vale que renuncies a afeitarte solo y vayas a una peluquería. Tu mano tiembla horriblemente. ¿Por qué me miras así? (Se aleja de la puerta) ¿Todavía estás furioso conmigo a causa de la carta? (Desafiante) Pues yo tenía derecho a leerla. Soy tu esposa. (Va hacia la silla y vuelve a sentarse. Después de una pausa) Hace tiempo que estoy enterada de que tienes una aventura. Tus débiles pretextos de que te pasabas el tiempo en la biblioteca no me engañaron. Y, después de todo… ¿quién es esa Elena? ¿Una de esas artistas? ¿O también escribe poemas? A juzgar por su carta, lo parece. Apostaría a que te dijo que tus cosas eran lo mejor que se había escrito en el mundo, y que te lo creíste como un imbécil. ¿Es joven y linda? También yo era joven y linda cuando me engañaste con tu hermosa palabrería poética; pero la vida contigo la consume pronto a cualquiera. ¡Las que he pasado! (Va hacia la cocina de gas y retira el café)  El desayuno está listo. (Con una mirada de desdén) Se te enfriará el café. ¿Qué estás haciendo? ¿Afeitándote, todavía? ¡Por amor de Dios! Más vale que renuncies a eso. Una de estas mañanas te harás un buen tajo. (Se corta pan y lo unta con manteca. Durante los párrafos siguientes, come y bebe su café) Tendré que irme corriendo apenas concluya de comer. Uno de nosotros tiene que trabajar. (Irritada) ¿Vas a buscar trabajo hoy o no? Seguramente, alguno de tus refinados amigos te ayudaría si te creyera realmente tan talentoso. Pero supongo que todos ellos prefieren oírte hablar. (Se queda sentada en silencio durante un momento) Lo siento por esa Elena, sea quien sea. ¿No tienes ninguna consideración por los demás? ¿Qué dirá su familia? Veo que ella la menciona en su carta. ¿Qué hará? ¿Alumbrar al niño… o ir a ver a uno de esos médicos? Linda situación, hay que confesarlo. ¿Dónde conseguiría el dinero? ¿Es rica? (Espera alguna respuesta a esta andanada de preguntas) Hum… No me dirás nada sobre ésa… ¿verdad? ¡Tanto me da! Después de todo, no lo lamento por ella. Sabía qué estaba haciendo. A juzgar por su carta, no es una colegiala como lo era yo. ¿Sabe que estás casado? Claro que debe saberlo. Todos tus amigos están enterados de tu infortunado matrimonio. Sé que te compadecen, pero no conocen mi versión del asunto. Hablarían de otro modo si la conociesen. (Está demasiado ocupada comiendo para seguir hablando, durante un segundo o dos.) Esa Elena debe ser una buena pieza, si sabe que eres casado. ¿Qué esperaba? ¿Qué yo te concediera el divorcio y te dejara casarte con ella? ¿Cree que soy lo bastante chiflada para eso… después de todas las que me hiciste pasar? ¡Por cierto que no! Y tu no podrías conseguir el divorcio de mí y bien lo sabes. Nadie podrá decir jamás que yo he hecho algo malo (Apura el resto de su café) Ella merece sufrir, es todo lo que puedo decirte. Te diré lo que pienso: creo que tu Elena no pasa de ser una vulgar trotacalles. Esa es mi opinión. (Del cuarto contiguo llega un sofocado gemido.) ¿Has vuelto a cortarte? Bien merecido lo tienes. (Se levanta y se quita el delantal) Bueno, tengo que irme sin demora. (Malhumorada) ¡Vaya una vida la que llevo! No soportaré por más tiempo tu haraganería.  (Oye algo y hace una pausa, escuchando atentamente)  ¡Eso es! ¡Has volcado toda el agua! No digas que no. La oigo gotear por el piso. (Una vaga aprensión aparece en su rostro) ¡Alfredo! ¿Por qué no contestas? (Va lentamente hacia la otra habitación. Se oye caer una silla y algo que se desploma pesadamente en el suelo. La señora Rowland se detiene, temblando de pánico, y exclama:) 
¡Alfredo! ¡Alfredo! ¡Contéstame! ¿Qué has hecho caer? ¿Estás borracho, todavía? (Incapaz de soportar la tensión ni por un momento más, se lanza hacia la puerta del dormitorio.) ¡Alfredo! (Se detiene en el umbral, mirando el suelo del cuarto interior transfigurada de horror. Luego lanza un salvaje alarido y corre hacia la puerta, hace girar la llave y la abre frenéticamente de par en par. Y se precipita al vestíbulo gritando como una loca.)

Osvaldo Dragún: Historia del hombre que se convirtió en perro (dramaturgo argentino, siglo XX)

 



HISTORIA DEL HOMBRE QUE SE CONVIRTIÓ EN PERRO

(del libro Historias para ser contadas, 1957)


ACTOR 1: Amigos, la cuarta historia vamos a contarla así... 

ACTOR 2: Así como nos la contaron esta tarde a nosotros.

ACTRIZ: Es la “Historia del hombre que se convirtió en perro”.

ACTOR 1: Empezó hace dos años, en el banco de un parque. Allí, señor..., donde usted trataba hoy de adivinar el secreto de una hoja.

ACTRIZ: Allí, donde extendiendo los brazos apretamos al mundo por la cabeza y los pies, y le decimos: ¡suena, acordeón, suena!

ACTOR 2: Allí lo conocimos. (Entra el ACTOR 3.) Era... (Lo señala.) Así como lo ven, nada más. Y estaba muy triste.

ACTRIZ: Fue nuestro amigo. Él buscaba trabajo, y nosotros éramos actores.

ACTOR 1: Él debía mantener a su mujer, y nosotros éramos actores.

ACTOR 2: Él soñaba con la vida, y despertaba gritando por la noche. Y nosotros éramos actores.

ACTRIZ: Fue nuestro amigo, claro. Así como lo ven... (Lo señala.) Nada más.

TODOS: ¡Y estaba muy triste!

ACTOR 1: Pasó el tiempo. El otoño... 

ACTOR 2: El verano... 

ACTRIZ: El invierno... 

ACTOR 1: La primavera... 

ACTOR 3: ¡Mentira! Nunca tuve primavera.

ACTOR 1: El otoño... 

ACTRIZ: El invierno... 

ACTOR 2: El verano. Y volvimos. Y fuimos a visitarlo, porque era nuestro amigo.

ACTOR 1: Y preguntamos: ¿Está bien? Y su mujer nos dijo... 

ACTRIZ: No sé... 

ACTOR 2: ¿Está mal?

ACTRIZ: No sé.

ACTORES 1 y 2: ¿Dónde está?

ACTRIZ: En la perrera. (ACTOR 3 en cuarto patas.)

ACTORES 1 y 2: ¡Uhhh!

ACTOR 1: (Observándolo.)

Soy el director de la perrera,

Y esto me parece fenomenal.

Llegó ladrando como un perro

(requisito principal.);

y si bien conserva el traje,

es un perro, a no dudar.

ACTOR 2: S-s-soy el v-veter-r-inario,

Y esto-to-to es c-claro p-paramí.

Aun-que p-parezca un ho-hombre,

Es un p-pe-perro el q-que está aquí.

ACTOR 3: (Al público.) Y yo, ¿qué les puedo decir? No sé si soy hombre o perro. Y creo que ni siquiera ustedes podrán decírmelo al final. Porque todo empezó de la manera más corriente. Fui a una fábrica a buscar trabajo. Hacía tres meses que no conseguía nada, y fui a buscar trabajo.

ACTOR 1: ¿No leyó el letrero? “NO HAY VACANTES”.

ACTOR 3: Sí, lo leí. ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 1: Si dice “No hay vacantes”, no hay.

ACTOR 3: Claro. ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 1: ¡Ni para usted, ni para el ministro!

ACTOR 3: ¡Ahá! ¿No tiene nada para mí?

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: Tornero... 

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: Mecánico... 

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: Electricista…

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: Albañil... 

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: Zapatero... 

ACTOR 1: ¡NO!

ACTOR 3: ¡Peón de patio!…

ACTOR 1: ¡NO! ¡NO! ¡NO!

ACTOR 3: ¡Celador! ¡Celador! ¡Aunque sea de celador!

ACTRIZ: (Como si tocara un clarín.) ¡Tutú, tu, tu, tú! ¡El patrón! 

Los ACTORES 1 y 2 hablan por señas.

ACTOR 1: El perro del celador había muerto la noche anterior, luego de veinticinco años de lealtad. 

ACTOR 2: Era un perro muy viejo.

ACTRIZ: Amén.

ACTOR 2: (Al ACTOR 3.) ¿Sabe ladrar?

ACTOR 3: Tornero.

ACTOR 2: ¿Sabe ladrar?

ACTOR 3: Mecánico... 

ACTOR 2: ¿Sabe ladrar?

ACTOR 3: Albañil... 

ACTORES 1 y 2: ¡NO HAY VACANTES!

ACTOR 3: (Pausa.) ¡Guau... guau!... 

ACTOR 2: Muy bien, lo felicito... 

ACTOR 1: Le asignamos mil pesos diarios de sueldo, la perrera y la comida.

ACTOR 2: Como ven, ganaba mil pesos más que el perro verdadero.

ACTRIZ: Cuando volvió a casa me contó del empleo conseguido. Estaba borracho.

ACTOR 3: (A su mujer.) Pero me prometieron que apenas un obrero se jubilara, muriera o fuera despedido me darían su puesto. ¡Diviértete, María, diviértete! ¡Guau... guau!... ¡Diviértete, María, diviértete!

ACTORES 1 y 2: (Pasando.) ¡Diviértete, María, diviértete!

ACTRIZ: Estaba borracho, pobre... 

ACTOR 3: Y a la noche siguiente empecé a trabajar... (Se agacha en cuatro patas.)

ACTOR 2: ¿Tan chica le queda la perrera?

ACTOR 3: No puedo agacharme tanto.

ACTOR 1: ¿Le aprieta aquí?

ACTOR 3: Sí.

ACTOR 1: Bueno, pero vea, no me diga “sí”. Tiene que empezar a acostumbrarse. Dígame: ¡Guau... guau!

ACTOR 2: ¿Le aprieta aquí? (El ACTOR 3 no responde.) ¿Le aprieta aquí?

ACTOR 3: ¡Guau... guau!... 

ACTOR 2: Y bueno... (Sale.)

ACTOR 3: Pero esa noche llovió, y tuve que meterme en la perrera. 

ACTOR 2: (Al ACTOR 1.) Ya no le aprieta... 

ACTOR 1: Y está en la perrera.

ACTOR 2: (Al ACTOR 3.) ¿Vio como uno se acostumbra a todo?

ACTRIZ: Uno se acostumbra a todo... 

ACTORES 1 y 2: Amén... 

ACTRIZ: Y él empezó a acostumbrarse. 

ACTOR 1: Entonces, cuando vea que alguien entra, me grita: ¡Guau... guau! A ver... 

ACTOR 3: (El ACTOR 2 pasa corriendo.) ¡Guau... guau!... (El ACTOR 2 pasa sigilosamente.) ¡Guau... guau!... (El ACTOR 2 pasa agachado.) ¡Guau... guau... guau!... (Sale.)

ACTOR 1: (Al ACTOR 2.) Son mil pesos por día extras en nuestro presupuesto... 

ACTOR 2: ¡Mmm!

ACTOR 1: ... pero la aplicación que pone el pobre, los merece... 

ACTOR 2: ¡Mmm!

ACTOR 1: Además, no come más que el muerto... 

ACTOR 2: ¡Mmm!

ACTOR 1: ¡Debemos ayudar a su familia!

ACTOR 2: ¡Mmm! ¡Mmm! ¡Mmm! (Salen.)

ACTRIZ: Sin embargo, yo lo veía muy triste, y trataba de consolarlo cuando él volvía a casa. (Entra ACTOR 3.) ¡Hoy vinieron visitas!... 

ACTOR 3: ¿Sí?

ACTRIZ: Y de los bailes en el club, ¿te acuerdas?

ACTOR 3: Sí.

ACTRIZ: ¿Cuál era nuestra canción favorita?

ACTOR 3: No sé.

ACTRIZ: ¡Cómo que no! “Es la historia de un amor, como no hay otro igual...” (El ACTOR 3 está en cuatro patas.) Y un día me trajiste un clavel... (Lo mira, y queda horrorizada.) ¿Qué estás haciendo?

ACTOR 3: ¿Qué?

ACTRIZ: Estás en cuatro patas... (Sale.)

ACTOR 3: ¡Esto no lo aguanto más! ¡Voy a hablar con el patrón! (Entran los ACTORES 1 y 2.)

ACTOR 1: Es que no hay otra cosa... 

ACTOR 3: Me dijeron que un viejo se murió.

ACTOR 1: Sí, pero estamos en recesión. Espere un tiempito más, ¿eh?

ACTRIZ: Y esperó. Volvió a los tres meses.

ACTOR 3: (Al ACTOR 2.) Me dijeron que uno se jubiló... 

ACTOR 2: Sí, pero pensamos cerrar esa sección. Espere un tiempito más, ¿eh?

ACTRIZ: Y esperó. Volvió a los dos meses.

ACTOR 3: (Al ACTOR 1.) Denme el empleo de uno de los que echaron por la huelga... 

ACTOR 1: Imposible. Sus puestos quedarán vacantes... 

ACTORES 1 y 2: ¡Como castigo! (Salen.)

ACTOR 3: Entonces no pude aguantar más... ¡y renuncié!

ACTRIZ: Fue nuestra noche más feliz en mucho tiempo. (Lo toma del brazo.) ¿Cómo se llama esta flor?

ACTOR 3: Flor... 

ACTRIZ: ¿Y cómo se llama esa estrella?

ACTOR 3: María.

ACTRIZ: (Ríe.) ¡María me llamo yo!

ACTOR 3: ¡Ella también... ella también! (Le toma una mano y la besa.)

ACTRIZ: (Retira la mano.) ¡No me muerdas!

ACTOR 3: No te iba a morder... Te iba a besar, María... 

ACTRIZ: ¡Ah!, yo creía que me ibas a morder... (Sale. Entran los ACTORES 1 y 2.)

ACTOR 2: Por supuesto... 

ACTOR 1: A la mañana siguiente... 

ACTOR 1 y 2: Debió volver a buscar trabajo. 

ACTOR 3: Recorrí varias partes, hasta que en una…

ACTOR 1: Vea... no tenemos nada. Salvo que... 

ACTOR 3: ¿Qué?

ACTOR 1: Anoche murió el perro del celador.

ACTOR 3: ¿Y?

ACTOR 2: Tenía treinta y cinco años, el pobre... 

ACTOR 1 y 2: ¡El pobre!

ACTOR 3: Y tuve que volver a aceptar.

ACTOR 2: Eso sí, le pagábamos dos mil pesos por día. (Los ACTORES 1 y 2 dan vueltas.) ¡Hmmm!... ¡Hmmm!... ¡Hmmm!...

ACTORES 1 y 2: ¡Aceptado! ¡Que sean dos mil!

ACTRIZ: (Entra.) Claro que 60 mil pesos no nos alcanzan para pagar el alquiler... 

ACTOR 3: Mira, como yo tengo la perrera, pásate tú a una pieza con cuatro o cinco chicas más, ¿eh?

ACTRIZ: No hay otra solución. Y como no nos alcanza tampoco para comer... 

ACTOR 3: Mira, como yo me acostumbré al hueso, te voy a traer la carne a ti, ¿eh?

ACTORES 1 y 2: ¡La junta directiva aceptó!

ACTOR 1 Y ACTRIZ: La junta directiva aceptó… ¡Bendita sea!

ACTOR 3: Yo ya me había acostumbrado. La perrera me parecía más grande. Andar en cuatro patas no era muy diferente de andar en dos. Con María nos veíamos en la plaza... (Va hacia ella.) Porque como tú no puedes entrar en mi perrera; y como yo no puedo entrar en tu pieza... Hasta que una noche…

ACTRIZ: Paseábamos. Y de repente me sentí mal... 

ACTOR 3: ¿Qué te pasa?

ACTRIZ: Tengo mareos.

ACTOR 3: ¿Por qué?

ACTRIZ: (Llorando.) Me parece... que voy a tener, un hijo... 

ACTOR: ¿Y por eso lloras?

ACTRIZ: ¡Tengo miedo..., tengo miedo!

ACTOR 3: Pero, ¿por qué?

ACTRIZ: ¡Tengo miedo..., tengo miedo! ¡No quiero tener un hijo!

ACTOR 3: ¿Por qué, María? ¿Por qué?

ACTRIZ: Tengo miedo... que sea... (Musita “perro”. El ACTOR 3 la mira aterrado, y sale corriendo y ladrando. Cae al suelo. Ella se pone de pie.) ¡Se fue..., se fue corriendo! A veces se paraba, y a veces corría en cuatro patas... 

ACTOR 3: ¡No es cierto, no me paraba! ¡No podía pararme! ¡Me dolía la cintura si me paraba! ¡Guau!... Los carros se me venían encima... La gente me miraba... (Entran los ACTORES 1 y 2.) ¡Váyanse! ¿Nunca vieron un perro?

ACTOR 2: ¡Está loco! ¡Llamen a un médico! (Sale.)

ACTOR 1: ¡Está borracho! ¡Llamen a un policía! (Sale.)

ACTRIZ: Después me dijeron que un hombre se apiadó de él, y se le acercó cariñosamente.

ACTOR 2: (Entra.) ¿Se siente mal, amigo? No puede quedarse en cuatro patas. ¿Sabe cuántas cosas hermosas hay para ver, de pie, con los ojos hacia arriba? A ver, párese... Yo lo ayudo... Vamos, párese... 

ACTOR 3: (Comienza a pararse, y de repente:) ¡Guau... guau!... (Lo muerde.) ¡Guau... guau!... (Sale.) 

ACTOR 1: (Entra.) En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le preguntamos a su mujer ¿Cómo está?, nos contestó... 

ACTRIZ: No sé.

ACTOR 2: ¿Está bien?

ACTRIZ: No sé.

ACTOR 1: ¿Está mal?

ACTRIZ: No sé.

ACTORES 1 y 2: ¿Dónde está?

ACTRIZ: En la perrera. 

ACTOR 1: Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un futbolista.

ACTOR 2: Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era futbolista.

ACTRIZ: Y pasó un policía…

ACTOR 2: Y pasaron…, y pasaron…, y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez podría importarles la historia de nuestro amigo…

ACTRIZ: Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense: “¿No tendré… no tendré…?” (Musita: “perro”.)

ACTOR 1: O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo del perro del celador…

ACTRIZ: Si no es así, nos alegramos.

ACTOR 2: Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quieran convertir en perro, como a nuestro amigo, entonces… Pero, bueno, entonces esa… ¡esa es otra historia!

TELÓN